1965 12 07, Concilium Vaticanum II, Constitutiones Decretaque Omnia, ES .pdf



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(1965) Concilio Vaticano II
Pablo Obispo
Siervo de los siervos de Dios
juntamente con los padres del Sacrosanto Concilio
para perpetua memoria

DECRETO

"Apostolicam Actuositatem"
Sobre el apostolado de los laicos
Proemio

1.
1. Queriendo intensificar más la actividad apostólica del Pueblo de Dios, el Santo
Concilio se dirige solícitamente a los cristianos seglares, cuyo papel propio y enteramente
necesario en la misión de la Iglesia ya ha mencionado en otros lugares. Porque el apostolado
de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia.
Cuán espontánea y cuán fructuosa fuera esta actividad en los origines de la Iglesia lo
demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (Cf. Act., 11,19-21; 18,26;
Rom., 16,1-16; Fil., 4,3).
Por nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario,
las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio. Porque
el número de los hombres, que aumenta de día en día, el progreso de las ciencias y de la
técnica, las relaciones más estrechas entre los hombres no sólo han extendido hasta lo infinito
los campos inmensos del apostolado de los laicos, en parte abiertos solamente a ellos, sino
que también han suscitado nuevos problemas que exigen su cuidado y preocupación
diligente.
Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo,
la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del
orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana. Además, en muchas regiones,
en que los sacerdotes son muy escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de
libertad en su ministerio, sin la ayuda de los laicos, la Iglesia a duras penas podría estar
presente y trabajar.
Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la

acción del Espíritu Santo, que impele hoy a los laicos más y más conscientes de su
responsabilidad, y los inclina en todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia.
El Concilio en este decreto se propone explicar la naturaleza, el carácter y la variedad
del apostolado seglar, exponer los principios fundamentales y dar las instrucciones pastorales
para su mayor eficacia; todo lo cual ha de tenerse como norma en la revisión del derecho
canónico, en cuanto se refiere el apostolado seglar.
Capítulo I
Vocación de los laicos al apostolado

Participación de los laicos en la misión de la Iglesia
2.
2. La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en
toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención
salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad
del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos
sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza,
es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún
miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la
actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo
crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros" (Ef., 4,16).
Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros
En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a
sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo
nombre y autoridad. mas también los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal,
profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la
Iglesia y en el mundo.
En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y
santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales,
llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un
claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del
estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son
llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el
mundo a manera de fermento.
Fundamento del apostolado seglar
3.
3. Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su

unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo,
robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al
apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1
Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar
testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo
apostolado, se comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.
El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el
Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. Más aún, el precepto de
la caridad, que es el máximo mandamiento del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la
gloria de Dios por el advenimiento de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: que
conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Cf. Jn., 17,3)'
Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de
trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los
hombres de cualquier lugar de la tierra.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo
de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los
fieles (Cf, 1 Cor., 12,7) "distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11), para que
"cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros", sean también ellos
"administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el
cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).
De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de
los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación
de la Iglesia, ya en la Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que
"sopla donde quiere" (Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo,
sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida
aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben
y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12; 19,21).

La espiritualidad seglar en orden al apostolado
4.
4. Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo el apostolado de la
Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con
Cristo, porque dice el Señor: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque
sin mí nada podéis hacer" (Jn. 15,4-5). Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se
nutre de auxilios espirituales, que son comunes a todos los fieles, sobre todo por la
participación activa en la Sagrada Liturgia, de tal forma los han de utilizar los fieles que,
mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias
de la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de
crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios.
Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este
camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida
debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios

temporales, según las palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de obra,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3,17).
Pero una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.
Solamente con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno conocer
siempre y en todo lugar a Dios, "en quien vivimos, nos movemos y existimos" (Act., 17,28),
buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres,
sean deudos o extraños, y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales
en sí mismas y en consideración al fin del hombre.
Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de Dios,
acordándose de la cruz y de la resurrección del Señor.
Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinación de esta vida, y libres de la
servidumbre de las riquezas, mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan
gustosamente y por entero a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el
orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano. En medio de las adversidades de este
vida hallan la fortaleza de la esperanza, pensando que "los padecimientos del tiempo presente
no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom., 8,18).
Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero
especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gál., 6,10), despojándose "de toda maldad y de
todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias" (1 Pe., 2,1), atrayendo de esta forma
los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que "se ha derramado en nuestros corazones por
virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces de
expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo pobre,
ni se abaten por la escasez ni se ensoberbece por la abundancia de los bienes temporales;
imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (Cf. Gál., 5,26) sino que procuran
agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por cristo (Cf. Lc.,
14,26), a padecer persecución por la justicia (Cf. M., 5,10), recordando las palabras del
Señor: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame"
(Mt., 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier
necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de
matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la
actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes
convenientes para ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu
Santo.
Además, los laicos que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las
asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en
asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien
también como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas
virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la
sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede darse verdadera vida
cristiana.
El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María,
Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los
demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su
Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; más ahora, asunta el cielo,

"cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se debaten
entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz". Hónrenla todos
devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.

Capítulo II
Fines que hay que lograr

Introducción
5.
5. La obra de la redención de Cristo, que de suyo tiende a salvar a los hombres,
comprende también la restauración incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de
la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el
impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente,
los laicos, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la
Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal: órdenes que, por más que sean
distintos, se compenetran de tal forma en el único designio de Dios, que el mismo Dios tiende
a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva creación, incoactivamente en la tierra,
plenamente en el último día. El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse
siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana.
El apostolado de la evangelización y santificación de los hombres
6.
6. La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que
conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus
miembros se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las
palabras y con las obras, y a comunicar su gracia.
Esto se realiza principalmente por el ministerio de la palabra y de los Sacramentos,
encomendado especialmente al clero, en el que los laicos tienen que desempeñar también un
papel importante, para ser "cooperadores de la verdad" incoactivamente aquí en la tierra,
plenamente en el cielo(3 Jn., 8). En este orden sobre todo se completan mutuamente el
apostolado de los laicos y el ministerio pastoral. A los laicos se les presentan innumerables
ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El
mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural,
tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: "Así ha
de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos" (Mt., 5,16).
Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida: el verdadero apóstol

busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a
la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la
caridad de Cristo nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas
palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16).
Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores
gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma
sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno
según las dotes de su ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su cometido,
conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y
aplicándolos convenientemente a los problemas actuales.
Instauración cristiana del orden temporal
7.
7. Este en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente
el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.
Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la
familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad
política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso,
no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio,
que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: "Y vio
Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas
recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio
fueron creadas.
Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales,
en Cristo Jesús "para que tenga El la primacía sobre todas las cosas" (Col., 1,18). No
obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios
fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo
perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara a la integra
vocación del hombre sobre la tierra.
En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con
graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron
frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y
de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e
instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en
nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias
naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más
bien siervos que señores de ellos.
Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces
de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por
Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la
creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en
Cristo el orden de las cosas temporales.
Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del

orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y
movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que
cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad
propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que
establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté
conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas
circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la
acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito
temporal, incluso a la cultura.
La acción caritativa como distintivo del apostolado cristiano
8.
8. Si bien todo el ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la
caridad, algunas obras, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en expresión viva
de la misma caridad, que quiso Cristo Señor fuera prueba de su misión mesiánica (Cf. Mt.,
11,4-5).
El mandamiento supremo en la ley es amar a Dios de todo corazón y al prójimo como
a sí mismo (Cf. Mt., 22,27-40). Ahora bien, Cristo hizo suyo este mandamiento de caridad
para con el prójimo y lo enriqueció con un nuevo sentido, al querer hacerse El un mismo
objeto de la caridad con los hermanos, diciendo: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos
mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt., 25,40). El, pues, tomando la naturaleza
humana, se asoció familiarmente todo el género humano, con una cierta solidaridad
sobrenatural, y constituyó la caridad como distintivo de sus discípulos con estas palabras:
"En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos con otros (Jn.,
13,35).
Como la santa Iglesia en sus principios, reuniendo el ágape de la Cena Eucarística, se
manifestaba toda unida en torno de Cristo por el vínculo de la caridad, así en todo tiempo se
reconoce siempre por este distintivo de amor, y al paso que se goza con las empresas de
otros, reivindica las obras de caridad como deber y derecho suyo, que no puede enajenar. Por
lo cual la misericordia para con los necesitados y enfermos, y las llamadas obras de caridad y
de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia
con un singular honor.
Estas actividades y estas obras se han hecho hoy mucho más urgentes y universales,
porque los medios de comunicación son más expeditos, porque se han acortado las distancias
entre los hombre y porque los habitantes de todo el mundo vienen a ser como los miembros
de una familia. La acción caritativa puede y debe llegar hoy a todos los hombres y a todas las
necesidades. Donde haya hombres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de
medicinas, de trabajo, de instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida
verdaderamente humana, que se ven afligidos por las calamidades o por la falta de salud, que
sufren en el destierro o en la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana,
consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación
se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad.
Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca

como tal, es necesario que se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido
creado, y a Cristo Señor a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado; se considere
como la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio; que no
se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de
dominar; se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de
caridad lo que ya se debe por título de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los
defectos, y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a
poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos.
Aprecien, por consiguiente, en mucho los laicos y ayuden en la medida de sus
posibilidades las obras de caridad y las organizaciones de asistencia social, sean privadas o
públicas, o incluso internacionales, por las que se hace llegar a todos los hombres y pueblos
necesitados un auxilio eficaz, cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad.

Capítulo III
Varios campos de apostolado

Introducción
9.
9. Los laicos ejercen un apostolado múltiple, tanto en la Iglesia como en el mundo. En
ambos órdenes se abren varios campos de actividad apostólica, de los que queremos recordar
aquí los principales, que son : las comunidades de la Iglesia, la familia, la juventud, el ámbito
social, el orden nacional e internacional. Como en nuestros tiempos participan las mujeres
cada vez más activamente en toda la vida social, es de sumo interés su mayor participación
también en los campos del apostolado de la Iglesia.
Las comunidades de la Iglesia
10.
10. Los laicos tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como
partícipes que son del oficio de Cristo Sacerdote, profeta y rey. Su acción dentro de las
comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores
muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto.
Pues los laicos de verdadero espíritu apostólico, a la manera de aquellos hombre y
mujeres que ayudaban a Pablo en el Evangelio (Cf. Act., 18,18-26; Rom., 16,3), suplen lo
que falta a sus hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores como del resto del
pueblo fiel (Cf. 1 Cor., 16,17-18).

