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Título: Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Autor: DarÃo
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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
01 - L OOB - C A Z A DOR ES
Bendita sea mi suerte. ¿Quién me manda a mí meterme en este fregado sin esperar al
resto? El caso es que el encargo a priori no era nada del otro mundo, un wyvern
encabronado más que se desquita en un pueblucho alejado de las manos de los dioses.
Todo como cabía de esperar en un principio, vecinos cabreados por tardar tanto en
llegar, mucha competencia, cada uno del equipo en una parte distinta del país, pero
bueno, simplemente era cuestión de esperarles y rezar porque el wyvern fuera
escurridizo y nadie le pescara antes que nosotros. Había señales por todas partes de que
la cosa no era tan normal, como por ejemplo que todos los habitantes del pueblo
evacuaran y huyeran durante kilómetros de bosque hasta el poblado más cercano, de
normal los wyvern intimidan mucho, se cargan unos cuantos escaparates, se comen
algún que otro caballo o perro callejero, pero poco más, así que era cuestión de estar
encerrados en casa y esperar a que el primer mercenario que llegara se lo cargara y a
volver a la vida normal. Pero no, este es lo suficientemente joputa como para hacer que
todo el pueblo saliera huyendo, y claro, pasa lo que pasa, se te olvida cerrar con llave, te
dejas algo en el horno, o en el caso de los tipos que yo me encontré, se les olvidó una
niña pequeña. Además huérfana, hija de su vecina a la que el wyvern se merendó el día
que llegó, y no se dieron cuenta de que su pobre hija faltaba hasta que llegaron aquí y
casualmente me vieron a mí, en fin. Me rogaron y me suplicaron que la salvara, así que
no podía esperar al resto de mi grupo y me metí en el pueblucho de mala muerte por mi
cuenta y riesgo en busca de una niña sola en mitad de lo que es ahora el nido de un
wyvern cabrón. Otra señal que me indicaba que algo no iba como debería es la cantidad
de colegas mercenarios cazadores que me topé mientras iba al pueblo, salvo que ellos
volvían de él un tanto acojonados. Y sin mediar palabra conmigo salvo para decirme
que huyera como un poseso, casi que debí hacerles caso a los primeros que me lo
dijeron, o a los octavos. Pero en fin, soy un sentimental, no puedo dejar a una niña sola
en medio de ese infierno, así que voy, la encuentro, evito al wyvern y me largo hasta
que lleguen mis compañeros y luego nos lo cargamos entre todos. Muy simple y bonito,
¿verdad? Pues como todo lo que uno fantasea, acaba por no ocurrir, y aquí me
encuentro, acurrucado entre los restos carbonizados de lo que supongo fue un bar,
tratando de ocultar mi olor entre la ceniza, mientras el wyvern más jodidamente grande
que he visto en mi vida pasa enfrente del ruinoso bar caminando como si fuera el amo
del cotarro. Y encima ni idea de dónde estará la niña.
De normal, los wyvern son bastante jodidos, son unas bestias pardas que como
mucho son el doble de grandes que un caballo y como muy pequeños del tamaño de un
gato, con una forma básica muy simple, escamas, dos patas, traseras si son wyvern de
tierra como es el caso de éste, o delanteras si son wyvern de agua, muchos colmillos y
muy mala uva. Suena muy mal, lo sé, pero como siempre los comparamos con sus
primos mayores, los dragones, que pueden ser hasta cinco veces más grandes que el
mayor de los wyvern, y además estos escupen fuego, a diferencia de sus primos
pequeños, pues los wyvern tienden a atemorizarnos menos. Así que cuando me
eligieron para esta misión junto con Colega y Jodra, pues me alegré, salvar el pueblo,
fama por acabar con un wyvern, luego lo vendemos al centro de estudios de
draconólogos más cercano, y pasta hasta las orejas. Pero no, este granujilla es como
mínimo el doble de grande que la raza más grande de wyvern, si no fuera porque solo
tiene dos patas diría sin reparos que es un dragón, pero bueno.
