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Título: Microsoft Word - Parábolas.doc
Autor: JUANA
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NUEVAS PARABOLAS
PARA EDUCAR
VALORES
POR:
ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN
Dedicatoria:
A Maribel,
Maestra que, porque vive lo que enseña, enseña a vivir,
porque tiene el corazón atrapado por los niños,
convierte el salón de clase en una fiesta de la
creatividad y el trabajo,
y porque ama tanto y tan profundamente,
nos asoma cada día a la Bondad Infinita de Dios.
1
INDICE
1.- El viento y el sol
5
2.- Los tres coladores
7
3.- El cuento de la solidaridad
10
4.- La gaviota y el pescador
12
5.- La vasija agrietada
14
6.- El secreto de la felicidad
16
7.- El árbol de problemas
18
8.- El abeto inconforme
20
9.- El país de las muletas
23
10.- Un error afortunado
27
11.- El ruiseñor
30
12.- Prakash quería ver a Dios
34
13.- El rey bueno
39
14.- Las manos mas hermosas
43
15.- ¿Dónde está Dios?
46
16.- La oracion del alfabeto
50
17.- Los tres anillos
53
18.- El regalo
54
19.- Hermanos verdaderos
57
20.- El hombre que sabía volar
60
21.- Valoramos las apariencias
63
22.- El maestro y el perro
66
23.- Jugar con Dios
68
24.- Los impuestos del rajá
70
25.- Escribir
73
26.- El viaje de la imaginacion
75
27.- Las voces del silencio
77
28.- El egoísta
79
29.- No es posible complacer a todos
81
30.- Dos cuentos de navidad
83
2
31.- Enseñar con la vida
86
32.- La sabiduría de reconocer la propia ignorancia
88
33.- No achaques a los demás tus propios errores
91
34.- No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti
93
35.- El amor y el tiempo
96
36.- El sueño de los tres árboles
98
37.- El papagayo de colores
101
38.- Los dos enfermos junto a la ventana
103
39.- El cocuyo
106
40.- Incomunicacion
109
41.- Cuento de la cuota inicial
111
42.- Las manchas de la luna
114
43.- Caín se blanqueó de miedo
117
44.- El arbolito enfermo
119
45.- La mirada del educador
121
46.- Había una vez un remero
123
47.- Dale a cada cosa su valor
126
48.- La sabiduría de la anciana abadesa
127
49.- El rey y sus máscaras
129
50.- El samurai y el monje
132
51.- Maestros
133
3
PRESENTACION
En 1998, publiqué en esta misma editorial el libro “Educar valores y el valor
de educar: Parábolas”. En él recogí 51 relatos breves, espigados de múltiples
lecturas que, por haberlos trabajado en numerosos talleres, cursos y conferencias,
sabía que eran una maravillosa estrategia para dejarse atrapar por su magia y
llegar rápido al corazón.
El libro está teniendo un notable éxito y ha sido reimpreso en varias
oportunidades. Numerosos maestros han incorporado las parábolas a su reflexión
y su trabajo, algunos padres las han leído y comentado con sus hijos y son
muchos los lectores que se han deleitado con ellas y han saboreado sus
enseñanzas.
En este nuevo libro vuelvo a ofrecerles otro hermoso racimo de 51 nuevos
relatos, cuentos, parábolas, con la misma intención de que ayuden a los lectores a
plantearse en serio una vida en plenitud. Hoy en día, la mayoría de las personas
no se atreve a vivir, a ser alfareros de sí mismos, sino que son vividos por los
demás: costumbres, propagandas, modas, el qué dirán... Formarse no es
meramente aprender nuevas cosas, sino que fundamentalmente es aprender a
vivir, lo que implica un proceso de asumir con radicalidad la propia construcción y
la permanente dignificación. Se trata de ayudar a nacer la persona que todos
llevamos dentro. Por eso, educar es ayudar al alumno a conocerse, valorarse y
emprender el camino de su propia realización con los demás, en libertad y
responsabilidad.
Las parábolas y relatos que hoy les ofrezco provienen de numerosas y muy
variadas fuentes: algunas me fueron enviadas por amigos, otras las fui recogiendo
de libros, revistas , hojas sueltas, o fueron encontradas en los laberintos
intrincados de la red del internet. Todas, sin embargo, han sido retrabajadas por
mí y van acompañadas de una reflexión educativa propia que el lector podrá
sustituir por la suya. Siempre que la conozco, cito la fuente de donde han sido
tomados los cuentos y parábolas.
En esta oportunidad, en numerosos capítulos, junto al relato inicial y la
reflexión que le acompaña, incluyo otro o varios
relatos de cierre que
complementan el sentido y abren a nuevas perspectivas y horizontes, de modo
que sean posibles múltiples lecturas. De este modo, los 51 relatos se transforman
en más de un centenar, que guardan en su corazón sencillo auténticas semillas de
sabiduría que espero ayudarán a los lectores a vivir de un modo más consciente
y responsable, es decir, más pleno y más feliz.
4
1.- EL VIENTO Y EL SOL
Hace muchísimos años, cuando todas las cosas tenían vida e incluso
hablaban, el sol y el viento se pusieron a discutir sobre cuál de los dos era más
fuerte.
La discusión fue subiendo de tono, pues cada uno de ellos estaba super
convencido de su superior fortaleza. Estando en plena pelea, vieron que, debajo
de ellos, caminaba plácidamente un hombre y decidieron probar con él sus
fuerzas.
-Vas a ver cómo me lanzo contra él –dijo el viento-, y le quito el abrigo.
Dicho esto, el viento comenzó a soplar con todas sus fuerzas. El hombre, al
sentir contra su cuerpo los manotazos del viento, dobló los brazos sobre el abrigo
para protegerse mejor y se alejó apresuradamente maldiciendo.
El viento se encolerizó más todavía y trajo una fuerte lluvia contra el hombre
que, en vez de soltar el abrigo, trataba de cubrirse con él lo mejor que podía.
Después, el viento descargó contra él una inclemente nevada y lo único que logró
fue que el hombre se acurrucara más y más debajo de su abrigo.
-Nadie le puede quitar el abrigo –dijo el viento con despecho.
-Eso lo veremos ahora –dijo el sol calmadamente, y sacando su mejor
sonrisa entre dos nubes doradas, comenzó a brillar cada vez más y a lanzar
mansamente a la tierra su aliento. El hombre comenzó a sentir calor y a sudar,
se desabrochó el abrigo y, al rato, se lo quitó.
-Acabas de ver cómo te he vencido –le dijo el sol al viento-. Yo he logrado
con suavidad lo que tú no pudiste con toda tu violencia.
***
Un hombre vio que una mariposa luchaba por salir de su
capullo. Para su gusto, lo hacía con demasiada lentitud y,
queriendo ayudarla, comenzó a soplarle suavemente. El calor
de su aliento aceleró ciertamente el proceso. Pero lo que salió
de allí no fue la espléndida mariposa que esperaba, sino una
pobre criatura con las alas destrozadas.
(Scott Reeves).
Más puede una caricia que un grito, una ofensa, una bofetada. El amor es
mucho más fuerte que la violencia y que los golpes. Ni con amenazas ni castigos
lograrás entusiasmar a los alumnos, o lograrás que te quieran. Si te quieren, harán
ilusionados lo que les propongas. Si te temen, difícilmente lograrás entusiasmarlos
5
o influirás positivamente en su conducta o en sus vidas. Ponte junto al alumno
con bondad, con sencillez y con alegría, respeta su ritmo de aprender, su modo
de ser. Trata de ser su amigo, y no olvides que “un amigo es alguien que sabe
quién eres, que sabe por dónde has andado, que sabe todo lo que has hecho y, a
pesar de todo, te invita y te ayuda a ser mejor”.
Cada alumno es distinto e irrepetible, es “modelo único”, que tiene una
misión en la vida y que cuenta contigo para conocerla y realizarla. Trata de
esforzarte por llegar a ser tú mismo y, de este modo, estarás enseñando, sin
necesidad de palabras, a tus alumnos a serlo. Sé siempre verdadero, coherente.
Si Jesús nos dijo que la verdad nos haría libres, es también cierto que sólo los
libres pueden ser verdaderos.
Dios nos creó a todos creadores. Creadores del mundo y creadores de
nosotros mismos. Lo que nos distingue de los animales es la capacidad de
construirnos, de autocrearnos, de ser alfareros de nosotros mismos transformando
el barro de nuestros talentos y posibilidades en vida y en felicidad. El arte de la
vida consiste en hacer de la vida una obra de arte.
Alienta a tus alumnos a que asuman el reto de su libertad. Ser libre no es
hacer lo que me viene en gana, sino hacer aquello que me realiza plenamente.
Invita, anima, ponte al lado del alumno, pero no impongas: Que sea él el que
decida. Sé como Jesús, que sólo propone, invita y ayuda. Es lo que escribió el
Beato Pedro Ruiz de los Paños, el fundador de las Discípulas de Jesús: “Dios no
avasalla, no impone. Dios llama y espera. Dios se porta siempre como padre y no
usa términos de violencia. Presenta la gracia, ofrece el tesoro, pero no nos obliga
a abrirle por la fuerza. Espera pacientemente en la puerta, hasta que le abrimos”:
***
Cuentan que el artista Holman Hunt pintó un cuadro de Jesucristo llamando
a la puerta de su casa. Reunió a sus amigos artistas y les pidió que miraran el
cuadro con ojo crítico, para ver si detectaban algún error. Durante un buen rato lo
estuvieron observando y sólo tuvieron palabras de admiración tanto para el
cuadro, como para el pintor.Ante la insistencia de Hunt de que lo siguieran
mirando pues sin duda tendría algún defecto, uno de los artistas más jóvenes ,
dijo:
-Sr. Hunt, creo que he encontrado un grave error en el cuadro. Se olvidó de
pintar el pestillo de la puerta.
-Amigo mío –le respondió Hunt-, cuando Cristo llama a la puerta de tu casa,
sólo se puede abrir desde dentro.
6
2.- LOS TRES COLADORES
En cierta ocasión, un hombre se acercó a Sócrates y le dijo:
-Tengo que contarte algo muy serio de un amigo tuyo.
Sócrates le miró profundamente con sus ojos de sabio y le preguntó:
-¿Ya pasaste lo que me quieres contar por la prueba de los tres coladores?
-¿Qué prueba es esa? -le dijo desconcertado el hombre.
-Si no lo sabes, escúchame bien. El primero de los tres es el colador de la
verdad. ¿Estás completamente seguro de que es cierto lo que me quieres contar?
-En realidad, seguro, seguro, no. Creo que es cierto porque lo escuché de
un hombre muy serio, que no acostumbra decir mentiras.
-Si eso es así, con toda seguridad que no lo pasaste por el segundo
colador. Se trata del colador de la bondad.
El hombre se sonrojó y respondió con timidez:
-Ciertamente que no.
Sócrates lo miró compasivamente y siguió diciéndole:
-Aunque hubieras pasado lo que quieres decirme por estos dos primeros
coladores, todavía te faltaría el tercero, el de la utilidad. ¿Estás seguro que me va
a ser realmente útil lo que quieres contarme?
-¿Util? En verdad, no.
-¿Ves? –le dijo el sabio-, si lo que me quieres contar no sabes si es
verdadero, y ciertamente no es ni bueno ni provechoso, prefiero que no me lo
digas y lo guardes sólo para ti.
Habla sólo lo positivo de los demás para que se sientan aceptados,
valorados, respetados. Palabras que animan, que siembran confianza, que
tumban prejuicios y barreras, que calientan corazones. La palabra puede herir o
animar, desanimar o entusiasmar, ser látigo o caricia. Combate las ideas
preconcebidas, borra los prejuicios, limpia las mentes. No juzgues a los demás si
no quieres ser juzgado.
Urge una educación que recupere la palabra como comunicación del
respeto, la amistad, la verdad. Hoy se miente mucho y sin el menor pudor. La
publicidad y la retórica de los politiqueros han hecho de la mentira la clave de su
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éxito. Vivimos en un mundo de charlatanes, atrapados en el sonido de sus
palabras huecas. Por ello, es urgente devolverle a la palabra su valor. Educar
para que la palabra sea expresión de vida, compromiso.
Evita toda palabra que hiera, combate con tenacidad la cultura del grito, la
ofensa y el chisme. Es muy difícil sanar un alma herida por el maltrato o reparar
el buen nombre y la fama pisoteadas por mentiras y chismes:
Había una vez un joven que tenía muy mal carácter y se la pasaba siempre
bravo. Un día, su padre le regaló una bolsa de clavos y le dijo que, cada vez que
perdiera la paciencia, clavara uno de ellos detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó 37 clavos y un número parecido los días
siguientes. Poco a poco, a medida que pasaban las semanas, el joven fue
aprendiendo a controlar su carácer, pues se convenció que era más fácil dominar
su mal genio que seguir clavando clavos detrás de la puerta.