Porque nutridos ellos mismos con la participación activa en la vida litúrgica de su
comunidad, cumplen solícitamente su cometido en las obras apostólicas de la misma;
conducen hacia la Iglesia a los que quizá andaban alejados; cooperan resueltamente en la
comunicación de la palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequética; con la ayuda
de su pericia hacen más eficaz el cuidado de las almas e incluso la administración de los
bienes de la Iglesia.
La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a
la unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la
Iglesia universal. Acostúmbrense los laicos a trabajar en la parroquia íntimamente unidos a
sus sacerdotes; a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y los del
mundo, los asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para examinarlos y
solucionarlos por medio de una discusión racional; y a ayudar según sus fuerzas a toda
empresa apostólica y misionera de su familia eclesiástica.
Cultiven sin cesar el sentido de diócesis, de la que la parroquia es como un célula,
siempre prontos a aplicar también sus esfuerzos en las obras diocesanas a la invitación de su
Pastor. Más aún, para responder a las necesidades de las ciudades y de los sectores rurales, no
limiten su cooperación dentro de los límites de la parroquia o de la diócesis, procuren más
bien extenderla a campos interparroquiales, interdiocesanos, nacionales o internacionales,
sobre todo porque, aumentando cada vez más la emigración de los pueblos, en el incremento
de las relaciones mutuas y la facilidad de las comunicaciones, no permiten que esté encerrada
en sí misma ninguna parte de la sociedad. por tanto, vivan preocupados por las necesidades
del pueblo de Dios, disperso en toda la tierra. Hagan sobre todo labor misionera, prestando
auxilios materiales e incluso personales. puesto que es obligación honrosa de los cristianos
devolver a Dios parte de los bienes que de El reciben.
La familia
11.
11. Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio
y fundamento de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande... en
Cristo y en la Iglesia (Cf. Ef., 5,32), el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una
importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.
Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares,
cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros
predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo
para la vida cristiana y apostólica, los ayudan con mucha prudencia en la elección de su
vocación y cultivan con todo esmero la vocación sagrada que quizá han descubierto en ellos.
Siempre fue deber de los cónyuges y constituye hoy parte principalísima de su
apostolado, manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y la santidad del vínculo
matrimonial; afirmar abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente la
prole, propio de los padres y tutores; defender la dignidad y legítima autonomía de la familia.
Cooperen, por tanto, ellos y los demás cristianos con los hombres de buena voluntad a que se
conserven incólumes estos derechos en la legislación civil; que en el gobierno de la sociedad
se tengan en cuenta las necesidades familiares en cuanto se refiere a la habitación, educación

de los niños, condición de trabajo, seguridad social y tributos; que se ponga enteramente a
salvo la convivencia doméstica en la organización de emigraciones.
Esta misión la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y
vital de la sociedad. Cumplirá esta misión si, por la piedad mutua de sus miembros y la
oración dirigida a Dios en común, se presenta como un santuario doméstico de la Iglesia; si la
familia entera toma parte en el culto litúrgico de la Iglesia; si, por fin, la familia practica
activamente la hospitalidad, promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos
los hermanos que padezcan necesidad. Entre las varias obras de apostolado familiar pueden
recordarse las siguientes: adoptar como hijos a niños abandonados, recibir con gusto a los
forasteros, prestar ayuda en el régimen de las escuelas, ayudar a los jóvenes con su consejo y
medios económicos, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, prestar
ayuda a la catequesis, sostener a los cónyuges y familias que están en peligro material o
moral, proveer a los ancianos no sólo de los indispensable, sino procurarles los medios justos
del progreso económico.
Siempre y en todas partes, pero de una manera especial en las regiones en que se
esparcen las primeras semillas del Evangelio, o la Iglesia está en sus principios, o se halla en
algún peligro grave, las familias cristianas dan al mundo el testimonio preciosísimo de Cristo
conformando toda su vida al Evangelio y dando ejemplo del matrimonio cristiano.
Para lograr más fácilmente los fines de su apostolado puede ser conveniente que las
familias se reúnan por grupos.

Los jóvenes
12.
12. Los jóvenes ejercen en la sociedad moderna un influjo de gran interés. Las
circunstancias de su vida, el modo de pensar e incluso las mismas relaciones con la propia
familia han cambiado mucho. Muchas veces pasan demasiado rápidamente a una nueva
condición social y económica. Pero el paso que aumenta de día en día su influjo social, e
incluso político, se ven como incapacitados para sobrellevar convenientemente esas nuevas
cargas.
Este su influjo, acrecentado en la sociedad, exige de ellos una actividad apostólica
semejante, pero su misma índole natural los dispone a ella. Madurando la conciencia de la
propia personalidad, impulsados por el ardor de su vida y por su energía sobreabundante,
asumen la propia responsabilidad y desean tomar parte en la vida social y cultural: celo, que
si está lleno del espíritu de Cristo, y se ve animado por la obediencia y el amor hacía los
pastores de la Iglesia, permite esperar frutos abundantes. (Ellos deben convertirse en los
primeros e inmediatos apóstoles, de los jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sí, teniendo
en consideración el medio social en que viven).
Procuren los adultos entablar diálogo amigable con los jóvenes, que permita a unos y
a otros, superada la distancia de edad, conocerse mutuamente y comunicarse entre sí lo bueno
que cada uno tiene. Los adultos estimulen hacia el apostolado a la juventud, sobre todo en el
ejemplo, y cuando haya oportunidad, con consejos prudentes y auxilios eficaces. Los
jóvenes, por su parte, llénense de respeto y de confianza para con los adultos, y aunque,

naturalmente, se sientan inclinados hacia las novedades, aprecien sin embargo como es
debido las loables tradiciones.
También los niños tienen su actividad apostólica. Según su capacidad, son testigos
vivientes de Cristo entre sus compañeros.
El medio social
13.
13. El apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por llenar de espíritu
cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes, y las estructuras de la comunidad en que
uno vive, hasta tal punto es deber y carga de los laicos, que nunca lo pueden realizar
convenientemente otros. En este campo, los laicos pueden ejercer perfectamente el
apostolado de igual a igual. En él cumplen el testimonio de la vida por el testimonio de la
palabra. En el campo del trabajo, o de la profesión, o del estudio, o de la vivienda, o del
descanso, o de la convivencia son muy aptos los laicos para ayudar a los hermanos.
Los laicos cumplen esta misión de la Iglesia en el mundo, ante todo, por aquella
coherencia de la vida con la fe por la que se convierten en la luz del mundo; por su honradez
en cualquier negocio, que atrae a todos hacia el amor de la verdad y del bien, y por fin a
Cristo y a la Iglesia; por la caridad fraterna, por la que participan de las condiciones de la
vida de los trabajos y de los sufrimientos y aspiraciones de los hermanos, y disponen
insensiblemente los corazones de todos hacia la operación de la gracia salvadora; con la
plena conciencia de su papel en la edificación de la sociedad, por la que se esfuerzan en
saturar sus preocupaciones domésticas, sociales y profesionales de magnanimidad cristiana.
De esta forma ese modo de proceder va penetrando poco a poco en el ambiente de la vida del
trabajo.
Este apostolado debe abrazar a todos los que se encuentran junto a él, y no debe
excluir ningún bien espiritual o material que pueda hacerles. pero los verdaderos apóstoles,
lejos de contentarse con esta actividad, ponen todo su empeño en anunciar a Cristo a sus
prójimos, incluso de palabra. Porque muchos hombres no pueden escuchar el Evangelio ni
conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares.
Orden nacional e internacional
14.
14. El campo del apostolado se abre extensamente en el orden nacional e
internacional, en que los laicos, sobre todo, son los dispensadores de la sabiduría cristiana.
En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los
católicos a promover el verdadero bien común, y hagan pesar de esta forma su opinión para
que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los principios morales y al bien
común. Los católicos peritos en los asuntos públicos, y firmes como es debido en la fe y en la
doctrina católica, no rehúsen desempeñar cargos públicos, ya que por ellos, bien
administrados, pueden procurar el bien común y preparar a un tiempo el camino al Evangelio.

Procuren los católicos cooperar con todos los hombres de buena voluntad en
promover cuanto hay de verdadero, de justo, de santo, de amable (Cf. Fil., 4,8). Dialoguen
con ellos, superándolos en prudencia y humanidad, e investiguen acerca de las instituciones
sociales y públicas, para perfeccionarlas según el espíritu del Evangelio.
Entre las características de nuestro tiempo hay que contar, especialmente, con el
creciente e inevitable sentimiento de solidaridad de todos los pueblos: el promoverlo
solícitamente y convertirlo en sincero y verdadero afecto de fraternidad es deber del
apostolado de los laicos. Los laicos, además, deben conocer el nuevo campo internacional y
los problemas y soluciones ya doctrinales, ya prácticas que en él se originan, sobre todo
respecto a los pueblos en vías de desarrollo.
Piensen todos los que trabajan en naciones extrañas, o les ayudan, que las relaciones
entre los pueblos deben ser una comunicación fraterna, en que ambas partes dan y reciben. Y
los que viajan por motivos de obras internacionales, o de negocios, o de descanso, no olviden
que son en todas partes también heraldos viajeros de Cristo, y han de portarse como tales con
toda verdad.

Capítulo IV
Las varias formas del apostolado

Introducción
15.
15. Los laicos pueden ejercitar su labor de apostolado o como individuos o reunidos
en diversas comunidades o asociaciones.
Importancia y multiplicidad del apostolado individual
16.
16. El apostolado que se desarrolla individualmente, y que fluye con abundancia de la
fuente de la vida verdaderamente cristiana (Cf. Jn., 4,14), es el principio y fundamento de
todo apostolado seglar, incluso el asociado, y nada puede sustituirle.
Todos los laicos, de cualquier condición que sean son llamados y obligados a este
apostolado, útil siempre y en todas partes, y en algunas circunstancias el único apto y posible,
aunque no tengan ocasión o posibilidad para cooperar en asociaciones.
Hay muchas formas de apostolado con que los laicos edifican a la Iglesia y santifican
al mundo, animándolo en Cristo.

