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Título: Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Autor: Darío

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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
03 - L OOB – D EP R EDA DOR

P OR EX C ELE NC IA

Su padre. Joder, sé que me ha tocado la parte más segura, y que comparada con la
suya los riesgos parecen mucho menores, pero… me sentiría más tranquilo delante de
un toro encabronado con la única protección de unos gayumbos de color rojo brillante.
Pero en fin, el cabrón tiene labia, hay que reconocérselo, y el plan, aunque al menor
error de cálculo, sobre todo de mi parte, nos llevará a una muerte segura, es lo más
sensato que podríamos hacer con una criatura así con el equipo que llevamos,
suponiendo, claro está, que todas las suposiciones, por muy lógicas que parezcan, sean
correctas. Pero en fin, habrá que ponerse con ello, así que cojo a Laabita y salimos del
ayuntamientos al amparo de la oscuridad que nos han dado unas nubes. Vamos poco a
poco sin hacer ruido, creemos que el dragón, desde ya lo voy a considerar dragón y no
wyvern, sigue durmiendo en los restos carbonizados de la frutería, pero nada nos lo
garantiza, y podría estar haciendo otra ronda por su nuevo territorio en este momento.
Vamos pasando entre edificios que dejan poco espacio y por dentro de otros, no sabría
decir el tiempo que nos llevó, ya que creo que nos perdimos tomando un desvío y no
acercarnos a la frutería, pero tras un buen rato llegamos al templo. El mirador del
ayuntamiento no era, ni de lejos, un lugar seguro para Laabita si la cosa se complicaba y
el dragón nos daba más guerra de la esperaba, así que la refugiamos dentro del sótano
del templo en el que había estado durmiendo hace escasas horas. Investigando vemos
que tiene un túnel tras la puerta del Padre de la Segunda Vida, según Colega no es raro
que se hagan refugios en templos en caso de ataques, no son frecuentes en pueblos
como éste, así que supongo que es atacada por bandidos con demasiada frecuencia. Y
puede que los usen para esconder objetos de valor que guardan en el templo.
—No somos los primeros en entrar aquí. —Dice colega tras quedarse mirando un
punto de la pared.
—¿Cómo lo sabes? —Le pregunto, con Laabita aún en brazos.
—De normal se deja una antorcha sin prender y algo para prenderla a la entrada de
un túnel así, pero mira, el aro donde debía estar colgada la antorcha está vacía. —
Contesta señalando el aro, ya que con esta oscuridad puede pasar desapercibido.
—¿De este pueblo o saqueadores? —Le pregunto, y me da la sensación de que él
estaba pensando exactamente lo mismo.
—Podría ser cualquiera, así que ve alerta. —Contesta indiferente.
—¿Y cómo vamos a cruzar el túnel? Podría tener trampas o varios caminos falsos y
eso está más oscuro que el sobaco de un grillo. —Le digo señalando la oscuridad que
tenemos delante con la barbilla.
—¿No puedes ver en la oscuridad? —Me pregunta, y por primera vez me planteo si
está de broma o si me lo pregunta en serio.
—Que yo sepa no. ¿Y tú? —Respondo intentando contener una carcajada.
—Sí. —Responde como si le hubiera preguntado si sabe andar.
Lo reconozco, no me esperaba esa respuesta, al menos no así de seca y me ha dejado
totalmente desarmado, no he sabido qué contestarle y me he quedado callado, me
imagino la cara de subnormal que habré puesto. Por un momento me ha parecido que se
iba a cachondear de mí, pero no, él no es así, en lugar de decir nada saca algo negro de
detrás de su cintura, imagino que tiene ahí alguna bolsa o algo.
—¿Otra máscara negra? Pero no está entera, ¿me explicas el truco? —Le pregunto
con algo de sorna.

