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Abril, mes de la lengua
española y de la herencia africana
E
l 23 de abril de cada año se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Libro con el fin de promover la lectura, la industria
editorial y la protección de los derechos de autor. En coincidencia, en los
territorios hispanoamericanos se festeja el Día de la Lengua Española en
memoria del fallecimiento de Miguel de Cervantes, autor de Don Quijote de
la Mancha, la obra que abrió las puertas a la era de la novela moderna.
La Editorial Universitaria participó de lleno en la Semana de la Lengua Española con varias actividades: se organizó una expo-venta de
libros los días 23 y 24 de abril; se entregó una importante donación de libros al Centro de Documentación de la Carrera de Letras (CEDOCLEUNAH) con el fin de fortalecer los vínculos entre
ambas unidades. Mención especial merece la presentación del Atlas
lingüístico pluridimensional de Honduras, un proyecto de tres tomos
preparado por los académicos Ramón Hernández Torres y Julio
Ventura, y editado por la Editorial Universitaria. En este número presentamos parte de un interesante artículo sobre la obra
Don Quijote de la Mancha escrito por el académico
Héctor Leyva. Asimismo, no podíamos pasar por
alto el acontecimiento que se dio en torno a la figura de Gabriel García Márquez, quien el pasado
17 de abril inició un viaje sin regreso a su Macondo. Compartimos un artículo del escritor chileno
Ariel Dorfman en relación a su experiencia como
lector de Cien años de soledad y un divertido escrito del propio García Márquez, a propósito del Día
Internacional del Libro, sobre uno de sus libros favoritos: el diccionario.
Desde el año 2002, mediante decreto legislativo, abril se
convirtió en el Mes de la Herencia Africana en memoria del arribo de los primeros negros a Honduras en el
año de 1797. Con ello, publicamos un artículo de
la antropóloga Adrienne Pine —escrito especialmente para Página al viento— sobre
En este número:
un proyecto de solidaridad por parte de estudiantes de la UNAH con el Hospital Garí Recabalgar al hidalgo: transponer un imperialismo
narrativo / Héctor M. Leyva / 2
funa de Ciriboya.
La Editorial Universitaria mediante su
boletín espera mantener una plataforma de comunicación con el público y
toda la comunidad universitaria.
Boletín informativo de la Editorial Universitaria
Año III, No. 18 • Abril de 2014
Universidad Nacional Autónoma de Honduras
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“...los diccionarios tienen que sostener el mundo” /
Gabriel García Márquez / 4
Gabo, el taxista / Ariel Dorfman / 6
Director: Rubén Darío Paz
Edición: Suny del Carmen Arrazola
Néstor Ulloa
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Mercadeo y publicidad: Tania Arbizú
Apoyo logístico: Alejandra Vallejo, Maryori Chavarría
Recabalgar al hidalgo:
transponer un imperialismo narrativo
*
Héctor M. Leyva**
S
in habérselo propuesto el Quijote ha
presidido un lugar central en la historia literaria como modelo fundador
de la novela moderna, pero como todo
modelo con una influencia normativa
sobre las prácticas de la ficción narrativa que pudo haber aumentado con el
paso de los siglos hasta convertirse en
un imperial reinado contra el que seguramente el propio Cervantes se habría rebelado.
Como se sabe, Cervantes fue un fiel
vasallo de su reino por el que profesó
las armas, por el que fue herido y por
el que sufrió cautiverio y muchas otras
penalidades, pero en materia literaria
se permitió atacar a los autores consagrados de la época y sus anticuados
y pomposos estilos. Su figura fue la de
una inteligencia anónima con cierta picardía contestataria que al margen de
la corte y de las instituciones académicas sorprendió a legos y eruditos, y a
los tiempos venideros con su ocurrente novela. Después de cuatro siglos, el
2
estilo de novelar de Cervantes que en
su momento pudo hallarse aliado con
cambios interesantes en su sociedad,
ha llegado a institucionalizarse. Cervantes echó las bases en la literatura
del racionalismo europeo occidental
que en ese tiempo se levantaba contra
el pasado medieval y caballeresco. Ese
racionalismo que conduciría a la revolución francesa y al auge de la ciencia
y la tecnología, lo mismo que al endurecimiento de los procesos de colonización en el Tercer Mundo, fundó su
autoridad descalificando por absurdas
y fementidas otras formas de la ficción
(...).
En el comienzo mismo de la novela, en
su prólogo, puede hallarse expresada la
tensión contradictoria que orienta su
composición: por un lado, la seducción
por el humor y el vuelo de la imaginación (que sabemos que acicateaban
la escritura de Cervantes) y, por otro,
el llamado a la contención y al buen
juicio (que inclinaba al autor hacia los
modos más equilibrados de los humanistas). En boca de un amigo pone los
consejos que han orientado su escritura. “Procurad —le había dicho el amigo— que leyendo vuestra historia el
melancólico se mueva a risa, el risueño
la acreciente, el simple no se enfade, el
discreto se admire de la invención, el
grave no la desprecie, ni el prudente
deje de alabarla”1. En pocas palabras,
que la escritura habría de mover a la
risa pero con una invención moderada, y a esto añade el amigo que es buen
camino el que ha seguido de atacar las
novelas de caballerías. “En efecto —le
dice— llevad la mira puesta en derribar a máquina mal fundada destos
caballerescos libros, aborrecidos de
tantos y alabados de tantos más; que si
esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco”. A la postre, sin embargo,
el propio Cervantes parece lamentarse
de una obra que a su juicio pudo haber sido más rica en imaginación y
aún en conceptos. Es una lamentación
incluida en el prólogo de la primera
parte, que habla de su discreción y de
su modestia, pero también de cierta inconformidad con esa forma de escribir
que al final había reducido la creación
al horizonte de lo que podía explicarse
(…).