La forma peculiar del apostolado individual y, al mismo tiempo, signo muy en
consonancia con nuestros tiempos, y que manifiesta a Cristo viviente en sus fieles, es el
testimonio de toda la vida seglar que fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad. Con el
apostolado de la palabra, enteramente necesario en algunas circunstancias, anuncian los
laicos a Cristo, explican su doctrina, la difunden cada uno según su condición y saber y la
profesan fielmente.
Cooperando, además, como ciudadanos de este mundo, en lo que se refiere a la
ordenación y dirección del orden temporal, conviene que los laicos busquen a la luz de la fe
motivos más elevados de obrar en la vida familiar, profesional y social, y los manifiesten a
los otros oportunamente, conscientes de que con ello se hacen cooperadores de Dios Creador,
Redentor y Santificador y de que lo glorifican.
Por fin vivifiquen los laicos su vida con la caridad y manifiéstenla en las obras como
mejor puedan.
Piensen todos que con el culto público y la oración, con la penitencia y con la libre
aceptación de los trabajos y calamidades de la vida, por la que se asemejan a Cristo paciente
(Cf. 2 Cor., 4,10; Col., 1,24), pueden llegar a todos los hombres y ayudar a la salvación de
todo el mundo.
El apostolado individual en determinadas circunstancias
17.
17. Este apostolado individual urge con gran apremio en aquellas regiones en que la
persecución desencadenada impide gravemente la libertad de la Iglesia. Los laicos, supliendo
en cuanto pueden a los sacerdotes en estas circunstancias difíciles, exponiendo su propia
libertad y en ocasiones su vida, enseñan a los que están junto así a la doctrina cristiana, los
instruyen en la vida religiosa y en el pensamiento católico, y los inducen a la frecuente
recepción de los Sacramentos y a las prácticas de piedad, sobre todo eucarística. El
Sacrosanto Concilio, al tiempo que da de todo corazón gracias a Dios, que no deja de suscitar
laicos de fortaleza heróica en medio de las persecuciones, aun en nuestros días, los abraza
con afecto paterno y con gratitud.
El apostolado individual tiene un campo propio en las regiones en que los católicos
son pocos y están dispersos. Allí los laicos, que solamente ejercen el apostolado individual
por las causas dichas, o por motivos especiales surgidos por la propia labor profesional, se
reúnen a dialogar oportunamente en pequeños grupos, sin forma alguna estrictamente dicha
de institución o de organización, de forma que aparezca siempre delante de los otros el signo
de la comunidad de la Iglesia, como verdadero testimonio de amor. De este modo,
ayudándose unos a otros espiritualmente por la amistad y la comunicación de experiencias, se
preparan para superar las desventajas de una vida y de un trabajo demasiado aislado y para
producir mayores frutos en el apostolado.
Importancia de las formas asociadas

18.
18. Como los cristianos son llamados a ejercitar el apostolado individual en diversas
circunstancias de la vida, no olviden, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza y
agrada a Dios el que los creyentes en Cristo se reúnan en Pueblo de Dios (Cf. 1 Pe., 2,5-10) y
en un cuerpo (Cf. 1 Cor., 12,12). Por consiguiente, el apostolado asociado de los fieles
responde muy bien a las exigencias humanas y cristianas, siendo el mismo tiempo expresión
de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, que dijo: "Pues donde estén dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt., 18,20).
Por tanto, los fieles han de ejercer su apostolado tendiendo a su mismo fin. Sean
apóstoles lo mismo en sus comunidades familiares que en las parroquias y en las diócesis,
que manifiestan el carácter comunitario del apostolado, y en los grupos espontáneos en que
ellos se congreguen.
El apostolado asociado es también muy importante porque muchas veces exhibe que
se lleve a cabo en una acción común o en las comunidades de la Iglesia o en los diversos
ambientes. Las asociaciones, erigidas para los actos comunes del apostolado, apoyan a sus
miembros y los forman para el apostolado, y organizan y regulan convenientemente su obra
apostólica, de forma que son de esperar frutos mucho más abundantes que si cada uno trabaja
separadamente.
Pero en las circunstancias presentes es en absoluto necesario que en el ámbito de la
cooperación de los seglares se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado,
puesto que solamente la estrecha unión de las fuerzas puede conseguir todos los fines del
apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes. En lo cual interesa sobre manera que
tal apostolado llegue hasta las inteligencias comunes y las condiciones sociales de aquellos a
quienes se dirige; de otra suerte, resultarían muchas veces ineficaces, ante la presión de la
opinión pública y de las instituciones.
Variedad de formas del apostolado asociado
19.
19. Las asociaciones del apostolado son muy variadas; unas se proponen el fin
general apostólico de la Iglesia; otras, buscan de un modo especial los fines de
evangelización y de santificación; otras, persiguen la inspiración cristiana del orden social;
otras, dan testimonio de Cristo, especialmente por las obras de misericordia y de caridad.
Entre estas asociaciones hay que considerar primeramente las que favorecen y
alientan una unidad más íntima entre la vida práctica de los miembros y su fe. Las
asociaciones no se establecen para si mismas, sino que deben servir a la misión que la Iglesia
tiene que realizar en el mundo; su fuerza apostólica depende de la conformidad con los fines
de la Iglesia y del testimonio cristiano y espíritu evangélico de cada uno de sus miembros y
de toda la asociación.
El cometido universal de la misión de la Iglesia, considerando a un tiempo el progreso
de los institutos y el avance arrollador de la sociedad actual, exige que las obras apostólicas
de los católicos perfeccionen más y más las formas asociadas en el campo internacional. las
Organizaciones Internacionales conseguirán mejor su fin si los grupos que en ellas se juntan

y sus miembros se unen a ellas más estrechamente.
Guardada la sumisión debida a la autoridad eclesiástica, pueden los laicos fundar y
regir asociaciones, y una vez fundadas, darles un nombre. Hay, sin embargo, que evitar la
dispersión de fuerzas que surge al promoverse, sin causa suficiente, nuevas asociaciones y
trabajos, o si se mantienen más de lo conveniente asociaciones y métodos anticuados. No
siempre será oportuno el aplicar sin discriminación a otras naciones las formas que se
establecen en alguna de ellas.
La Acción Católica
20.
20. Hace algunos decenios los laicos, en muchas naciones, entregándose cada día más
al apostolado, se reunían en varias formas de acciones y de asociaciones, que conservando
muy estrecha unión con la jerarquía, perseguían y persiguen fines propiamente apostólicos.
Entre estas y otras instituciones semejantes más antiguas hay que recordar, sobre todo, las
que, aun con diversos sistemas de obrar, produjeron, sin embargo, ubérrimos frutos para el
reino de Cristo, y que los Sumos Pontífices y muchos Obispos recomendaron y promovieron
justamente y llamaron Acción Católica. La definían de ordinario como la cooperación de los
laicos en el apostolado jerárquico.
Estas formas de apostolado, ya se llaman Acción Católica, ya con otro nombre, que
desarrollan en nuestros tiempos un apostolado precioso, se constituyen por la acepción
conjunta de todas las notas siguientes:
a) El fin inmediato de estas organizaciones es el fin apostólico de la Iglesia, es decir,
la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias,
de suerte que puedan saturar del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los
diversos ambientes.
b) Los laicos, cooperando, según su condición, con la jerarquía, ofrecen su
experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el
examen diligente de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y
en la elaboración y desarrollo del método de acción.
c) Los laicos trabajan unidos, a la manera de un cuerpo orgánico, de forma que se
manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado.
d) Los laicos, bien ofreciéndose espontáneamente o invitados a la acción y directa
cooperación con el apostolado jerárquico, trabajan bajo la dirección superior de la misma
jerarquía, que puede sancionar esta cooperación, incluso por un mandato explícito.
Las organizaciones en que, a juicio de la jerarquía, se hallan todas estas notas a la vez
han de entenderse como Acción Católica, aunque por exigencias de lugares y pueblos tomen
varias formas y nombres.
El Sagrado Concilio recomienda con todo encarecimiento estas instituciones que
responden ciertamente a las necesidades del apostolado entre muchas gentes, e invita a los
sacerdotes y a los laicos a que trabajen en ellas, que cumplan más y más los requisitos antes
recordados y cooperen siempre fraternalmente en la Iglesia con todas las otras formas de
apostolado.

Aprecio de las asociaciones
21.
21. Hay que apreciar debidamente todas las asociaciones del apostolado; pero,
aquellas que la jerarquía ha alabado o recomendado, declarado y urgentes, según las
necesidades de los tiempos y de los lugares, han de apreciarlas sobremanera los sacerdotes,
los religiosos y los laicos y han de promoverlas cada cual a su modo. Entre ellas han de
contarse, sobre todo hoy, las asociaciones o grupos internacionales católicos.
Laicos que se entregan con título especial al servicio de la Iglesia
22.
22. Dignos de especial honor y recomendación en la Iglesia son los laicos, solteros o
casados, que se consagran para siempre o temporalmente con su pericia profesional al
servicio de esas instituciones y de sus obras. Sirve de gozo a la Iglesia el que cada día
aumenta el número de los laicos que prestan el propio ministerio a las asociaciones y obras
de apostolado o dentro de la nación, o en el ámbito internacional o, sobre todo, en las
comunidades católicas de misiones y de Iglesias nuevas.
Reciban a estos laicos los Pastores de la Iglesia con gusto y gratitud, procuren
satisfacer lo mejor posible las exigencias de la justicia, de la equidad y de la caridad, según
su condición, sobre todo en cuanto al congruo sustento suyo y de sus familias, y ellos
disfruten de la instrucción necesaria, del consuelo y del aliento espiritual.

Capítulo V
Orden que hay que observar

Introducción
23.
23. El apostolado de los laicos, ya se desarrolle individualmente, ya por fieles
asociados, ha de ocupar su lugar correspondiente en el apostolado de toda la Iglesia; más aún,
el elemento esencial del apostolado cristiano es la unión con quienes el Espíritu Santo puso
para regir su Iglesia (Cf. Act., 20,28). No es menos necesaria la cooperación entre las varias

formas de apostolado, que ha de ordenar la Jerarquía convenientemente.
Pues, a fin de promover el espíritu de unidad para que resplandezca en todo el
apostolado de la Iglesia la caridad fraterna, para que se consigan los fines comunes y se
eviten las emulaciones perniciosas, se requiere un mutuo aprecio de todas las formas de
apostolado de la Iglesia y una coordinación conveniente, conservando el carácter propio de
cada una.
Cosa sumamente necesaria, porque la acción peculiar de la Iglesia requiere la armonía
y la cooperación apostólica del clero secular y regular, de los religiosos y laicos.
Relaciones con la Jerarquía
24.
24. Es deber de la Jerarquía promover el apostolado de los laicos, prestar los
principios y subsidios espirituales, ordenar el ejercicio del apostolado al bien común de la
Iglesia y vigilar para que se respeten la doctrina y el orden.
El apostolado seglar admite varias formas de relaciones con la Jerarquía, según las
varias maneras y objetos del mismo apostolado.
Hay en la Iglesia muchas obras apostólicas constituidas por la libre elección de los
laicos y se rigen por su juicio y prudencia. En algunas circunstancias, la misión de la Iglesia
puede cumplirse mejor por estas obras y por eso no es raro que la Jerarquía las alabe y
recomiende. Ninguna obra, sin embargo, puede arrogarse el nombre de católica sin el
asentimiento de la legítima autoridad eclesiástica.
La Jerarquía reconoce explícitamente, de varias formas, algunos otros sistemas del
apostolado seglar.
Puede, además, la autoridad eclesiástica, por exigencias del bien común de la Iglesia,
de entre las asociaciones y obras apostólicas, que tienden inmediatamente a un fin espiritual,
elegir algunas y promoverlas de un modo peculiar en las que asume una responsabilidad
especial. Así, la Jerarquía, ordenando el apostolado de diversas maneras, según las
circunstancias, asocia más estrechamente alguna de sus formas a su propia misión apostólica,
conservando, no obstante, la propia naturaleza y peculiaridad de cada una, sin privar por eso
a los laicos de su necesaria facultad de obrar espontáneamente. Este acto de la Jerarquía en
varios documentos eclesiásticos se llama mandato.
Finalmente, la Jerarquía encomienda a los laicos algunas funciones que están muy
estrechamente unidas con los ministerios de los pastores, como en la explicación de la
doctrina cristiana, en ciertos actos litúrgicos, en cura de almas. En virtud de esta misión, los
laicos, en cuanto al ejercicio de su misión, están plenamente sometidos a la dirección
superior de la Iglesia.
En cuanto atañe a las obras e instituciones del orden temporal, el oficio de la
Jerarquía eclesiástica es enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay
que seguir en los asuntos temporales; tiene también derecho, bien consideradas todas las
cosas, y sirviéndose de la ayuda de los peritos, a discernir sobre la conformidad de tales obras
e instituciones con los principios morales y decidir cuanto se requiere para salvaguardar y
promover los bienes del orden sobrenatural.