Darío Ordóñez Barba
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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
El wyvern se para delante de mí, olfatea el aire y mira por la zona en la que estoy, se
pasea un poco por aquí, creo que no consigue distinguir bien el olor entre tanta ceniza, y
parece que no puede verme. Jodra me dijo una vez que la mayoría de los wyvern no ven
como nosotros, sino solo el calor corporal de la presa, así que supuse que la ceniza fría
de los restos de este bar taparía mi calor como si fuera barro. No tengo ni idea de si no
me ve gracias a eso, o simplemente está lleno a más no poder, que tiene que estarlo, con
la cantidad de civiles y mercenarios cazadores que se ha llevado a la boca, pero el caso
es que se aleja muy tranquilamente.
Aparte del descomunal tamaño que tiene, no parece tener nada más fuera de lo
común, tiene las escamas del lomo de color oro viejo, más claro en la panza y la parte
del cuello que da al suelo, al igual que la mandíbula inferior, como siempre, la parte de
arriba tiene escamas más gruesas y la de abajo más finas, si no puedes atravesar esas,
olvídate de las de arriba que sirven a modo de armadura. Un cuerno enorme en la punta
del morro y cuatro cuernos finos y largos de hueso en la parte de tras de la cabeza, y
unos ojos de gato dorados. Al menos no es de esos que tienen en la punta de la cola una
maza, ya sabéis, los que tienen la punta de la cola como un huevo enorme de hueso con
muchos pinchos, esos cabroncetes son jodidos por delante y por detrás.
El caso es que se va y pasa de mí, de normal no me gusta que nadie ni nada me
ignore de esta manera, pero por esta vez se lo pasaré por alto. Me levanto y me sacudo
bien la gabardina de cuero marrón que me llega hasta las rodillas, cuatro capas de
protección económica, los guantes y botas igual, de cuero marrón a juego, la gabardina
lleva en el cuello y en las mangas pelo de león de nieve, el buenazo de Colega me lo
regaló por mi cumpleaños, me queda de lujo, me da mucho estilo, y para qué
engañarnos, me queda genial esa mata de pelo blanco cubriéndome el cuello y la mitad
de la espalda, me da mucho porte. Tengo el pelo largo, castaño y ondulado, como debe
de ser, con el pelo recogido en una coleta que llevo colgando en el hombro izquierdo.
Luego están los pantalones blancos normales, o eran blancos cuando los compré, con
unas protecciones para los muslos, la rodilla y las espinillas y un chaleco de escamas de
dragón pequeño, cortesía de Jodra, a ella sí tuve que pagarle, pero al menos me hizo un
pequeño descuento, que viniendo de una tacaña como ella bien puedo darme con un
canto en los dientes. Me tiro un buen rato quitándole la ceniza a todas partes de la ropa,
y lo que se ha metido dentro, pero más me cuesta limpiar mis cadenas y hoces, y más
aun mi guardacadenas. Esas son mis armas, dos cadenas de cinco metros cada una con
una pequeña bola de metal al borde, y dos pequeñas hoces al final de otras dos, con los
mangos lo suficientemente largos para cogerlo con las dos manos sin cortarme con la
hoja, unas armas de lo más versátiles, os lo digo yo, y raras, lo cual me asegura siempre
el factor sorpresa, incluso entre las bestias. Mi guardacadenas es una obra maestra de la
mecánica, modestia aparte, la llevo en la espalda, a la altura de los riñones, tapada por
mi gabardina, y lleva un mecanismo simple que guarda las cadenas lo justo para tener
las dos bolitas a la altura de las muñecas, dentro de la ropa, la cadena está dentro de la
manga y pasa por mi espalda hasta el guardacadenas, las llevo ocultas y a mano, puedo
tirar de ellas toda la longitud y cuando las suelto, el guardacadenas las recoge solo
gracias a un mecanismo de lo más simple. Mis hoces las llevo en la cintura en sus
fundas, para evitar cortarme tontamente.