El personaje que crea Cervantes en
don Quijote es del todo conveniente
para representar que lo que se halla en
disputa son distinta razones. El Ingenioso Hidalgo está loco pero no por
un mal físico sino por haber traspasado las fronteras del sentido de realidad
de sus contemporáneos y haber entregado las riendas de su pensar a la lógica y los valores de los libros de caballería. Aunque dominados por ciertas
obsesiones como las luchas entre caballeros o con seres sobrenaturales y los
amores avasallados por las damas, en
los libros de caballerías lo primordial
desde el punto de vista de la ficción es
que en su fabulación todo es posible.
Ocurren en un mundo de irrealidad
que puede expandirse y complicarse
ilimitadamente. Los únicos anclajes
de esta invención son los valores que
de tan exigentes resultan, sin embargo,
igualmente utópicos. Los grandes caballeros profesan la máxima virtud: el
completo interés, la generosidad sin límites, la piedra extrema, etc. En la actualidad es común la fascinación que
ejerce ese camino de locura a que invita el personaje, pero se reconoce menos la diestra mano del narrador que
haciéndose instrumento de la lógica
materialista y pragmática del mundo,
ingeniosamente urde la máquina que
lo liquida y con él sus queridas novelas
de caballerías (…).
Rica como es la novela, hay en ella muchos villanos, hombres y mujeres ruines a quienes el autor les da la oportunidad de expresarse aunque muchas
veces solo con gestos o con acciones.
Son los arrieros que apalean a don
Quijote y Sancho, los cabreros que le
hacen volar a pedradas las muelas al
primero o los maleantes que mantean
al segundo. Estos personajes aún desde las sombras del relativo anonimato
en que intervienen consiguen arrojar
una luz brutal sobre las variedades de
la fauna humana y sobre el cuadro de
la España de la época. Son personajes
grotescos, caricaturizados (villanos en
el sesgado sentido de despreciables,
Después de cuatro siglos, el
estilo de novelar de Cervantes
que en su momento pudo
hallarse aliado con cambios
interesantes en su sociedad, ha
llegado a institucionalizarse.
Cervantes echó las bases en
la literatura del racionalismo
europeo occidental que en
ese tiempo se levantaba
contra el pasado medieval y
caballeresco.”
rústicos y aldeanos) pero que desde
la cortedad de sus mentes y la sequedad de su espíritu contestan el poder
y sus rituales. El papel más indigno
que cumplen es el de verdugos de los
idealismos de don Quijote, pues castigándolo con piedras, palos y burlas
se convierten en agentes del materialismo y el pragmatismo. Pero puede
hacerse ver que este castigo que cae
sobre la locura literaria del personaje
está cayendo (con la autorización que
le granjeaban a Cervantes la verosimilitud y el realismo) sobre todos los
que entonces amaban las novelas de
caballerías, sobre el vulgo llano tanto
como sobre élites educadas y las cortesanas. La afectación por las letras que
padece don Quijote era en realidad un
mal que se hacía más fuerte según se
ascendía en la escala social (…).
De este modo, los villanos son incorporados a la novela permitiendo que
aporten un punto de vista imprescindible para la recreación del paisaje social,
pero imponiéndoles al mismo tiempo
ciertos límites que a la postre los redu-
cen al silencio. Uno podría preguntarse
cuán descabellada podría haber sido la
historia de Ginés si el autor le hubiera
permitido contarla y aún entregarle las
riendas de la narración. Con esto, la
obra de Cervantes pone en evidencia
uno de sus mecanismos más importantes: el de totalización, en el sentido de
un doble movimiento de ampliación de
sus límites (hacia elementos heterogéneos y fronterizos) y de integración con
respecto al propio punto de vista expositivo y argumentativo. Es un mecanismo que da vida al modelo de la novela
total, homólogo a lo que en el plano
político son las pretensiones del Estado
moderno de integrar bajo su hegemonía la totalidad social, y de las del imperio de hacer lo mismo a escala global.
La voz narrativa demuestra su poder (y
su utilidad política al Estado y al imperialismo) en su capacidad de dar vida y
al mismo tiempo someter a los personajes y a los modos de ser y de pensar
del espectro completo de posiciones divergentes y en ocasiones irreductibles
de la sociedad. El modelo de novela de
Cervantes crea así el espacio de una
democracia controlada en la que pueden manifestarse esas posiciones, pero
subordinadas a una voluntad superior
que ejerce medidas disciplinarias cada
vez que se traspasa la legalidad de lo
que se considera racional y conveniente. Si bien puede reconocerse que la
escritura literaria pueda cumplir estas
funciones, también es posible pensar
que un salto por encima de ese modelo
narrativo o simplemente su desplazamiento hacia un lugar menos pretencioso, podría conducir a la liberación
de voces, subjetividades y razones de
otro modo interesantes. Del mismo
modo como también podría pensarse
que puede devolverse a su cabalgadura
sino a don Quijote a la locura de sus
apasionadas fantasías.
