Cosmopolitismo como ideal caprichoso .pdf
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Autor: Ruben
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C O SMO PO LITI S MO
C OM O I D E A L
C A PR IC H O SO
ENSAYOS SOBRE LA CON DICIÓN
POLÍTICA HUMANA
SANTIAGO DE
COMPOSTELA
RUBÉN VÁZQUEZ
ALDEMUNDE
Llevamos ya más de 13 años en el siglo XXI, si bien es cierto que el anterior fue
el de las grandes guerras, éste se ha convertido en el de la globalización. Bien es cierto
que los ordenadores, los teléfonos móviles e internet se desarrollaron antes de entrar en
este tercer milenio después de Cristo, pero la extrema utilización de los mismos no se dio
hasta recién entrado el anterior. Hoy en día usamos Youtube, Twitter, Facebook y diferentes
portales y webs de internet para compartir, consultar y contrastar información; sí, los
vídeos haciendo el idiota de 15 segundos que subimos a la red social desarrollada por
Mark Zuckerberg también son información, hacemos saber a nuestros contactos lo bien
que lo pasamos, cómo, cuándo y con quién, también las fotos que colgamos y las
reflexiones que escribimos en el muro por estúpidas que puedan ser, lo son. No voy a
enjuiciar lo que cada uno debería hacer con su vida social, ni tampoco voy a considerar
que emplear internet para lo anterior es correcto o no, lo que me gustaría hacer es
reflexionar sobre lo que significa todo lo que estamos haciendo. Todos estamos
realizando lo mismo, buscamos el mismo fin, comunicarnos, divertirnos y aprender,
dejamos de lado cualquier diferencia étnica, social o racial. Siempre que nos conectamos
a internet, dejamos de ser de un país u otro, y aunque hablemos una lengua y tengamos
unas costumbres determinadas, formamos parte de una misma cultura universal; al final,
todos gastamos dinero, compramos cosas por Ebay, nos entretenemos con vídeos en
Youtube o DailyMotion y consultamos Wikipedia. Es difícil mantener una cultura que
pretenda aislarse de las demás, además no es para nada beneficioso. Nos sentimos de una
parte del mundo pero nos aprovechamos de ideas e inventos de otros; siempre y cuando
hagamos esto, no podremos considerarnos nacionalistas en el sentido más estricto de la
palabra, lo nuestro ya no es lo mejor, necesitamos de los demás. Es más, no existe ningún
ser humano puro, ya que a lo largo de los años y en cualquier lugar, debido a invasiones y
demás circunstancias, humanos de muy diversa índole se han ido juntando.
Hace 2500 años aproximadamente, Atenas era la ciudad por excelencia de la
civilización occidental. La política estaba en su máximo esplendor, la ciencia se
desarrollaba de manera fructífera y cualquier tipo de arte también. La Ilustración Griega se
caracterizó por la búsqueda racional de respuestas, dejando de lado tanto mitos como
caprichosos dioses de un monte que se alzaba a más de 2000 metros de altitud. En lo
tocante a la política y a los derechos que correspondían a cada uno, después de un
período en el que se consideraba que los hombres que no eran griegos no tenían logos y
que por tanto no podían participar en la vida pública, algunos pensadores dieron un
vuelco revolucionario a la historia, muchos de ellos sofistas. Arístipo de Cirene, discípulo
de Sócrates y fundador de la escuela cirenaica, consideró que no podíamos ser educados
para mandar u obedecer, es decir, para ser esclavos o señores, y que tampoco debíamos
arraigarnos en la polis y que sí debíamos ser siempre extranjeros. Hipias, anterior en el
tiempo y sofista, afirmaba que la vida debía estar regida por leyes de la naturaleza y no de
la ciudad. Existía, para él, una ley Natural, inmutable e inalienable, superior a cualquier
ley humana y contingente. La anterior separa a los hombres, la ley Natural los une. Algo
más cerca a nuestros días, no demasiado, el cínico Diógenes de Sinope comenzaba a usar
la palabra “cosmopolita”. Él se autodenominaba ciudadano del mundo, no sentía una
inherente y fuerte conexión hacia ningún estado o ciudad, sino que consideraba que en
todos los lugares se podría estar bien, que de todas las comunidades podríamos sacar algo
de provecho. Este discípulo de Antístenes, basaba sus ideales en la universalidad, la
diferencia y el cambio constante al cual estamos expuestos todos los seres humanos. El
buen cosmopolita tomaba decisiones diferentes en momentos también diferentes,
ejerciendo el autodominio, sin influir negativamente en ninguno de sus congéneres,
independientemente de la sociedad en la que se encuentre. Se dice que Diógenes una vez
estaba observando una pila de cadáveres y Alejandro Magno le preguntó qué hacía, él le
respondió: “Estoy buscando los huesos de tu padre pero no puedo distinguirlos de los de un exclavo.”