Llegó por fin el día en que no se puso bravo ni una sola vez con lo que ese
día no tuvo que clavar ningún clavo detrás de la puerta. Cuando se lo contó feliz a
su padre, este le sugirió que, en adelante, cada día que lograra controlarse por
completo, arrancara uno de los clavos que había colocado en los días anteriores
detrás de la puerta.
Fueron pasando los días y el joven pudo finalmente anunciarle a su padre
que ya no quedaban clavos por retirar de la puerta.
Su padre lo tomó de la mano, lo llevó hasta la puerta y le dijo:
-Te has esforzado muy duro, hijo mío, por controlar tu carácter. Te felicito.
Pero mira todos esos huecos en la puerta. Ya nunca más será la misma. Cada vez
que pierdes la paciencia y tratas a alguien con enojo, dejas cicatrices en su alma,
exactamente como las que ves en la puerta. Es verdad que puedes ofender a
alguien y luego retirar lo dicho y hasta pedirle disculpas, pero la cicatriz queda en
el alma.
(Enviado por correo electrónico por William Hernández)
***
Cuentan que una mujer muy chismosa, que se la pasaba comiéndole cuero
a los demás, acudió un día a confesarse con San Felipe Neri. Después de
escuchar con mucha atención a la mujer y averiguar que solía reincidir en dicha
falta aunque habitualmente se confesaba de ello, el sabio confesor le dijo al
ponerle la penitencia:
-Ve a tu casa, mata una gallina y me la traes desplumándola por el camino.
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La mujer obedeció y, al rato, se presentó ante el sacerdote con la gallina
desplumada.
-Ahora, regresa por el camino que viniste, recoge una por una las plumas
de la gallina y las vuelves a colocar en su lugar.
-¡Eso es imposible, padre! –repuso la mujer desconcertada-. ¡Nadie podría
hacer eso, y mucho menos hoy, que hace tanto viento!
-Lo sé –le dijo el sacerdote con dulzura-, pero he querido hacerte
comprender que si no puedes recoger las plumas de una gallina desparramadas
por el viento, ¿cómo vas a poder reparar las cosas negativas que vas diciendo por
allí de tu prójimo?
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3.- EL CUENTO DE LA SOLIDARIDAD
-¿Puedes decirme cuánto pesa un copo de nieve? –le preguntó un colibrí a
una paloma.
-Nada –fue la respuesta.
-Si eso es lo que piensas, que no pesa nada, te voy a contar una historia:
El otro día me posé en la rama de un pino, cerca de su tronco. Hacía frío y
comenzó a nevar mansamente. No era una de esas ventiscas terribles que azotan
los árboles y los retuercen dolorosamente. Nevaba como un sueño, sin violencia,
sin heridas. Como no tenía nada que hacer, empecé a contar los copos que caían
sobre la rama. Había contado exactamente 3.741.902 copos, cuando cayó el
siguiente -sin peso alguno, como tú dices- y quebró la rama.
Dicho esto, el colibrí levantó el vuelo.
***
La paloma, una autoridad en la materia desde tiempos de Noé,
se puso a reflexionar y, pasados unos minutos, se dijo: “Quizás
tan sólo sea necesaria la colaboración de una persona más
para que la solidaridad se abra camino en el mundo”
(Kurt Kauter).
¿Cuántos cuadros hay en El Louvre, El Prado, el Vaticano..., o en
cualquiera de los millones de museos que hay en el mundo? ¿Cuántas pinceladas
tendrá el cuadro más pequeño de todos los que tiene uno de esos museos? ¿Y el
cuadro más grande? ¿Y todos los cuadros de una sala? ¿Y todos los cuadros de
todas las salas? ¿Y todos los cuadros de todos los museos del mundo? ¿Miles de
millones? ¿Trillones?
Por lo general, las obras importantes, las obras de mucho valor, están
hechas a base de cientos y miles de detalles, puestos uno al lado del otro,
tenazmente, pacientemente, minuto a minuto, hora a hora, año tras año...Millones
y millones de gotas de agua se juntan para formar la incomprensible fortaleza del
océano. Millones y millones de letras se entrelazan para formar las grandes obras
literarias.
Tú solo no vas a componer el mundo, pero brinda el aporte que te toca. Haz
lo que debes hacer, trabaja con ilusión y cumple con tu deber aunque no veas los
resultados. Sé responsable y amable aunque los demás no lo sean. Sé coherente
contigo mismo. No te engañes. No uses la flojera o la irresponsabilidad de los
demás como excusa para no actuar, para no hacer lo que te toca hacer.
El verdadero heroísmo no consiste tanto en hacer algunas
obras
extraordinarias, sino en vivir intensamente cada obra del día, cada acción y cada
10
momento como si fuera el último, como si de ellos dependiera el destino de la
humanidad. Cuando te levantas en la mañana, Dios ya ha colocado para ti un
escenario maravilloso para que vivas un día de plenitud: ahí está el estallido de los
colores en el amanecer, los cantos de los pájaros, la firmeza de los árboles, la
sonrisa de las flores, el olor del cafecito, el aire que ensancha tus pulmones, el
don gratuito de la vida y de las personas que te rodean.....Todo te lo brinda
generosamente. Todo lo pone a tu servicio para que tú también sirvas. Proponte
vivir el día a plenitud, en el servicio, en la ofrenda interminable de los pequeños
detalles. Recuerda siempre las palabras que solía repetir la Hermana Teresa de
Calcuta: “A los niños y a los pobres, a todos los que sufren y están solos,
bríndales siempre una sonrisa alegre. No les brindes sólo tus cuidados, bríndales
también tu corazón. Tal vez no podamos dar mucho, pero siempre podemos
brindar la alegría que brota de un corazón lleno de amor”. Un saludo cariñoso,
una palabra de aliento, una sonrisa, un abrazo..., pueden cambiar una vida:
***
Paseando por una calle de Rusia, durante la hambruna que acompañó a la
guerra, el gran escritor Tolstoi se encontró con un mendigo. Tolstoi revisó sus
bolsillos para ver qué encontraba para darle a ese pobre hombre. Pero no tenía
nada: ya lo había dado todo antes. Movido a compasión, abrazó al mendigo, besó
sus mejillas y le dijo:
-No te enfades conmigo, hermano, no tengo nada que darte.
El rostro macilento del mendigo se iluminó. Y brillaron las lágrimas en sus
ojos, mientras le decía agradecido:
-Pero tú me has abrazado y me has llamado hermano. ¡Eso es un gran
regalo!
(Tomado de Lewis, Hedwig, “En casa con Dios”, Mensajero, Bilbao)
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4.- LA GAVIOTA Y EL PESCADOR
Una gaviota amaneció volando muy alto sobre el mar. Allá abajo divisó,
haciendo espumas entre tanto azul, la barca de un pescador.
-¡Ah, si yo tuviera una red como la de ese hombre –se dijo la gaviota- no
tendría por qué resignarme a agarrar un solo pez tras varios intentos de picada en
el agua!
A su vez, el pescador, embelesado con el vuelo de la gaviota, se decía:
-Si tuviera el privilegio de ver desde lo alto lo que puedo pescar, no me
aventuraría tanto en aguas profundas y ni siquiera me alejaría de la costa en la
madrugada, cuando todo pescador es ciego y su oído anda extraviado en la
inmensidad.
Muchas personas gastan su vida sin atreverse a ser ellos mismos, sin
plantearse cómo en realidad quieren ser o cuál es su misión en la vida. Viven
desgarrados por el afán de imitar a otros, por el deseo de parecerse o ser como
alguien a quien envidian o admiran.
Educar es ayudar a cada alumno a ser lo que está llamado a ser. A
quererse, aceptarse y potenciar todos sus talentos y posibilidades, sabiendo que
él es único e irrepetible. Vivir es construirse. La vida exige una lucha tenaz por
llegar a ser uno mismo. Sólo ayudarás a otros a ser, si tú te esfuerzas por serlo, si
vives comprometido en tu permanente crecimiento interior. Para ayudar a otros a
ser auténticos y buenos, tú tienes que esforzarte día a día por ser cada vez mejor.
Sólo es posible respetar y querer a los demás si uno empieza respetándose
y queriéndose a sí mismo, lo que implica aceptarse y valorarse por lo que uno es,
y no por lo que aparenta ser, ni por lo que tiene o dice tener. Recuerda y vive
intensamente el poema Yo soy yo de Virginia Satir:
En todo el mundo, no hay nadie exactamente como yo.
Hay personas que tienen algunas partes en que se parecen a mí,
pero nadie es idéntico a mí.
Por lo tanto, todo lo que sale de mí
es auténticamente mío porque yo sola lo elegí.
Todo lo mío me pertenece –cuerpo,
incluyendo todo lo que éste hace;
mi mente, incluyendo todos sus pensamientos e ideas;
mis ojos, incluyendo las imágenes que perciben;
mis sentimientos, cualesquiera que estos puedan sercoraje, alegría, frustración, amor, desilusión, excitación;
mi boca, y todas las palabras que salgan de ella,
agradables, dulces o bruscas, justas o injustas;
mi voz, fuerte o suave;
12
y todos mis actos, sean estos para otros o para mí misma.
Me pertenecen mis fantasías, mis sueños,
mis esperanzas, mis temores.
Me pertenecen todos mis triunfos y éxitos,
todos mis fracasos y errores.
Porque todo lo mío me pertenece,
puedo llegar a familiarizarme íntimamente conmigo misma.
Y al hacer esto puedo amarme y aceptarme,
y aceptar todas las partes de mi cuerpo.
Entonces puedo hacer posible que todo lo que me pertenece
trabaje para lograr lo mejor para mí.
Sé que hay aspectos de mí misma
que me confunden, y otros que no conozco.
Pero mientras me conozca y me ame,
puedo buscar valerosamente y con esperanza
la solución a mis confusiones
y la forma de conocerme más.
La forma como luzca, como suene para los demás,
lo que diga o haga, lo que piense
y sienta en un momento determinado soy yo.
Esto es auténtico y representa dónde estoy en este momento.
13
5.- LA VASIJA AGRIETADA
Un cargador de agua en la India tenía dos grandes vasijas que llevaba
encima de sus hombros colgadas a los extremos de un palo. Una de las vasijas
era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino desde el arroyo
hasta la casa del patrón.
La otra vasija tenía una grieta por donde se iba derramando el agua a lo
largo del camino. Cuando llegaban, sólo podía entregar la mitad de su caudal.
Durante dos años se repitió día a día esta situación. La vasija perfecta se
sentía orgullosa de sí misma, mientras que la vasija agrietada vivía avergonzada
de su propia imperfección y se sentía miserable por no poder cumplir a cabalidad
la misión para la que había sido creada.
Un día, decidió exponerle su dolor y su vergüenza al aguador y le dijo:
-Estoy muy avergonzada de mí misma y quiero pedirte disculpas.
-¿Por qué? –le preguntó el aguador.
-Tú sabes bien por qué. Debido a mis grietas, sólo puedes entregar la
mitad del agua y por ello sólo recibes la mitad del dinero que deberías recibir.
El aguador sonrió mansamente y le dijo a la vasija agrietada:
-Cuando mañana vayamos una vez más a la casa del patrón, quiero que
observes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo y, en efecto, vio que las orillas del camino estaban adornadas
de bellísimas flores. Esta visión, sin embargo, no le borró la congoja que le crecía
en su alma de vasija por no poder realizar su misión a plenitud. Al volver a la
casa, le dijo el aguador:
-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino?
Siempre supe de tus grietas y quise aprovecharlas. Sembré flores por donde tú
ibas a pasar y todos los días, sin tener que esforzarme para ello, tú las has ido
regando. Durante estos dos años, yo he podido recoger esas flores para adornar
el altar de mi maestro. Si tú no fueras como eres, él no habría podido disfrutar de
su belleza.
Todos tenemos grietas y limitaciones, y aun así, todos valemos. Con
frecuencia, nuestras debilidades son nuestras fortalezas. El ser conscientes de
ellas nos vuelve humildes, comprensivos. No hay nada más insoportable que una
persona que se siente perfecta o santa. Los santos verdaderos se reconocen
pecadores y los auténticos sabios son los que más vocean su ignorancia.