* (Fragmento) Ponencia presentada en la celebración del Día de la Lengua de 2006.
** Escritor e investigador hondureño. Es doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de literatura en la UNAH.
1 Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Real Academia Española de la Lengua. Asociación de Academias
de la Lengua Española, 2004.
3
“...los diccionarios tienen que
sostener el mundo”
*
Gabriel García Márquez
en el lomo un Atlas colosal, en cuyos
hombros se asentaba la bóveda del
universo. “Esto quiere decir —dijo mi
abuelo— que los diccionarios tienen
que sostener el mundo.” Yo no sabía
leer ni escribir, pero podía imaginarme
cuánta razón tenía el coronel si eran
casi dos mil páginas grandes, abigarradas y con dibujos preciosos. En la
iglesia me había asombrado el tamaño
del misal, pero el diccionario era más
grande. Fue como asomarme al mundo
entero por primera vez.
—¿Cuántas palabras habrá? —pregunté.
—Todas —dijo el abuelo.
T
enía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer
los animales de un circo que estaba
de paso en Aracataca. El que más me
llamó la atención fue una especie de
caballo maltrecho y desolado con una
expresión de madre espantosa. “Es un
camello”, me dijo el abuelo. Alguien
que estaba cerca le salió al paso. “Perdón, coronel”, le dijo. “Es un dromedario.” Puedo imaginarme ahora cómo
debió sentirse el abuelo de que alguien
lo hubiera corregido en presencia del
nieto, pero lo superó con una pregunta
digna:
— ¿Cuál es la diferencia?
— No la sé —le dijo el otro—, pero este
es un dromedario.
El abuelo no era un hombre culto, ni
pretendía serlo, pues a los catorce años
se había escapado de la clase para irse
a tirar tiros en una de las in-
4
contables guerras civiles del Caribe, y
nunca volvió a la escuela. Pero toda
su vida fue consciente de sus vacíos y
tenía una avidez de conocimientos inmediatos que compensaban de sobra
sus defectos.
Aquella tarde del circo volvió abatido
a la casa y me llevó a su sobria oficina
con un escritorio de cortina, un ventilador y un librero con un solo libro
enorme. Lo consultó con una atención
infantil, asimiló las informaciones y
comparó los dibujos, y entonces supo
él y supe yo para siempre la diferencia
entre un dromedario y un camello. Al
final me puso el mamotreto en el regazo y me dijo:
—Este libro no sólo lo sabe todo, sino
que es el único que nunca se equivoca.
Era el diccionario de la lengua, sabe
Dios cuál y de cuándo, muy viejo y ya
a punto de desencuadernarse. Tenía
* Prólogo al Diccionario de uso del español actual CLAVE. Ediciones Sm, 2006
La verdad es que en ese momento yo
no necesitaba de las palabras, porque
lograba expresar con dibujos todo lo
que me impresionaba. A los cuatro
años dibujé al mago Richardine, que
le cortaba la cabeza a su mujer y se la
volvía a pegar, como lo habíamos visto la noche anterior en el teatro. Una
secuencia gráfica que empezaba con la
decapitación a serrucho, seguía con la
exhibición triunfal de la cabeza ensangrentada y terminaba con la mujer, que
agradecía los aplausos con la cabeza
otra vez en su puesto. Las historietas
gráficas estaban ya inventadas pero las
conocí más tarde en el suplemento en
colores de los periódicos dominicales.
Entonces empecé a inventar historias
dibujadas sin diálogos, porque aún no
sabía escribir. Sin embargo, la noche en
que conocí el diccionario se me despertó tal curiosidad por las palabras,
que aprendí a leer más pronto de lo
previsto. Así fue mi primer contacto
con el que había de ser el libro fundamental en mi destino de escritor.
Un gran maestro de música ha dicho
que no es humano imponer a nadie el
castigo diario de los ejercicios de piano, sino que este debe tenerse en la
casa para que los niños jueguen con él.
Es lo que me sucedió con el diccionario
de la lengua. Nunca lo vi como un libro
de estudio, gordo y sabio, sino como
un juguete para toda la vida. Sobre
todo desde que se me ocurrió buscar
la palabra amarillo, que estaba descrita
de este modo simple: del color del limón. Quedé en las tinieblas, pues en las
Américas el limón es de color verde. El
desconcierto aumentó cuando leí en el
Romancero gitano de Federico García
Lorca estos versos inolvidables: En la
mitad del camino cortó limones redondos y los fue tirando al agua hasta que
la puso de oro. Con los años, el diccionario de la Real Academia —aunque
mantuvo la referencia del limón— hizo
el remiendo correspondiente: del color
del oro. Solo a los veintitantos años,
cuando fui a Europa, descubrí que allí,
en efecto, los limones son amarillos.
