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Título: Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Autor: DarÃo
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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
02 – E L
M ERC ENA R IO
-A
LA C A ZA DEL W Y VERN .
Después de varias horas de búsqueda infructuosa, en un paisaje desolador de lo que
hasta hace escasos días era un pueblo verde y próspero, encuentro por fin una pista del
paradero de mi compañero de armas, el cual se adelantó por ayudar a una niña pequeña,
que la verdad es que dudo que haya sobrevivido en estas ruinas tanto tiempo, pero él es
así, un insensato de buen corazón. La pista que encuentro no es muy halagüeña, rugidos
estridentes y una gran columna de fuego y humo, lo que indica que nuestra presa está
cazando, lo cual es muy mala señal, por los comentarios de los supervivientes y los
compañeros mercenarios con los que me he topado viniendo hacia aquí, no debe quedar
ningún otro insensato que intente cazar a esta bestia, que según la hoja de trabajo es un
wyvern, sin especificaciones, pero por todos los comentarios que he escuchado y el
fuego que veo, es un dragón. Parece que otra vez con la intención de pagar menos, los
que han solicitado nuestros servicios han mentido, y a causa de ello se han perdido
vidas innecesariamente, es increíble lo que la gente hace por ahorrarse unas monedas
hasta en las situaciones más desesperadas.
Camino despacio camuflándome entre las sombras haciendo el menor ruido posible,
no hay nada más insensato que atacar de frente a un dragón alterado, Loob tiene sus
defectos, pero es un profesional, de eso no me cabe duda, no se lo comerán así como
así, y si muero a las primeras de cambio no le ayudaré en nada. Un dragón… ni él ni yo
tenemos equipo para cazar uno, un wyvern de los grandes que era lo máximo que me
esperaba ya nos habría supuesto un desafío, así que debo dar con él y hallar un modo de
salir de aquí, esto no es misión para mercenarios de las tierras fronterizas, que se
encargue el ejército, ellos cuentan con el personal y equipo necesario para acabar con
uno de éstos sin perder a demasiados hombres.
Sigo andando cuando de golpe escucho el impacto de metal sobre madera, miro en
dirección al sonido, a mi derecha, a varios metros de altura, y veo un destello en un gran
edificio, más lujoso que el resto de modestos edificios de madera que hay en el pueblo,
es una cadena, miro hasta su origen y le veo, Loob está en lo más alto haciéndome señas
para vaya hasta él. Es un alivio, entonces el wyvern ha debido de atacar a otra presa, ¿a
la niña? Espero que no, aparte de que la muerte de un niño siempre es algo que
lamentar, después de todos estos días y con Loob tan cerca, habría sido una putada, con
perdón de la expresión.
Entro en el edificio y veo otra vez la obra de los saqueadores. Ya vi un caso en el
bosque que une este pueblo con el pueblo vecino en el que se refugiaron los
supervivientes y otro en una bodega de vino en las afueras, en la otra punta del pueblo.
No me he topado con ninguno, pero estos cabrones oportunistas son como animales, se
esconden en los lugares más insospechados esperando ver alguna presa débil, o si van
suficientes, pueden sacar valor para atacar a gente armada como yo, por lo que el
dragón no es lo único de lo que debo preocuparme. Tras varias vueltas, doy con la
escalera que da al mirador y subo, cuando llego hasta arriba Loob me tiende la mano
para ayudarme a subir.
—No sabes cuánto me alegro de verte la cara sin cara. — Me dice riéndose, con
expresión de alivio— Te has tomado tu tiempo, ¿eh? Yo ya me iba a ir.
Miro alrededor antes de decir nada y veo a una niña de algo menos de diez años
acurrucada en una esquina, me mira aterrada y se va corriendo detrás de Loob y lo
agarra con fuerza, a lo que él se ríe a carcajadas, es su método más habitual para bajar la
tensión de una situación.
Darío Ordóñez Barba
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—Tranquila, Laabita, sé que tiene toda la pinta de ser de los malos, pero es buena
gente, te lo digo yo. — Dice acariciándole la cabeza.
La niña se me queda mirando fijamente, yo no hago ningún movimiento, lo último
que quiero es asustarla más, y nunca he sabido cómo tratar con niños, así que cualquier
intento de hacerle parecer un amigo seguramente tendría el efecto contrario.