14
Necesitamos una educación que no castigue el error, sino que lo convierta
en una maravillosa oportunidad de aprendizaje. Una educación que transforme las
limitaciones en retos y propuestas de superación, que convierta los peligros en
oportunidades. Acuérdate de aquellas ranas que vivían en el fondo de un pozo.
Allí, en su mundo oscuro, se sentían tranquilas. Sobre ellas se abría un pequeño
agujero de luz y, algunas veces, el bello rostro de una muchacha de trenzas
amarillas que arrojaba un balde que caía con fuerza en el agua. Para las ranas
del pozo, el bello rostro suponía amenaza y peligro: siempre detrás de él caía el
temido balde que, si se descuidaban, podría aplastarlas. Pero había una ranita
soñadora que quería saber lo que había al otro lado de ese agujero de luz. Y un
día, se arriesgó: esperó que cayera el balde y, en vez de apartarse, saltó dentro
de él. La bella muchacha de trenzas amarillas sacó el balde con la ranita dentro.
Allí, al otro lado del pozo, brillaba un insospechado mundo prodigioso y verde,
lleno de encantos, con lagunas, flores, estrellas y montones de insectos que eran
suculentos manjares.
Sal de tu pozo oscuro. Salta al balde, a lo desconocido. Más allá de tus
miedos, brilla la luz. A pesar de tus grietas y debilidades, eres una persona muy
valiosa. No todos valemos para lo mismo, pero todos valemos. El reto consiste
en descubrir nuestros talentos para potenciarlos y bien afincados sobre ellos,
realizarnos en la vida plenamente.
No te consideres nunca superior a otros ni los desprecies porque piensas
que son peores o menos inteligentes que tú. Ponte siempre del lado del más
débil:
***
El afamado actor y dramaturgo Peter Ustinov fue elegido como padrino de
graduación en un colegio inglés. En el acto de apertura, el Director felicitó
emocionado a los alumnos y anunció con orgullo que, de una promoción de
cincuenta, sólo dos alumnos no habían logrado pasar los exámenes y que, por
ello, no se iban a graduar.
Cuando le tocó hablar al dramaturgo, dedicó su discurso a los dos
alumnos que no se iban a graduar:
-Yo no poseo ningún título ni preparación y creo que el mundo necesita
por igual doctores y obreros, médicos y campesinos. Todos valemos por igual y
pienso que lo verdaderamente importante es que cada uno encuentre su misión en
la vida y la realice con dignidad y honestidad. Yo me siento inclinado hacia los dos
que no aprobaron los exámenes como me siento siempre inclinado hacia cualquier
minoría. Por ello, les quiero pedir que no se sientan inferiores, como les pido a
ustedes que, no por estar aquí, son superiores o mejores que ellos. Si yo hubiese
sido alumno de este colegio, estoy casi seguro que seríamos tres los suspendidos
que hoy no podríamos graduarnos.
15
6.- EL SECRETO DE LA FELICIDAD
Hace muchísimos años, vivía un sabio del que se decía que guardaba en
un cofre el secreto de la felicidad. Los reyes y señores más poderosos de la tierra
le ofrecían al sabio sus fortunas y poderes para que les mostrara el contenido del
cofre. Algunos incluso intentaron arrebatarle el cofre por la fuerza, pero todos sus
esfuerzos resultaron vanos pues como el hombre era muy sabio siempre se las
ingeniaba para que nadie encontrara su cofre.
El buen hombre vivía cada día más feliz, mientras que aumentaba la
infelicidad de todos los que, carcomidos por la envidia y la impotencia, buscaban
en vano apoderarse del cofre.
Un día, se presentó ante el sabio un niño rogándole que le descubriera el
secreto de la felicidad. Al ver su pureza y sencillez, el sabio le dijo:
-A ti si voy a mostrarte mis secretos. Ven conmigo y presta mucha atención.
En realidad, son dos los cofres donde guardo los secretos para ser feliz. Y esos
cofres son mi mente y mi corazón. Por eso nadie los ha encontrado todavía por
mucho que han venido a buscarlos y han removido por la fuerza todos mis enseres
y mis muebles. El gran secreto que guardan estos cofres es una serie de pasos
que debes seguir en la vida si en realidad quieres ser feliz. El primer paso es
reconocer la existencia de Dios en todas las cosas y, por lo tanto, debes amarlo y
darle gracias por todo lo que tienes y por todo lo que te sucede. El segundo paso
es quererte a ti mismo: quererte mucho y todos los días, al levantarte y al
acostarte, debes repetirte una y otra vez: “yo soy importante, valgo mucho, soy
capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que
yo no pueda vencer”. El tercer paso consiste en poner en práctica todo lo que
dices que eres. Es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente;
si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso,
expresa tu cariño a las personas que amas; si piensas que no hay obstáculos que
no puedas vencer, proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta alcanzarlas.
El cuarto paso consiste en que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo
que es, pues la envidia llena el corazón de dolor y de rabia. Ellos alcanzaron sus
metas, esfuérzate tú por alcanzar las tuyas. El quinto paso te exige que no
albergues rencor hacia nadie en tu corazón; si alguien te hiere, perdónalo y olvida.
El sexto paso es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen; recuerda
que, de acuerdo a las leyes de la naturaleza, si hoy quitas algo, mañana te
quitarán a ti algo de más valor. El séptimo paso, no debes maltratar a nadie,
todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera.
Y por último, levántate siempre con una sonrisa a flor de labios, mira a tu alrededor
y descubre en todas las cosas el lado bueno y bello de la vida, piensa en todo lo
que se te ha dado, en lo privilegiado que eres al tener todo lo que tienes, ayuda a
los demás sin esperar nada a cambio, mira con cariño a las personas y regálales,
como yo lo he hecho contigo, el secreto de la felicidad.
Un famoso proverbio inglés dice: “El objetivo de la vida es ser feliz. El lugar
para ser feliz es donde usted se encuentre y el momento para ser feliz es ahora”.
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Si Dios nos creó a todos y a cada uno de nosotros por amor, nos creó para ser
felices. Todos tenemos derecho a buscar la felicidad y a encontrarla. Lo que pasa
es que la mayoría de las personas busca afanosamente la felicidad donde no se
encuentra. La buscan en el dinero, en el placer, en el poder.., sin sospechar que
se encuentra dentro de cada uno de ellos. La clave de la felicidad está en uno
mismo y en hacer lo que uno tiene que hacer del modo más perfecto posible. Se
trata, en breve, de buscar la excelencia en la cotidianidad de lo que uno hace.
Hacer las cosas de todos los días lo mejor posible. Donde la palabra mejor
recobra toda su dimensión técnica, estética y moral.
El niño a quien el sabio le abrió los tesoros de sus cofres, me contó el
secreto para ser feliz. Yo se lo he querido contar a ustedes para que lo
comuniquen a otros y, sobre todo, para que practiquen en su vida los pasos de
la felicidad. Empeñémonos en ser buenos y seremos felices. Hagamos con
perfección lo que tenemos que hacer y la felicidad nos llegará sola:
***
Un cachorro estaba afanado tratando de agarrar su propia cola. Pasó por
allí un perro viejo y sabio, y al verle tan desesperado, le preguntó:
-¿Qué estás haciendo que te veo tan afanado en esa especie de gimnasia
tan imposible?
-Me han dicho que la felicidad está en mi cola. Si consigo atraparla, seré
feliz.
El perro sabio le miró con mansa comprensión y le dijo:
-Es cierto que la felicidad está en la cola. Por eso, yo hago lo que tengo que
hacer y voy donde tengo que ir y ella siempre me sigue.
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7.- EL ARBOL DE PROBLEMAS
Aquel día había resultado especialmente desafortunado al carpintero que la
buena señora había contratado para que le ayudara a reparar una vieja granja. La
cortadora eléctrica se había empeñado en no funcionar y ahora, cuando ya
anochecía, el viejo camión no quería arrancar.
-Yo lo llevo en mi carro hasta su casa -se ofreció amablemente la señora.
Casi no se cruzaron una sola palabra a lo largo de todo el camino. El rostro
del hombre era una estampa de desánimo y cansancio. Sin embargo, cuando
llegaron, sonrió penosamente e invitó a la señora a que entrara un momento en su
casa para que conociera a la familia.
Mientras se dirigían a la puerta, el carpintero se detuvo un rato frente a un
pequeño árbol y le estuvo acariciando sus ramas. Cuando entraron, ocurrió en él
una transformación sorprendente: su cara se iluminó con una ancha sonrisa,
abrazó con júbilo a sus hijos y besó con entusiasmo y cariño a su esposa. Se
tomaron un café, conversaron alegremente un rato y luego, al despedirse,
acompañó a la señora hasta su carro. Al pasar junto al árbol, la señora sintió
curiosidad de averiguar qué es lo que había hecho en el arbolito unos minutos
antes que lo había transformado de ese modo.
-¡Oh, ese es mi árbol de problemas! -contestó sonriendo el carpintero-. Sé
que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es bien
segura: no me los llevo a la casa, no quiero atormentar con ellos ni a mi esposa ni
a mis hijos. Así que los cuelgo cada noche en el árbol antes de entrar en mi casa.
A la mañana siguiente los recojo, pero la verdad es que, durante la noche
disminuyen y se debilitan mucho.
Sería bueno que, en la entrada de cada escuela, se colocara un árbol
donde los maestros fueran dejando sus problemas, las cosas que les preocupan
o les angustian. Con demasiada frecuencia, son los alumnos los que pagan los
pleitos
familiares de sus maestros,
sus necesidades económicas,
sus
inseguridades y carencias afectivas. Los alumnos no son culpables de que te
hayas peleado con el esposo o con los hijos, de que te haya regañado el director,
de que no te alcance el dinero, o de que no pudieras conseguir carrito. Tampoco
deben pagar tu frustración existencial de que querías estudiar otra carrera y
entraste a educación porque sólo allí quedaban cupos. Los alumnos te necesitan
alegre, positivo, entusiasta. Por ello, deja los problemas antes de entrar en la
escuela y proponte siempre ser la persona más alegre del salón. Vive cada clase
como una aventura, convierte tu salón en una fiesta. Recuerda siempre el
excelente poema de Celaya:
Vivir es una fiesta.
Tengo las manos llenas de alegrías explosivas
y el cerebro barrido de recuerdos.
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Cada día que me dan es un de más.
Nunca me cansaré de agradecerlo.
Y de decir que no entiendo.
Vivo de día en día, de sorpresa
en misterio (...)
Dando gracias a todo lo que existe
porque existe.
“Vivo de día en día, de sorpresa en misterio”. Todo es don, todo puede ser
fuente de alegría. Vive en la disposición de sacarle provecho a todo lo que te
suceda, incluso a los problemas Dios te los envía y está a tu lado:
***
Recuerda la historia de aquel místico sufí que, después de un día de
hambre, fatiga y frío, empezó a darle gracias a Dios por haberles dado “un día tan
maravilloso”. Al oír esto, sus embravecidos compañeros se pusieron a murmurar
entre ellos y a quejarse fastidiados del cinismo de su maestro. Al rato, uno de
ellos, no pudiendo contener su ira, le dijo:
-No puedo creer que tu oración sea sincera. ¿Cómo puedes llamar
maravilloso un día tan horrible y hasta darle gracias a Dios por él?. ¿Dónde está lo
maravilloso? No hemos comido, estamos agotados, nos han despreciado donde
hemos buscado alojamiento y vamos a pasar la noche muertos de frío.
-Verás, -replicó el místico con paciencia-, lo que necesitamos esta noche
es hambre, pobreza, frío. Si no lo necesitáramos, Dios no nos lo habría dado.
¿Cómo no vamos a estar pues agradecidos? El siempre se preocupa por nuestras
necesidades. ¡Grande es su nombre.
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8.- EL ABETO INCONFORME
Había un abeto, joven y elegante, que vivía infeliz en el bosque. Los
niños pensaban que era muy bello y les encantaba jugar con él, pero el
abeto sólo pensaba en crecer rápido; quería ser un árbol grande para que
lo convirtieran en el mástil de un barco y así recorrer el mundo y visitar
muchos países. Después, si se cansaba, le gustaría ser un gigantesco
árbol de navidad que lleno de colorido y luces, colocarían en una plaza
grandiosa para que todo el mundo lo admirara. Siempre insatisfecho, era
incapaz de escuchar las canciones de los pájaros y no lograba disfrutar con
las caricias de la brisa, del sol y de la lluvia. Sólo deseaba que lo cortaran
y se lo llevaran, para así huir de esa monotonía., ¡Cómo sufría el infeliz
cuando veía que se llevaban a otros árboles del bosque, sin duda menos
hermosos y esbeltos que él! . Por fin, un día, llegó un hombre con un hacha,
se fijó en él, asintió con la cabeza, lo cortó y se lo llevó a su casa. Era
navidad y allí lo adornaron con luces y bambalinas, y él se moría de las
ganas de que anocheciera para relucir, y luego que fuera de día para que
los niños vinieran a recoger sus regalos... Cuando estaba ya fastidiadísimo
de esa monotonía de días iguales donde ya nadie alababa su belleza, sintió
que un día lo desnudaban de todos los adornos y su corazón empezó a latir
de la emoción porque pensaba que lo iban a llevar a conocer otros lugares.