Darío Ordóñez Barba

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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Por “no está entera” me refiero a que no está completa, ya que solo le cubre los ojos
y la nariz, pero no es una máscara aunque lo parezca.
—No es una máscara, son unas gafas de cristal Ojos de Noche. —Me responde con
tranquilidad mientras me lo ofrece para que lo coja.
Me lo pongo delante de los ojos en dirección al oscuro túnel y Laabita levanta la
cabeza para mirar también, llena de curiosidad. A través de ese cristal todo adquiere un
tono considerablemente claro y veo con claridad el interior del túnel y el aro donde
debía ir la antorcha. No podría jurarlo que todo esté hecho de piedra y Colega va todo
de negro, pero me da la sensación de que se ve todo en blanco y negro. Es una vista
muy rara, pero útil.
—Joder, ahora sí que se ve todo con detalle ahí dentro, se ha aclarado todo, ¿así es
como ven los gatos? —Le digo de coña, aunque me lo pregunto de verdad. Laabita
también parece embelesada, supongo que nunca habría oído hablar siquiera de este tipo
de cristal.
Se lo devuelvo y se lo incrusta en la máscara, está hecho a medida para que se encaje
a presión en su máscara y que agarre en el borde de ésta, a la altura de las orejas y
encima de las cejas, como es del mismo tono que la máscara, no desentona.
—¿Dónde te pillas todas estas rarezas?
—El cristal lo compré en Rostaña y un artesano de confianza le doy forma. —Me
responde mientras empieza a caminar.
Me acerco a él y con el brazo que tengo libre le cojo el hombro para no perderme ni
chocar contra nada, no serviré de mucho si nos atacan, pero con él delante poco importa.
—Buff, un poco lejos, ¿no? Además del frío de narices que hay casi siempre tan al
norte, por no hablar de que está construido en mitad de una montaña, bueno, de la
montaña, la Cicatriz, una cordillera que llega más allá de donde llega la vista, en todos
los sentidos. En mitad de ésta, de altura digo, van y la construyen cavando en la roca.
Como defensa contra invasiones no le pongo ninguna queja, pero es bastante chungo
llegar hasta allí. ¿Qué demonios hacías allí?
—Trabajar, llegó un encargo para mí de allí. —Me responde mientras avanzamos.
—Un poco lejos de nuestra “jurisdicción”, ¿no? —Pregunto haciendo las comillas
con los dedos índice y corazón.
—El cliente quería discreción, y como de mí no se conoce ni el rostro ni el nombre,
consideró que era el indicado. —Me responde.
Sí, ni rostro ni nombre, nadie que conozca le ha visto jamás la cara, y a nadie le dice
el nombre, a todo el mundo le dice que puede llamarle como quiera, yo decidí llamarle
“Colega” porque le considero mi colega.
—Ya tienes que estar ganando fama para que los de allí te conozcan. —Le digo
mientras le doy unas palmadas en el hombro. —La próxima vez que vayas tienes que
conseguirme unas de esas gafas a mí.
—Claro, si me das el dinero de antemano, claro está. —Me dice esta vez gira la
cabeza para mirarme.
Me conozco el gesto, aunque no se le vea la cara. Me da miedo preguntar, pero lo
hago.
—¿Cuánto te costaron?
—828 svars de oro. Me responde mientras me mira. El muy cabrón quiere ver como
reacciono.
Intento aparentar indiferencia, pero se ve que con ningún éxito, ya que le oigo reírse
y Laabita se me ha quedado mirando fijamente. Pero es que joder, con ese dinero podría
comprarme varios caballos con pedigrí.

Darío Ordóñez Barba

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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
—Casi mejor que cojo un palo y lo voy poniendo delante mientras camino, va a ser
lo mejor.
—Me lo imaginaba. —Me dice y acto seguido se para en seco.
Nos quedamos unos segundos sin hacer ningún sonido. Es evidente que ha visto algo
y que no es conveniente que nos movamos. Pero ¿qué ha visto? Más vale que sea un
ancianito asustado, como nos topemos ahora con algún bicho carnívoro con hambre la
llevamos clara.
—Los habitantes de este pueblo nos contrataron para matar al wyvern que os ha
atacado, no somos vuestros enemigos. —Dice Colega en plan negociador, pero su mano
derecha ya está en la empuñadura de su Espada Lamia. Como el que haya delante haga
alguna tontería ya se puede despedir.
—¿H-habéis matado a ese monstruo? —Pregunta una voz temblorosa, debe ser
alguien mayor.
—Aun no, pero hemos encontrado a esta niña en la ciudad, queremos ponerla a salvo
antes de enfrentarnos a él. —Sigue hablando Colega con un tono que demuestra
autoridad, eso se le da muy bien.
—¿N-niña? —Dice el anciano mientras se asoma muy lentamente, temblando como
una hoja.
Es un hombre mayor, debe rondar los sesenta, con una túnica grisácea hecha polvo
que le viene un poco grande. Supongo que cuando esto empezó debía estar más gordo
de lo que se ve ahora, que tampoco es poco. Me adelanto con Laabita en mis brazos,
cubriéndola por si el viejo hace alguna estupidez por culpa de su miedo o por si hay
alguien detrás de él con malas pulgas. El anciano, (que ahora de cerca parece un
religioso, supongo que será el párroco o algo así de este templo) estira el brazo con una
antorcha para vernos mejor. Al ver a Laabita se le llenan los ojos de lágrimas y se
acerca a toda prisa a nosotros, aunque cuando la luz enfoca a Colega para en seco de un
susto. Pero mantiene la compostura.
—¿Laab? ¿Eres tú, cielo? —Le dice con dulzura. Ella asiente. —Alabados sean los
dioses, menos mal que has conseguido sobrevivir. Venid, por favor, no tenemos mucho
que ofreceros pero podéis tomar algo de agua y un poco de comida, no es gran cosa,
pero calmará el hambre. —Nos dice mientras nos señala el camino con la antorcha,
aunque si bien aún no ha dejado de temblar. Supongo que es normal, después de todo lo
que ha pasado en el pueblo con el dragón y los saqueadores se esperarán lo peor de
gente armada como nosotros.
Lo seguimos hasta lo que parece el final del túnel donde no huele especialmente
bien, huele sobre todo a heces y enfermedad, entramos en una habitación cavada en la
tierra bastante más grande de lo que esperaba, aquí cabría perfectamente una planta
entera con dos o tres pisos no muy pequeños. Aquí hay un poco de todo, muchos libros,
muebles, algunas estatuas religiosas, varias camas y algo más de una docena de
personas. No mucho mejor que Laab o el anciano que nos ha encontrado. La mayoría
sufren únicamente hambre, pero hay otros heridos, principalmente por quemaduras y
cortes no demasiado graves, quizás de cristales. Hay cuatro que parecen Hijos de los 12,
con sus típicas túnicas que arrastran en el suelo, pero como no parecen llevar ningún
adorno no sabría decir su grado de importancia en este templo, un par de Hijas de los
12, un par de ancianas, una mujer con los que parecen su hijo e hija poco mayores que
Laabita, un hombre de unos cuarenta al que le falta una pierna y un hombre de poco más
de veinte en la cama, que parece malherido.
—Solo pudimos refugiarnos los que estábamos ya dentro cuando atacó esa bestia, y
bueno, también Rosa y sus dos pequeños con ese joven hace un par de días. — Nos dice
el anciano cuando entramos.
Darío Ordóñez Barba