Pero entonces había hecho ya un fascinante rastreo del tercer color del espectro solar a través de otros diccionarios
del presente y del pasado. El Larousse
y el Vox —como el de la Academia de
1780— se sirvieron también de las referencias del limón y del oro, pero solo
María Moliner hizo en 1976 la precisión implícita de que el color amarillo
no es el de todo el limón sino solo el
de su cáscara. Pero también ella había
sacrificado la poesía del Diccionario de
Autoridades, que fue el primero de la
Academia en 1726, y que describió el
amarillo con un candor lírico: Color
que imita el del oro cuando es subido y
a la flor de la retama cuando es bajo y
amortiguado. Todos los diccionarios
juntos, por supuesto, no le daban a los
tobillos al más antiguo, compuesto en
1611 por don Sebastián de Covarrubias, que había ido más lejos que ninguno en propiedad e inspiración para
identificar el amarillo: Entre las colores
se tiene por la mas infelice, por ser la de
la muerte y de la larga y peligrosa enfermedad, y la color de los enamorados.
Estos escrutinios indiscretos me llevaron a comprender que los diccionarios
rupestres intentaban atrapar una dimensión de las palabras que era esencial para el buen escribir: su significado
subjetivo. Nadie lo sabe tanto como los
niños hasta los cinco años y los escritores hasta los cien. Los sabores, los
sonidos y los olores son los ejemplos
más fáciles. Hace muchos años me despertó a media noche la voz de un cordero amarrado en el patio, que balaba
en un tono metálico de una regularidad
inclemente. Uno de mis hermanos menores, deslumbrado por la simetría del
lamento, dijo en la oscuridad: “Parece
un faro”. Una tisana hecha con hierbas
viejas tenía el sabor inconfundible de
una procesión de Viernes Santo. Cuando al Che Guevara le dieron a probar
la primera gaseosa que se hizo en Cuba
para sustituir el refresco del Cuba Libre, dijo sin vacilar ante las cámaras de
televisión: “Sabe a cucaracha”. Más tarde, en privado, fue más explícito: “Sabe
a mierda”. ¿Cuántas veces hemos tomado un café que sabe a ventana, un pan
que sabe a baúl, un arroz que sabe a solapa y una sopa que sabe a máquina de
coser? Un amigo probó en un restaurante unos espléndidos riñones al jerez,
y dijo, suspirando: “¡Sabe a mujer!”. En
un ardiente verano de Roma tomé un
helado que no me dejó la menor duda:
sabía a Mozart.
Creo que este género de asociaciones
tiene mucho que ver con las diferencias entre un buen novelista y otro que
no lo es. En cada palabra, en cada frase, en el simple énfasis de una réplica
puede haber una segunda intención
secreta que solo el autor conoce. Su validez tendrá que ser distinta de acuerdo con quien la lea y según su tiempo
y su lugar. Cada escritor escribe como
puede, pues lo más difícil de este oficio
azaroso no es solo el buen manejo de
sus instrumentos, sino la cantidad de
corazón que se entregue en el único
método inventado hasta ahora para escribir, que es poner una letra después
de la otra.
Para resolver estos problemas de la
poesía, por supuesto, no existen diccionarios, pero deberían existir. Creo
que doña María Moliner, la inolvidable, lo tuvo muy en cuenta cuando se
hizo una promesa con muy pocos precedentes: escribir sola, en su casa, con
su propia mano, el diccionario de uso
del español. Lo escribió en las horas
que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria y el que ella consideraba su
verdadero oficio: remendar calcetines.
Lo que quería en el fondo era agarrar
al vuelo todas las palabras desde que
nacían. “Sobre todo las que encuentro
en los periódicos —según dijo en una
entrevista— porque allí viene el idioma
vivo, el que se está usando, las palabras
que tienen que inventarse al momento.”
En realidad, lo que esa mujer de fábula
había emprendido era una carrera de
velocidad y resistencia contra la vida.
Es decir: una empresa infinita, porque
las palabras no las hacen los académicos en las academias, sino la gente en la
calle. Los autores de los diccionarios las
capturan casi siempre demasiado tarde,
las embalsaman por orden alfabético y
en muchos casos cuando ya no significan lo que pensaron sus inventores.
En realidad, todo diccionario de la lengua empieza a desactualizarse desde
antes de ser publicado y por muchos
esfuerzos que hagan sus autores no logran alcanzar las palabras en su carrera hacia el olvido. Pero María Moliner
demostró al menos que la empresa era
menos frustrante con los diccionarios
de uso. O sea, los que no esperan que
las palabras les lleguen a la oficina, sino
que salen a buscarlas, como es el caso
de este diccionario nuevo que me ha
llegado a las manos todavía oloroso a
madera de pino y tinta fresca.
Y cuyo destino podría ser menos efímero que el de tantos otros, si se descubre a tiempo que no hay nada más útil
y noble que los diccionarios para que
jueguen los niños desde los cinco
años. Y también, con un poco
de suerte, los buenos escritores
hasta los cien.
5
Gabo, el taxista
*
F
ue mi privilegio ser, a los
25 años, uno de los primeros lectores de Cien años
de soledad. En 1967 era yo
crítico literario de la revista
chilena Ercilla, y debido a
que yo había reseñado con
enorme entusiasmo La hojarasca, La mala hora y El coronel no tiene quien le escriba,
jefe de la sección cultural no
dudó de que a mí me tocaría
lo que ya se murmuraba era
una obra magna de García
Márquez. Nada, sin embargo, que había escrito él o
leído yo antes me preparó
para lo que ocurrió cuando
abrí aquella primera edición
de Sudamericana (en cuya
tapa todavía tengo estampadas las irónicas palabras SIN
VALOR COMERCIAL, esto
para el libro que iba a tener
más valor comercial —y no
solo comercial— que cualquier otro en nuestra historia
continental).