Para su tristeza y decepción, lo retiraron de la casa y lo llevaron a un
desván. Le costó mucho aceptar que lo habían abandonado y lloraba
desconsoladamente de rabia y de impotencia. Unos ratones intentaron
consolarlo, le propusieron ser sus amigos y le invitaron a jugar y a
divertirse, pero el abeto infeliz pensaba que él había nacido para algo
mucho más importante que jugar con unos pobres ratones y vivía en
solitario su desencanto. Cuando por fin, alguien entró a buscarlo, pensó
que lo iban a plantar de nuevo o que lo llevarían a recorrer el mundo, pero
lo picaron en pedazos e hicieron con él leña. “Se acabó, se acabó –pudo
quejarse antes de morir- ¡Si me hubiera alegrado cuando aún podía!”
(Versión libre de un cuento de Christian Andersen)
Con frecuencia, nos pasa como al abeto del cuento. Ansiosos de vivir el
futuro, agotados en planes y más planes, somos incapaces de vivir el presente
que es lo único que tenemos. El afán de la eficiencia, de amontonar dinero, de
sobresalir y llamar la atención, nos impide disfrutar la vida. Vivimos siempre en
función del mañana, del futuro, posponiendo la intensidad del momento.
Queremos que los niños crezcan pronto y, cuando son jóvenes, les obligamos a
actuar como mayores. Nos la pasamos haciendo planes y posponiendo el gozo
pleno del momento presente: cuando me gradúe, cuando tenga casa, cuando
vengan los niños, cuando crezcan, cuando se gradúen, cuando se casen... En
definitiva, la vida se nos escapa sin empezar a vivirla.
Vive y disfruta el presente. Esto no es irresponsabilidad. Todo lo contrario:
nada recogerás en el futuro que no hayas sembrado en el presente. Si te
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propones vivir a plenitud cada presente, irá siendo pleno tu futuro. Quien no es
capaz de vivir el presente, no puede vivir el futuro. Busca la plenitud en todo lo que
haces. No seas un eterno campeón de la fuga. Vive intensamente cada día,
proponiéndote que nada ni nadie te va a preocupar, ni va a empañar tu alegría. Si
te surge algún problema o la angustia te lanza sus dentelladas, dile que, durante el
día de hoy, no va a lograr su cometido, no le vas a hacer caso. Y así cada día,
pero sólo el día. Cuando le preguntaron a Santa Teresita de Jesús cómo podía
vivir tan alegre en medio de tantos problemas y sufrimientos, la santa respondió
con sencillez: “Es que yo sólo vivo un día cada día. Y no hace falta ningún
heroísmo para vivir con alegría y en paz las pocas horas que tiene el día”.
Semejante fue la respuesta de San Felipe Neri cuando le preguntaron cómo hacía
para estar siempre contento y de buen humor en medio de tantos peligros y
sufrimientos: “Es que yo cargo sobre los hombros sólo el peso del momento
presente”.
Los antiguos romanos eran sumamente prácticos y tenían dos lemas que
repetían contínuamente: Carpe diem, que significa, aprovecha o vive el día
presente y age quod agis, es decir, haz bien lo que tienes que hacer, sin
distraerte en otras cosas...
Trata desde que te levantas, de vivir el día en total gozo y plenitud, de
ser un regalo para todos los que vas a encontrar en tu camino. Bríndales tu mejor
sonrisa, una palabra de aliento, un saludo cariñoso. Vive la vida derramándote
sobre los demás. Vive el presente en toda tu intensidad, pues es lo único que
tienes. Recuerda el poema de Borges:
Instantes
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto,
me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido;
de hecho, tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas,
nadaría más ríos.
Iría a más lugares a donde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas
que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida;
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claro que tuve momentos de alegría;
pero, si pudiera volver atrás,
trataría de tener sólo buenos momentos.
Por si no lo saben,
de eso está hecha la vida,
sólo de momentos,
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos
que nunca iban a ninguna parte
sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaidas.
Si pudiera volver a vivir,
comenzaría a andar descalzo a principio de la primavera
y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres
y jugaría con más niños.
Si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero, ya ven, tengo 85 años
y sé que estoy muriendo.
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9.- EL PAIS DE LAS MULETAS
En un lejano país, un rey salió a combatir al frente de sus soldados y, en
el fragor de la pelea, le hirieron gravemente en uno de sus muslos, se le
gangrenaron las heridas y, para salvarle la vida, tuvieron que cortarle la pierna.
Regresó a su reino y, para poder caminar, fue necesario que se ayudara en unas
muletas. Para solidarizarse con su rey, su Primer Ministro comenzó a caminar él
también apoyado en unas muletas a pesar de tener sus dos piernas en perfectas
condiciones. Pronto, comenzaron a imitarles los muchos arribistas y jaladores que
nunca faltan, y a los pocos días, casi toda la población de aquel país andaba con
muletas. Con el tiempo las muletas pasaron a ser símbolo de distinción y jerarquía:
Los ricos las hacían con las maderas más finas y les incrustaban joyas y piedras
preciosas, los comerciantes se apresuraron a montar varias fábricas de muletas y
a vocear sus ventajas funcionales, comenzaron a ser despreciados y tenidos por
bárbaros los que todavía caminaban sin muletas, y muy pronto en las escuelas se
empezó a dar clases de cómo caminar con muletas, barnizarlas y cuidarlas.
Todos llegaron a convencerse de que era mucho mejor caminar con muletas que
sin ellas y el Consejo de Ministros logró convencer al rey de que emitiera un
decreto real prohibiendo caminar sin muletas y exigiendo que todo niño, desde su
nacimiento, fuera adiestrado a caminar con sus muletas.
Fue pasando el tiempo y en aquel país ya nadie sabía que era posible
caminar sin sus muletas...
Al cabo de muchos años, un joven inconforme empezó a decir que las
muletas eran un estorbo y que era posible e incluso preferible caminar sin ellas.
Nadie le dio mucha importancia a sus ideas por considerarlas locuras de joven, se
rieron de él, y esperaron que el tiempo le devolvería la sensatez.
Pero el joven seguía insistiendo en su descabellada idea. Parecía que no
podía quitársela de la cabeza y se soñaba corriendo sin muletas por el monte,
trepándose a los árboles, escalando montañas... En vano trataron sus padres de
hacerle entrar en razón:
-Ya no eres ningún niño para seguir con esas locuras –le dijo un día con
verdadera ira su padre-. Te prohibo que vuelvas a mencionar el tema. Tu conducta
nos está trayendo muchos problemas. Todo el mundo comienza a mirarnos feo y
se la pasan murmurando de tu proceder y de nuestra debilidad que te permitimos
seguir con tus locuras. De ahora en adelante, si quieres seguir viviendo en esta
casa, tienes completamente prohibido hablar de eso.
De nada sirvieron amenazas y castigos. El joven no iba a abandonar una
idea que se había adueñado por entero de su vida, y le sembraba chispas de
ilusión en los ojos y le ponía a galopar afiebradamente el corazón. Cuando
corrieron rumores de que el joven había sido sorprendido practicando a
escondidas el caminar sin muletas, comenzaron a preocuparse seriamente las
autoridades de aquel país y, como último recurso, enviaron al sacerdote del lugar
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a que lo convenciera por las buenas. Si no lo lograba, tendrían que proceder de un
modo mucho más severo. No iban a permitir que las locuras de un joven
sembraran las semillas de la desintegración y la discordia.
-¿Cómo puedes ir en contra de nuestras tradiciones y nuestras leyes? –le
dijo el sacerdote-. Durante años y años, todos hemos andado perfectamente con
la ayuda de las muletas. Con ellas, te sientes más seguro, y tienes que hacer
menos esfuerzo con las piernas. Las muletas son un gran invento, símbolo de la
civilización y de la ciencia. Dios nos dio la inteligencia para que la usáramos; ir
contra las muletas es ir contra Dios. Sólo los animales, que son seres inferiores,
pueden caminar sin ellas. ¿Acaso pretendes que los imitemos y tiremos por la
borda tantos años de avances y progreso? ¿Cómo vas a despreciar nuestras
bibliotecas donde se concreta todo el saber de nuestros antepasados sobre la
construcción, uso y mantenimiento de las muletas? ¿Cómo vas a irrespetar
nuestros símbolos patrios que llevan en el escudo y la bandera una muleta? ¿Qué
sentido tendrán nuestras oraciones en las que todos los días agradecemos a Dios
el habernos dado la sabiduría para perfeccionar cada vez más la utilización de las
muletas? ¿Acaso vamos a ignorar a nuestros próceres, nuestros sabios y nuestros
santos que levantaron su gloria, sabiduría y santidad bien afincados sobre sus
muletas?
Fracasó también el sacerdote y, para impedir la propagación de ideas tan
perniciosas, encarcelaron al joven. Allí fue practicando con avidez su propuesta
de prescindir de las muletas. Sus piernas débiles se fueron fortaleciendo y cada
día su caminar era más seguro y firme.
Decidieron desterrarlo del país. Lo sacaron de la cárcel y ante los ojos
impávidos de todos, el joven arrojó sus muletas al aire y comenzó a correr gritando
de alegría, al encuentro de sí mismo, de su libertad.
¡Cómo nos cargamos de muletas para sentirnos seguros e importantes! Las
muletas del dinero, de la fama, del poder, del carro nuevo, de la tarjeta de crédito,
del título... Afincados en nuestras muletas nos creemos superiores, ocultamos
detrás de ellas nuestra inseguridad, nuestros miedos. Confundimos la libertad con
llenarnos de cosas, con apoyarnos en muletas doradas. Ya nadie se atreve a ser
él, a caminar sin muletas. Estamos confundiendo la libertad, con amarrarnos a
nuestros caprichos y deseos, cuando la verdadera libertad consiste en liberarse de
toda muleta y atadura, en vivir de tal forma que nada ni nadie tenga poder sobre
uno. La libertad implica una serie de rupturas de todo aquello que nos impide vivir
con autenticidad, de todo lo que nos ata y esclaviza.
En el capítulo 5 del evangelio de Juan, el paralítico que llevaba 38 años de
inmovilidad, se fía plenamente de la palabra de Jesús, se levanta, arroja al aire
sus muletas y empieza a caminar libremente, mientras que todos los demás se
quedan paralizados por las muletas de sus fundamentalismos, su miedo al
cambio, sus leyes y costumbres...
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¡Arroja al aire las muletas del peso de la tradición, de las costumbres y
rutinas, del qué dirán... Las muletas de una cultura que nos llena de deseos y de
falsas seguridades para impedirnos vivir. Las muletas del título, que nos paralizan
en nuestra propia complacencia y no nos dejan correr al encuentro del alumno!
No son las muletas las que te ayudan a caminar; más bien, son ellas las
que te lo impiden:
Durante siete años no pude dar un paso.
Cuando fui el gran médico
me preguntó: “¿Por qué llevas muletas?”
Y yo le dije: “Porque estoy tullido”.
“No es extraño –me dijo-.
Prueba a caminar. Son esos trastos
los que te impiden andar.
¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!”
Riendo como un monstruo,
me quitó mis hermosas muletas,
las rompió en mis espaldas y, sin dejar de reir,
las arrojó al fuego.
Ahora estoy curado. Ando.
Me curó una carcajada.
Tan sólo, a veces, cuando veo palos,
camino algo peor por unas horas.
(Bertolt Brecht)
Atrévete a ser tú mismo, a caminar con pasos firmes al encuentro de tu
libertad. Dios te creó para que fueras libre, para que no te dejaras atrapar por
caprichos ni miedos. Escala la cumbre de tí mismo, no tengas temor a la altura,ni
al abismo ni a la noche. Corta la cuerda que te impide ser libre. Arrójate en brazos
de Dios y fíate por completo de Él:
***
Un andinista soñaba con escalar él solo el Aconcagua. Durante meses se
preparó con paciencia y entusiasmo para esa aventura que se había adueñado
por completo de su vida. Y llegó por fin el día en que emprendió la larga marcha.
