A diferencia de lo que aseguran muchos estudios de mercado .pdf
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Autor: Albert
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A diferencia de lo que aseguran muchos
estudios de mercado, el vinilo es un
formato definitivamente marginal que
cada vez más amenaza con encarecerse
y alejarse del fan medio de la música. El
futuro es claramente digital. ¿Hasta
cuándo resistirá el plástico?
Cada vez que salta una noticia –acompañada de rigurosos estudios
de mercado como el que cada cierto tiempo elabora la compañía
Nielsen– de que las ventas de vinilo crecen, habría que tomarse las
informaciones con un poco de cautela, porque no es lo mismo
crecer (sencillamente) que crecer mucho (que es lo que nos quieren
hacer ver). Por ejemplo, en el primer semestre de 2012 hay un dato
que se arroja y que parece definitivo: las ventas de vinilos han
crecido un 14.2% en relación con 2011, y en el territorio de Estados
Unidos, el mercado más importante del mundo todavía. Ocurre, sin
embargo, que mientras en 2011 se despacharon 1.9 millones de
discos en este formato –con lo cual, los 2.2 millones acumulados
hasta ahora en 2012, y subiendo, significan una variación al alza
considerable–, no menos cierto es que eso es tan sólo una parte
insignificante de un pastel de 853 millones de discos vendidos hasta
ahora en todos los formatos, incluyendo por supuesto el digital, que
es casi el 90% del total. Los datos en frío suenan victoriosos y
sirven para que quien no lea la letra pequeña exclame frases del
tipo ‘vuelve el vinilo’ o ‘el vinilo nunca morirá’ –al fin y al cabo, un
crecimiento del 14% es notable–, pero la realidad del mercado dice
que el vinilo es un formato marginal que resiste de manera heroica,
como durante un tiempo fue marginal y heroica la supervivencia de
la cassette. La pregunta no es si vuelve el vinilo, porque el vinilo
sigue ahí y seguirá durante un tiempo. La verdadera pregunta es
cuánto tiempo le queda.
"¿Los discos
de música
clásica, existen
ya en vinilo?
Claro que no"
Hasta ahora, el formato ha demostrado un gran poder de aguante y
resistencia. A finales de los 80, cuando empezó a comercializarse el
CD, las ventas empezaron a menguar, sobre todo en álbumes
aunque no tanto en singles. El compact disc entrañaba novedad y
una superación tecnológica –en la grabación y en el consumo–
altamente atractiva en aquel momento, que le consolidaron como
formato hegemónico gracias a virtudes como el tamaño –más
pequeño, y por tanto más almacenable, menos pesado– y su
supuesta longevidad y pureza, más limpio (no acumulaba polvo,
permitía más fricción de la superficie) y también más duradero y
resistente a los golpes; se decía que sonaba mejor, pero eso no era
exactamente cierto. Así, el vinilo fue cediendo posiciones que hoy,
sin ir más lejos, ya no se podrán recuperar. ¿Cuántos sellos editan
jazz en plástico? ¿Los discos de música clásica, existen ya en
vinilo? Claro que no. Hubo un espacio de crecimiento –y por tanto
de salvación– para el formato cuando lo adoptaron los DJs como
herramienta, y durante toda la década de los 90 disfrutó de una
segunda juventud hasta la llegada, no ya del mp3, sino de las
herramientas de asistencia en la mezcla –FinalScratch, Serato,
Traktor– que han permitido a muchos artistas a dar el paso también
definitivo del analógico al digital, sobre todo para no deteriorar aún
más sus maltrechas columnas vertebrales.