Me he subido a la azotea del edificio más alto que he encontrado, así mientras limpio
mis armas y mi guardacadenas puedo estar pendiente por si ese bicho se me acerca. Sin
la ceniza encima me encontrará sin duda, pero como cuando le entre hambre me va a
encontrar igual, al menos ahora sé que vendrá a por mí, que es muy diferente a no saber
si pasará de ti o no.
Darío Ordóñez Barba
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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Durante el día, me paso las horas de edificio en edificio buscando a la niña haciendo
el menor ruido posible, el wyvern hace sus rondas como un guardia por la mañana
temprano y ya entrada la tarde, se ve que no le gusta las horas de más calor, pero
consigo eludirlo, de vez en cuando se oyen gritos y disparos, supongo que de otros
mercenarios tratando de acabar con el wyvern. Joder, hay que ser idiota para intentar
matar a ese bicho con pistolas, nosotros somos los únicos casi que podemos morir con
unas pocas balas, los grandes reptiles y la mayoría de las bestias por las que nos
contratan se ríen en nuestra cara cuando se les dispara. Balas pequeñas y poca cantidad,
si se mejorara la potencia y el número de balas que se pudieran disparar de una sentada
lo mismo acababan sustituyendo a las armas tradicionales, pero no creo que mi
generación vea pistolas tan potentes como para acabar con un wyvern como éste, la
verdad. El caso es que esa mala bestia siempre vuelve, así que cada día que pasa van
cayendo más y más cazadores, ya deben estar dándose cuenta de la gravedad de la
situación, así que no creo que el ejército tarde mucho en llegar. Como no lo cacemos
pronto el rey se llevará nuestra recompensa. A ver si vienen ya los demás… y me
encuentran…
Ya llevo cuatro días buscando entre las ruinas, ya casi no me quedan edificios por
revisar, y dudo que pueda darle esquinazo a ese wyvern mucho más, sobre todo porque
desde hace más de un día no he notado que intentaran cazarlo, así que le estará entrando
hambre. Voy comiendo y bebiendo lo que voy encontrando en las casas vacías que
siguen de pie, poca cosa, pero con los pocos frutos secos y carne en salazón que llevo
encima.
El quinto día tampoco tengo éxito, y empiezo a dar por perdida a la niña, una vez
entrada la noche y habiendo encontrado un sitio para dormir en el sótano de lo que
queda del templo decido irme al amanecer. En este templo parece que se le hace más
pleitesía a Madre Tierra, lo típico en un pueblo dedicado al campo, al menos tienen
estatuas aunque pequeñas de los otros once dioses. Con la luz del alba el wyvern se está
quieto, supongo que no verá nada a esa hora y con esa luz, ya que me he levantado dos
días al alba al escuchar encontronazos entre mercenarios y esa bestia, quizás es una hora
clásica para luchar contra esta clase de criaturas que te sacan tanta ventaja y te dan la
posibilidad de escapar si la cosa va mal. Pero todos mis planes dan un vuelco cuando lo
oigo rugir con fuerza en mitad de la noche, en un principio creo que me ha encontrado,
pero pronto me doy cuenta de que el rugido viene de lejos, quizás ha encontrado otra
presa. No creo que nadie sea tan insensato como para atacar a una bestia de ese calibre
al amparo de la noche, así que tras pensar un poco, veo la posibilidad de que lo haya
encontrado a la niña, así que me incorporo y salgo deprisa del sótano del templo. El
templo está al final de la calle del comercio de este pueblo, donde se juntan todos los
comerciantes a vender sus mercancías, y veo como a unas manzanas de aquí, al final de
la calle, el wyvern está enrabietado destruyendo un edificio. Si la niña está ahí dentro,
difícilmente sobrevivirá a esos envites. Voy corriendo hacia allí tapándome con los
toldos de los tenderetes, haciendo el mínimo ruido posible, cuando estoy a un par de
edificios del que está destruyendo el wyvern empiezo a oír unos gritos agudos, muy
amortiguados por el sonido de la madera al romperse y el escándalo que está armando el
reptil. Qué bien me vendría ahora estar con alguien, pero no es el caso. Para esta
situación solo se me ocurren dos opciones, ninguna que me haga especial gracia, pero
yo hago de cebo y confío en que la niña escape mientras el wyvern intenta zampárseme
a mí o entro en el edificio y la saco en brazos confiando en que con el ruido que esté
armando no se dé cuenta. La primera opción no es muy viable, aunque se dé el caso de
que el wyvern desista de su cena a cambio de una más accesible, lo más probable es que
la niña se quede ahí oculta aterrorizada, suponiendo que físicamente esté bien, hecho del
Darío Ordóñez Barba
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que tampoco estoy seguro, con los días que lleva ahí y los destrozos, puede estar
perfectamente famélica o con algún hueso roto. Así que, por mucho que me aterre la
idea, debo meterme en el edificio.