Ayuda que debe prestar el clero al apostolado de los laicos
25.
25. Tengan presente los Obispos, los párrocos y demás sacerdotes de uno y otro clero
que el derecho y la obligación de ejercer el apostolado es común a todos los fieles, sean
clérigos o seglares, y que éstos tienen también su cometido en la edificación de la Iglesia.
Trabajen, pues, fraternalmente con los laicos en la Iglesia y por la Iglesia y tengan especial
cuidado de los laicos en sus obras apostólicas.
Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y bien formados para ayudar a las formas
especiales del apostolado de los laicos. Los que se dedican a este ministerio, en virtud de la
misión recibida de la Jerarquía, la representan en su acción pastoral; fomenten las debidas
relaciones de los laicos con la Jerarquía adhiriéndose fielmente al espíritu y a la doctrina de
la Iglesia; esfuércense en alimentar la vida espiritual y el sentido apostólico de las
asociaciones católicas que se les han encomendado; asistan con su prudente consejo a la
labor apostólica de los laicos y estimulen sus empresas. En diálogo continuo con los laicos,
averigüen cuidadosamente las formas más oportunas para hacer más fructífera la acción
apostólica; promuevan el espíritu de unidad dentro de la asociación y en las relaciones de
éstas con las otras.
Por fin, los religiosos Hermanos o Hermanas aprecien las obras apostólicas de los
laicos, entréguense gustosos a ayudarles en sus obras según el espíritu y las normas de sus
Institutos; procuren sostener, ayudar y completar los ministerio sacerdotales.
Ciertos medios que sirven para la mutua cooperación
26.
26. En las diócesis, en cuanto sea posible, deben existir consejos que ayuden la obra
apostólica de la Iglesia, ya en el campo de la evangelización y de la santificación, ya en el
campo caritativo social, etcétera, cooperando convenientemente los clérigos y los religiosos
con los laicos. Estos consejos podrán servir para la mutua coordinación de las varias
asociaciones y empresas seglares, salva la índole propia y la autonomía de cada una.
Estos consejos, si es posible, han de establecerse también en el ámbito parroquial o
interparroquial, interdiocesano y en el orden nacional o internacional.
Establézcase, además en la Santa Sede, algún Secretario especial para servicio e
impulso del apostolado seglar, como centro que, con medios aptos proporcione noticias de las
diversas obras del apostolado de los laicos, fomente las investigaciones sobre los problemas
que hoy surgen en estos campos y ayude con sus consejos a la Jerarquía y a los laicos en las
obras apostólicas. En este Secretariado han de tomar parte también los diversos movimientos
y empresas del apostolado seglar existentes en todo el mundo, cooperando también los
clérigos y los religiosos con los seglares.
Cooperación con otros cristianos y con los no cristianos

27.
27. En común patrimonio evangélico y, en consecuencia, el común deber del
testimonio cristiano recomiendan, y muchas veces exigen, la cooperación de los católicos con
otros cristianos, que hay que realizar por individuos particulares y por comunidades de la
Iglesia, ya en las acciones, ya en las asociaciones, en el campo nacional o internacional.
Los valores comunes exigen también no rara vez una cooperación semejante de los
cristianos que persiguen fines apostólicos con quienes no llevan el nombre cristiano, pero
reconocen estos valores.
Con esta cooperación dinámica y prudente, que es de gran importancia en las
actividades temporales, los laicos rinden testimonio a Cristo, Salvador del mundo, y a la
unidad de la familia humana.

Capítulo VI
Formación para el apostolado

Necesidad de la formación para el apostolado
28.
28. El apostolado solamente puede conseguir plena eficacia con una formación
multiforme y completa. La exigen no sólo el continuo progreso espiritual y doctrinal del
mismo seglar, sino también las varias circunstancias de cosas, de personas y de deberes a que
tiene que acomodar su actividad. Esta formación para el apostolado debe apoyarse en las
bases que este Santo Concilio ha asentado y declarado en otros lugares. Además de la
formación común a todos los cristianos, no pocas formas de apostolado, por la variedad de
personas y de ambientes, requieren una formación específica y peculiar.
Principios de la formación de los laicos para el apostolado
29.
29. Como los laicos participan, a su modo, de la misión de la Iglesia, su formación
apostólica recibe una característica especial por su misma índole secular y propia del laicado
y por el carácter espiritual de su vida.
La formación para el apostolado supone una cierta formación humana, íntegra,
acomodada al ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el

mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la
cultura de su condición.
Ante todo, el seglar ha de aprender a cumplir la misión de Cristo y de la Iglesia,
viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención movido por el Espíritu
Santo, que vivifica al Pueblo de Dios, que impulsa a todos los hombres a amar a Dios Padre,
al mundo y a los hombres por El. Esta formación debe considerarse como fundamento y
condición de todo apostolado fructuoso.
Además de la formación espiritual, se requiere una sólida instrucción doctrinal,
incluso teológica, ético-social, filosófica, según la diversidad de edad, de condición y de
ingenio. No se olvide tampoco la importancia de la cultura general, juntamente con la
formación práctica y técnica.
Para cultivar las relaciones humanas es necesario que se acrecienten los valores
verdaderamente humanos; sobre todo, el arte de la convivencia fraterna, de la cooperación y
del diálogo.
Pero ya que la formación para el apostolado no puede consistir en la mera instrucción
teórica, aprendan poco a poco y con prudencia desde el principio de su formación, a verlo,
juzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismos por la
acción con los otros y a entrar así en el servicio laborioso de la Iglesia. Esta formación, que
hay que ir complementando constantemente, pide cada día un conocimiento más profundo y
una acción más oportuna a causa de la madurez creciente de la persona humana y por la
evolución de los problemas. En la satisfacción de todas las exigencias de la formación hay
que tener siempre presente la unidad y la integridad de la persona humana, de forma que
quede a salvo y se acreciente su armonía y su equilibrio.
De esta forma el seglar se inserta profunda y cuidadosamente en la realidad misma del
orden temporal y recibe eficazmente su parte en el desempeño de sus tareas, y al propio
tiempo, como miembro vivo y testigo de la Iglesia, la hace presente y actuante en el seno de
las cosas temporales.
A quiénes pertenece formas a otros para el apostolado
30.
30. La formación para el apostolado debe empezar desde la primera educación de los
niños. Pero los adolescentes y los jóvenes han de iniciarse de una forma peculiar en el
apostolado e imbuirse de este espíritu. Esta formación hay que ir completándola durante toda
la vida, según lo exijan las nuevas empresas. Es claro, pues,que a quienes pertenece la
educación cristiana están obligados también a dar la formación para el apostolado.
En la familia es obligación de los padres disponer a sus hijos desde la niñez para el
conocimiento del amor de Dios hacia todos los hombres, enseñarles gradualmente, sobre todo
con el ejemplo, la preocupación por las necesidades del prójimo, tanto de orden material
como espiritual. Toda la familia y su vida común sea como una iniciación al apostolado.
Es necesario, además, educar a los niños para que, rebasando los límites de la familia,
abran su alma a las comunidades, tanto eclesiásticas como temporales. Sean recibidos en la
comunidad local de la parroquia, de suerte que adquieran en ella conciencia de que son
miembros activos del Pueblo de Dios. Los sacerdotes, en la catequesis y en el ministerio de la

palabra, en la dirección de las almas y en otros ministerios pastorales, tengan presente la
formación para el apostolado.
Es deber también de las escuelas, de los colegios y de otras instituciones dedicadas a
la educación, el fomentar en los niños los sentimientos católicos y la acción apostólica. Si
falta esta formación porque los jóvenes no asisten a esas escuelas o por otra causa, razón de
más para que la procuren los padres, los pastores de almas y las asociaciones apostólicas.
Pero los maestros y educadores, que por su vocación y oficio ejercen una forma
extraordinaria del apostolado seglar, han de estar formados en la doctrina necesaria y en la
pedagogía para poder comunicar eficazmente esta educación.
Los equipos y asociaciones seglares, ya busquen el apostolado, ya otros fines
sobrenaturales, deben fomentar cuidadosa y asiduamente, según su fin y carácter, la
formación para el apostolado. Ellas constituyen muchas veces el camino ordinario de la
formación conveniente para el apostolado, pues en ellas se da una formación doctrinal
espiritual y práctica. Sus miembros revisan, en pequeños equipos con los socios y amigos, los
métodos y los frutos de su esfuerzo apostólico y examinan a la luz del Evangelio su método
de vida diaria.
Esta formación hay que ordenarla de manera que se tenga en cuenta todo el
apostolado seglar, que ha de desarrollarse no sólo dentro de los mismos grupos de las
asociaciones, sino en todas las circunstancias y por toda la vida, sobre todo profesional y
social. Más aún, cada uno debe prepararse diligentemente para el apostolado, obligación que
es más urgente en la vida adulta, porque avanzando la edad, el alma se abre mejor y cada uno
puede descubrir con más exactitud los talentos con que Dios enriqueció su alma y aplicar con
más eficacia los carismas que en el Espíritu Santo le dio para el bien de sus hermanos.
Adaptación de la formación a las varias formas de apostolado
31.
31. Las diversas formas de apostolado requieren también una formación conveniente.
a) Con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los hombres, los laicos han
de formarse especialmente para entablar diálogo con los otros, creyentes o no creyentes, para
manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo.
Pero como en estos tiempos se difunde ampliamente y en todas partes el materialismo
de toda especie, incluso entre los católicos, los laicos no sólo deben aprender con más
cuidado la doctrina católica, sobre todo en aquellos puntos en que se la ataca, sino que han de
dar testimonio de la vida evangélica contra cualquiera de las formas del materialismo.
b) En cuanto a la instauración cristiana del orden temporal, instrúyense los laicos
acerca del verdadero sentido y valor de los bienes materiales, tanto en sí mismos como en
cuanto se refiere a todos los fines de la persona humana; ejercítense en el uso conveniente de
los bienes y en la organización de las instituciones, atendiendo siempre al bien común, según
los principios de la doctrina moral y social de la Iglesia. Aprendan los laicos, sobre todo, los
principios y conclusiones de la doctrinal social, de forma que sean capaces de ayudar, por su
parte, en el progreso de la doctrina y de aplicarla rectamente en cada caso particular.
c) Puesto que las obras de caridad y de misericordia ofrecen un testimonio magnífico
de vida cristiana, la formación apostólica debe conducir también a practicarlas, para que los

fieles aprendan desde niños a compadecerse de los hermanos y a ayudarlos generosamente
cuando lo necesiten.
Medios de formación
32.
32. Los laicos que se entregan al apostolado tienen muchos medios, tales como
congresos, reuniones, ejercicios espirituales, asambleas numerosas, conferencias, libros,
comentarios, para lograr un conocimiento más profundo de la Sagrada Escritura y de la
doctrina católica, para nutrir su vida espiritual, para conocer las condiciones del mundo y
encontrar y cultivas medios convenientes.
Estos medios de formación tienen en cuenta el carácter de las diversas formas de
apostolado en los ambientes en que se desarrolla.
Con este fin se han erigido también centros e institutos superiores, que han dado ya
frutos excelentes.
El Sagrado Concilio se congratula de estas empresas, florecientes en algunas partes, y
desea que se promuevan en otros sitios donde sean necesarias.
Establézcanse, además, centros de documentación y de estudios, no sólo teológicos,
sino también antropológicos, psicológicos, sociológicos y metodológicos, para fomentar más
y mejor las facultades intelectuales de los laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, para
todos los campos del apostolado.

