Cuarta Dimensión
La luz de la sala estaba a punto de apagarse pues la película comenzaría en cualquier
momento. De repente ingresó aquel hombre, tenía un semblante frío, atraía todas las miradas
pues medía cerca de dos metros y portaba un vistoso sombrero texano. El desconocido tomó
asiento en la primera fila. La cinta inició floja, la verdad, pero mi primo Carlos, que la había visto la
semana anterior, me había dicho que la escena en que los bandoleros mataban a sangre fría a
John O'Brian para raptar a su joven hija era memorable y sabía que no faltaba mucho, así que me
comí otro puño de palomitas y me recompuse. Tras veinte minutos de espera, ahí estaba el líder
de la banda apuntando a la cabeza del pobre O'Brian y toda la audiencia contenía la respiración.
Para sorpresa de toda la concurrencia, el hombre del sombrero texano se puso de pie
súbitamente, sacó de entre la camisa un revólver y comenzó a disparar en dirección a la pantalla.
El público permanecía rígido, inmóvil, como si las butacas fueran sillas eléctricas a todo voltaje. En
unos pocos segundos la peligrosa banda de los hermanos Smith había sido abatida por completo.
Mientras abandonábamos el cine, alcancé a ver la última escena de la película, mostraba un
acercamiento al rostro sonriente de John O'Brian que, libre de todo peligro, miraba agradecido al
gigante del sombrero texano.

Vicente Javier Varas Bucio.
15 de marzo de 2013.