—N-no tiene cara… —Dice entre lágrima y tartamudeando de miedo, y Loob vuelve
a reírse, esta vez de verdad.
—Sí, debería haberte avisado, todo negro y con la máscara parece un fantasma, ¿a
que sí? —Dice Loob.
—¿Máscara? —Pregunta la niña confundida.
Por el lado oeste del mirador entra la luz de la luna, no es llena, pero tan solo le
faltan un par de noches para serlo, así que la luz es abundante siempre que una nube no
la bloquee, así que voy debajo de la luz, me siento con las piernas cruzadas, me aparto
levemente la capucha y me pongo de lado para que vea mi máscara. Una máscara sin
ningún adorno, completamente lisa, salvo por el centro, donde se ve una línea que la
divide en dos, no una línea pintada, sino una línea creada por la luz en la parte en la que
la máscara despunta más, ya que la zona de la nariz está más hacía fuera. La niña se me
acerca muy despacio y me toca la máscara con un dedo como si fuera a tocar metal al
rojo vivo. Cuando la toca y ve que no pasa nada parece que se tranquiliza un poco, se
me queda mirando y me pregunta:
—¿Cómo puedes ver? No tiene agujeros. —Me pregunta.
—Está hecha de Cristal Tuerto, por un lado se ve, pero por otro no. Tú no puedes ver
nada de lo que está al otro lado, pero yo lo veo todo con la misma claridad que si no la
llevara puesta. —Le respondo. La niña se me queda mirando, supongo que no lo ha
entendido del todo.
—Por fin dices algo, empezabas a preocuparme. —Me dice Loob con su sonrisa
imborrable en la cara.
—¿Preocuparte? Eso debería decir yo, ¿no te parece? Da igual como se mire, venir
aquí solo fue una estupidez. —Le digo más serio de lo que pretendía.
—Eso no te lo discuto, pero mereció la pena. —Me dice con una sonrisa cansada
mientras le acaricia la cabeza a la niña.
Doy un suspiro y continúo.
—Cuando he visto el fogonazo hace un rato me he temido lo peor, pero supongo que
habrá pillado a algún saqueador. —Digo intentando calmar un poco el ambiente.
—No, fue con nosotros. Ese cabroncete encontró a Laabita, en la frutería, menos mal
que llegué yo y la saqué de entre las mandíbulas de este wyvern obeso. —Me dice del
mismo modo que cualquiera diría que había ahuyentado a un gato callejero.
—¿Wyvern? ¡Por el fuego y lo que me comentaron otros mercenarios de camino aquí
creía que lo que había aquí era un dragón, y no un wyvern! —Respondo extrañado.
—Bueno, una cosa y la otra. Por forma es un wyvern, dos patas y dos alas, pero este
cabroncete tiene el tamaño de un dragón mediano y también escupe fuego. —Me
responde.
Guardo silencio. No tiene sentido, por definición los wyvern ni pueden ser tan
grandes como un dragón mediano ni escupir fuego, es como si te encontraras un gato
del tamaño de una pantera y que escupiera veneno por los colmillos como una serpiente.
—Oye, por cierto, ¿y Jodra? ¿Os habéis separado para buscarme? Ahora mismo nos
vendría muy bien información de boca de una dragonóloga como ella. —Me pregunta
con las cejas muy levantadas.
—No va a venir, estamos los dos solos. —Le respondo.
Darío Ordóñez Barba
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—¿¡Qué!? ¿¡Cómo que no viene!? ¡Se supone que ella debe participar en todos los
encargos con estos bichos! —Me increpa cabreado, no se esperaba que no viniera, está
claro.
—Su participación es obligatoria en los trabajos con dragones de por medio, no con
los wyvern como indicaba el encargo. —Le respondo aparentando tranquilidad, como si
hablara con un niño cabreado.
—Pero aún así la jefa me dijo que ella estaba en el equipo de este encargo. —Sigue
pero algo más tranquilo.
—Cierto, pero me envió un mensajero, al parecer van a eclosionar los huevos de una
raza de wyvern casi extintos en el Centro de Estudios Dracos de Bosquealto, que está a
unos días de aquí. Como en teoría ésta era un encargo menor, le dio prioridad a los
huevos por si había algún contratiempo, ya sabes lo que le gustan las rarezas, y de esa
raza no habrá ni cincuenta en este lado de la Cicatriz. —Digo intentando exculparla.