García Márquez) una triste
solución: descubrí que ese
mismo día me habían censurado en la revista una entrevista a Nicolás Guillén y mi
renuncia a trabajar en Ercilla
me libró de la necesidad de
escribir la reseña, pude convertirme en un lector ordinario de aquella obra maestra y
no tuve que escribir mil palabras sobre aquellos cien años
de soledad.
El Gabo con la primera edición de Cien años de soledad.
Ya le había anunciado a mi mujer, Angélica, que no contara conmigo hasta que
hubiese terminado la novela —actitud
con la que, en forma modesta, trataba
de imitar pálidamente al mismo Gabo
que, según rumores persistentes, se había encerrado durante 18 meses para
escribirla mientras su querida Mercedes
empeñaba y vendía todos los haberes de
la familia. Mi lectura tardó menos, por
cierto, que eso: comencé a leer en la noche y me empeciné hasta el amanecer.
Tal como el último de la dinastía de los
Buendía, no podía dejar de devorar el
texto, con la esperanza de que el mundo
que había comenzado con un
niño tocando un pedazo má-
6
Ariel Dorfman
gico de hielo en el Paraíso no sucumbiría a esa otra constelación de hielo que
es la muerte. Me desesperaba ese posible desenlace porque noté de qué manera la extinción iba rondando de alegría y exuberancia, y tenía que no solo
aquella estirpe, sino que también toda
América Latina, terminarían devastadas por el torbellino de la historia. Mi
único problema al arribar a la última
frase —donde la lectura y acción, historia y ficción, sujeto y objeto, se fusionaban— era que me aguardaba la titánica
tarea de escribir la primera crónica en
el planeta —que Gabo me dispense si
exagero— sobre aquella obra más que
titánica. El destino me deparó (para
usar una frase que nos enseñó el mismo
* Artículo publicado en la revista Proceso. 20 de abril de 2014, No. 1955.
Cuando le conté esta anécdota a Gabo en Barcelona
varios años más tarde —era
marzo de 1974, seis meses
después del golpe contra Salvador Allende— se rio socarronamente y dijo que era
una suerte para mí y para él
que no me hubiera convertido, a la fuerza, en un lector
común y corriente, ya que
para ellos es que él escribía
y no para los críticos, que
siempre buscaban en forma
insensata un quinto pie a todo gato
—“y, a veces, sabes”, me dijo ese gran
fabulador, “los gatos no tienen más
que cuatro patas”. Al concluir aquel almuerzo inagotable tuve otra muestra de
cómo Gabo, amante de los mitos y los
excesos, se enraizaba siempre en lo menudo y cotidiano. “Te voy a llevar”, me
dijo, “donde Mario” —se refería a Vargas Llosa, que era por ese entonces su
amigo del alma— “porque es necesario
que converses con él sobre la resistencia a Pinochet”. Cuando respondí que la
casa del autor de La ciudad y los perros
quedaba lejos, Gabo me subió a su auto
asegurándome que “si no hubiera sido
escritor, hubiera querido ser taxista. En
vez de estar sentado detrás de un escri-
“Y como es obligado en el ciclo
de la vida, dijo adiós; apagó para
siempre —él, el recordador—
su pródiga memoria, ingresó
por fin a la maravilla mágica
de Macondo. No lo lloramos,
lamentamos solo que no lo
veremos físicamente más, pero
su obra queda con la más alta
dignidad estética posible. Tendrán
que transcurrir otros cien años
para que aparezca un nuevo y tan
diestro cultor de la soledad.”
Julio Escoto
torio día y noche, estaría escuchando
las historias de los pasajeros y navegando las calles”.
Diez días más tarde averigüé otra característica suya. Estábamos en Roma para
el Tribunal Russel y Cortázar me llevó
a que me juntara con Gabo y una serie
de otros artistas solidarios con Chile
en una trattoria de la Piazza Navona.
Para un joven escritor de treintiún años
aquello era un sueño: Matta, Glauber
Rocha, Rafael Alberti y su mujer María
Teresa que, al finalizar la noche, aseguró
que ella iba a entrar en Madrid antes de
que Franco muriera, montada desnuda,
juró, en un caballo tan blanco como los
pelos de su esposo. Mi fascinación se vio
algo amenguada por la certeza de que
mi pobre bolsillo exiliado estaba vacío
y que no podría solventar mi parte de
la considerable cuenta. ¿Cómo supo
Gabo que eso me preocupaba? Antes de
que llegara la factura, se me acercó, me
guiñó el ojo y me confidenció que él ya
había pagado todo.