Este tan interesante pensamiento fue recogido en el siglo III a.C. por la escuela estoica
fundada por Zenón de Citio. Los estudiosos pertenecientes a esta corriente afirmaban
que todos los seres humanos estaban impregnados de un logos universal que nos hacía ser
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libres siempre y cuando aceptásemos nuestro destino, viviendo pues de manera racional,
sin dejar que las pasiones y los vicios nos perturbasen. Somos ciudadanos del mundo,
todos somos iguales, no somos más que hombres y deberíamos ayudarnos entre
nosotros.
Cualquiera de estos pensadores reconoció que guardamos gran cantidad de cosas
en común, aunque es cierto que otras tantas son diferentes, pero al fin y al cabo somos
seres humanos, con unas capacidades muy semejantes unos de otros. El ilustre filósofo
alemán, Kant, propuso un gobierno cosmopolita en 1784 en Idea para una historia universal
en sentido cosmopolita, basándose casi plenamente en el uso de la razón: es cierto que los
humanos tenemos una tendencia importante de individualizarnos, de sentirnos diferentes
del resto, pero también tenemos la misma para unirnos, pues al final, si el resto de
personas no pueden percibir cómo es nuestra vida, ni cuán diferentes somos, ¿para qué
queremos ser diferentes a ellos?, es más, si solamente existo yo, objetivo que pretendo
alcanzar al ser tan egoísta y autónomo, ¿a quién soy distinto? Ahora bien, si aplicamos el
imperativo categórico del natural de Königsberg, podríamos llegar a la conclusión de que la
mayoría de las leyes que están establecidas son tanto innecesarias como inadecuadas ya
que las conductas que hemos de seguir son universalmente válidas, es decir, podrían
llevarse a cabo de forma correcta por cualquier ser humano en cualquier parte del
mundo. No matar sería un acto moralmente malo en cualquier momento y lugar, pues
pensemos: si todos matásemos, cualquiera podría matar y no podríamos llegar a lo que
todo individuo pretende llegar, la felicidad; acabaríamos con nuestra especie y haríamos
que los pocos habitantes que no han sido asesinados vivan con miedo.
Muy pocos cosmopolitas llegan a exigir un gobierno mundial sin comunidades
más pequeñas ni divisiones, lo que más reivindican estos pensadores es un mundo en el
que, a pesar de ser diferentes, podamos respetar cualquier conducta e ideología, siempre y
cuando no sean atentatorias contra la vida de las personas que rodean a quien le
pertenezcan. Cualquier creencia religiosa que respete a las demás y que no ataque a
ningún sistema de creencias diferentes, ha de ser respetada y considerada de la manera
más positiva posible. Los griegos hablaban en cuantía del logos, como ya antes pudimos
ver, se referían sobre todo a la palabra y a la razón. Todos tenemos palabra, todos
podemos ponernos de acuerdo, podemos dialogar, podemos aprender cosas unos de
otros. Aunque pensemos que un rabino no puede aportarme nada porque está encerrado
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entre las cuatro paredes de sus dogmas, podríamos estar extremadamente equivocados y
el mismo podría darnos una lección de cualquier materia, nos sorprenderíamos.
Podríamos ser egoístas e individualistas y así defender un ideal cosmopolita, es
muy fácil. La tendencia de las personas de hoy en día es la de pasarlo bien durante toda la
vida, tener experiencias positivas. Algunos encuentran sensaciones provechosas en una
videoconsola y puede que solamente quieran jugar a cualquier juego de ese aparato para
estar contentos, para disfrutar de lo que ellos consideran. Es cierto que cada uno marca
su pauta, la felicidad no es algo exacto y cada individuo puede encontrarla en una cosa u
otra, algunos buscan la fama, otros las riquezas, otros el goce intelectual, etc., pero, al fin
y al cabo, ¿cuál de estas vidas es más válida? Siguiendo este punto, si somos egoístas y
sólo pretendemos gozar de experiencias positivas, debemos de saber de antemano que la
unión hace la fuerza, solamente hemos de observar un grupo de hormigas levantando un
escarabajo, ¿sería capaz una sola de lo anterior? Está claro que no. A lo largo de la
historia nos hemos sumergido en diferentes conflictos por sentirnos arraigados a una
zona u otra de la Tierra; muchos, incluso hoy en día, se sienten orgullosos de nacer en un
trozo de tierra o en otro un poco más a la derecha. Conozco a gente que se siente
enormemente orgullosa de ser española. Han tenido suerte, han nacido en un Estado de
Bienestar, en el que todo es mucho más fácil, en el que el gobierno vela por nuestros
derechos, en el que se nos garantiza una sanidad y una educación públicas aunque no
sean las mejores, ¿estaríamos orgullosos si fuésemos una mujer y naciésemos en
Afganistán?, ¿nos gustaría llevar un velo en la cara y tener que hacer caso día sí y día
también a nuestro marido si nos casamos o a nuestro padre si no lo hacemos?