Exhortación

33.
33. Por consiguiente, el Sagrado Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos
los laicos, que respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo;
que en esta hora invita con más insistencia y al impulso del Espíritu Santo, sientan los más
jóvenes que esta llamada se hace de una manera especial a ellos; recíbanla, pues, con
entusiasmo y magnanimidad. Pues el mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por
medio de este Santo Concilio, a que se unan cada vez más estrechamente, y sintiendo sus
cosas como propias (Cf. Fil., 2,5), se asocien a su misión salvadora. De nuevo los envía a
toda ciudad y lugar adonde El ha de ir (Cf. Lc., 10,1), para que con las diversas formas y
modos del único apostolado de la Iglesia ellos se le ofrezcan como cooperadores aptos
siempre para las nuevas necesidades de los tiempos, abundando siempre en la obra de Dios,
teniendo presente que su trabajo no es vano delante del Señor (Cf. 1 Cor., 15,58).
Todas y cada una de las cosas contenidas en este Decreto han obtenido el beneplácito

de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de
Cristo, juntamente con los venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en
el Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria
de Dios.
Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.
Yo, Pablo, Obispo de la Iglesia Católica.

DECRETO

"Ad Gentes"
Sobre la actividad misionera de la
Iglesia
Proemio
1.
1. La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser " el sacramento universal de la
salvación ", obedeciendo el mandato de su Fundador (Cf. Mc., 16,15 ), por exigencias
íntimas de su misma catolicidad, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres.
Porque los Apóstoles mismos, en quienes está fundada la Iglesia, siguiendo las huellas de
Cristo, " predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias ". Obligación de sus
sucesores es dar perpetuidad a esta obra para que " la palabra de Dios sea difundida y
glorificada" ( 2 Tes., 3,1 ), y se anuncie y establezca el reino de Dios en toda la tierra.
Mas en el presente orden de cosas, del que surge una nueva condición de la
humanidad, la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo ( Cf. Mt., 5,13 - 14 ), se siente llamada
con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y
todos los hombres constituyan en El una única familia y un solo Pueblo de Dios.
Por lo cual este Santo Concilio, mientras da gracias a Dios por las obras realizadas
por el generoso esfuerzo de toda la Iglesia, desea delinear los principios de la actividad
misional y reunir las fuerzas de todos los fieles para que el Pueblo de Dios, caminando por la
estrecha senda de la cruz, difunda por todas partes el reino de Cristo, Señor que preside de los
siglos ( Cf. Eccli., 36,19 ), y prepara los caminos a su venida.

Capítulo I
Principios doctrinales

Designio del Padre
2.
2. La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen
de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. pero este
designio dimana del " amor fontal" o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin
principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y
misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a
participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa
de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin " todo en todas las
cosas" ( 1 Cor., 15,28 ), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad. Pero plugo a
Dios llamar a los hombres a la participación de su vida no sólo en particular, excluido
cualquier género de conexión mutua, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que
estaban dispersos se congreguen en unidad ( Cf.Jn., 11,52 ).
Misión del Hijo
3.
3. Este designio universal de Dios en pro de la salvación del género humano no se
realiza solamente de un modo secreto en la mente de los hombres, o por los esfuerzos,
incluso de tipo religioso, con los que los hombres buscan de muchas maneras a Dios, para ver
si a tientas le pueden encontrar; aunque no está lejos de cada uno de nosotros ( Cf. Act.,
17,27 ), porque estos esfuerzos necesitan ser iluminados y sanados, aunque, por benigna
determinación del Dios providente, pueden tenerse alguna vez como pedagogía hacia el Dios
verdadero o como preparación evangélica. Dios, para establecer la paz o comunión con El y
armonizar la sociedad fraterna entre los hombres, pecadores, decretó entrar en la historia de
la humanidad de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo en nuestra carne para
arrancar por su medio a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás ( Cf. Col., 1,13;
Act., 10,38 ), y en El reconciliar consigo al mundo ( Cf. 2 Cor., 5,19 ). A El, por quien hizo el
mundo, lo constituyó heredero de todo a fin de instaurarlo todo en El ( Cf. Ef., 1,10 ).
Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los
hombres. Por ser Dios habita en El corporalmente toda la plenitud de la divinidad ( Cf. Col.,
2,9 ); según la naturaleza humana, nuevo Adán, lleno de gracia y de verdad ( Cf. Jn., 1, 14 ),
es constituido cabeza de la humanidad renovada. Así, pues, el Hijo de Dios siguió los
caminos de la Encarnación verdadera: para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza
divina; se hizo pobre por nosotros, siendo rico, para que nosotros fuésemos ricos por su

pobreza ( 2 Cor., 8,9 ).
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida para redención
de muchos, es decir, de todos ( Cf. Mc., 10,45 ). Los Santos Padres proclaman
constantemente que no está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo. Pero tomó la
naturaleza humana íntegra, cual se encuentra en nosotros miserables y pobres, a excepción
del pecado ( Cf. Heb., 4,15 ); 9,28 ). De sí mismo afirmó Cristo, a quien el Padre santificó y
envió al mundo ( Cf. Jn., 10,36 ): " El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió, y
me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los
cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista" ( Lc., 4,18 ), y de nuevo: " El
Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" ( Lc., 19,10 ).
Mas lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en El se ha obrado para la
salvación del género humano hay que proclamarlo y difundirlo hasta los confines de la tierra
( Cf. Act., 1,8 ), comenzando por Jerusalén ( Cf. Lc., 24,47 ), de suerte que lo que ha
efectuado una vez para la salvación de todos consiga su efecto en la sucesión de los tiempos.
Misión del Espíritu Santo
4.
4. Y para conseguir esto envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre, para que
realizara interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia hacia su propia dilatación.
Sin duda, el Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la glorificación de Cristo. Sin
embargo, descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos
eternamente ( Cf. Jn., 14,16 ), la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud,
empezó la difusión del Evangelio entre las gentes por la predicación, y por fin quedó
prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por la Iglesia de la Nueva
Alianza, que en todas las lenguas se expresa, las entiende y abraza en la caridad y supera de
esta forma la dispersión de Babel. Fue en Pentecostés cuando empezaron " los hechos de los
Apóstoles ", como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen
María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu
Santo sobre El mientras oraba.
Mas el mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente su vida por el mundo, ordenó
de tal suerte el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo que había de enviar, que
ambos quedaron asociados en la realización de la obra de la salud en todas partes y para
siempre. El Espíritu Santo " unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos
dones jerárquicos y carismáticos ", a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las
instituciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el
mismo impulso de misión del que había sido llevado el mismo Cristo. Alguna vez también se
anticipa visiblemente a la acción apostólica, lo mismo que la acompaña y dirige
incesantemente de varios modos.
La Iglesia, enviada por Cristo

5.
5. El Señor Jesús, ya desde el principio " llamó a sí a los que El quiso, y designó a
doce para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar" ( Mc., 3,13; Cf. Mt., 10, 1 - 42 ).
De esta forma los Apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y al mismo tiempo origen
de la sagrada Jerarquía. Después el Señor, una vez que hubo completado en sí mismo con su
muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y de la renovación de todas las
cosas, recibió todo poder en el cielo y en la tierra ( Cf. Mt., 28, 18 ), antes de subir al cielo (
Cf. Act., 1, 4 - 8 ), fundó su Iglesia como sacramento de salvación, y envió a los Apóstoles a
todo el mundo, como El había sido enviado por el Padre ( Cf. Jn., 20, 21 ), ordenándoles: "
Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo: enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" ( Mt., 28, 19s ).
" Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere
bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará " ( Mc., 16, 15 - 16 ). Por ello
incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del
mandato expreso, que de los Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de
los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en
virtud de la vida que Cristo infundió en sus miembros " de quien todo el cuerpo, coordinado
y unido por los ligamentos en virtud del apoyo, según la actividad propia de cada miembro y
obra el crecimiento del cuerpo en orden a su edificación en el amor" ( Ef., 4, 16 ). La misión,
pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo
y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los
hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de
la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se
les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo.
Siendo así que esta misión continúa y desarrolla a lo largo de la historia la misión del
mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia debe caminar, por
moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de
la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de
la que salió victorioso por su resurrección. pues así caminaron en la esperanza todos los
Apóstoles, que con muchas tribulaciones y sufrimientos completaron lo que falta a la pasión
de Cristo en provecho de su Cuerpo, que es la Iglesia. Semilla fue también, muchas veces, la
sangre de los cristianos.
Actividad misionera
6.
6. Este deber que tiene que cumplir el Orden de los Obispos, presidio por el sucesor
de Pedro, con la oración y cooperación de toda la Iglesia, es único e idéntico en todas partes
y en todas las condiciones, aunque no se realice del mismo modo según las circunstancias.
Por consiguiente, las diferencias que hay que reconocer en esta actividad de la Iglesia no
proceden de la naturaleza misma de la misión, sino de las circunstancias en que esta misión
se ejerce.
Estas condiciones dependen, a veces, de la Iglesia, y a veces también, de los pueblos,