A medida que subía, el esfuerzo y la emoción golpeaban mazazos cada vez más
fuertes en su corazón. A sus pies fueron quedando los árboles, los ríos, los
últimos vestigios de vida. Sólo quedaba él , la montaña y sus sueños a punto de
hacerse realidad.
25
Ya acariciaba con sus ojos la cumbre cuando cayó de golpe la noche con
su larga carga de tinieblas. A pesar de que casi no veía, decidió continuar
adelante, atrapado por la emoción de pasar la noche en el pico para ver desde allí
el amanecer.
Un mal paso, un resbalón, y empezó a rodar velozmente monte abajo,
hasta que un fuerte tirón que casi lo parte en dos lo detuvo de golpe: la cuerda
que llevaba amarrada a la cintura le impidió que cayera en el abismo.
Tras recobrar la calma y encontrarse guindando de una cuerda en medio
de una noche cerrada y negra, sólo se le ocurrió gritar con desespero:
-¡Ayúdame, Dios mío! ¡Ayúdame, te lo ruego!
De repente, cayó sobre él una voz profunda y grave:
-¿Qué quieres que haga?
-¡Sálvame, Dios mío!
-¿Realmente crees que yo puedo y quiero salvarte?
-Sí, lo creo, yo sé bien que tú eres mi padre y que me amas...
-Entonces, ¡corta la cuerda que te sostiene!
El andinista no esperaba esa respuesta. ¡Cómo iba a cortar la cuerda si era
la que le impedía rodar abismo abajo, caer en alguna grieta o estrellarse contra las
rocas! Seguro que Dios no le había hablado. ¿Cómo iba a hablarle Dios? Su
temor y desespero habían imaginado que Dios le hablaba. El hombre se aferró
más a su cuerda y se dispuso a pasar allí la noche. El viento gemia a su lado cada
vez más frío...
Cuenta el equipo de rescate que encontraron colgado a un andinista
congelado, muerto de frío, agarrado con desesperación a una cuerda ...A DOS
METROS DEL SUELO...
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10.- UN ERROR AFORTUNADO
En el salón de clase había dos alumnos que tenían el mismo apellido:
Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño, era un verdadero dolor de
cabeza para la maestra: indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador
de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era un alumno ejemplar.
Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos se
presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta. Creyendo que se trataba de la
mamá del alumno aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y
repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio
y fue directo en busca de su maestra. Cuando la encontró, le dijo casi entre
lágrimas: “Muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus
alumnos preferidos y que era un placer tenerme en su clase. ¡Con qué alegría me
lo decía mamá! ¡Qué feliz estaba! Ya sé que hasta ahora no he sido bueno, pero
desde ahora lo voy a ser”
La maestra cayó en la cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y
acarició levemente la cabeza de Urdaneta en un gesto de profundo cariño. El
pequeño Urdaneta cambió totalmente desde entonces y fue, realmente, un placer
tenerlo en clase.
Las expectativas que abrigamos hacia una persona se las comunicamos y
es probable que se conviertan en realidad. Esto es lo que se conoce como Efecto
Pigmalión. Según la mitología, Pigmalión, rey legendario de Chipre, esculpió en
marfil una estatua de mujer tan hermosa que se enamoró perdidamente de ella.
Invocó a la diosa Venus, quien atendió las súplicas del rey enamorado, y convirtió
la estatua en una bellísima mujer de carne y hueso. Pigmalión la llamó Galatea, se
casaron y fueron muy felices.
El mito de Pigmalión viene a significar que las expectativas, positivas o
negativas, influyen mucho en las personas con las que nos relacionamos. De ahí
la importancia de tener expectativas positivas de nuestros alumnos. La capacidad
de aceptar a los otros como son, y no como quisiéramos que fueran, y de
comunicarles dicha aceptación mediante palabras o gestos, es tal vez la principal
herramienta para producir cambios positivos en el crecimiento y desarrollo de la
persona.
Diferentes tests e investigaciones de Rosenthal han demostrado que las
expectativas de los maestros constituyen uno de los factores más poderosos en el
rendimiento escolar de los alumnos. Si el maestro tiene expectativas positivas
respecto a sus alumnos, se las comunica y logra que estos avancen. Lo mismo si
son negativas. Si el maestro está convencido de que sus alumnos -o alguno de
ellos- son incapaces, los vuelve incapaces. Como dice Fernando Savater: “Si
piensas que tu alumno es un idiota, si en realidad no lo es, pronto lo será”. Si, por
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lo contrario, el maestro está convencido de que tiene en su salón un grupo de
triunfadores, los vuelve triunfadores. Si el maestro tiene una autoestima positiva,
valora su trabajo y se encuentra a gusto consigo mismo, la comunica a sus
alumnos. Por el contrario, el maestro amargado, sin entusiasmo ni ilusión, cubre
toda la acción educativa con un manto de pesimismo y frena el aprendizaje de sus
alumnos.
Evita toda palabra, gesto u opinión ofensiva.(“Eres un inútil; no sabes
nada; mal, como siempre...”) Subraya siempre lo positivo, y sobre todo, no dejes
nunca de querer a tus alumnos. Querer a los alumnos no es alcahuetearlos ni
abrumarlos con ilusorias expectativas que les lleven a imaginar que son el ombligo
del mundo. Querer a los alumnos supone interesarse por ellos, por su crecimiento
y su desarrollo integral, alegrarse de sus éxitos aunque sean pequeños y parciales
y, sobre todo, nunca perder la fe ni la esperanza. El notable pedagogo ruso
Makarenko, cuenta la historia de un “malandro” que poco a poco se fue
transformando, gracias al trabajo cooperativo y autoresponsable. Más tarde, sin
embargo, reincide y huye con el dinero. Makarenko no lo denuncia a la policía, y
varios meses después el ladrón regresa, sin que nadie le obligue a hacerlo.
Makarenko actúa como si nada hubiera ocurrido, y le confía una gran cantidad de
dinero para que vaya a hacer compras a la ciudad. El conflicto quedó resuelto
automáticamente, sin necesidad de discursos moralizantes. La moral estaba
precisamente en el regreso del “malandro” y en el riesgo que Makarenko decidió
correr. No se trata de una “prueba”, sino que es la prueba de que el educador no
percibió al ladrón como tal, sino como una persona para quien cualquier milagro
es posible por el hecho de serlo. De ahí la necesidad de mirar a los alumnos
siempre con los ojos del corazón.
***
Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las villas
miseria de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones adolescentes en
situación de riesgo. Les pidió que escribieran una evaluación del futuro de cada
muchacho. En todos los casos, los investigadores escribieron: “No tiene ninguna
posibilidad de éxito”.
Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología encontró el estudio
anterior y decidió continuarlo. Para ello, envió a sus alumnos a que investigaran
qué había sido de la vida de aquellos muchachos que, veinticinco años antes,
parecían tener tan pocas posibilidades de éxito. Exceptuando a veinte de ellos,
que se habían ido de allí o habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi
todos los restantes habían logrado un éxito más que mediano como abogados,
médicos y hombres de negocios.
El profesor se quedó pasmado y decidió
seguir adelante con la
investigación. Afortunadamente, no le costó mucho localizar a los investigados y
pudo hablar con cada uno de ellos.
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-¿Cómo explica usted su éxito? –les fue preguntando.
En todos los casos, la respuesta, cargada de sentimientos, fue:
-Hubo una maestra especial...
La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la anciana,
aunque todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos
muchachos hubieran superado la situación tan problemática en que vivían y
triunfaran en la vida.
Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una grata sonrisa:
-En realidad, es muy simple – dijo-. Todos esos muchachos eran
extraordinarios, Los quería mucho.
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11.- EL RUISEÑOR
En los jardines del palacio de un emperador vivía un ruiseñor cuyo canto
era especialmente bello. Todos lo conocían y alababan, menos el emperador que,
muy ocupado en sus negocios imperiales, hacía mucho tiempo que no había ido
al jardín y no había podido escuchar su canto.
Un día, sus cortesanos decidieron celebrar el cumpleaños de su emperador
con una gran fiesta en el jardín. Estando allí, el emperador escuchó al ruiseñor y
quedó tan embriagado con su canto que llegó a llorar de la emoción.
-He visto lágrimas en los ojos del emperador, ¡ese es mi mayor tesoro! –
dijo el pájaro rechazando los regalos que le ofrecían.
Para que el emperador pudiera disfrutar continuamente de sus cánticos,
atraparon al ruiseñor y lo metieron en una jaula que colocaron en el salón imperial.
El ruiseñor siguió cantando, pero su voz se tornó triste.
Conocedores del amor del emperador por los ruiseñores, los habitantes del
vecino país le enviaron un ruiseñor de oro y piedras preciosas. Toda la corte,
incluso el emperador, se dejó seducir por el ruiseñor mecánico y pronto olvidaron
al otro, el verdadero, que fue languideciendo de tristeza y soledad.
En un descuido del encargado de limpiar la jaula, el ruiseñor escapó y, al
recobrar su libertad, reencontró la alegría y de nuevo su cántico fue una clarinada
de luz..
Pasó el tiempo, enfermó el emperador, le invadió la tristeza y entonces
añoró el canto límpido del ruiseñor. Le trajeron el ruiseñor de oro, pero no logró
devolverle la alegría.
Cuando el ruiseñor se enteró de la enfermedad del rey, voló a su ventana y
le dedicó sus mejores canciones. Al oirlo, el rey recobró la alegría y muy pronto
con ella la salud.
-Te quedarás ya siempre conmigo –le dijo el rey-. Te daré todo lo que
quieras, mandaré que te construyan una jaula de oro. Vivirás siempre a mi lado,
sin peligros, ni amenazas, sin tener que soportar el frío y el hambre en el
invierno...
-No quiero tus regalos, ni tu jaula –le contestó el ruiseñor-. Si quieres
hacerme feliz, sólo te pido una cosa: permíteme volar libremente. Vendré a
visitarte cuando me apetezca y entonces mi canción será siempre limpia y
transparente.
Deja a la persona que amas el disfrute de su libertad. El auténtico amor no
limita ni amarra, no enjaula en la dependencia, sino que pone alas al corazón
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para que emprenda el vuelo de su propia libertad. Amar a una persona es
ayudarle a descubrir su propio camino y darle ánimo y apoyo para que lo recorra
con autenticidad. Esta es la misión del verdadero maestro: alumbrar caminos y dar
la mano para que sean recorridos con libertad. Es también la misión de los
genuinos padres:
Y una mujer que llevaba un niño en los brazos dijo: Háblanos de los hijos.
Y dijo él:
Sus hijos no son de ustedes.
Son los hijos y las hijas del ansia de la Vida por sí misma.
Vienen a través de ustedes, pero no son suyos.
Y aunque vivan con ustedes, no les pertenecen.
Podrán darles su amor, pero no sus pensamientos.
Podrán abrigar sus cuerpos, pero no sus almas,
pues sus almas habitan en la mansión del mañana,
que ustedes no pueden visitar, ni siquiera en sueños.
Podrán esforzarse en ser como ellos,
pero no intenten hacerlos a ellos como ustedes.
Ya que la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Ustedes son los arcos con los que sus niños , cual flechas vivas,
son lanzados.
El arquero ve el blanco en el camino del infinito, y él,
con su poder, les tensará para que sus flechas puedan volar
rápido y lejos .
Que la tensión que les causa la mano del arquero sea su gozo,
ya que así como él ama la flecha que vuela,
ama también el arco que permanece inmóvil.
(Gibran Khalil Gibran: El Profeta)
Enseña a tus alumnos a apreciar la verdadera belleza que se manifiesta en
una puesta de sol, una noche estrellada, el canto transparente de los pájaros, el
rumor del agua entre las piedras, la caricia callada de una flor que se ofrece
humilde en la orilla del camino. La cultura moderna nos enseña a apreciar
únicamente las cosas materiales y nos vuelve incapaces de abrirnos al misterio de
la creación y de la vida. Por ello, vivimos hundidos en la trivialidad, con el corazón
atrapado por montones de cosas que nos fascinan, con las que intentamos llenar
nuestro vacío y arroparnos para aliviar el frío de nuestros corazones.. Hemos
perdido la capacidad de admiración y de asombro y, en consecuencia, no somos
capaces de abrirnos a lo transcendente. Cuentan que una tarde San Francisco de
Asís empezó a tocar las campanas como si hubiera un incendio. La gente salió
asustada de sus casas y cuando le preguntaron a Francisco qué estaba pasando,
el santo les dijo con sus ojos atrapados por la fascinación: “Vean ese atardecer
tan increíble y alaben en él la presencia de Dios”.
La obsesión por lo material no nos deja descubrir el valor real de cada uno.