La realidad, como dicen por ahí, es tozuda, y los tiempos ya no son
buenos para hacer uso del tocadiscos y la aguja. Los DJs que
manejan exclusivamente vinilo son una especie en extinción, e
incluso los más puristas han tenido que ceder a la presión del
contexto, sobre todo porque muchos clubs y festivales ya no
ofrecen buen servicio técnico con los platos, que muchas veces, si
aún existen, aparecen deteriorados y sucios, impracticables para
pinchar bien. Además, y volviendo a esa realidad fría y cruel, los
datos de Nielsen –volviendo al ejemplo del principio– obligan a
hacer una lectura entre líneas planteándose una pregunta crucial e
incómoda: ¿crece el vinilo, en el sentido de que cada vez más gente
vuelve a los antiguos usos y, en lugar del CD regresa al plástico, o
son algunos discos de artistas en concreto los que causan esta
distorsión? En 2011, las cifras de ventas de vinilo en Gran Bretaña
crecieron, pero del total de discos comercializados, un 80% eran de
un único artista, y un único título: “The King Of Limbs”, de
Radiohead, lo que significa que no se compra vinilo en realidad,
sino que se compra (más de lo habitual) un disco de un artista
superventas. Las cifras americanas del primer semestre de 2012
dicen que el disco más comercializado del año hasta ahora es “21”,
de Adele, con 3.668.000 copias, de las cuales sólo 10.300 son en
vinilo –y, aún así, es el quinto título más vendido por ahora, sólo por
detrás de Jack White (“Blunderbuss” acumula 18.000 copias),
Black Keys (17.600 de “El Camino”), la reedición de “Abbey
Road” de The Beatles (15.700) y, sorprendentemente, “Bloom”, de
Beach House con 14.100 copias. Bon Iver, por ejemplo, no llega a
los 10.000 con ninguno de sus dos LPs.
Hubo una época en que sellos de baile como Warp podían vender
hasta 20.000 piezas de un solo single, como fue su referencia
inicial, firmada por el efímero grupo Forgemasters –y ni siquiera
estamos hablando de un top 10 de Billboard, no al menos en
comparación con el más del millón de copias que se plancharon
inicialmente del “Blue Monday” de New Order en 1983–, y la simple
comparativa es suficiente para descorazonar a cualquiera que
sueñe, aunque sólo sea por un momento, con la restitución de un
statu quo que se adivina tan imposible como, en la Europa del siglo
XIX, volver al sistema feudal una vez pasaron las revoluciones
burguesas. Los tiempos han cambiado y el presente del consumo
de la música es digital: streaming, nube, descarga, o como se
prefiera, pero cada vez más sin la necesidad de tener un objeto
físico entre las manos.
Evidentemente, esta irreversibilidad es triste y deja un vacío, sobre
todo para quien todavía sigue pensando en términos románticos. El
vinilo, aunque repunte –que en términos de estatura es como si un
enano se sube a un taburete para ver si alcanza a mirar qué hay al
otro lado del Everest–, lleva tiempo jugando el papel de capricho, o
exquisitez, para una minoría que, sencillamente, puede (y quiere)
permitírselo, y que avanza hacia el estatus de objeto de lujo.
Todavía es asequible, por supuesto, y cualquier consumidor se
puede dar el capricho ocasionalmente, como quien sale a cenar a
un restaurante caro, y evidentemente hay clientes ávidos, adictos al
formato que no quieren negociar con nada más, y que poseen los
ingresos para mantener el hábito. De hecho, es este tipo de usuario
–generalmente identificado con los roles del audiófilo o del DJ, o del
coleccionista a niveles desbocados, comprador también de segunda
mano, que destina el grueso de sus ahorros a su hobby– el que
sostiene de verdad, no el negocio, sino el sentido del negocio.
Como antes se ha dicho, son los fans de un artista especialmente
popular los que ayudan a comprar en masa cierto título, que para el
sello se hace económicamente viable –incluso da beneficios– y que
para las estadísticas aporta un beneficioso maquillaje. Pero por
18.000 copias del álbum de Jack White hay sellos que planchan
tiradas nimias de 200 copias con las que poco más pueden aspirar
–y eso si lo venden todo, que no siempre ocurre– que a cubrir los
gastos para poder afrontar una nueva referencia.
"Comparado con
la gratuidad de
Spotify –o de la
descarga pirata–,
el gasto se vuelve
desmedido, un
lujo para la
mayoría de los
bolsillos"
Quien ha comprado vinilo con asiduidad se ha tenido que dar
cuenta necesariamente de dos cosas. La primera, que el producto
se ha ido encareciendo, bien porque no hay más remedio o porque
ciertos sellos han aprovechado la ocasión para incrementar su
márgenes de beneficio (ya de por sí muy escasos). Si hablamos,
por ejemplo, de un álbum doble, gatefold –es decir, con lomo y
doble tapa, con cada vinilo insertado en una de las ramas del
cartón–, con buen diseño e insertos (o incluso copia suplementaria
en CD), rara es la ocasión en que el producto baja de las 15 libras
para quienes compren en tienda o por correo en UK, o de los 20
euros en el resto de Europa. Lo que no es tan raro es que los
precios todavía suban más hasta incluso 30 euros o más, sobre
todo en comparación con un download o un CD, que en países con
tradición musical se han ido abaratado mucho, más que nada
porque sus ventas globales, éstas sí, llevan año cayendo en picado.