de los grupos o de los hombres a los que la misión se dirige. Pues, aunque la Iglesia contenga
en sí la totalidad o la plenitud de los medios de salvación, ni siempre ni en un momento obra
ni puede obrar con todos sus recursos, sino que, partiendo de modestos comienzos, avanza
gradualmente en su esforzada actividad por realizar el designio de Dios; más aún, en
ocasiones, después de haber incoado felizmente el avance, se ve obligada a deplorar de nuevo
un regreso, o a lo menos se detiene en un estado de semiplenitud y de insuficiencia. pero en
cuanto se refiere a los hombres, a los grupos y a los pueblos, tan sólo gradualmente, establece
contacto y se adentra en ellos, y de esta forma los trae a la plenitud católica.
Pero a cualquier condición o situación deben corresponder acciones propias y medios
adecuados.
Las empresas peculiares con que los heraldos del Evangelio, enviados por la Iglesia,
yendo a todo el mundo, realizan el encargo de predicar el Evangelio y de implantar la Iglesia
misma entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo, comúnmente se llaman "
misiones ", que se llevan a cabo por la actividad misional, y se desarrollan, de ordinario, en
ciertos territorios reconocidos por la Santa Sede.
El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la
Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado. De suerte que de la semilla de
la palabra de Dios crezcan las Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo
suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas
convenientemente de su propia Jerarquía unida al pueblo fiel y de medios connaturales al
plano desarrollo de la vida cristiana, aportes su cooperación al bien de toda la Iglesia.
El medio principal de esta implantación es la predicación del Evangelio de Jesucristo,
para cuyo anuncio envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo, para que los hombres
regenerados se agreguen por el Bautismo a la Iglesia que como Cuerpo del Verbo Encarnado
se nutre y vive de la palabra de Dios y del pan eucarístico.
Es esta actividad misional de la Iglesia se entrecruzan, a veces, diversas condiciones:
en primer lugar de comienzo y de plantación, y luego de novedad o de juventud. La acción
misional de la Iglesia no cesa después de llenar esas etapas, sino que, constituidas ya las
Iglesias particulares, pesa sobre ellas el deber de continuar y de predicar el Evangelio a
cuantos permanecen fuera.
Además, los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por
varias causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces la
Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su actividad misional.
Además en ocasiones, se dan tales circunstancias que no permiten, por algún tiempo,
proponer directa e inmediatamente el mensaje del Evangelio; entonces las misiones pueden y
deben dar testimonio al menos de la caridad y bondad de Cristo con paciencia, prudencia y
mucha confianza, preparando así los caminos del Señor y hacerlo presente de algún modo.
Así es manifiesto que la actividad misional fluye íntimamente de la naturaleza misma
de la Iglesia, cuya fe salvífica propaga, cuya unidad católica realiza dilatándola, sobre cuya
apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial de Jerarquía ejercita, cuya santidad testifica,
difunde y promueve.
Por ello la actividad misional entre las gentes se diferencia tanto de la actividad
pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los medios que hay que usar para
conseguir la unidad de los cristianos. Ambas actividades, sin embargo, están muy
estrechamente relacionadas con la acción misional de la Iglesia. Pero la división de los

cristianos perjudica a la santa causa de la predicación del Evangelio a toda criatura, y cierra a
muchos la puerta de la fe. Por lo cual la causa de la actividad misional y la del
restablecimiento de la unidad de los cristianos están estrechamente unidas: la necesidad de la
misión exige a todos los bautizados reunirse en una sola grey, para poder dar, de esta forma,
testimonio unánime de Cristo, su Señor, delante de todas las gentes. pero si todavía no
pudieron dar plenamente testimonio de una sola fe, es necesario, por lo menos, que se vean
animados de mutuo aprecio y caridad.
Causas y necesidad de la actividad misionera
7.
7. La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que " quiere que
todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad. porque uno es Dios,
uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a
sí mismo para redención de todos ", " y en ningún otro hay salvación ". Es, pues, necesario
que todos se conviertan a El, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a El y a la
Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo.
Porque Cristo mismo, " inculcando expresamente por su palabra la necesidad de la fe
y del bautismo, confirmó, al mismo tiempo, la necesidad de la Iglesia, en la que entran los
hombres por la puerta del bautismo. Por lo cual no podrían salvarse aquellos que, no
ignorando que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con
todo no hayan querido entrar o perseverar en ella ".
Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que
ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe,sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia
tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad
misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad.
Por ella el Cuerpo místico de Cristo reúne y ordena indefectiblemente sus energías
para su propio crecimiento. Los miembros de la Iglesia son impulsados para su consecución
por la caridad con que aman a Dios, y con la que desean comunicar con todos los hombres en
los bienes espirituales propios, tanto de la vida presente como de la venidera.
Y por fin, por esta actividad misional se glorifica a Dios plenamente, al recibir los
hombres, deliberada y cumplidamente, su obra de salvación, que completó en Cristo. Así se
realiza por ella el designio de Dios, al que sirvió Cristo con obediencia y amor para gloria del
Padre que lo envió, para que todo el género humano forme un solo Pueblo de Dios, se
constituya en Cuerpo de Cristo, se estructure en un templo del Espíritu Santo; lo cual, como
expresión de la concordia fraterna, responde, ciertamente, al anhelo íntimo de todos los
hombres.
Y así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a
su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana,
regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios,
puedan decir: " Padre nuestro ".

Actividad misionera en la vida y en la historia humana
8.
8. La actividad misional tiene también una conexión íntima con la misma naturaleza
humana y sus aspiraciones. Porque manifestando a Cristo, la Iglesia descubre a los hombres
la verdad genuina de su condición y de su vocación total, porque Cristo es el principio y el
modelo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu
pacífico, a la que todos aspiran. Cristo y la Iglesia, que da testimonio de El por la predicación
evangélica, trascienden toda particularidad de raza y de nación, y por tanto nadie y en
ninguna parte puede ser tenido como extraño.
El mismo Cristo es la verdad y el camino manifiesto a todos por la predicción
evangélica, cuando hace resonar en todos los oídos estas palabras del mismo Cristo: " Haced
penitencia y creed en el Evangelio ". Y como el que no cree ya está juzgado, las palabras de
Cristo son, a un tiempo, palabras de condenación y de gracia, de muerte y de vida. Pues sólo
podemos acercarnos a la novedad de la vida exterminando todo lo antiguo: cosa que en
primer lugar se aplica a las personas, pero también puede decirse de los diversos bienes de
este mundo, marcados a un tiempo con el pecado del hombre y con la bendición de Dios: "
Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios ".
Nadie por sí y sus propias fuerzas se libra del pecado, ni se eleva sobre sí mismo;
nadie se ve enteramente libre de su debilidad, de su soledad y de su servidumbre, sino que
todos tienen necesidad de Cristo modelo, maestro, liberador, salvador y vivificador. En
realidad, el Evangelio fue el fermento de la libertad y del progreso en la historia humana,
incluso temporal, y se presenta constantemente como germen de fraternidad, de unidad y de
paz. No carece, pues, de motivo el que los fieles celebren a Cristo como esperanza de las
gentes y salvador de ellas ".
Carácter escatológico de la actividad misionera
9.
9. El tiempo de la actividad misional discurre entre la primer ay la segunda venida del
Señor, en que la Iglesia, como la mies, será recogida de los cuatro vientos en el Reino de
Dios. Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes que venga el Señor (
Cf. Mc., 13,10 ).
La actividad misional es nada más y nada menos que la manifestación o epifanía del
designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza
abiertamente, por la misión, la historia de la salud. Por la palabra de la predicación y por la
celebración de los sacramentos, cuyo centro y cumbre es la Sagrada Eucaristía, la actividad
misionera hace presente a Cristo autor de la salvación.
Libera de contactos malignos todo cuanto de verdad y de gracia se hallaba entre las
gentes como presencia velada de Dios y lo restituye a su Autor, Cristo, que derroca el
imperio del diablo y aparta la multiforme malicia de los pecadores. Así, pues, todo lo bueno
que se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres, en los propios ritos y en

las culturas de los pueblos, no solamente no perece, sino que es purificado, elevado y
consumado para gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre. Así la
actividad misional tiende a la plenitud escatológica: pues por ella se dilata el Pueblo de Dios,
hasta la medida y el tiempo que el Padre ha fijado en virtud de su poder, pueblo al que se ha
dicho proféticamente: " Amplía el lugar de tu tiempo y extiende las pieles que te cubren. ¡No
temas! ", se aumenta el Cuerpo místico hasta la medida de la plenitud de Cristo, y el tiempo
espiritual en que se adora a Dios en espíritu y en verdad, se amplía y se edifica sobre el
fundamento de los Apóstoles y de los profetas siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús (
Cf. Ef., 2,20 ).

Capítulo II
La obra misionera

Introducción
10.
10. La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a
todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente.
Pues los dos mil millones de hombre, cuyo número aumenta sin cesar, que se reúnen en
grandes y determinados grupos con lazos estables de vida cultural, con las antiguas
tradiciones religiosas, con los fuertes vínculos de las relaciones sociales, todavía nada o muy
poco oyeron del Evangelio; de ellos unos siguen alguna de las grandes religiones, otras
permanecen ajenos al conocimiento del mismo Dios, otros niegan expresamente su existencia
e incluso a veces lo persiguen.
La Iglesia, para poder ofrecer a todos el misterio de la salvación y la vida traída por
Dios, debe insertarse en todos estos grupos con el mismo afecto con que Cristo se unió por su
encarnación a determinadas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes
convivió.
Art. 1. El testimonio cristiano

Testimonio y diálogo

11.
11. Es necesario que la Iglesia esté presente en estos grupos humanos por medio de
sus hijos, que viven entre ellos o que a ellos son enviados. Porque todos los fieles cristianos,
dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el
testimonio de la palabra el nombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud
del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que,
todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente,
el sentido auténtico de la vid y el vínculo universal de la unión de los hombres.
Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo,
reúnanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad, reconózcanse como miembros del
grupo humano en que viven, y tomen parte en la vida cultural y social por las diversas
relaciones y negocios de la vida humana; estén familiarizados con sus tradiciones nacionales
y religiosas, descubran con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellas laten; pero
atiendan, al propio tiempo, a la profunda transformación que se realiza entre las gentes y
trabajen para que los hombres de nuestro tiempo, demasiado entregados a la ciencia y a la
tecnología del mundo moderno, no se alejen de las cosas divinas, más todavía, para que
despierten a un deseo más vehemente de la verdad y de la caridad revelada por Dios.
Como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con
un coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos, inundados
profundamente por el espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre los que viven, y
tratar con ellos, para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios generoso ha
distribuido a las gentes; y, al mismo tiempo, esfuércense en examinar sus riquezas con la luz
evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios Salvador.
Presencia de la caridad
12.
12. La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos ha de estar animada
por la caridad con que Dios nos amó, que quiere que también nosotros nos amemos unos a
otros. En efecto, la caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición
social o religión; no espera lucro o agradecimiento alguno; pues como Dios nos amó con
amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo, amándolo con el
mismo sentimiento con que Dios lo buscó. Pues como Cristo recorría las ciudades y las
aldeas curando todos los males y enfermedades, en prueba de la llegada del Reino de Dios,
así la Iglesia se une, por medio de sus hijos, a los hombres de cualquier condición, pero
especialmente con los pobres y los afligidos, ya ellos se consagra gozosa. Participa en sus
gozos y en sus dolores, conoce los anhelos y los enigmas de la vida, y sufre con ellos en las
angustias de la muerte. A los que buscan la paz desea responderles en diálogo fraterno
ofreciéndoles la paz y la luz que brotan del Evangelio.
Trabajen los cristianos y colaboren con los demás hombres en la recta ordenación de
los asuntos económicos y sociales. Entréguense con especial cuidado a la educación de los
niños y de los adolescentes por medio de las escuelas de todo género, que hay que considerar
no sólo como medio excelente para formar y atender a la juventud cristiana, sino como