La tragedia mayor de nuestros tiempos es que valoramos mucho más a las cosas
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que a las personas. Valoramos a las personas sólo por las cosas que tienen y a
los que no tienen nada o tienen muy poco no los valoramos. Olvidamos que cada
ser humano tiene un valor absoluto, es modelo único e irrepetible, nació con la
misión de vivir y realizarse a plenitud. En el relato anterior, el ruiseñor es el más
sensato de todos. Valora los sentimientos por encima de todo: aprecia las lágrimas
del rey, languidece cuando lo encierran y cuando siente que prefieren al falso
ruiseñor, pero es capaz de ignorar el olvido anterior y vuelve a cantar para el rey
cuando enferma. El rey se cura al encontrarse con alguien (el ruiseñor) que le
hace recuperar sus sentimientos. Por ello, vuelve a la vida. A todos nos vitaliza el
contacto con nuestros sentimientos. De ahí el deber de ser ruiseñores para los
demás, ayudarles a descubrir sus sentimientos, a valorar más el ser y el sentir que
el tener o el hacer.
El ruiseñor prefiere su libertad al amor posesivo del rey, a la seguridad de
una jaula de oro. Un pájaro enjaulado es un pájaro sin horizontes, sin capacidad
de volar, lleno de falsas seguridades. Tiene miedo a ser libre. En la jaula hay
seguridad, comida, calor... Afuera hay cazadores, frío, ventiscas...Enjaulados en
nuestras comodidades, tenemos miedo a vivir, a encontrarnos en el espacio
abierto, a ser libres. Nos llenamos de cadenas, construimos barrotes al alma y
desde nuestras doradas jaulas nos llamamos libres. El deseo de seguridad nos
hace añorar las cárceles. Para vivir en una jaula, no hacen falta alas. Para instruir,
para repetir canciones, para enseñar a vivir en jaulas, por doradas que sean, no
hacen falta alas. Más bien, estorban. Necesitamos una educación que combata el
miedo a vivir, el miedo a volar, que abra las puertas de las jaulas y estimule en los
alumnos la pasión por el riesgo y la libertad, por los vuelos de altura, que combata
los peros de los que tienen miedo al compromiso y a la entrega. Si no enseñamos
a los alumnos a volar, pronto se les morirán las alas:
***
El pájaro manso vivía en la jaula, y el pájaro libre en el bosque. Pero su
destino era encontrarse y había llegado la hora.
El pájaro libre cantaba: “Amor, volemos al bosque”. El pájaro preso decía
bajito: “Ven tú aquí; vivamos los dos en la jaula”. Decía el pájaro libre: “Entre rejas
no pueden abrirse mis alas”. “¡Ay!”, suspiraba el pájaro preso, “¿sabré yo posarme
en el cielo?”.
El pájaro libre cantaba: “Amor mío, canta canciones del campo”. El pájaro
preso decía: “Estate a mi lado, te enseñaré la canción de los sabios”. El pájaro
libre cantaba: “No, no, no; nadie puede enseñar las canciones”. El pájaro preso
decía: “¡Ay!, yo no sé las canciones del campo”.
Su amor es un anhelo infinito, mas no pueden volar ala con ala. Se miran y
se miran a través de los hierros de la jaula, pero resulta vano su deseo. Y aletean
nostálgicos y cantan: “Acércate más, acércate más”. El pájaro libre grita: “¡No
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puedo! ¡Qué miedo tu jaula cerrada!.” El pájaro preso canta bajito: “¡Ay, no puedo!
¡Mis alas se han muerto!”
(R. Tagore).
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12.- PRAKASH QUERIA VER A DIOS
Prakash era un hombre santo y estaba muy orgulloso de serlo. Su mayor
deseo era ver a Dios y por ello se alegró sobre manera cuando tuvo un sueño en
el que Dios le hablaba de este modo:
-Prakash, ¿en verdad quieres verme y poseerme plenamente?
-Por supuesto que lo quiero, ese es mi mayor deseo –replicó con
impaciencia Prakash-. Toda mi vida he esperado ese momento. Incluso me daría
por satisfecho si sólo lograra vislumbrarte ténuamente.
-Voy a satisfacer tus ansias. Te abrazaré en la cumbre de la montaña, lejos
de todos.
Al día siguiente, Prakash, el hombre santo, se despertó excitado después
de una noche inquieta. La vista de la montaña y la idea de ver a Dios cara a cara
le ponían a galopar el corazón. Caminaba como si estuviera a punto de volar.
Entonces, comenzó a pensar con impaciencia qué le regalaría a Dios porque, sin
duda alguna, Dios estaría esperando algún regalo.
-¡Ya lo tengo! –pensó Prakash ilusionado-. Le llevaré mi hermoso jarrón
nuevo. Es lo único valioso que yo tengo y sin duda Dios agradecerá mi
desprendimiento. Pero no puedo llevárselo vacío. Debo llenarlo con algo.
Por largo rato estuvo pensando lo que metería en el jarrón que iba a regalar
a Dios. No tenía ni oro, ni plata, ni piedras preciosas, y además pensó que esas
cosas tal vez no le agradarían tanto a Dios pues él mismo las había creado.
-Llenaré el jarrón con mis oraciones y mis buenas obras. Sin duda que es
esto lo que Dios espera de un hombre santo como yo. Recogeré mis sacrificios y
privaciones, mi servicio al prójimo, las largas horas de meditación y de oración y
se las entregaré a Dios en mi jarrón nuevo.
Prakash se sintió feliz de haber descubierto lo que Dios quería y decidió
aumentar sus buenas obras y oraciones para llenar pronto el jarrón que regalaría
a Dios. Durante las semanas siguientes anotó cada oración, cada sacrificio, cada
obra buena colocando una piedrita en el jarrón. Cuando estuviera a punto de
rebosar, subiría con él a la montaña y se lo ofrecería a Dios.
Por fin, con su hermoso jarrón lleno de piedritas, Prakash se puso en
camino rumbo a la montaña. A cada paso iba repitiendo lo que le diría a Dios:
“Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí. Estoy seguro que te
encantará todo lo que he hecho por llenarlo y para agradarte a ti. Tómalo y ahora
sí, abrázame”.
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Prakash siguió subiendo la montaña lo más rápido que podía. Se moría de
las ganas de ver y abrazar a su Dios. Repitiendo entre jadeos su discurso llegó por
fin a la cumbre pero Dios no estaba allí.
-Dios, ¿dónde estás? Me invitaste a verme aquí y yo he cumplido con mi
parte. Aquí estoy, pero no te veo. ¿Dónde estás? Por favor, Dios, no me
decepciones...
Lleno de dolor y desespero, el santo hombre se echó al suelo y rompió a
llorar. Entonces, oyó una voz que descendía retumbando de las nubes:
-¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Eres tú, Prakash?
No te veo. ¿Por qué te escondes? ¿Qué has puesto entre nosotros?
-Sí, señor, soy yo, Prakash. Tu santo hombre. Te he traído este precioso
jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para ti.
-Pero no te veo. ¿Por qué te empeñas en esconderte detrás de ese enorme
jarrón? Así va a ser imposible que nos veamos. Deseo abrazarte fuertemente;
por eso, arroja bien lejos el jarrón. Bota lo que tiene adentro.
Prakash no podía creer lo que estaba oyendo: cómo iba a romper su jarrón
tan preciado que contenía todas las buenas obras que él había hecho por su
Dios...
-No, señor, mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para ti. Lo he
ido llenando pacientemente con mis...
-Tíralo, Prakash. Dáselo a otro, si quieres, pero libérate de él. Deseo
abrazarte a ti, Prakash. Te quiero a ti por lo que eres y no por lo que has hecho
por mí. Bota, bota ese jarrón, que ya no aguanto las ganas de abrazarte...
(Tomado de Lázaro Albar Marin:
“Espiritualidad y praxis del orante cristiano”).
Cuánto nos cuesta aceptar que Dios nos ama incondicionalmente, sin
importar lo que hagamos. Pensamos que compramos su amor a base de nuestras
pequeñas buenas obras. Cómo nos cuesta aceptar la parábola del Hijo Pródigo y
terminar de entender que Dios es ese Padre Bueno que todas las tardes se pone a
esperar con el corazón agusanado de dolor el regreso de su hijo. Y cuando, por
fin, lo ve llegar, se arroja en sus brazos, lo cubre de besos y en vez de escuchar
las palabras de perdón del hijo arrepentido, le manda preparar una gran fiesta.
Nosotros nos parecemos demasiado al hermano mayor de la parábola. Nos
cuesta aceptar que el Padre sea tan bueno, no podemos comprender su júbilo y
alegría. Querríamos, en definitiva, un Dios menos bueno. Como somos pequeños
y mezquinos, como nos cuesta perdonar, nos hemos hecho una idea de Dios
pequeño como nosotros, a nuestra imagen y semejanza. Ya lo decía Feuerbach:
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“Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y los hombres le pagamos con la
misma moneda: nos hemos hecho una idea de Dios de acuerdo a lo que somos”.
Dios nos creó por amor y es su amor el que nos sustenta. El verdadero amor -y
Dios es amor- es desinteresado, se entrega sin esperar recompensa. Ama
siempre sin esperar la respuesta de la persona amada. Dios nos ama
infinitamente: nos llamó a la vida por amor y nos entregó generosamente todas las
obras de la creación para que nos sirvamos de ellas y veamos en ellas las huellas
de su mano. Si en verdad creemos que somos amados por Dios, nunca podemos
considerarnos solos. Todos somos amados por Dios, pero somos muy pocos los
que lo sabemos y muchísimos menos todavía los que lo experimentamos. De ahí
el deber de ser mediadores del amor paternal de Dios con todos los que lo
ignoran. Dios nos dio la vida para que la demos. Debemos ver a los demás, a los
vecinos, a los alumnos, a la gente que nos encontramos en la calle, como los ve
Dios. Dios nos ha elegido para mostrar, a través nuestro, su amor a los demás.
Por ello, que nadie se despida de tí sin sentirse mejor.
***
Sobre un gracioso valle al pie de los montes Apeninos estaban terminando
de construir un convento, cuyo prior era un hombre de Dios. Un día, cuando la
luz de la alborada pintaba de sonrisas el paisaje, el prior mandó llamar al hermano
arquitecto, un hombre que dominaba el lenguaje de las piedras y que había
interpretado magistralmente los sueños de su superior.
-Hermano, quiero que construyas una celda en el extremo del edificio, allí
donde no llega ningún ruido. Que el pasillo que conduzca a la celda domine todo el
valle y esté bañado de luz. Pero esta celda no debe tener ninguna ventana.
Comprendo, ¿un calabozo, –preguntó el hermano arquitecto- reservado para el
que cometa alguna falta grave?
-No, no, nada de eso. Escúchame bien: la celda debe ser bastante alta y de
buenas proporciones. Debes hacerla de tal modo que por unas aberturas invisibles
se filtre durante todo el día el alegre sol de Umbría, para que el que esté en esa
celda se encuentre sumergido en un pozo de luz.
-¿Quién habitará una celda tan especial? ¿Acaso el mayor místico o santo
del convento?
-No, no necesariamente. Enviaré allí al hermano que se encuentre triste y
apesadumbrado o aquel carcomido por los remordimientos y escrúpulos que
piense que no es digno del amor y del perdón de Dios. En esa celda sólo se
permitirá meditar esta idea: “Dios me ama tal como soy”. Mientras que en las
demás celdas o en la capilla del convento, cada hermano puede dedicarse a otras
meditaciones, a pensar en sus defectos para corregirlos, a llorar y pedir perdón
por sus pecados...,el que habite la celda que vas a construir con tu mejor ingenio
estará “condenado” a pensar únicamente en la inmensa ternura de Dios, el Padre
que nos ama infinitamente sin importar lo que hayamos hecho.
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Entusiasmado con la idea, el hermano arquitecto se atrevió a proponer que
sería bueno colocar en ella el bellísimo crucifijo de madera tallada que acababan
de regalar al convento.
-Había pensado en ello, pero me temo que la contemplación de ese cuerpo
torturado le lleve al huésped de la celda a decirse “Fueron mis pecados los que le
ocasionaron tanto sufrimiento y muerte. Mi maldad es tan grande que ocasionó la
muerte del propio Dios”.
-Pero la celda no puede estar vacía. Hace falta alguna imagen que recuerde
el amor del Señor.
-Primero será la dulce luz del “hermano sol” que se ofrece por igual a justos
y a pecadores. Además, en cada una de las paredes y en letras bien grandes,
gravarás el siguiente mensaje: TE AMO TAL COMO ERES. Si alguien se permite
un sentimiento de inquietud al constatar sus miserias y debilidades, estará
profanando esta celda en la que paredes, suelo y techo deben estar impregnados
únicamente de nuestra confianza en la ternura sin límites de Dios.