Entrar por la entrada principal está descartado, está llena de tablones rotos tapándola
y un reptil tan grande como el edificio está ahí pegando cabezazos, así que confío en
que en la parte trasera haya una puerta trasera, y hay suerte, hasta está abierta de par en
par, entro por ahí y veo que este edificio fue una frutería, a la vez que una casa familiar:
Todo está lleno de cestos con frutas podridas, pero debajo de lo que parece el mostrador
veo unos plátanos y unas naranjas que no parecen demasiado mal, los cojo y me los
guardo en uno de los bolsillos interiores de la gabardina. Voy a ponerme a buscar entre
los escombros y debajo de lo que sea cuando vuelvo a oír el grito, esta vez acompañado
de un “¡Socorro!”, viene de la planta de arriba… genial, más cerca de la boca de esa
mole de escamas, pero en fin, subo corriendo por lo que queda de escaleras y llego a un
pasillo con varias puertas, no consigo distinguir de donde viene el grito, y el humo y
todos los pedazos de madera que están volando, unido a las sacudidas que provoca el
wyvern con cada cabezazo estoy del todo desorientado, aparte que esas malditas
embestidas hacen que me caiga varias veces. En la primera puerta a la izquierda lo
único que veo es aire, ese maldito bicho ya se ha cargado toda esta habitación, ya de
paso lo veo a él embistiendo lo que creo que es la habitación de al lado, que estando esta
como está, si la niña estuviera allí ya habría dejado de gritar. Y pensando en eso me doy
cuenta de que ha dejado de gritar. Mierda, ahora que estoy tan cerca no puede morir, no
me habrá servido de nada meterme en la boca del wyvern si no.
—¡Pequeña! — La llamo a voces, solo ahora caigo en que no me dijeron ni como se
llama. — ¡Vengo a salvarte, sigue gritando, dime dónde estás!
—¡Aquí! — Me responde un hilo de voz a mi izquierda.
Lado bueno: La niña sigue viva y ya tengo una idea de donde está. Lado malo: El
wyvern también me ha oído y ahora se me ha quedado mirando.
En cuanto distingue que yo también soy comestible me lanza una dentellada con esa
boca larga y redondeada, una dentellada que se lleva todo lo que es el marco de la
puerta, casi nada. Consigo evitarlo por los pelos saltando con todas mis fuerzas hacia la
habitación de enfrente, de donde venía la voz. Me levanto lo más deprisa que puedo, y
veo una especie de fuerte con colchones y sábanas.
—Pequeña, ¿estás ahí? — Pregunto intentando aparentar tranquilidad mientras el
wyvern se ha centrado y este lado de la casa.
Una pequeña cosita con los ojos enormes llenos de lágrimas aparece entre las
sábanas, con un leoncito de peluche entre sus bracitos. Está famélica, como me temía.