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—¿Ese joven no tiene nombre? — Pregunta Colega, que ahora me fijo que se le ha
quedado mirando fijamente, y el joven herido a él.
—Me llamo Noip. —Dice el joven antes de que el anciano pueda decir nada.
—No te he preguntado a ti. ¿Acaso usted no sabe su nombre, anciano? —Pregunta
colega, con un tono que me indica que esté alerta. Dejo a Laabita en el suelo y la pongo
detrás de mí. No sé qué pasa, pero si él ha visto algo raro, es que hay algo que no
debería estar.
—Por favor, señores, no hay que ponerse así, aquí todos somos hermanos. —Dice el
anciano intentando en vano que dejáramos el tema.
—Eres un saqueador, ¿verdad, chico? —Dice Colega plantándose a unos pasos de él.
—Y tú un mercenario, ¿verdad? —Dice el chico intentando incorporarse. Pero sin
demasiado éxito.
—Hemos visto a varios muertos por arma blanca en distintas partes del pueblo, así
que el dragón no ha podido ser. También hemos encontrado varios cuya ropa de
camuflaje los delataba como saqueadores. Me importa bien poco que robarais unas
cuantas joyas en las casas abandonadas, pero matar es otra historia. ¿Eres uno de los que
mataron a esos civiles? —Pregunta con una mano la empuñadura de su espada oriental.
Más como amenaza de lo que pasará si hace algo raro que porque quiera usarla si no le
gusta la respuesta.
—Si hubiera hecho eso no estaría aquí. —Le responde entre quejidos de dolor.
La madre de los pequeños se acerca corriendo, tras dejar a sus hijos con una de las
Hijas de los 12.
—Por favor, señores, este joven no ha hecho nada malo, me salvó la vida a mí y a
mis hijos, por favor, no le hagan nada. —Le suplica la mujer a Colega.
La mujer no está en muy buen estado, tiene quemaduras en la cara y las manos, por
no hablar del estado de su ropa, su delantal y larga falda está rota por muchos sitios y
quemados en otros, y me parece que su pelo castaño recogido en un moño también
tienes partes quemadas.
—Ese joven trajo aquí a Rosa y los niños a riesgo de su vida, de no ser por él ellos no
habrían llegado aquí, es una buena persona. —Salta uno de los Hijos.
—¡Eso! ¡Hasta hizo de escudo de los niños! —Increpa otro.
Ni Colega ni yo decimos nada, y parece que eso envalentona al resto que se ponen
todos a increparnos cada vez más alterados. Parece que nos hemos convertido en el
objetivo de donde enfocar su ira contenida, es normal que en casos como éstos en los
que el estrés y el miedo pueden con uno te desahogues con cualquiera, si es un extraño
amenazador mejor, así no te da cargo de conciencia luego. Pero Colega sigue inmóvil,
sin decir nada, así que decido hacer lo mismo, total, le darían la vuelta a cualquier
explicación razonable que diéramos, así que antes que avivar el fuego esperamos a que
se apague solo, si es posible. Afortunadamente un anciano con túnica que está sentado
sobre un baúl los hace callar antes de que la cosa fuera a más, le basta con un único
grito de “¡Silencio!” y todos se callaron de golpe, al parecer él es el que tiene mayor
rango en este templo, por como todos le inclinan la cabeza y se disculpan. No hace
ningún amago de levantarse, y veo que tiene los dos pies vendados y con manchas rojas
de la sangre al penetrar por la tela.
—Ruego disculpéis a mis hermanos, espero que sepan disculparlos, es el miedo el
que habla, no ellos. —Dice el anciano, con una calva incipiente y barba cuidada y
recortada, con todo el pelo blanco y muy delgado, con una túnica muy desgastada y
sucia— Me llamo Blero, soy, por llamarlo de algún modo, el líder de esta congregación.
Os doy las gracias por venir y por salvar a la pequeña Laab. Son mercenarios
contratados por nuestro alcalde, supongo.
Darío Ordóñez Barba

