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Título: Seannus
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Seannus estaba sentado en una pequeña terraza de Xhantalas, comiendo y
observando lo que allí discurría. Una polvorienta capa con capucha le cubría de la
cabeza a los pies. Debajo una jersey de manga larga y un pantalón largo desgastados
apenas dejaban piel al descubierto. Todo del mismo color, un rojo muy oscuro, como la
sangre vieja. Llevaba unas manoplas de piel oscura que le dejaban a la vista unos largos
dedos ennegrecido, como quemados. Si alguien se hubiera fijado en la poca piel
quetenía visible, quizá sus muñecas o su cara, que ocultaba con la capucha, se hubría
extrañado de su textura, como ceniza que además se desprendía constantemente, o del
fulgor de sus ojos, como ascuas encendidas. Quizá en cualquier otro lugar su aspecto
hubiera levantado miradas de curiosidad o suspicacia. Y desde luego, seguro que su
comida si hubiera llamado la atención, pero en la ciudad comercial, el camarero que
recibió el pedido de brasas encendidas y metal líquido, apenas parpadeó y se limitó a
decirle que no sabía cuanto le iban a cobrar por eso. Al fin y alcabo, en un momento u
otro, todas las razas del universo visitaban Xhantala.
Masticando las brasas al rojo y bebiendo la mezcla de metales fundidos, Siannus
reparó en como un hombre menudo tropezaba con un grupo en la concurrida placeta. El
grupo lo formaban cinco humanoides altos, enormes, con brazos como robles y velludos
como una moqueta de recepción. Los cinco iban fuertemente armados, con hojas de
diversas formas, y, por si fuera poco, el hombrecillo tuvo la mala suerte de tropezar con
el más grande de todos, que iba delante.
Al momento se inició una discusión, que fue subiendo de tono. A Siannus le
pareció que el hombrecillo, que apenas llegaba a la cintura de los otros trataba de
disculparse, pero esa especie de hombres-simio no parecian querer olvidarse de la
supuesta ofensa. Se veía que querían pelea y que no inam a soltar su presa. De repente,
el brazo del que llevaba la voz cantante se movió a una velocidad increible, lanzando su
puño como un rayo hacia la cara del hombre menudo, o mejor dicho, hacia donde
hubiera estado su cara si éste no hubiera reaccionado como un rayo. De un salto, se
encaramó al cuello del corpulento y peludo agresor, y cuando todavía el puño de éste
estaba a medio recorrido, la cabeza del hombrecillo ya golpeaba la nariz del gigante con
un terrible crujir de huesos. Su enorme cuerpo aún no había llegado al suelo y ya había
recibido dos golpes más, en medio de su cara, que sonaron como un martillo esclafando
huevos. Cuando el cuerpo del giganton golpeó el suelo, el pequeño pero sin duda rápido
hombrecillo aún le dio dos cabezazos más, que esta vez sonaron como cuando se pisan
los racimos de uva en la vendimia. Se levantó como un relámpago, y allí donde debía
haber una cara simiesca no quedaba nada más que una masa deforme y sanguinolienta,
terriblemente aplastada.
Siannus, sin dejar de masticar, valoró la brutalidad y rapidez del ataque. Tal vez
el hombrecillo decidió ser expeditivo, dado el tamaño y número de sus oponentes…o tal
vez simplemente había disfrutado espachurrando su cara hasta que los sesos quedaron
esparcidos por el suelo. Siguió contemplando la escena mientras tomaba un largo trago
de metal fundido, saboreando la mezcla que le habian preparado, no estaba nada mal,
hierro y residuos de alguna forja cercana, sin duda. Aunque el hollin le daba un sabor
amargo, la mezcla de los diferentes metales de los residuos la hacian interesante. Estaba
sopesando la posibilidad de pedir la receta cuando la acción en la plaza se reanudó,
sacándole de este pensamiento.
El hombrecillo y los cuatro hombres-simio peludos restantes (Seannus no tenía
ni idea de que raza eran) habian estado mirándose de frente, unos con los ojos y la boca
muy abiertos, el otro alerta y en tensión. Sangre, trozos de piel y material cerebral se
adherían y resbalaban de la frente del pequeño cabeza dura. Los simios lo miraban sin
saber que hacer, al igual que lanzaban miradas al cuenco de sangre y seso en el que se
habia convertido la cabeza de su compañero. No se habían intercambiado ni una palabra
desde que habia caido el grandullón y entonces, al cabo de un par de sorbos de metal, el
hombrecillo se dio la vuelta con intención de marcharse. Eso fue lo que dio valor a los
cuatro restante para vengar a su amigo muerto y sacando sus armas lo atacaron por la
espalda entre gruñidos.