Me mira totalmente aterrada, de golpe mira detrás de mí y suelta el chillido más agudo
que he oído jamás, el wyvern vuelve a la carga y pega otra relampagueante dentellada
que no me da por pocos centímetros, se queda brevemente quieto, como palpando con la
lengua si ha pillado algo de carne, momento que aprovecho para sacar con la mano
izquierda la cadena de mi manga derecha, le doy unas vueltas rápidas para sacar la
longitud necesaria y le estampo la bola metálica del borde en todo el ojo izquierdo, creo
que lo ha cerrado a tiempo, pero el impacto le ha dolido, empieza a chillas como un
perro al que le han dado una patada, se echa para atrás y se sacude la cabeza. Es ahora o
nunca.
—Pequeña, vengo a rescatarte, y nos vamos ahora o ese monstruo vendrá y nos
comerá. — Le digo como cualquier adulto le hablaría a un niño pequeño, como si le
estuviera diciendo que si no se acuesta temprano vendrá el duende del saco y se la
llevará para hacer un potaje con ella.
Darío Ordóñez Barba
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Sé que está aterrada y que no podrá reaccionar como debería, así que la cojo en
volandas y salgo corriendo por donde he venido, bajo las escaleras de dos grandes saltos
y salgo por la puerta trasera casi volando. Sigo corriendo con todas mis fuerzas todo
recto, con la intención de ocultarme entre los edificios cuando al pasar entre los dos
primeros edificios de la siguiente calle siento como si a mi espalda estallará una docena
de barriles de pólvora, me doy la vuelta y veo que el edificio en el que estaba ha
estallado en llamas, y el wyvern se pone encima del edificio y empieza a saltar haciendo
que todo el edificio se desplome entre enormes lenguas de fuego. Fue todo un
espectáculo, una historia digna de contar a mis chicas cuando vuelva, una imagen que se
me quedará grabada de por vida.
Sigo corriendo, en principio quería volver al templo, pero con todo el jaleo me he
perdido, sigo corriendo, quiero salir del pueblo, en la dirección que sea, pero no, me
dará caza antes de que pueda acercarme siquiera. A mi derecha veo un edificio con un
reloj en lo alto de una torre, debe de ser el ayuntamiento y voy corriendo hacia él.
Mientras tanto empiezo a oír como el wyvern ruge con fuerza a lo lejos, no sé qué
significa y casi que no quiero saberlo, pero tengo que saber si viene hacía aquí o se
aleja, quiero saber si nos da por muertos o no, así que entro en el ayuntamiento, no
tengo que forzar la puerta, ya que está hecha pedazos y quemada. Al entrar veo una pila
de cuerpos, unos quemados hasta los huesos y otros mutilados. Así que me pongo a la
niña entre los brazos y le aprieto la cabeza contra el pecho para que no vea nada, la
pequeña me lo pone fácil y se me agarra con fuerza. Joder, aquí no solo murieron
personas por el ataque del wyvern, aquí hay varios con heridas de armas blancas,
debieron ser supervivientes que se toparon con saqueadores que vinieron a coger lo que
hubiera en el edificio más caro del pueblo, seguramente pensaron que venían a
ayudarlos y se acercaron inocentemente a ellos puede que hasta dándoles las gracias
antes de que los mataran a machetazos. Como de costumbre, y como bien dice Colega,
el peor enemigo del ser humano no son los dragones ni ninguna otra criatura salida del
inframundo, es el propio ser humano.