Mostraría una parecida generosidad
con causas más importantes y urgentes
en los años que siguieron. En la constante conspiración contra Pinochet y
tantas otras dictaduras latinoamericanas, nunca se negó a ofrecer apoyo,
consejos, contactos, incluso cuando se
me ocurrió, de una manera estrafalaria
e imprudente, agenciarnos un barco
mercante en que pudiéramos subir a
todos los músicos, artistas y escritores
chilenos exiliados y partir a Valparaíso
para desafiar a los generales y probar
que teníamos derecho a vivir en nuestra patria. García Márquez que por lo
general tenía los pies muy en la tierra,
se entusiasmó con tamaña locura, digna de sus propias invenciones literarias
y me consiguió una entrevista con Olof
Palme. Angélica y yo partimos a Estocolmo, donde el primer ministro sueco
me escuchó con flema escandinava, avisándome que se comunicaría conmigo
si creía que mi plan podía prosperar,
una llamada, por cierto, que —con
toda razón— nunca llegó. “Esperemos,
entonces” dijo Gabo, “que gane Mitterrand y ahí conseguimos la nave”. Pero
en 1981, cuando eso sucedió, ya había
entrado yo en mis cabales, desistiendo
de tales afanes, y Gabo y su familia ya
no permanecía en Europa, sino que se
habían instalado en México.
Transcribo ahora estos recuerdos, ahora que aquel huracán que acabó con
Macondo vino por él, ahora que ya no
podemos conversar y reírnos y confabular, los transcribo porque siento que
tal vez contengan algunas claves de
cómo su existencia y su arte se alimen-
taron mutuamente, del hombre detrás
de tantas palabras que no van a perecer.
Si me quedo con una historia personal
suya, es esta. Un día estábamos almorzando en su casa del Pedregal de San
Ángel en la Ciudad de México, y Gabo
le dijo a otro comensal: “Sabes que Ariel
me llamaba a las tres de la mañana para
contarme algún proyecto contra Pinochet. ¡Y sabes que me llamaba collect!”
Cuando el comensal partió le dije a
Gabo que era cierto que lo llamaba a las
tres de la mañana y a otras horas desalmadas, pero que él sabía muy bien que
nunca lo llamé con cobro revertido, que
Angélica y yo vivíamos de prestado en
esa época, sin tener dónde caernos vivos ni muertos, pero que siempre costeábamos nosotros aquellas llamadas.
Gabo me miró muy serio y enseguida
sonrió. “Perdóname si me equivoqué,
pero tienes que reconocer que es mucho más interesante y gracioso si me
llamabas collect”.
Y claro que se lo perdoné, se lo vuelvo a perdonar. La raíz de su genio era
tomar algo real, sumamente frecuente
y habitual y casi periodístico, y exagerarlo hasta lo descomunal. Igual que
Colombia, igual que nuestra América,
igual que nuestra increíble humanidad
que nadie como él, taxista de la eternidad, supo conquistar y expresar y volver
inmortal.
Presentación del Atlas lingüístico
pluridimensional de Honduras
D
entro de las actividades planificadas por la carrera de Letras de la
UNAH para la Semana de la Lengua, se
estará realizando la tan esperada publicación del Atlas lingüístico pluridimensional de Honduras, elaborado como
parte del proyecto de investigación “Variación lingüística de América Central”,
cuya finalidad es recopilar las variantes
del habla en cada uno de los países de
Centroamérica, incluyendo a Belice.
Este importante trabajo fue realizado
por los investigadores Ramón Hernández Torres y Julio Ventura, catedráticos
de la carrera de Letras de la UNAH,
con la colaboración de estudiantes y
docentes. Los tres volúmenes del atlas
recopilan las variantes del habla hondureña en sus tres niveles lingüísticos:
fonético (sonido), morfosintáctico
(forma y construcción gramatical) y
léxico (vocabulario), mediante una colección de mapas que en conjunto reflejan el estado lingüístico del país.
En palabras del investigador costarricense Miguel Ángel Quesada Pacheco,
coordinador del proyecto y académico
de la Universidad de Bergen, Noruega, esta publicación ha dejado atrás la
“perspectiva academicista y subjetivista”, según la cual el fin de los estudiosos
era “corregir el habla de sus compatrio-
tas”. Se abre, dice, “una nueva era, la del
estudio descriptivo y científico de los
rasgos lingüísticos que conforman el
español hablado en esta pequeña parte
del continente americano”.
La publicación de los tres libros se llevó
a cabo gracias al financiamiento de la
Universidad de Bergen y el apoyo decidido de la Editorial Universitaria, que
se enorgullece de haber realizado la
edición y diseño de la serie. La presentación está programada para el jueves
24 de abril, en el auditorio de Química
y Farmacia de Ciudad Universitaria, a
las 4:00 p.m.
Las figuras del mes
Mediante la publicación de dos afiches al mes, la Editorial Universitaria
espera dar un reconocimiento a personajes —mujeres y hombres— ilustres de la cultura y la historia intelectual de nuestro país, todo a través de
nuestro correo electrónico, las redes sociales y la Utv.
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Estudiantes se solidarizan con el
pueblo garífuna
Una juventud para el cambio social:
Adrienne Pine*
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Niña garífuna. Foto: Rubén Darío Paz©.
* Doctora en antropología médica y profesora de la American University de Washington, D.C. Es
profesora visitante de la carrera de Antropología de la UNAH como becaria de Fullbright.
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El grupo de estudiantes de medicina y enfermería que participó en el proyecto. Foto: Adrienne Pine.
