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Nombre del archivo original: Sara Sibar - GEO.pdf
Título: Sara Sibar - GEO
Autor: Gisella Diaz

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Sara Sibar, majestuosa, camina con pies descalzos
Una Costa Rica más justa, en donde la
población
indígena
no
sufra
discriminación, no es sólo un sueño para
Sara Sibar. Ella contribuye a que sea una
realidad. Con la fuerza de su voluntad, salió
de su comunidad para ayudarla.
Revista GEO8 Ailleurs
Texto y fotografías Anouk Henry
Traducción Gisella Díaz
Sara Sibar en su oficina en la reciente Fiscalía Indígena del
Ministerio Público

Ella no avanza prudentemente ni a pasos silenciosos, como los indígenas cuando se adentran en la
montaña. No. Sus tacones retumban en los pasillos de los Tribunales de Justicia de San José y su vestido
elegante le imprime un sello de seguridad. Primer prejuicio desmentido: se puede reivindicar la causa
indígena sin vestir el traje tradicional. En América Latina, muchos de sus semejantes escogen mostrar sus
costumbres y sus adornos como emblemas. Al igual que ellos, Sara Sibar mira la injusticia de manera
crítica y con recelo. Pero ella ha escogido imitar a su enemigo para atacarlo mejor. Apenas siendo mayor
de edad y con cuatro dólares en el bolsillo, tomó el bus hacia la capital costarricense, para afrontar el
mundo “no indígena”. Segunda sorpresa: la normalidad cambia repentinamente de bando.
A lo largo de su discurso constuido brillantemente y a pesar de su sonrisa cordial, uno llega a comprender
que el occidente no tiene el monopolio de las evidencias. Su norte es otro, el de los Cabécares. Y más
precisamente, su comunidad de Ujarrás, ubicada en las montañas de la Cordillera de Talamanca, donde
creció con sus cinco hermanos y hermanas. Los Cabécares, uno de los 8 pueblos indígenas de Costa Rica,
tienen sus propias creencias, idioma y costumbres completamente diferentes al resto del país. Los lazos
entre ambos mundos son casi inexistentes. «Mi padre es agricultor y mi madre se ocupa de la casa. Para
que me dejaran ir a la capital, les tuve que mentir, haciéndoles creer que había encontrado un trabajo.
Siempre pensé que llegaría a estar en una condición diferente». Ella tenía razón, la ambición la llevaría a
sobreponerse a la tradición familiar.
La violación no es cultural
Hoy, a sus 27 años, sentada en su escritorio en la Fiscalía de Asuntos Indígenas del Ministerio Público de
Costa Rica, Sara Sibar se enorgullese del camino recorrido después de su primer trabajo como secretaria
en una organización indígena, el cual obtuvo algunas semanas después de su llegada a San José. Ella se ríe.
«Tenía el trabajo, pero no sabía cómo usar un fax, menos una computadora». Ocho años después, trata de
luchar contra el etnocentrismo de la justicia: los fiscales están en la obligación de tomar en cuenta la
dimensión cultural en el proceso. Todavía hace algunos años, los indígenas juzgados que no hablaban
español ni siquiera contaban con un intérprete para defenderse. Pero la mediación de Sara puede resultar
en ocasiones contraproducente para el acusado, como suele ocurrir en los casos de violencia sexual en
contra de las mujeres indígenas, doblemente discriminadas. «Muy a menudo, en casos de delitos de orden
sexual, el acusado indígena apelaba a su cultura para justificar sus actos. Los jueces pensaban entonces
que estos actos eran normales en la cultura indígena. Pero es totalmente falso, la violación no forma parte
de nuestra tradición».

En Costa Rica, como en otras partes de América Latina, los pueblos autóctonos son discriminados. La
administración, la universidad y los empleos calificados no están pensados en ellos. El parlamento no
cuenta con representantes indígenas. Los niños sufren de malnutrición y los adultos no tienen acceso
digno a la salud. Les es difícil sobrevivir cuando los proyectos de desarrollo turístico e industrial
amenazan sus territorios. Sara Sibar sabe que su poder en el seno del Ministerio Público es limitado. Es
por ello que complementa su labor participando en otros movimientos indígenas, alineando sus contactos
con los medios de comunicación. Ha publicado ya dos libros. En particular, le preocupa la situación de la
mujer indígena y participa activamente en la Alianza de Mujeres Indígenas de Centroamérica y México.
Esta mujer jóven se posiciona frente a los “machos” de su pueblo y los dirigente de las organizaciones
indígenas, que suelen ser mayoritariamente hombres. «Las mujeres son invisibles en el movimiento. Pero
el machismo no es inherente a nuestra cultura. En algunas comunidades, las mujeres tienen mucho poder.
Los hombres indígenas suelen ser machistas como el resto de los hombres en Costa Rica».
Cuestionando la pobreza
Para los Cabécares, el mayor flagelo que ha mantenido al pueblo en un estado de apatía es el mito del
“indio imaginario”. Según esta visión despectiva, los indígenas son salvajes que llevan plumas y tienen
muchos hijos. «Los no-indígenas deben comprender que nuestro punto de vista es diferente al de ellos. En
la ciudad, por ejemplo, los jóvenes piensan que todos los indígenas somos pobres, porque andamos
descalzos. Ellos ven la riqueza desde un punto de vista no indígena. A mí me gusta andar descalza. Todas
mis tías andan descalzas. Talvez es porque simplemente les gusta. Porque no les interesa coleccionar
zapatos. Nuestras casas son de madera porque es parte de nuestra cosmovisión. Son este tipo de
prejuicios los que debemos cambiar».
Rompiendo con el destino
Gracias a su audacia y determinación, se convertirá en algunas semanas en la primera abogada indígena
del país. Una vez que haya obtenido su diploma, piensa seguir luchando por la causa. Primero,
convirtiéndose ella misma en fiscal. Luego, por qué no, creando su propio bufete. Un caso rarísimo, ya que
es común que cuando las mujeres jóvenes dejan su comunidad, por ejemplo para ir a trabajar a San José
como empleadas domésticas, escondan su origen. «Ellas prefieren decir que son inmigrantes
nicaragüenses que ciudadanas indígenas. Si ellas regresan a visitar a sus familias, lo hacen con las uñas
pintadas, el cabello teñido y rechazando la comida tradicional».
Esta lucha, la libra Sara tanto para su pueblo como para ella misma. «Yo quiero dejar huella», dice
atormentada por la idea de «nacer, dar a luz y morir en la misma comunidad y desaparecer», como sus
compañeras de escuela, todas madres. Una mirada dura sobre las decisiones de sus amigas, una mirada
que encontramos a veces en aquellos y aquellas que se construyeron solos. Sin embargo, un día ella quiere
regresar a vivir a Ujarrás. Quizás con un compañero, no necesariamente un indígena. Pero eso es a futuro.
Primero, Sara Sibar quiere lograr grandes cosas. Y viendo la forma en que se entrega a sus tareas, estamos
seguros de que tendrá éxito.


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