Me alejo de ese dantesco espectáculo cuanto antes y empiezo a subir las escaleras
hasta que encuentro las que llevan al reloj. Subo las escaleras con la niña agarrada a mi
cuello y yo sujetándola con el brazo izquierdo hasta llegar arriba del todo, un cuadrado
del tamaño de una habitación con un tejado pero sin paredes, solo lo justo para no
caernos, una pared, si se puede llamar así, de madera hasta la cintura, nada más. Dejo a
la niña en el suelo acurrucada y me asomo, localizo la frutería enseguida, esa columna
de fuego y humo es muy evidente, el wyvern sigue merodeando el edificio, entrando
entre las llamas sin miedo, como si fuera un dragón. Da unos cuantos pisotones a los
restos, da unas cuantas vueltas como si fuera un perro y se acuesta, aún quedan unos
pocos fuegos, pero poca cosa que se irá apagando sola.
—¿Vi-vi-viene? — Me pregunta la niña entre tartamudeos, no sé porqué, pero me
sorprender oírla hablar.
—No, se ha acostado en los restos de tu casa. — Le respondo como si fuera una
respuesta normal.
—No era mi casa, estaba comprando con mi mamá cuando el dragón malo vino. —
Me dice llorando. — Me metí dentro con la frutera, que era muy buena, y ella me llevó
arriba y me dijo que no saliera. Pero ahora he salido, ¿soy mala?
Me río a carcajadas con la intención de que viera que era una tontería y quitar un
poco de tensión.
—Claro que no, pequeña. Yo te he sacado a rastras, así que el malo lo sería yo. — Le
respondo poniendo una sonrisa de oreja a oreja.
Darío Ordóñez Barba
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La pequeña no dice nada, pero parece que he conseguido tranquilizarla un poco. Está
apoyada en una de las tablas que hay alrededor de la escalera, salvo por un lado, en
posición fetal, con la cara entre las rodillas. No sé como entablar una conversación con
ella, pero se me ocurre una buena manera de que al menos empiece a confiar en mí. Me
saco del interior de la gabardina los plátanos y las naranjas que cogí de la frutería, un
poco aplastados, pero siguen comestibles. Y le ofrezco un poco a la niña, también la
bota de vino llena de agua que llevo atada el cinturón. De primeras me mira con
desconfianza, pero al poco tiempo se abalanza sobre la bota primero, se la bebe entera,
la tira, y se tira como loca a por los plátanos y las naranjas. Supongo que no es de
extrañar. Espero un poco hasta que se termina todo y luego le hablo.
—¿Cómo te llamas? No puedo llamarte “pequeña” todo el rato. — Le pregunto
intentando parecer alegre.
—Laab. — Me responde con timidez.
Al oírlo me pongo a reírme a carcajadas, la niña se pone roja y arruga el entrecejo.
—Ah, tranquila, no me río de ti, es que es muy curioso, yo me llamo Loob, nuestros
nombre son casi los mismo. — Le digo y vuelvo a reírme, aunque no parece haberla
aplacado. — Mi nombre viene de “Lobo”, como ya puedes ver mi gran porte, lo astuto y
feroz que soy, es un nombre que me viene que ni pintado, ¿no crees? — Digo
sobreactuando un poco intentando hacerla reír. Pero sigue en silencio, aunque ya no
tiene cara de enfadada. — Dime, ¿de dónde viene tu nombre? — Pregunta típica donde
las haya, sobre todo a la hora de hablar con una mujer, pero suele tener el efecto
deseado.
—Viene de “Alba”, así es como se llama al sol cuando sale de la tierra. — Me
responde, algo más abierta.
—Bueno, más que al sol, es al proceso de salir el sol. — Le corrijo a Laab, aunque
no lo entiende y parece confusa. — Bueno, es un buen nombre, pero dime, ¿por qué te
lo pusieron? — Otra pregunta típica, pero no hay nada mejor para romper el hielo.
—Mi mamá me dijo que porque nací justo cuando salió el sol. — Me responde un
poco sonrojada.
—Sí, señor, ese es un buen motivo, me gusta. — Le digo sonriéndola, ella mira para
abajo roja como un tomate. Ahora que parece haberse olvidado por un momento la
situación en la que se encuentra es un autentico encanto, es una lástima que haya tenido
que pasar todo esto.