servicio de gran valor a los hombres, sobre todo de las naciones en vías de desarrollo, para
elevar la dignidad humana y para preparar unas condiciones de vida más favorables. Tomen
parte, además, los fieles cristianos en los esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando con el
hambre, la ignorancia y las enfermedades, se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de
vida y en afirmar la paz en el mundo. Gusten los fieles de cooperar prudentemente a este
respecto con los trabajos emprendidos por instituciones privadas y públicas, por los
gobiernos, por los organismos internacionales, por diversas comunidades cristianas y por las
religiones no cristianas.
La Iglesia, con todo, no pretende mezclarse de ninguna forma en el régimen de la
comunidad terrena. No reivindica para sí otra autoridad que la de servir, con el favor de Dios,
a los hombres con amor y fidelidad.
Los discípulos de Cristo, unidos íntimamente en su vida y en su trabajo con los
hombres, esperan poder ofrecerles el verdadero testimonio de Cristo, y trabajar por su
salvación, incluso donde no pueden anunciar a Cristo plenamente. Porque no buscan el
progreso y la prosperidad meramente material de los hombres, sino que promueven su
dignidad y unión fraterna, enseñando las verdades religiosas y morales, que Cristo esclareció
con su luz, y con ello preparan gradualmente un acceso más amplio hacia Dios. Con esto se
ayuda a los hombres en la consecución de la salvación por el amor a Dios y al prójimo y
empieza a esclarecerse el misterio de Cristo, en quien apareció el hombre nuevo, creado
según Dios ( Cf. Ef., 4,24 ), y en quien se revela el amor divino.

Art. 2 Predicación del Evangelio y reunión del Pueblo de Dios

Evangelización y conversión
13.
13. Dondequiera que Dios abre la puerta de la palabra para anunciar el misterio de
Cristo a todos los hombres, confiada y constantemente hay que anunciar al Dios vivo y a
Jesucristo enviado por El para salvar a todos, a fin de que los no cristianos abriéndoles el
corazón el Espíritu Santo, creyendo se conviertan libremente al Señor y se unan a El con
sinceridad, quien por ser " camino, verdad y vida" satisface todas sus exigencias espirituales,
más aún, las colma hasta el infinito.
Esta conversión hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el
hombre perciba que, arrancado del pecado, entra en el misterio del amor de Dios, que lo
llama a iniciar una comunicación personal consigo mismo en Cristo. Puesto que, por la gracia
de Dios, el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por
la fe del misterio de la Muerte y de la Resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre
perfecto según Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y
de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco
durante el catecumenado. Siendo el Señor, al que se confía, blanco de contradicción, el nuevo

convertido sentirá con frecuencia rupturas y separaciones, pero también gozos que Dios
concede sin medida. La Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se
atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho
a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas.
Investíguense los motivos de la conversión, y si es necesario purifíquense, según la
antiquísima costumbre de la Iglesia.
Catecumenado e iniciación cristiana
14.
14. Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean
admitidos con ceremonias religiosas al catecumenado; que no es una mera exposición de
dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la
vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los
catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las
costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos
sucesivos, introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios.
Libres luego de los Sacramentos de la iniciación cristiana del poder de las tinieblas,
muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y
asisten con todo el Pueblo de Dios al memorial de la muerte y de la resurrección del Señor.
Es de desear que la liturgia del tiempo cuaresmal y pascual se restaure de forma que
prepare las almas de los catecúmenos para la celebración del misterio pascual en cuyas
solemnidades se regeneran para Cristo por medio del bautismo.
Pero esta iniciación cristiana durante el catecumenado no deben procurarla solamente
los catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles, y en modo especial los
padrinos, de suerte que sientan los catecúmenos, ya desde el principio, que pertenecen al
Pueblo de Dios. Y como la vida de la Iglesia es apostólica, los catecúmenos han de aprender
también a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia con el
testimonio de la vida y la profesión de la fe.
Expóngase por fin, claramente, en el nuevo Código, el estado jurídico de los
catecúmenos. Porque ya están vinculados a la Iglesia, ya son de la casa de Cristo y, con
frecuencia, ya viven una vida de fe, de esperanza y de caridad.

Art. 3 Formación de la comunidad cristiana

La comunidad cristiana
15.

15. El Espíritu Santo, que llama a todos los hombres a Cristo, por la siembra de la
palabra y proclamación del Evangelio, y suscita el homenaje de la fe en los corazones,
cuando engendra para una nueva vida en el seno de la fuente bautismal a los que creen en
Cristo, los congrega en el único Pueblo de Dios que es " linaje escogido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo de adquisición ".
Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de Dios, susciten tales comunidades
de fieles que, viviendo conforme a la vocación a la que han sido llamados, ejerciten las
funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad
cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo; porque ella, por el sacrificio
eucarístico, incesantemente pasa con Cristo al Padre, nutrida cuidadosamente con la palabra
de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda en la caridad y se inflama de espíritu
apostólico.
La comunidad cristiana ha de establecerse, desde el principio de tal forma que, en lo
posible, sea capaz de satisfacer por sí misma sus propias necesidades.
Esta comunidad de fieles, dotada de las riquezas de la cultura de su nación, ha de
arraigar profundamente en el pueblo; florezcan las familias henchidas de espíritu evangélico
y ayúdeseles con escuelas convenientes; eríjanse asociaciones y grupos por los que el
apostolado seglar llene toda la sociedad de espíritu evangélico. Brille, por fin, la caridad
entre los católicos de los diversos ritos.
Cultívese el espíritu ecuménico entre los neófitos para que aprecien debidamente que
los hermanos en la fe son discípulos de Cristo, regenerados por el bautismo, partícipes con
ellos de los innumerables bienes del Pueblo de Dios. En cuanto lo permitan las condiciones
religiosas, promuévase la acción ecuménica de forma que, excluido todo indiferentismo y
confusionismo como emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los
hermanos separados, según las normas del Decreto sobre el Ecumenismo, en la común
profesión de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones - en cuanto sea posible - y
en la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos colaboren, por la
causa de Cristo, su común Señor: ¡ que su nombre los junte ! Esta colaboración hay que
establecerla no sólo entre las personas privadas, sino también, a juicio del ordinario del lugar,
entre las Iglesias o comunidades eclesiales y sus obras.
Los fieles cristianos, congregados de entre todas las gentes en la Iglesia, " no son
distintos de los demás hombres ni por el régimen, ni por la lengua, ni por las instituciones
políticas de la vida, por tanto, vivan para Dios y para Cristo según las costumbres honestas de
su pueblo; cultiven como buenos ciudadanos verdadera y eficazmente el amor a la patria,
evitando enteramente el desprecio de las otras razas y el nacionalismo exagerado, y
promoviendo el amor universal de los hombres.
Para conseguir todo esto son de grandísimo valor y dignos de especial atención los
laicos, es decir, los fieles cristianos que, incorporados a Cristo por el bautismo, viven en
medio del mundo. Es muy propio de ellos, imbuidos del Espíritu Santo, el convertirse en
constante fermento para animar y ordenar los asuntos temporales según el Evangelio de
Cristo.
Sin embargo, no basta que el pueblo cristiano esté presente y establecido en un
pueblo, ni que desarrolle el apostolado del ejemplo; se establece y está presente para anunciar
con su palabra y con su trabajo a Cristo a sus conciudadanos no cristianos y ayudarles a la
recepción plena de Cristo.

Ahora bien, para la implantación de la Iglesia y el desarrollo de la comunidad
cristiana son necesarios varios ministerios que todos deben favorecer y cultivas
diligentemente, con la vocación de una suscitada de entre la misma congregación de los
fieles, entre los que se cuentan las funciones de los sacerdotes, de los diáconos y de los
catequistas y la Acción Católica. Prestan, asimismo, un servicio indispensable los religiosos y
religiosas con su oración y trabajo diligente, para enraizar y asegurar en las almas el Reino de
Cristo y ensancharlo más y más.
Constitución del clero local
16.
16. La Iglesia da gracias, con mucha alegría, por la merced inestimable de la vocación
sacerdotal que Dios ha concedido a tantos jóvenes de entre los pueblos convertidos
recientemente a Cristo. Pues la Iglesia profundiza sus más firmes raíces en cada grupo
humano, cuando las varias comunidades de fieles tienen de entre sus miembros los propios
ministros de la salvación en el Orden de los Obispos, de los presbíteros y diáconos, que
sirven a sus hermanos, de suerte que las nuevas Iglesias consigan, paso a paso con su clero la
estructura diocesana.
Todo lo que ha establecido este Concilio sobre la vocación y formación sacerdotal,
obsérvese cuidadosamente en donde la Iglesia se establece por primera vez y en las nuevas
Iglesias. Hay que tener particularmente en cuenta lo que se dice sobre la necesidad de
armonizar íntimamente la formación espiritual con la doctrinal y la pastoral, sobre la vida que
hay que llevar según el modelo del Evangelio, sin consideración del provecho propio o
familiar, sobre el cultivo del sentimiento íntimo del misterio de la Iglesia. Con ello
aprenderán maravillosamente a entregarse por entero al servicio del Cuerpo de Cristo y a la
obra del Evangelio, a unirse con su propio Obispo como fieles cooperadores y a colaborar
con sus hermanos.
Para lograr este fin general hay que ordenar toda la formación de los alumnos a la luz
del misterio de la salvación como se presenta en la Escritura. Descubran y vivan este misterio
de Cristo y de la salvación humana presente a la Liturgia.
Armonícese, según las normas del Concilio, estas exigencias comunes de la
formación sacerdotal, incluso pastoral y práctica, con el deseo de acomodarse al modo
peculiar de pensar y de proceder del propio país. Abranse, pues, y avívense las mentes de los
alumnos para que conozcan bien y puedan juzgar la cultura de su pueblo; conozcan
claramente en las disciplinas filosóficas y teológicas las diferencias y semejanzas que hay
entre las tradiciones, la religión patria y la religión cristiana.
Atienda también la formación sacerdotal a las necesidades pastorales de la región;
aprendan los alumnos la historia, el fin y el método, de la acción misional de la Iglesia, y las
especiales condiciones sociales, económicas y culturales de su pueblo. Edúquense en el
espíritu del ecumenismo y prepárense convenientemente para el diálogo fraterno con los no
cristianos. Todo esto exige que los estudios para el sacerdocio se hagan, en cuanto sea
posible, en comunicación y convivencia con su propio pueblo. Cuídense también la
formación en la buena administración eclesiástica e incluso económica.
Elíjanse, además, sacerdotes idóneos que, después de alguna experiencia pastoral,