Comencemos a ser realistas, si nos dividimos somos más débiles, eso es algo que está
claro, el ser humano es un animal físicamente muy inferior a los demás, con una
capacidad creativa y cognitiva enorme, pero que sin sus congéneres está desvalido, es un
dulce caramelo cuya muerte es cuestión de muy poco tiempo. Si nos unimos, seremos
más fuertes, si en vez de tirar una piedra a un musulmán por creer en lo que proponía el
profeta Mahoma, acepto su diferencia y lo respeto, estableciendo un diálogo con él y una
relación positiva y productiva, el mundo sería un lugar mucho mejor. Si somos egoístas y
queremos preservar nuestros derechos, el cosmopolitismo es la mejor solución, así
estarán protegidos. En un estado global, toda conducta siempre que no atentase contra
las demás sería respetada y todos podríamos alcanzar la felicidad sin que nadie pusiese
pegas, cada uno podría vestir como considerase oportuno, llevar el corte de pelo que
quisiese, ser adepto de la religión Jedi o ser zoroastrista, al fin y al cabo, si no hacemos
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daño a los demás, no es de recibo ni necesario que a nosotros nos hagan daño, tampoco
nos lo merecemos. En cambio, si nos separamos, podríamos empezar una guerra, ya que
cada vez generaremos grupos más pequeños, hasta casi quedarnos completamente solos;
así, todo sería mucho más complicado, las personas que perteneciesen a otra cultura
podrían discriminarme, insultarme y/o agredirme únicamente por ser diferente de ellos,
ya que no están dentro de ese estado que anteriormente proponía en el que todos somos
completamente distintos, pero todos nos respetamos y nos consideramos seres humanos.
De momento no soy capaz de colocar las bases para ningún gobierno de esta
índole, todavía no estoy preparado y no sé si algún día de mi vida lo estaré. A pesar de
que podríamos llegar al cosmopolitismo a partir del individualismo, también podríamos
hacerlo de otra manera bien distinta, la cual es la que a mí me convence de manera
importante y no se escapa demasiado del ideal estoico. Está claro que todos somos
diferentes: blancos, negros, altos, bajos, robustos, delgados, pobres, ricos…, pero
también está muy claro que todos somos seres humanos: tenemos piernas, brazos,
cabeza, tronco, gozamos de capacidades prácticamente iguales, sabemos hablar una
lengua, tenemos un sistema de creencias, diferenciamos los mismos colores del espectro
visible, tenemos que beber para vivir, tenemos cinco sentidos, tenemos el cuerpo lleno de
pelos, nos reproducimos, vivimos en casas, etc. A los ojos de un extraterrestre somos
exactamente iguales, no guardamos casi ningún tipo de diferencias. En el fondo, nacemos
de un padre y una madre, nos alimentamos, crecemos, estudiamos, obtenemos un
trabajo, nos entretenemos, ganamos dinero para tener comodidad y seguridad,
envejecemos y morimos. A veces es positivo pertenecer a uno u otro lugar, puede
traernos muchas ventajas, por ejemplo, ser ciudadanos españoles hace que tengamos una
conexión con el resto de Europa mucho más íntima que si fuésemos ciudadanos de otro
país en otro continente como podría ser Egipto, pero, ¿y si gozásemos de ese tipo de
ventaja en cualquier país que naciésemos y viviésemos? Si nos esforzásemos, podríamos
conseguirlo. La pregunta que sirve para que yo esté de acuerdo con todas estas ideas es la
siguiente, ¿qué es más adecuado: estar peleado por nacer unos centímetros de tierra más
arriba o más abajo en el mapa o vivir en paz en una comunidad en la que toda diversidad
es respetada y todos nos sentimos miembros de una única nación y sociedad, la humana?
Como fin y en palabras del poeta polaco Ryszard Kapuściński: “El nacionalismo es
algo intrínsecamente malo por dos motivos. Primero por creer que unas personas son, por su pertenencia a
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un grupo, mejores que otras. Segundo, porque cuando el problema es el otro, la solución implícita de este
problema siempre será el otro.”
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