—¿Y a ti porque te pusieron nombre de lobo? — Me pregunta llena de curiosidad.
—Oh, ¿te interesa? — Le digo acariciándome la barbilla y sobreactuando otra vez.
—Mi mamá me dijo que es de educación saber el motivo del nombre de alguien que
sabe el tuyo. — Me dice con una sonrisa pícara en la carita.
—Esto está bien, hay que ser educados. —Le respondo con alegría. — Pues verás,
cuando yo era pequeñito, hubo una vez que los despistados de mis padres me dejaron en
una sábana en el suelo durmiendo la mona, pero como yo era muy travieso hasta siendo
un bebé, me desperté y me puse a gatear, por lo visto me alejé mucho y me encontró un
enorme lobo negro, ¿sabes lo que hizo ese lobo? — Le pregunto acercándole la cara y
arqueándole una ceja.
—No, ¿qué hizo? — Me pregunta expectante.
—Me cogió del pañal y me llevó hasta mis padres, ¿te lo puedes creer? — Le digo
mientras me troncho.
—¿En serio? ¿Eso hizo el lobo? — Me pregunta Laab nada convencida.
—A mí también me parece muy raro, pero es lo que siempre dicen mis padres y mis
tíos, así que tengo que creerlos. Así que, como el lobo me llevó colgando en la boca
Darío Ordóñez Barba
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como si fuera un lobezno, mis padres lo tomaron como una señal y decidieron llamarme
Loob. — Digo encogiéndome de hombros.
Laab parece relajarse, así que sigo con la misma estrategia.
—Dime, Laabita, ¿cuántos años tienes? — Le pregunto mientras me siento enfrente
de ella.
—Ocho. — Me responde.
Ocho. Ocho años y ya le toca pasar por esto, los dioses son muy crueles a veces.
Seguramente tendrá pesadillas de estos días el resto de su vida.
—¿El dragón malo nos va a comer? — Me pregunta de golpe, otra vez con lágrimas
en los ojos.
—No mientras yo esté aquí, y no es un dragón, no es más que un indefenso wyvern,
en cuanto te ponga a salvo lo cazaré. —Dije aparentando exultante de confianza para
intentar tranquilizarla.
—¡Sí que es un dragón, todo el mundo lo decía! — Me dice gritando como una niña
que es.
—No, los dragones son mucho peores, más grandes y escupen fuego, no como estos.
— La corrijo
—Pero si el dragón malo también escupe fuego. — Dijo claramente enfadada.
Joder, es verdad, con toda la adrenalina de la huida no había caído en la cuenta, el
muy cabrón incendió la frutería, de primeras pensé que estalló algo, pero no tiene
sentido que hubiera ningún tipo de explosivo en una frutería, y pensándolo bien, hay
muchos edificios carbonizados en el pueblo, como la taberna en la que me oculté el
primer día. Venga ya, ya no es solo gigante sino que exhala fuego como un verdadero
dragón. En la orden de trabajo no ponía más que cazar a un dragón que había atacado un
pueblo, no dijo nada del tamaño y de que escupiera fuego, joder, es más dragón que
wyvern, de esto se enterarán a la hora de cobrar, ya verás.
—¿Señor Loob? — Me llama Laabita preocupada.
Doy un suspiro y digo:
—Sí, es más dragón que wyvern, así que tienes razón, es un dragón malo. — Le digo
y es entonces cuando me doy cuenta de lo jodidamente cansado que estoy, cada vez veo
peor la situación.
Una niña pequeña muerta de hambre, yo muerto de hambre, sin comida ni agua, y un
dragón de dos patas a unas manzanas de aquí contra el que no puedo hacer nada.