Mejor para ellos que no lo hubieran hecho, pensó Siannus masticando una brasa
encendida, ya que otra vez el hombre menudo reaccionó con rapidez, sacando dos
grandes dagas curvas y dandose la vuelta, y cercenando primero un brazo y luego una
pierna al primero y segundo de sus agresores de un mismo movimiento, encarándose a
continuación con los otros dos, que ya habian detenido su avance y lo miraban
paralizados. Mientras la sangre cubría el suelo de la plazoleta alrededor de los dos
nuevos cuerpos que morian desangrados, los espectadores de la trifulca reanudaron su
marcha. El hombrecillo envainó sus dagas y se fue, y esta vez, los dos gigantes peludos
y simiescos que quedaban lo miraron irse sin mover un pelo, hasta que desapareció
entre la gente.
El espectáculo habia terninado, pensó Siannus, y mientras acababa de masticar
las últimas brasas de abedul que ya no estaban incandescentes y tomar el último trago
de esa mezcla de metales que estaba ya más espesa, reflexionó sobre lo que habia
pasado, concluyendo que no te puedes fiar de las apariencias y que esta era una ciudad
peligrosa. Vista la indiferencia que había provocado la pelea, teniendo en cuenta que
habían tres muertos, dos desmembrados y uno sin cara sangrando en el suelo, cualquiera
diría que era una calurosa tarde normal. O quizá fuera que en Xhantala esto era lo
habitual.
Aparte de Xhantala, el resto de este inhospito y enorme mundo era pura arena
ardiente. Quizá algunos animales vagaran por el desierto desolado y seco, pero Seannus
no tenía ningún interes en decubrirlo. Ni él ni nadie, dee hecho, en este mundo gigante,
sólo resultaba interesante la ciudad. Era una populosa ciudad amurallada, donde se
hacinaban decenas de miles de almas, apretujadas en variopintas casas de diferentes
materiales, sin ningún orden. Habían tantos estilos arquitectónicos como razas vivían en
la ciudad comercial, incontables. Eso si, todas las casas disponían de un suministro
continuo de agua que recibían a través una intrincada red de acequias, tuberías y
acueductos que formaban una intrincada red de suministro proveniente de una única
caudalosa fuente. Alimentada por las nieves perpetuas que existían en la cumbre de la
colosal y singular mole en la falda de la cual se apoyaba la ciudad, la fuente era la razón
por la cual este mundo no estaba completamente deshabitado.
La altura de la cumbre era extraordinaria, casi siempre rodeada de nubes, y
brillaba por la nieve acumulada. El nombre de la inmensa montaña era también
Xhantala, y además de agua proporcionaba una inmensa sombra vespertina a la ciudad,
que hacía que por la tarde la actividad se volviera frenética, como esa misma tarde. No
existían mas montañas, no existía más agua, ni más sombra que la de la inmensa mole
en todo el desolado planeta.
Agua y sombra en el desierto, pensó Siannus, no le gustaba ninguna de las dos
cosas, y pagando una cuenta que al final resultó bastante elevada para lo que fue su
almuerzo, reanudó su marcha avanzando entre la gente y los puestos callejeros. En
Xhantala se podía encontrar cualquier cosa, daba igual lo que fuera, el hecho de estar en
la frontera del imperio, de ser una ciudad relativamente pequeña en un mundo gigante
que sólo era un saco de arena, la hacía estar relativamente fuera del radar del Imperio.
Eso favorecía el comercio, en todo su sentido, legal, ilegal o extremadamente
peligroso…si existía, en Xhantala lo podías comprar por un precio, en alguna de sus
multiples tiendas o tenderetes.
Armas, esclavos, animales, objetos rúnicos o cualquier tipo de tecnología o cosa
se mezclaban en las calurosas calles, sin ningún orden. Hasta se rumoreaba que se podía
encontrar máquinas imperiales de salto, aunque eso a Seannus le parecía inutil, ya que
el imperio controlaba todos los puntos de salto.También aquí en el puerto, estaban los
funcionarios Imperiales, con sus registros, pero curiosamente todos los funcionarios del
imperio residentes en Xhantala acababan o inmensamente ricos o muertos. Y ningun
funcionario había muerto en Xhantala durante siglos. No era extraño el control ferreo de
los saltos entre mundos, al fin y al cabo el Emperador había inventado el modo artificial
de saltar entre mundos y controlaba todos los saltos que se realizaban de ese modo, los
únicos que podían realizar la mayoría de razas para recorrer grandes distancias en poco
tiempo.