-Pero, Padre, ¿cómo no va a estar triste y apesadumbrado el hermano que
no es capaz de amar a Dios con toda su alma?
-Me gustaría que el hermano que pase uno o varios días en este lugar
sagrado conozca a Aquel que ha dicho: “No es el sano, sino el enfermo el que
tiene necesidad de médico”; conozca al buen pastor que sale en busca de la
oveja perdida y la carga feliz sobre sus hombres cuando la encuentra; al padre
que espera ilusionado al hijo descarriado y que se alegra con todo el corazón y
manda hacer una gran fiesta cuando por fin regresa. Se me ha ocurrido también
pedirle al hermano músico que componga un cántico –el único que estará allí
autorizado-, cuyo estribillo repita: “Déjame amarte tal como eres”.
-¿No ha escrito San Juan de la Cruz que seremos juzgados por el amor?
-Y yo te digo, hermano querido, que seremos juzgados por nuestra fe en el
amor. La fe, como las aberturas de la celda, permite al sol de la gracia invadir el
alma. ¿Y sabes tú cuál es la medida de la calidad de nuestra fe?: la imagen que
tenemos del amor de Dios. Todos los que tienen una idea mezquina, pobre, del
amor de Dios y lo imaginan como un tirano o un juez implacable ansioso de vengar
o hacer pagar nuestras faltas, son hombres de poca fe. Otros, en cambio, tienen
una imagen osada, podríamos decir “escandalosa” del amor de Dios, y son por ello
personas de una gran fe. Se parecen a la cananea del evangelio que arrancó a
Cristo lágrimas de admiración. Por todo esto, cuando sienta que alguno de los
hermanos anda apesadumbrado y triste, lo enviaré unos días a la celda.
-Quisiera ser el primero –pide el hermano arquitecto, besando con fervor la
mano de su superior.
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-Eso ya lo veremos. Mejor empieza ya a trabajar si quieres que la celda
esté lista pronto.
***
Muchos, más que amar a Dios, obran bien y evitan el mal para ganar el
cielo o evitar el infierno. Estos no tienen fe y no han comprendido lo que es el
amor.
***
Cuentan que el rey San Luis de Francia envió al obispo de Chartres a una
embajada. En el camino a su destino, el obispo se topó con una mujer de rostro
grave y andar decidido, que , a pesar de que era de día, llevaba en una mano una
antorcha encendida y en la otra un cántaro con agua.
Intrigado por esa imagen, el obispo mandó detener el carruaje y le
preguntó:
-¿A dónde vas y para qué llevas esas cosas?
-Con el agua voy a apagar el infierno, y con la antorcha voy a incendiar el
paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios por amor a Dios, no por miedo o de
un modo interesado.
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13.- EL REY BUENO
Había un rey sincero y bueno que gobernaba al país con justicia y con
bondad. En vez de vivir encerrado en su palacio, solía recorrer los confines de su
reino, para observar los problemas y tratar de ayudar a la gente. Si veía que sus
súbditos estaban alegres, su corazón saltaba de gozo.
Pero el buen rey se estaba poniendo viejo y tenía que entregar el reinado a
uno de sus cuatro hijos. Ellos querían mucho a su padre y el rey los amaba a
todos por igual. Por eso, no le era fácil decidir quién sería su heredero. Entonces,
se le ocurrió conversar individualmente con cada uno de ellos para detectar cuál
tenía las mejores cualidades para ser un buen rey. Los convocó frente a su
despacho e hizo pasar primero a Juan, su hijo mayor.
-Me siento ya viejo, hijo mío, y quisiera entregar mi trono a uno de ustedes.
Por ello, quiero preguntarte algo: ¿Qué harías tú si mañana fueras el rey del país?
Juan pensó un buen rato su respuesta y, por fin, le dijo:
-Trataría de que todos los hombres del reino estuvieran bien entrenados y
armados para que así fueran capaces de defenderse de cualquier enemigo. La
fortaleza de un país radica en sus ejércitos y en la fuerza de sus hombres.
-Muy bien, hijo –dijo el rey-, analizaré tu respuesta.
Al salir Juan, entró el segundo hijo, un muchacho muy inteligente. El rey le
dijo:
-José, hijo mío, estoy ya muy viejo y quisiera entregar el reino a uno de
ustedes. Pero primero me contestarás una pregunta.
El rey le hizo la misma pregunta que le había hecho antes a Juan y José,
después de pensar un rato, respondió:
-Buscaría la forma de que todas las personas del reino se instruyeran.
Abriría muchas escuelas para que todo el mundo pudiera estudiar pues la fuerza
de un país radica en la instrucción.
-Muy bien –dijo el rey-, analizaré tu respuesta.
El tercer hijo, Francisco, que era muy religioso, respondió la pregunta de su
padre diciendo que levantaría muchas iglesias y fomentaría el culto y la oración,
pues la grandeza de un país residía en la firmeza de la religión.
Cuando le tocó el turno al hijo menor, no aparecía por ninguna parte. Al
cabo de un buen rato, llegó corriendo y agitado, y el rey le preguntó:
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-¿Qué pasó, hijo? ¿Dónde estabas que no acudiste a conversar conmigo
cuando te tocaba? ¿Acaso no estás interesado en ser rey?
Pedro, que así se llamaba el hijo menor, respondió conteniendo los jadeos
del cansancio:
-Lo que pasó, padre, es que, mientras estaba esperando mi turno, me
enteré de que Santiago, el anciano caballerizo, había sido pateado por un caballo
y pensé que, en ese momento, lo más importante era correr en su ayuda para ver
si podía hacer algo por él.
El rey lo abrazó emocionado y le dijo:
-Ya sé quién será mi sucesor: serás tú, Pedro, porque no sólo sabes lo que
la gente necesita para ser feliz, sino que siempre estás dispuesto a hacerlo. Tú
sabes servir y eso es lo más importante.
***
Había una vez un rabino que tenía fama de santo. La gente vivía intrigada
porque todos los viernes desaparecía sin que nadie supiera a dónde iba. Dada su
bondad y buen nombre, comenzó a correr el rumor de que, en esas ausencias de
los viernes, iba a entrevistarse con el Todopoderoso.
Para salir de dudas, encargaron a alguien que siguiera secretamente al
rabino y averiguara a dónde iba. El viernes, el “espía” siguió al rabino a las
afueras de la ciudad y hora y media después, cuando sus piernas ya flaqueaban
de cansancio porque los pasos del rabino eran muy vigorosos, descubrió que este
se disfrazaba de campesino y, así vestido, entraba en un rancho miserable donde
se dedicaba a atender a una mujer no creyente que estaba paralítica.
En las horas siguientes, el rabino lavó y planchó la ropa de la enferma, le
preparó comida para ese día y para el sábado, limpió la casa, hizo algunos
arreglos y cortó leña para alimentar el fuego toda la semana.
Cuando el “espía” regresó a la congregación, todos los miembros de la
comunidad le rodearon ansiosos.
-¿A dónde fue el rabino? –le preguntaron-. ¿Le viste subir al cielo?
-No –respondió el “espía” -. Le vi subir mucho más arriba.
(Tomado de Armando José Sequera,
“Cuentos de Humor, Ingenio y Sabiduría”)
Dios Creador nos hizo a su imagen y semejanza, nos hizo creadores. El
creó todas las cosas y las puso a nuestro servicio. Con nuestra acción debemos
recrear el mundo, humanizarlo, hacer que cada día sea más humano. Un mundo
donde no haya personas con hambre, sin vivienda digna, sin escuelas, sin amor.
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El propio Dios se hizo hombre para remacharnos, con su palabra y con su
ejemplo, que lo importante es el servicio. De ahí que su mandamiento principal, el
distintivo de sus seguidores es el amor práctico, el que cura las enfermedades,
calma el hambre, ofrece corazón... Importante es la fortaleza, la sabiduría, el
fervor religioso, pero de nada valen sin caridad o sin solidaridad. La propia
oración no tiene sentido si no me ayuda a ser mejor, si de ella no salgo dispuesto
a derramarme sobre los demás. Tenemos que ser como el manantial, que no
guarda para sí su caudal, si no que se derrama dando vida. Y lo hace con alegría,
cantando. Si guardara para sí su agua, se pudriría y se le morirían las canciones.
Cuanto más amor demos, más nos llenaremos de amor. El único modo de
llenarnos de amor es dándolo. Todo lo que damos a los demás, termina volviendo
a nosotros. Compadecerse del hambre, del dolor, de la miseria, implica
comprometerse para aliviarlas o erradicarlas. Compasión viene de compartir:
participar de la misma pasión, del mismo sufrimiento. Si te apresaran por ser
cristiano, y dijimos que el distintivo del cristiano es el amor vuelto servicio ¿Qué
pruebas alegarían para condenarte? Vive y enseña a vivir la vida como don para
los demás. “En todo amar y servir”, como decía Ignacio de Loyola.
Recuerda el bellísimo poema de Gabriela Mistral:
Toda la naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que apartó la piedra del camino,
el odio de los corazones,
y las dificultades del problema.
Hay alegría de ser sano y de ser justo;
pero hay sobre todo,
la hermosa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo
si todo en él estuviera ya hecho,
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender...
Pero no caigas en el error
de pensar que sólo se hace mérito con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que son buenos servicios:
adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquel es el que critica;
ese es el que destruye.
Tú sé el que sirve.
El servir no es tarea de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: EL QUE SIRVE.
Y tiene ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy?
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¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
***
Cuenta la historia que hubo un cuarto rey mago, que llegó tarde a la cita de
Belén por quedarse a ayudar a un anciano. Cuando llegó, ya la Sagrada Familia
habían huído a Egipto. Hasta allá se fue en su búsqueda, pero tardó mucho en
llegar pues por el camino se demoró mucho ayudando a todos los necesitados que
encontraba. Perdió el contacto con el niño hasta que, a los treinta años, comenzó
a oir rumores y noticias de un gran profeta en Galilea. Desde el primer momento,
él adivinó que era Jesús y partió en su busca. Una vez más, se fue demorando por
el camino ayudando a los menesterosos, y sólo pudo encontrarse con Jesús
cuando subía hacia el calvario cargado con su cruz.
-Te he buscado durante toda mi vida -le dijo con ojos llorosos- y cuando
por fin te encuentro, te van a matar.
Jesús volvió hacia él su rostro ensangrentado y le dijo con una imposible
sonrisa:
-No necesitabas buscarme, porque tú siempre estuviste a mi lado.
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14.- LAS MANOS MAS HERMOSAS
Alberto Durero fue un afamado pintor y grabador alemán, sin duda alguna el
representante más genial del Renacimiento en el norte de Europa. Hombre de un
profundo humanismo, gozó durante su vida de gran prestigio y popularidad. Entre
las obras que más gustan a la gente y que han sido reproducidas en millones de
copias, se encuentra sus “Manos Orantes”. Esta es su historia:
Alberto Durero y Franz Knigstein eran dos jóvenes amigos que luchaban
contra toda adversidad por llegar a ser artistas. Como eran muy pobres y no
tenían ningún mecenas que los ayudara, decidieron que uno de ellos estudiaría
arte y el otro buscaría trabajo y sufragaría los gastos de los dos. Pensaban que,
cuando el primero culminara sus estudios y ya fuera un artista, con la venta de sus
cuadros podría subvencionar los estudios del compañero.
Echaron a suertes para decidir quién de los dos iría primero a la
universidad. Durero fue a las clases y Knigstein se puso a trabajar. Durero alcanzó
pronto la fama y la genialidad. Después de haber vendido algunos de sus
cuadros, regresó para cumplir su parte en el trato y permitir que Franz comenzara
a estudiar. Cuando se encontraron de nuevo, Alberto comprobó dolorosamente el
altísimo precio que había tenido que pagar el compañero. Sus delicados y
sensibles dedos habían quedado estropeados por los largos años de duro trabajo.
Tuvo que abandonar su sueño artístico, pero no se arrepintió de ello, sino que se
alegró del éxito de su amigo y de haber podido contribuir a ello.
Un día, Alberto sorprendió a su amigo de rodillas y con sus nudosas manos
entrelazadas en actitud de oración. De inmediato, el artista delineó un esbozo de
la que llegaría a ser una de sus obras más famosas “Manos Orantes”.