Nos quedamos en silencio, y eso en un pueblo vacío se resume en un silencio
sepulcral, muy indicado por lo que hay en la primera planta. Yo no dejo de darle vueltas
a lo surreal de la situación y pensando en mil posibilidades para escapar, ninguna me da
demasiada esperanza. Laabita se queda callada mirándome fijamente, hasta que da un
brinco aterrada y se tumba en el suelo acurrucada en posición fetal, sin hacer un solo
ruido. Afino el oído y oigo unos pasos en la calle, pero pasos de persona, no es el
dragón, pero sí que puede ser uno de los saqueadores que mataron a los de abajo. Me
asomo despacio y con cautela al borde de la barandilla, no consigo distinguir a nadie,
pero a mi izquierda, a unas casas de aquí, cuando pasa por encima de un poco de luz que
proyecta la luna entre dos casas lo veo. Vestido completamente de negro, con capa y
capucha negra, unas botas altas y gruesas hasta casi las rodillas, con la punta de metal
pintado de negro, protectores de cuero duro con escamas de dragón negro a los lados de
los muslos hasta las rodillas. Unos protectores de piel de wyvern negro alrededor de la
cintura, dos largos acabados en punta tanto por arriba como por debajo que tienen más
función estética que protectora y una tela hecha con hilo metálico oscuro, con forma
rectangular debajo de su estómago cubriéndole sus partes nobles con dos alas de
diablesa rojas marcadas con hilo metálico rojo en el centro, más unos adornos estéticos
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también rojos en los bordes. Una chaqueta de cuello alto de piel de uro con un peto de
acero pintado de negro que cubría el estómago, el pecho y el costado con las alas de
diablesa rojas grabadas también.
Lleva consigo un buen número de armas consigo, en su protección del muslo derecho
lleva enrollado un látigo, en un intento banal de conseguir un arma tan versátil como la
mía, sabiendo que no podría dominar las cadenas como yo, y porque su estilo es muy
diferente, él se basa en sus dos espadas que tiene atadas por un segundo cinturón en el
lado izquierdo de su cadera, una de ellas es una espada de las islas del este, de un único
filo, larga y fina, no sirve de mucho para defenderse de las embestidas de otra arma,
pero joder, cuando ves con la facilidad que lo corta casi todo, te das cuenta de que no la
vas a usar nunca para defenderte de nada, con una empuñadura con forma de cabeza de
dragón, que hace parecer que la hoja de la espada es la lengua del dragón, aunque es un
dragón muy raro, creo que de los que habitaban antiguamente en el archipiélago al que
daba nombre, el Archipiélago del Dragón Marino. La otra es más clásica y occidental de
doble hoja, más corta que la anterior pero también fina, por tanto, podría usarse como
escudo si es necesario, aunque no es muy recomendable usarlo demasiado así, es un
arma destinada a ser ligera y por tanto rápida, la que sí sirve como arma pesada y como
ofensiva total como digo yo, es a la que yo he llamado, su Espada Lamia, es una espada
serpiente pero muchísimo más grande de lo normal, la lleva colgada en la espalda, justo
detrás del hombro derecho, es casi tan larga como él, y eso que él es más alto que la
media. La lleva en una funda de cuero tachonado. En sus antebrazos lleva unos
guanteletes que le protegen el lado exterior únicamente, con una forma lisa desde los
nudillos hasta la muñeca, y de ésta hasta el codo acabado en tres puntas ligeramente
levantadas desde la muñeca, más fuera conforme avanza por el antebrazo hasta el codo,
donde se separa del brazo unos tres o cuatro centímetros. Y como colofón lleva una
ristra de dagas sin puñal ni nada, pequeñas y muy finas, dagas para lanzar, parecen poca
cosa pero en un instante se pueden clavar en un ojo o en el cuello, y la verdad es que le
saca mucho partido en momentos difíciles.
Ahí está, caminando tranquilamente en mitad de la calle en este pueblo en ruinas
custodiado por un wyvern gigante escupe fuego yendo a paso lento hacía la gran
columna de fuego, ese es mi amigo, mi compañero mercenario, el hombre al que llamo
Colega.
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