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—Así es, queríamos cumplir nuestro trabajo una vez que hubiéramos puesto a salvo
a la niña. No pretendía ser irrespetuoso, pero hemos visto varios cadáveres causados por
los saqueadores, y he temido que os tuviera amenazados de algún modo. —Dice Colega
mientras inclina la cabeza a modo de disculpa. Desde luego, a pesar de lo callado que es
por naturaleza a la hora de elegir las palabras, es mucho mejor que yo, por eso suelo
dejar que se ocupe de toda la “diplomacia”, por no mencionar la parte de la negociación.
Jejeje.
—Lo comprendo, es perfectamente comprensible, pero el joven ha dado muestra de
una gran bondad y valor, yo mismo le he exculpado de sus crímenes pasados por su
gesta. —Dice el viejo Blero mientras le devuelve la inclinación de cabeza a modo de
que acepta sus disculpas.
El ambiente en la sala subterránea se calma bastante, algunos hasta muestran sonrojo
de arrepentimiento.
—¿Entonces vais a matar al monstruo? —Dice el hombre cojo, de golpe, cortando la
conversación.
—Esa es nuestra intención, y nos disponíamos a ello una vez pusiéramos a salvo a la
pequeña. —Responde Colega.
—Pero antes nos gustaría haceros unas preguntas. —Intervengo yo, que me he dado
cuenta de una cosa.
Me acerco hasta el saqueador y la madre, intentando parecer todo lo afable posible.
—Tenéis los dos muchas heridas y quemaduras, sobre todo tú Noip. Por lo que no
creo que pudierais llegar hasta aquí con esas heridas y dos niños eludiendo al dragón.
¿Os hizo esas heridas conforme veníais? —Les pregunto y ellos asintieron la cabeza—
¿Y cómo pudisteis eludirlo? Yo mismo lo he visto, es bastante rápido, tú estás en forma
y quizás pudieras hacerlo, pero no una ama de casa y sus dos niños pequeños. —Fue por
el sol, que lo dejó prácticamente ciego y no daba pie con bola, embestía lo que fuera,
chocaba contra los edificios y se tropezaba, por eso no nos pilló. —Me explica Noip.
—¿El sol? —Le pregunto, creyendo saber la respuesta.
—Sí, al amanecer, el sol sale justo detrás de este templo, así que corrimos por la calle
del mercado con ese monstruo detrás para que le diera los rayos del sol directamente en
la cara. Una compañera mía me dijo cuando llegamos que estas criaturas tienen muy
buena visión durante el día y la noche, así que daba igual si íbamos durante el día y la
noche, que a él le es indiferente, pero cuando amanece, cuando sale la luz tan intensa y
de cara después de varias horas de oscuridad era el momento en el que peor veía, así que
era el único instante en el que podíamos movernos con relativa tranquilidad, por eso
salimos de la casa en ruinas en la que los vi a esa hora. Esperaba que pasara de nosotros,
pero se ve que nos olió o algo porque salió como un poseso a por nosotros, pero cuando
la luz le dio de golpe lo dejó atontado, no sabía por dónde ir, intentó alcanzarnos, pero
se chocó con todo, pero el muy cabrón se puso a soltar fuego en todas las direcciones,
ahí nos dio un poco, pero pudimos llegar hasta este sótano a tiempo. —Nos explica
Noip.
Eso es, el amanecer es la hora adecuada, ya me lo había imaginado por las
escaramuzas que oí esas mañanas, la última debieron ser ellos, así que podemos
aprovechar esa hora, y también el mismo camino que hicieron ellos para descolocar
también al dragón y entonces sí que tendremos muchas posibilidades de matar a ese
cabronazo.
—¡Colega! —Me giro bruscamente hacia a él y le pregunto feliz como una perdiz—
¿Te importa si le damos unos arreglillos al plan?

Darío Ordóñez Barba

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