Necesitamos una educación que se oriente no meramente a formar la
mente, sino también el corazón y las manos. Manos siempre abiertas a la ayuda y
el servicio, que nunca se cierren en puño que amenaza y que golpea. Manos
hábiles, trabajadoras, que asumen el trabajo como medio fundamental de
realización y buscan la excelencia en todo lo que hacen. Manos que acarician, que
saludan con afecto, que aplauden con júbilo los triunfos ajenos, que dan pero
también reciben y agradecen. Manos que sanan, dan calor, acortan distancias.
Manos encallecidas por el servicio y el trabajo. Como las de Dios:
Dios tiene las manos sucias
el pelo despeinado
su ropa huele a tierra y a sudor
sus modales son rudos.
Sí, porque Dios está en el pobre que
encontramos en la calle,
el mendigo que interrumpe nuestros pasos
el obrero de manos callosas
el muchacho que vende periódicos
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el mecánico embadurnado de grasa.
Dios está en el obrero de manos callosas
y frente bañada de sudor
luchando por sembrar la justicia
por sembrar el amor
en medio de protestas y rebeldías.
Así es Dios,
siempre ocupado, construyendo un ideal.
Pero hay quienes lo imaginan
sentado en su trono celestial
limpio, sereno, inmaculado
rodeado de ángeles puros,
y entonces piensan que seguir a Dios
es apartarse del mundo que les rodea
y caminan en la orilla con las manos juntas,
limpios, tranquilos, felices de vivir allí.
De vez en cuando meten las manos en el mundo
para hacer una buena acción
que es más bien un tranquilizante de conciencia
y procuran no mancharse
no contaminarse con la suciedad
y vuelven a tomar su camino
convencidos de que siguen a Dios.
Pero se olvidan que Dios tiene las manos sucias
y que vive con los pobres
y que quien quiere seguirle
debe disponerse a ensuciarse las manos.
Dios está aquí, con sus hijos predilectos:
los pobres.
¿De qué sirve si te vas por la orilla?
Dios quiere que te ensucies las manos con El
que te enredes en la trama humana,
como lo hace El.
No te ocultes en el manto de Dios
para no tener nada que ver con los que te rodean.
Dios lucha en el hombre de hoy
y cuenta contigo.
***
Cuenta una leyenda que hace muchos años vivían tres hermosas
princesas en un palacio real. Una mañana, mientras paseaban por el maravilloso
jardín con sus fuentes y rosales, empezaron a preguntarse cuál de las tres tenía
las manos más hermosas. Elena, que se había teñido los dedos de rojo agarrando
unas fresas, aseguraba que las suyas eran las más hermosas. Antonieta, que
había estado entre las rosas y sus manos habían quedado impregnadas de
perfume, no tenía la menor duda de que las suyas eran las más bellas. Juana
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había metido los dedos en el arroyo cristalino y las gotas de agua brillaban como
diamantes. También ella estaba convencida de que sus manos eran las más
hermosas.
En esos momentos, llegó una muchacha menesterosa que les pidió una
limosna. Las princesas, al ver su aspecto sucio y lamentable, pusieron cara de
asco y se fueron de allí. La mendiga pasó a una cabaña que se hallaba cerca
donde una mujer tostada por el sol y de manos toscas y manchadas por el trabajo,
le dio un pan.
Cuenta la leyenda, que la mendiga se transformó en un ángel que apareció
en la puerta del jardín y les dijo a las princesas:
-Las manos más hermosas son aquellas que están dispuestas a bendecir y
ayudar a sus semejantes.
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15.- ¿DÓNDE ESTA DIOS?
Tony de Mello nos cuenta la historia de un pececito que andaba buscando
desesperadamente el océano. Lo buscaba y lo buscaba por todas partes pero no
lo encontraba. Incluso empezó a dudar de su existencia pues había oído que
muchos peces sabios decían que no existía, que era tan sólo un invento de los
peces anteriores mucho más ignorantes que ellos.
Un día, se encontró con un pez muy viejo y venerable y le dijo:
-Sin duda que usted podrá ayudarme. Dígame, ¿dónde puedo encontrar el
océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado.
-El océano –respondió el viejo- es todo esto: donde nadas, buscas, vives.
Fuera del oceáno estarías muerto.
-¿Pero qué locuras me dice usted? Si esto es sólo agua –y el pececito se
alejó decepcionado, pensando que los muchos años habían vuelto imbécil al pez
viejo.
Buscamos a Dios o incluso negamos su existencia sin caer en la cuenta
que en él estamos, vivimos y nos movemos. Nos pasa como a los judíos en
tiempos de Jesús: tenían al mesías con ellos pero no supieron reconocerlo
Creo que es también de Tony de Mello la historia de aquel maestro Zen que
se sentó frente a sus discípulos a darles una charla sobre Dios. Apenas había
empezado a hablar, cuando un pájaro comenzó a cantar. El maestro quedó en
silencio, escuchando el canto. Cuando concluyó el canto, les dijo a sus discípulos:
-Después de todo lo que dijo el pájaro, no me queda a mí nada que decir –
se levantó y se fue.
Todo en el mundo es revelación de Dios. Todo vocea su presencia y
nosotros nos empeñamos en dudarla. En cada sonido está el eco de su voz, en
cada color un destello de su mirada. Todo es revelación, todo habla, si sabemos
escuchar.
Dices que no encuentras a Dios, ¿pero acaso lo buscas donde se
encuentra? No lo busques, porque le aburren mucho, en los discursos filosóficos
que tratan de probar su existencia, ni en las agudas disertaciones teológicas, ni en
los cultos pomposos de los templos o en esos rezos monótonos y rutinarios. Mira
a tu alrededor y lo verás jugando con tus hijos, y si vuelves tus ojos al espacio, lo
verás caminando en la nube, desplegando sus brazos en el rayo y descendiendo
mansamente con la lluvia. Lo podrás ver sonriendo en las flores y elevándose
luego para agitar sus manos en los árboles. Lo verás en la canción del agua, en la
súplica del mendigo, en la fatiga del obrero. Pedimos milagros y no somos
capaces de apreciar el milagro imperecedero de la existencia y la revelación del
misterio en una noche estrellada, un amanecer luminoso, una sonrisa, un rayo de
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luz, los sorprendentes destellos de una mente inteligente...El máximo escritor
alemán de todos los tiempos, Johann Wolfgang Goethe, autor de la monumental
obra El Fausto, admiraba tanto a Mozart que consideraba su ingenio una
excelente prueba de la existencia de Dios. “Dios se manifiesta -decía- en los
milagros que se producen en algunos hombres que nos asombran y
desconciertan”. Muchos aprecian el cuadro maravilloso de cada amanecer, pero
niegan o no reconocen la existencia del pintor.
“Hermano almendro, ¡háblame de Dios!”
Y el almendro se cubrió de flores...
(Nikos Kazantzaki)
Recordemos también los versos de Tagore:
¿No has oído sus pasos callados?
El viene, viene..., siempre viene.
Dios Padre nos entrega todo como don gratuito , para que disfrutemos
como hermanos. Desgraciadamente, algunos olvidan esto y se apropian de los
bienes que pertenecen a todos:
***
Bholabhai estaba de vacaciones en el campo. Alquiló un bungalow cerca de
una reserva natural de aves. Una gran variedad de pájaros cantaba alegremente,
al otro lado de su ventana, durante todo el día. Bholabhai se sentía tan
emocionado que, cada vez que salía de la casa, daba gracias a Dios por las
encantadoras melodías de los pájaros. Un día, el encargado de la reserva salió a
su encuentro y le dijo:
-¿No creerás que esos pájaros cantan para ti?
-Por supuesto que lo creo –le respondió Bholabhai-. Estoy seguro que Dios
los envió para que cantaran sólo para mí.
-Pues estás muy equivocado. ¡Los pájaros cantan para mí!
Se enzarzaron en una disputa tan acalorada, que decidieron ir a juicio. El
juez escuchó el caso cuidadosamente y, luego, con enorme sorpresa de ambos,
les impuso a cada uno una multa.
-¡Cómo pudieron ser ustedes tan osados! –explicó su sentencia el juez muy
malhumorado. ¡Que todo el mundo sepa sin lugar a dudas que esos pájaros
siempre han cantado sólo para mí!
(Tomado de Lewis, Hedwig, “En casa con Dios”)
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***
Llegará un día en que los poderosos se apropiarán del aire y del sol y lo
venderán en cómodas cuotas; que habrá que pagar para ver las estrellas y serán
propiedad privada los mares, montañas, ríos y cascadas.
Dios, sin embargo, nos lo dio generosamente todo a todos. El, como padre
bueno, quiere que vivamos todos como hermanos, ayudándonos unos a otros,
poniendo en común, para disfrute de todos, los talentos que El nos dió.
Recordemos el poema de Charles Thomson:
No puedes rezar el Padrenuestro
y seguir diciendo “yo...”
No puedes rezar el Padrenuestro
y seguir diciendo “mi...”
No puedes rezar el Padrenuestro,
sin rezar por los demás.
Porque, cuando pides el pan de cada día
tienes que incluir a tu hermano.
Porque los demás están incluídos en cada petición.
Desde el comienzo al fin,
nunca dice “mi...” o “yo...”.
O este otro poema del Maestro Eckhart:
No existe eso que llaman “mi” pan.
Todo el pan es nuestro
y se me ha dado a mí,
a los demás a través de mí
y a mí a través de los demás.
Y no sólo el pan,
sino todas las otras cosas necesarias
para sustentar esta vida
se nos han dado en depósito
para compartirlas con los demás,
por causa de los demás,
para los demás y a los demás,
a través de nosotros.
Recordemos también, por fin,
Amado Nervo:
los versos de ese gran poeta mexicano
TU
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Señor, Señor, Tú antes, Tú después, Tú en la inmensa hondura del vacío y
en la hondura interior: Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa.
Tú en la flor de los cardos, y en los cardos sin flor.
Tú en el cenit a un tiempo y en el nadir; Tú en todas las transfiguraciones y
en todo el padecer; Tú en la capilla fúnebre y en la noche de bodas; Tú en el beso
primero y en el beso postrer.
Tú en los ojos azules y en los ojos oscuros.
Tú en la frivolidad quinceañera, y también en las graves ternezas de los
años maduros.
Tú en la más negra sima, Tú en el más alto edén.
Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo; si sus labios te niegan, yo te
proclamaré.
Por cada hombre que duda, mi alma grita: “Yo creo”. Y con cada fe muerta,
se agiganta mi fe.
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16.- LA ORACION DEL ALFABETO
Regresaba un campesino a la casa con su carreta , cuando, de repente, se
le salió una rueda. Como llegó la hora de hacer sus oraciones y aún no había
superado el problema, el campesino abandonó la reparación de la rueda y se
dispuso a rezar. Para su sorpresa, descubrió que había dejado olvidado en su
casa el libro de oraciones y, como tenía muy mala memoria, decidió rezar del
siguiente modo:
-Señor, como no traje el libro de oraciones, voy a recitar varias veces el
alfabeto y tú formas con mis letras las palabras que más te gusten, de modo que
te digas a ti mismo las cosas que quieras, cosas que yo sería incapaz de decirte
pues soy un hombre torpe y necio.
Cuando el campesino concluyó, el Señor dijo a uno de los ángeles que lo
acompañaban:
-De todas las oraciones que he escuchado hoy, esta ha sido sin duda la
mejor, pues ha brotado de un corazón sencillo y sincero.
(Cuento de la secta de los Jassidim, tomado de “Cuentos de humor,
ingenio y sabiduría”, de Armando José Sequera).
***
Un obispo recientemente nombrado en los mares del Sur, quería visitar
cada rincón de su vasta diócesis. Hacia el final de la gira, divisó una pequeña isla.
-¿Está habitada? –preguntó.
-Sí, pero solamente por tres viejos pescadores –le respondieron-. No vale la
pena que su Excelencia pierda su tiempo visitándolos. Viven aislados de todos,
como primitivos, casi como salvajes. Algunos dicen que están chiflados.
-De todas formas, querría visitarlos –insistió el Obispo.
Cambiaron así la ruta y se dirigieron a la isla. El obispo quiso desembarcar
solo y fue recibido con toda amabilidad por los tres extraños ancianos, que le
brindaron a su excelencia sus mejores frutos y toda su gentileza.
-Hijos míos –les preguntó el obispo- ¿pueden decirme cómo gastan el
tiempo en esta isla?
-Yo estoy muy ocupado –dijo el primero-. Desde muy temprano voy a
pescar para que mis hermanos tengan qué comer. Además, las redes están ya
muy viejas y gasto mucho tiempo remendándolas.
-También yo me la paso muy ocupado –dijo el segundo-. Desde temprano
me voy a cazar a la montaña. Con la piel de los animales salvajes hago zapatos y
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