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n menos de una década de existencia, los profesionales de medicina y enfermería del Primer Hospital Garífuna en Ciriboya, Colón,
han atendido a más de medio millón
de pacientes. Aunque la comunidad
no está electrificada, con sus paneles
solares el hospital utiliza tecnologías
avanzadas; cuenta con máquinas de
rayos X, ultrasonido, equipo de odontología y un laboratorio completo.
La farmacia ofrece gran selección de
medicamentos. El personal médico
del hospital, en su mayoría garífuna,
brinda servicios a una población que
por aislamiento geográfico y discriminación nunca antes había gozado de
un adecuado servicio de salud. Y todo
se hace sin cobrar un solo centavo al
paciente.
El primer Hospital Garífuna es un
proyecto comunitario que rompe con
todos los esquemas de salud que existen, actualmente, en el resto del país
y en otros países (como los Estados
Unidos) también. Hoy vivimos en un
contexto regido por la privatización,
donde la escasez y el maltrato hacia
los pacientes y los familiares son la
norma; donde los dueños de corporaciones farmacéuticas se hacen ricos mientras la mayoría de la gente
no tiene para comprar medicamentos
básicos. El sistema público se ha caracterizado por el mal financiamiento
que recibe —con largas esperas, insuficiente personal y carestía de maquinaria básica—, mientras las clínicas y
los hospitales privados son, por naturaleza, excluyentes: solo la gente que
puede pagar tiene posibilidades de
aprovechar los servicios y el seguro
médico es cada vez más inseguro.
La crisis de salud no solo afecta a los
pacientes y sus familiares. Las y los
profesionales de medicina y enfermería del Hospital Escuela, por ejemplo,
brindan un servicio de excelente calidad; sin embargo, tienen insuficientes
recursos y espacio para la población
que deben atender. Aprender medicina y enfermería sin conocer los
modelos que permiten un trato justo,
humano y de la mejor calidad médica
resulta desesperanzador para muchos
jóvenes estudiantes que sueñan con
ayudar a sus pacientes a vivir sanamente, sin importar etnia, color de
piel, ni recursos económicos. A pesar
de que se enseña el modelo de atención primaria de salud (APS), es muy
difícil ponerlo en práctica cuando la
medicina gira alrededor del dinero.
Por ello, conocer ejemplos alternativos como el de Ciriboya se vuelve tan
importante.
En agosto de 2013, la carrera de Antropología de la UNAH invitó a Beth Geglia, doctoranda en antropología por
la Universidad Americana en Washington, DC, para presentar su documental “Medicina revolucionaria”, un
proyecto sobre el Hospital de Ciriboya. La fecha cayó en vacación escolar,
no obstante, el auditorio se llenó con
estudiantes, docentes, miembros del
público y periodistas que llegaron a
ver la película y conocer a la licenciada Geglia y al director del hospital, el
Fachada del Hospital Garífuna de Ciriboya. Foto: Blog oficial del hospital.
Inspirados por la historia del hospital que habían conocido a través de la
pantalla, un grupo de estudiantes de la
Facultad de Ciencias Médicas organizó otra presentación del documental
en el mismo Hospital Escuela. Llegaron más de cien estudiantes, curiosos
por conocer este nuevo paradigma de
salud proveniente de un pueblo étnico
históricamente excluido que podría
servir como modelo para todos. Un
grupo de ellos comenzó a trabajar con
los directores del hospital para organizar una brigada estudiantil que viajara
a Ciriboya. Dos meses después, cuando un grupo de estudiantes de enfermería vio el mismo documental (esta
vez con la presencia de su codirector,
Jesse Freeston) en la clase “Cultura y
El primer Hospital Garífuna
es un proyecto comunitario
que rompe con todos los
esquemas de salud que
existen, actualmente, en
el resto del país y en otros
países (como los Estados
Unidos) también.”
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doctor Luther Castillo. El documental presenta la historia del hospital a
través de las palabras de líderes de la
comunidad garífuna, incluyendo al
doctor Castillo. Para ilustrar los obstáculos que enfrentan los garífunas se
relata una historia personal. Cuenta
el doctor Castillo que llegó unos minutos tarde a una reunión de colegas
y el médico que le abrió la puerta le
dijo: “Espérese, espérese, que estamos
reunidos. Espérese, espérese, ¿usted es
el que va a bailar esta noche?”. Dice el
doctor Castillo: “Cuando se nos mira,
se nos conjuga con la danza o con el
deporte, pero no nos quieren conjugar
con la ciencia porque no aceptan que
los hijos del pueblo han llegado.”
Uno de los estudiantes voluntarios brindando atención médica en Ciriboya, Colón. Foto: Adrienne Pine.
salud”, una decena de ellos se unió al
esfuerzo.
Junto a los médicos de Ciriboya, los
jóvenes estudiantes diseñaron un estudio científico para averiguar la prevalencia de hemoglobinopatía S (causa
de la drepanocitosis, también conocida como sicklemia) en Ciriboya. La
hemoglobinopatía S es una anomalía
sanguínea que da inmunidad contra la
malaria pero que también puede provocar problemas serios de salud, principalmente anemia. Prevalece entre
poblaciones que tienen ascendencia
africana. El estudio tiene gran importancia para el pueblo, para el hospital
y para la ciencia, ya que al entender la
prevalencia de la hemoglobinopatía
S en distintas poblaciones, se pueden
diseñar proyectos de prevención y tratamiento más adecuados.