Para el comprador de vinilos hay otra opción, que es la de consumir
maxis –una media de tres cortes por disco–, que en los últimos
años se han encarecido también de manera notable. En la tienda
digital Boomkat, por ejemplo, algunas de las novedades marcan el
siguiente precio: “Two Different Ways (Remixes)”, de Factory Floor
en DFA, 7.99 libras; “Panna Cotta” de Matthew Johnson en
Itiswhatitis, 8.99 libras; “Algiers”, de Calexico (álbum sencillo),
14.99 libras; “Kill For Love”, de Chromatics (edición limitada doble
vinilo), 18.99 libras; “Coexist”, de The xx, en edición deluxe doble
vinilo + CD, 21.99 libras.
Un disco solo no arruina a nadie –que es el hábito de consumo más
estandarizado; el fan de The xx irá a comprarse el disco de su
grupo y no tendrá la necesidad de picotear en muchas más cosas–,
pero si lo quisiéramos todo –da igual si son estos discos u otros; los
precios poco varían– ya estaríamos pagando 63 libras (más gastos
de envío en la mayoría de casos), algo todavía más caro si tenemos
en cuenta el desfavorable tipo de cambio que existe actualmente
entre la libra y el euro. Comparado con la gratuidad de Spotify –o de
la descarga pirata–, el gasto se vuelve desmedido y, por tanto, un
lujo para la mayoría de los bolsillos. Incluso para los públicos más
minoritarios, y por tanto más proclives a consumir este formato,
muchas veces se producen incrementos del precio difíciles de
explicar. Hace algo menos de un año, cuando Demdike Stare
anunciaron su nuevo disco “Elemental”, que inicialmente se
editaba en vinilo dividido en cuatro partes –las dos primeras en una
caja archivadora por el inmódico precio de 35 libras; las otras dos
partes cada una a 10 libras más–, se puso de manifiesto cómo
muchas veces estas ediciones limitadas, o iniciales (pues el doble
CD, con material extra, y al precio de 16 libras, no se facilitaría
hasta meses después), juegan con la urgencia de los fans más
sedientos. El truco de limitar las tiradas a 1000 o 500 copias va
encaminado, cómo no, además de a evitar almacenamiento
excesivo de stock, a fomentar esa inquietud, ese miedo a que el
objeto se descatalogue y tener que pagar el doble o más, tiempo
después, en el mercado de segunda mano.
Como explicaba Rod Modell, de Deepchord / Echospace en una
entrevista en PlayGround hace unos días, ofrecer un producto de
calidad, bien fabricado y bien diseñado –muchas veces con vinilos
de colores–, dispara los precios de venta final sin que el sello pueda
garantizar que se vaya a recuperar la inversión. Fabricar cuesta
caro y comprar todavía más. Si tenemos en cuenta que las fábricas
cada vez compran más cara la materia prima de fabricación –el
vinilo viene del petróleo– y que cada vez hay menos plantas en
funcionamiento, y por tanto con menos competencia entre sí, se
entiende el lento, pero progresivo encarecimiento del vinilo.
El futuro no es nada esperanzador. No es nada probable que el
vinilo desaparezca, no de una manera inmediata ni irreversible. El
vinilo va a seguir, y lo hará durante muchos años mientras haya
mercado, que está visto que existe, es dinámico y fiel. Pero el
aficionado a la música deberá hacerse a la idea de que todo el vinilo
se va a encarecer –no sólo la tirada corta del sello experimental
underground, o la del vinilo de club planchado por el sello techno de
moda, sino también la del álbum de Sigur Rós o Radiohead que,
incluso contando con una expectativa de venta generosa, irá
alcanzando precios cada vez más insatisfactorios para el bolsillo
medio–. Ya no se trata de querer –que mucha gente quiere–, sino
de poder. Y llegará un día en que habrá vinilos a la venta, pero
muchos no podremos comprarlos si los sueldos no crecen. Uno
quiere tener esperanza y ser optimista, pero el futuro es claramente
digital, y todo está encaminado a llevar al vinilo a una lenta, discreta
y costosísima muerte asistida de la que todos hemos sido, somos y
seremos responsables. Mientras tanto, aquí lo defenderemos
mientras nos queden fuerzas.
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