Andaba entre esta anarquía de gente y mercancias por las calles de Xhantala, en
la que, como acababa de ver, cada cual debia cuidar de si mismo cuando pensó que
quizá fuera mas prudente aplazar su cita ya sería mejor acudir a la misma por la
mañana. En realidad tampoco se había acordado un día fijo y si tenía que huir
precipitadamente, era mejor hacerlo a través de unas calles desiertas que a través de esta
calles multitud. Además por la mañana a pleno sol haría calor y sin duda el calor le
beneficiaría en caso de problemas, pensó sonriendo, mientras unas pequeñas llamas
surgían de las yemas de sus dedos ennegrecidos y se reunían en una sola mas grande en
su palma. Con el calor seco de la ciudad del desierto, a pleno sol, todo podía arder
mucho mejor, y volvió a sonreir extinguiendo el fuego.
Así pues, cambió de rumbo en busca de una posada donde pasar la noche, y sacó
el medallón de oro que le había entregado el mensajero hacía unas semanas, invitandole
a visitar la ciudad y reunirse con los llamados Cuatro de Xhantala. Se lo colgó en el
pecho, bien visible, ya que le había dicho que el medallón era un salvoconducto y
significaba que era un invitado personal de los Cuatro Xhantala. Desde luego era una
invitación que no podía rechazar, grande era la fama de la fortuna de los Cuatro en
determinados circulos, algunos mercenarios o contrabandistas decían que incluso más
que la del propio emperador, aunque Seannus sabía el Emperador de Todos los Mundos,
el ser más poderoso del universo, no tenía rival por desgracia tampoco en cuanto a su
fortuna. Pero como él jamás trabajaría para el Impero, así que uno de sus potenciales
mejores clientes podían estar a la vuelta de la esquina y eso le hacía estar de buen
humor. Es lo que tiene ser un mercenario apátrida, pensó, eres libre de ir donde quieres,
conoces mundo y con suerte te haces rico, si es que no te da por licuar y beberte todo el
oro que ganas. Literalmente.
Mientras seguia recorriendo las calles en busca de un lugar donde descansar, el
medallón levantaba miradas de soslayo y hacía que los transeuntes se apartaran de su
paso, a pesar de lo concurrido de las calles. Algunos le sonreían nerviosos y si se
tropezaban con él por accidente, se disculpaban rapida y profusamente. No iba a tener
ningún problema para acudir a la reunión, pero ¿y para salir? Debóa ser precavido, era
la primera vez que trataba con los llamados Cuatro y tanto misterio le ponía un poco
tenso.
Se había informado lo mejor que pudo sobre ellos, pero al final habia sacado
poco en claro. Todo tipo de rumores y leyendas circulaban en el mundillo sobre los
Cuatro de Xhantala, fundadores y eternos vigilantes de la ciudad comercial del desierto
y aunque al final, la hipotesis que creía mas válida era la que explicaba que se trataba de
una organización, que se valía de la leyenda para elegir a cuatro lideres enmascarados y
misteriosos y hacer creer a la gente que siempre eran los mismos perpetuandose en el
poder, también había quien decía que eran seres inmortales que bajaban desde la
cumbre de la montaña y se alimentaban de sangre.
Seannus se inclinaba por la primera opción aunque había dos cosas que le hacian
dudar, la primera que él mismo era inmortal, por lo que los inmortales existían y los
cuatro podían serlo y por tanto peligrosos, y la otra que de vez en cuando aparecían
cadáveres que siempre presentaban el mismo estado, secos, momificados, como si les
hubieran arrancado de golpe toda la humedad. Pero por un lado, el era el único de los
suyos que sobrevivió, y al resto los habían aniquilado. Y por otro lado estaba
convencido que los Cuatro de Xhantala buscaban más el oro que la sangre, por eso
habían promulgado las Dos leyes, y por eso todos los que las quebraban aparecian
muertos, así que si hubiera tenido sangre esta creía que hubiera estado a salvo.
De todas formas no tenía ninguna intenciçon de violar las dos leyes, que por otro
lado eran simples, primero, nadie se inmiscuie en los asuntos de los Cuatro y todos han
de pagar una parte de los tratos que se hacían entre las murallas de la ciudad. A cambio,
se ocupaban de mantener alejado al imperio y proporcionaban agua a toda la ciudad
desde su residencia amurallada en lo alto de la ladera de la montaña. Con estos
pensamientos Sianus recorrio las calles bulliciosas y se detuvo en la única posada que
había visto hasta ahora que no parecía ser un estercolero inmundo.
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