—Pues ya verás el chasco que se lleva, más rareza que esta no la va a encontrar en su
vida. —Dice mientras se sienta, o más bien se deja caer en el suelo claramente agotado.
—Cierto, cualquier draconólogo pagaría una fortuna por algo tan poco común. —
Digo esperando que lo entienda.
—Ya ves, hasta una rácana como ella soltaría un pastón por… —Se calla y se me
queda mirando con los ojos entrecerrados unos segundos, después los abre de par en par
y continua— No, no lo estarás pensando en serio, ¿verdad? No podemos cargarnos a un
dragón, lo sabes tan bien como yo, ¡esta cacería nos viene muy grande!
—Podría ser, pero hay cosas a tener en cuenta antes de tomar una decisión. —Loob
va a decir algo pero lo callo levantando la mano derecha. —Primero, muy
probablemente seamos los últimos que quedamos vivos en el pueblo, por lo que no hay
garantía de que no vaya tras nosotros en cuanto capte nuestro olor, que lo hará.
Segundo, entre que las noticias de lo que ha ocurrido aquí, incluyendo el fracaso del
gremio de mercenarios hasta la capital, y el ejército llegue hasta aquí todavía pueden
pasar días. Días en los que el hambre lo hará salir a cazar, y en estas tierras no hay casi
presas salvajes que una criatura de ese tamaño cace, salvo el poco ganado de los pueblos
colindantes y naturalmente su población humana. —Loob se da cuenta perfectamente de
la situación, no me lo replica, así que sabe que estoy en lo cierto, y hasta que le den caza
los el ejército pueden haber centenares de víctimas, la niña que sigue a mi lado
mirándome fijamente también se da cuenta, lo mismo que ha pasado aquí pasará en
otros pueblos en los que posiblemente ella ya haya estado, y vuelve a llorar, pero en
silencio—Y tercero, los millones que podemos ganar con su cuerpo.
—¿Millo-? —Loob deja la palabra a la mitad, para no parecer frívolo, pero hay que
ser realista, una cifra así no se puede ignorar, le garantiza un futuro al mayor de los
inútiles, y está claro que con esa cifra podrá mantener a flote el negocio familiar y su
familia hasta que dejen este mundo con todas las comodidades, lo cual es evidente que
él desea.
Esta vez se sienta de piernas cruzadas como yo, delante de mí y mirándome con
rostro serio.
—Todo eso está muy bien, si lo matamos aquí y ahora podemos evitar muchas
muertes inocentes y forrarnos, pero sigue estando el problema de cómo matar a una
bestia con una armadura natural que escupe fuego y nos podría comer de un bocado. —
Dice sin el menor atisbo de sarcasmo o burla, se lo está tomando en serio.
—Antes que nada quiero que me cuentes todo lo que has visto de él y su
comportamiento, a partir de ahí decidiremos los pasos a seguir.
Durante un buen rato, no sabría decir cuánto tiempo, Loob me cuenta por todo lo que
ha pasado desde que llegó al pueblo, la situación de muchos edificios, los saqueadores y
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su refugio el templo, y también cuando fue a rescatar a Laab, su cuerno en el morro
mirando al cielo, que con un poco de suerte esté tuerto, las dos alas sin patas delanteras,
las embestidas con el cuerno del morro y los pisotones. En cómo le atacaban los otros
mercenarios al alba, creyendo que era por la luz. Todo.
Tras eso, se produce un largo silencio, en el que los dos pensamos como enfrentarnos
a un monstruo que ha tomado un pueblo sin problemas y que muy posiblemente haya
matado a docenas de mercenarios experimentados en la caza de grandes reptiles.
Mientras tanto Laab sigue quieta sin hacer ningún ruido, como si fuéramos a echarle la
bronca si nos molestara con cualquier cosa. Poco a poco voy uniendo las piezas del
puzle, y trazo una estrategia a seguir con solo nosotros dos, afortunadamente Loob
puede hacer muchas cosas que alguien normal no podría, gracias a lo cual ideo una
estrategia que solo podríamos llevarla a cabo él y yo.
—No se me ocurre nada sensato, en ninguna de las simulaciones que he hecho en mi
cabeza salimos mal parados, ¿y tú? —Dice acercándome la cara y arqueándome una
ceja, del modo tan excesivamente teatral que le caracteriza.
—Sí, tengo un plan, pero no te va a gustar.
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