Los estudiantes recibieron el pleno
respaldo de la UNAH. El secretario
general de la Facultad de Ciencias
Médicas, doctor Jorge Valle, apoyó el
proyecto desde el inicio. La universidad brindó el transporte y los viáticos,
y facilitó el uso del laboratorio universitario bajo la supervisión del asesor
del proyecto y director del laboratorio, doctor Gustavo Fontecha. Todo
lo anterior —incluyendo el uso del
laboratorio como la mano de obra del
personal técnico— tendría un valor de
L 700,000 si se hubiese llevado a cabo
en un laboratorio privado. Más de tres
mil dólares fueron donados por individuos y sindicatos estadounidenses
que se solidarizaron con el proyecto.
El alcalde de Iriona, Aníbal Duarte,
aportó los gastos de alojamiento en
nombre de la municipalidad, y los residentes de Ciriboya también dieron
hospedaje a los universitarios. Las y
los doctores, enfermeras y técnicos de
laboratorio de la brigada cubana que
apoya al Hospital de Ciriboya aportaron su labor al estudio científico y
también prestaron su casa como salón
educativo.
Con la gestión del apoyo nacional e
internacional, veinticuatro estudiantes de enfermería y medicina de la
UNAH participaron en la primera
brigada solidaria para el primer Hospital Garífuna en Ciriboya, Colón,
del 7 al 16 de enero de 2014. Compartieron con la comunidad, atendieron pacientes en el hospital y en sus
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Medicina revolucionaria: un documental de Beth
Geglia y Jesse Freeston sobre el proyecto que brinda
salud a las regiones más excluidas de la costa norte de
Honduras, y la reivindicación de la lucha por la salud
como derecho humano.
viviendas, asistieron a capacitaciones
científicas y recibieron charlas con el
vicerrector de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), doctor
Eladio Valcárcel, y con el director regional del Instituto Tecnológico Superior de Tela (ITST-UNAH), el doctor
en antropología Santiago Ruiz, entre
otros. También gozaron de la comida
típica de la región, bailaron punta y
lograron comprender lo importante
que es hablarle al paciente en su propio idioma. Con algunas frases básicas
que aprendieron del idioma garífuna,
pudieron mostrar a los pacientes el
respeto merecido, y ese respeto y cariño fue correspondido en el trato que
recibieron los estudiantes por parte de
la comunidad.
Con sus propias palabras, las y los estudiantes universitarios describieron
su experiencia. La estudiante de enfermería Vivian Rochely Suazo Chavarría, explicó el impacto de la brigada así:
“Agradezco a todos los participantes del
proyecto, desde los que estamos aquí
hasta a quienes dieron apoyo externo
sin pensarlo dos veces. Quiero resaltar
algo muy importante: en el pasado yo
creí que el sistema de salud pública
con el enfoque de APS era una estrategia muy centralizada e imposible de
ejecutar en el interior, pero al conocer y
ver la aplicación de este modelo en una
comunidad como Ciriboya, tan remota
y abandonada por los gobernantes del
país, entró en mí una reflexión muy
profunda: no se puede esperar que el
sistema de salud en Honduras cambie
desde arriba de forma sistemática si
nuestra economía, la ciencia y la voluntad de hermandad no existe en las
comunidades. Yo, como enfermera de
mi patria, estoy llamada a visitar comunidades como esta y otras más, para
hacer cambios profundos, desde las raíces de nuestras bases como sociedad.
Se trata de organizar, gestionar y tener
voluntad; de ir de lo curativo a lo preventivo, de la atención hospitalaria a la
atención comunitaria. Por eso, no pienso quedarme estancada e impotente en
un hospital urbano, sin siquiera conocer la casa de las familias. Hoy más
que nunca estoy dispuesta a enlodarme
como sea y donde sea, con tal de dar a
nuestros pueblos lo mejor de mí.”
En el mes de mayo, los estudiantes
que asistieron a la brigada de enero
presentarán los resultados preliminares de su estudio sobre la hemoglobinopatía S en la Facultad de Ciencias
Médicas. Para el mes de junio, dos
representantes estudiantiles hablarán
sobre el estudio y el proyecto solidario
UNAH-Ciriboya como invitados en
un Congreso Científico de la ELAM
en la Habana, Cuba. Serán publicados
los resultados del estudio próximamente en revistas científicas.
Los estudiantes que participaron en
la brigada siguen trabajando para fortalecer los lazos entre la comunidad
garífuna, el Hospital de Ciriboya y
la UNAH. Planean regresar en junio
para continuar su colaboración con
los médicos y enfermeras garífunas y
cubanos, y de esta manera arrancar
con la próxima etapa del estudio, en la
cual elaborarán un mapa genético del
pueblo de Ciriboya, sin costo a los residentes. Esto servirá como otro apoyo
al hospital en su obra de prevención.
Por otro lado, para los estudiantes, tal
y como indica Vivian Suazo, las lecciones que han aprendido de Ciriboya van mucho más allá del “servicio”
a un pueblo históricamente excluido.
Ahora, su objetivo primordial es trabajar en solidaridad con los profesionales de la medicina y la enfermería
del pueblo garífuna para generar cambios positivos en el sistema de salud de
todo el país.
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