realicen estudios superiores en las universidades incluso extranjeras, sobre todo de Roma, y
otros Institutos científicos, para que las Iglesias jóvenes puedan contar con elementos del
clero local dotados de ciencia y de experiencia convenientes para desempeñar cargos
eclesiásticos de mayor responsabilidad.
Restáurese el Orden del Diaconado como estado permanente de vida según la norma
de la Constitución " De Ecclesia ", donde lo crean oportuno las Conferencias episcopales.
Pues parece bien que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente
diaconal, o que predican la palabra divina como catequistas, o que dirigen en nombre del
párroco o del Obispo comunidades cristianas distantes, o que practican la caridad en obras
sociales y caritativas sean fortalecidos y unidos más estrechamente al servicio del altar por la
imposición de las manos, transmitida ya desde los Apóstoles, para que cumplan más
eficazmente su ministerio por la gracia sacramental del diaconado.
Formación de los catequistas
17.
17. Digna de alabanza es también esa legión tan benemérita de la obra de las misiones
entre los gentiles, es decir, los catequistas, hombres y mujeres, que llenos de espíritu
apostólico, prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la
propagación de la fe y de la Iglesia.
En nuestros días, el oficio de los catequistas tiene una importancia extraordinaria
porque resultan escasos los clérigos para evangelizar tantas multitudes y para ejercer el
ministerio pastoral. Su educación, por consiguiente debe efectuarse y acomodarse al progreso
cultural de tal forma que puedan desarrollar lo mejor posible su cometido agravado con
nuevas y mayores obligaciones, como cooperadores eficaces del orden sacerdotal.
Multiplíquense, pues, las escuelas diocesanas y regionales en que los futuros
catequistas estudien la doctrina católica, sobre todo en su aspecto bíblico y litúrgico, y el
método catequético, con la práctica pastoral, y se formen en la moral cristiana, procurando
practicar sin cesar la piedad y la santidad de vida.
Hay que tener, además, reuniones o cursos en tiempos determinados, en los que los
catequistas se renueven en la ciencia y en las artes convenientes para su ministerio y se nutra
y robustezca su vida espiritual. Además, hay que procurar a quienes se entregan por entero a
esta obra una condición de vida decente y la seguridad social por medio de una justa
remuneración.
Es de desear que se provea de un modo congruo a la formación y sustento de los
catequistas con subsidios especiales de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. Si
pareciere necesario y oportuno, fúndese una Obra para los catequistas.
Además, las Iglesias reconocerán, agradecidas, la obra generosa de los catequistas
auxiliares, de cuya ayuda necesitarán. Ellos presiden la oración y enseñan en sus
comunidades. Hay que atender convenientemente a su formación doctrinal y espiritual. E
incluso es de desear que, donde parezca oportuno, se confiere a los catequistas debidamente
formados misión canónica en la celebración pública de la acción litúrgica, para que sirvan a
la fe con más autoridad delante del pueblo.

Promoción de la vida religiosa
18.
18. Promuévase diligentemente la vida religiosa desde el momento de la implantación
de la Iglesia, que no solamente proporciona a la actividad misional ayudas preciosas y
enteramente necesarias, sino que por una más íntima consagración a Dios, hecha en la
Iglesia, indica claramente también la naturaleza íntima de la vocación cristiana.
Esfuércense los Institutos religiosos, que trabajan en la implantación de la Iglesia, en
exponer y comunicar, según el carácter y la idiosincrasia de cada pueblo, las riquezas
místicas de que están totalmente llenos, y que distinguen la tradición religiosa de la Iglesia.
Consideren atentamente el modo de aplicar a la vida religiosa cristiana las tradiciones
ascéticas y contemplativas, cuyas semillas había Dios esparcido con frecuencia en las
antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio.
En las iglesias jóvenes hay que cultivar diversas formas de vida religiosa que
presenten los diversos aspectos de la misión de Cristo y de la vida de la Iglesia, y se
entreguen a variadas obras pastorales y preparen convenientemente a sus miembros para
cumplirlas. Con todo, procuren los Obispos en la Conferencia que las Congregaciones, que
tienen los mismos fines apostólicos, no se multipliquen, con detrimento de la vida religiosa y
del apostolado.
Son signos de especial mención los varios esfuerzos realizados para arraigar la vida
contemplativa, por los que unos, reteniendo los elementos esenciales de la institución
monástica, se esfuerzan en implantar la riquísima tradición de su Orden, y otros, vuelven a
las formas más sencillas del antiguo monacato. Procuren todos, sin embargo, buscar la
adaptación oportuna a las condiciones locales. Conviene establecer por todas partes en las
iglesias nuevas la vida contemplativa porque pertenece a la plenitud de la presencia de la
Iglesia.

Capítulo III
Las Iglesias particulares
Incremento de las Iglesias jóvenes
19.
19. La obra de implantación de la Iglesia en un determinado grupo de hombres
consigue su objetivo determinado cuando la congregación de los fieles, arraigada ya en la
vida social y conformada de alguna manera a la cultura del ambiente, disfruta de cierta
estabilidad y firmeza; es decir, está provista de cierto número, aunque insuficiente, de
sacerdotes nativos, de religiosos y seglares, se ve dotada de los ministerios e instituciones
necesarias para vivir, y dilatar la vida del Pueblo de Dios bajo la guía del Obispo propio.

En estas Iglesias jóvenes la vida del Pueblo de Dios debe ir madurando por todos los
campos de la vida cristiana, que hay que renovar según las normas de este Concilio: las
congregaciones de fieles, con mayor conciencia cada día, se hacen comunidades vivas de la
fe, de la liturgia y de la caridad; los laicos, con su actuación civil y apostólica, se esfuerzan
en establecer en la sociedad el orden de la caridad y de la justicia; se aplican oportuna y
prudentemente los medios de comunicación social; las familias, por su vida verdaderamente
cristiana, se convierten en semilleros de apostolado seglar y de vocaciones sacerdotales y
religiosas. Finalmente, la fe se enseña mediante una catequesis apropiada, se manifiesta en la
liturgia desarrollada conforme al carácter del pueblo y por una legislación canónica oportuna
se introduce en las buenas instituciones y costumbres locales.
Los Obispos, juntamente con su presbiterio, imbuidos más y más del sentir de Cristo
y de la Iglesia, procuran sentir y vivir con toda la Iglesia. Consérvese la íntima unión de las
Iglesias jóvenes con toda la Iglesia, cuyos elementos tradicionales deben asociar a la propia
cultura, para aumentar con efluvio mutuo de fuerzas de vida del Cuerpo místico. Por ello,
cultívense los elementos teológicos, psicológicos y humanos que puedan conducir al fomento
de este sentido de comunión con la Iglesia universal.
Pero estas Iglesias, situadas con frecuencia en las regiones más pobres del orbe, se
ven todavía muchas veces en gravísima penuria de sacerdotes y en la escasez de recursos
materiales. Por ello, tienen suma necesidad de que la continua acción misional de toda la
Iglesia les suministre los socorros que sirvan, sobre todo, para el desarrollo de la Iglesia local
y para la madurez de la vida cristiana. Ayude también la acción misional a las Iglesias,
fundadas hace tiempo, que se encuentran en cierto estado de retroceso o debilitamiento.
Estas Iglesias, con todo, organicen un plan común de acción pastoral y las obras
oportunas, para aumentar en número, juzgar con mayor seguridad y cultivar con más eficacia
las vocaciones para el clero diocesano y los institutos religiosos, de forma que puedan
proveerse a sí mismas, poco a poco, y ayudar a otras.
Actividad misionera de las Iglesias particulares
20.
20. Como la Iglesia particular debe representar lo mejor que pueda a la Iglesia
universal, conozca muy bien que ha sido enviada también a aquellos que no creen en Cristo y
que viven en el mismo territorio, para servirles de orientación hacia Cristo con el testimonio
de la vida de cada uno de los fieles y de toda la comunidad.
Se requiere, además, el ministerio de la palabra, para que llegue a todos el Evangelio,
El Obispo, en primer lugar, debe ser el heraldo de la fe que lleve nuevos discípulos a Cristo.
para cumplir debidamente este sublime encargo, conozca íntegramente las condiciones de su
grey y las íntimas opiniones de sus conciudadanos acerca de Dios, advirtiendo también
cuidadosamente los cambios que han introducido las urbanizaciones, las migraciones y el
indiferentismo religioso.
Emprendan fervorosamente los sacerdotes nativos la obra de la evangelización en las
Iglesias jóvenes, trabajando a una son los misioneros extranjeros, con los que forman un
presbiterio aunando bajo la autoridad del Obispo, no sólo para apacentar a los fieles y
celebrar el culto divino, sino también para predicar el Evangelio a los infieles. Estén

dispuestos y cuando se presente la ocasión ofrézcanse con valentía a su Obispo para
emprender la obra misionera en las regiones apartadas o abandonadas de la propia diócesis o
en otras diócesis.
Inflámense en el mismo celo los religiosos y religiosas e incluso los laicos para con
sus conciudadanos, sobre todo los más pobres.
Preocúpense las Conferencias Episcopales de que en tiempos determinados se
organicen cursos de renovación bíblica, teológica, espiritual y pastoral, para que el clero,
entre las variedades y cambios de vida, adquiera un conocimiento más completo de la
teología y de los métodos pastorales.
Por lo demás, obsérvese reverentemente todo lo que ha establecido este Concilio,
sobre todo en el Decreto del " ministerio y de la vida de los presbíteros ".
Para llevar a cabo esta obra misional de la Iglesia particular se requieren ministros
idóneos, que hay que preparar a su tiempo de modo conveniente a las condiciones de cada
Iglesia. pero como los hombres tienden, cada vez más, a reunirse en Episcopales establezcan
las normas comunes para entablar diálogo con estos grupos. Y si en algunas regiones se
hallan grupos de hombres que se resisten a abrazar la fe católica porque no pueden
acomodarse a la forma especial que haya tomado allí la Iglesia, se desea que se les atienda
particularmente, hasta que puedan juntarse en una comunidad todos los cristianos. cada
Obispo llame a su diócesis a los misioneros que la Sede Apostólica pueda tener preparados
para este fin o recíbalos de buen grado y promueva eficazmente sus empresas.
Para que este celo misional florezca entre los nativos del lugar es muy conveniente
que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la
Iglesia, enviando también ellos misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra,
aunque sufran escasez de clero. Porque la comunión con la Iglesia universal se completará de
alguna forma cuando también ellas participen activamente del esfuerzo misional para con
otros pueblos.
Fomento del apostolado seglar
21.
21. La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo
perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado
propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la mentalidad,
en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los laicos. Por tanto, desde la
fundación de la Iglesia hay que atender, sobre todo, a la constitución de un laicado cristiano
maduro.
Pues los fieles seglares pertenecen plenamente al mismo tiempo, al Pueblo de Dios y
a la sociedad civil: pertenecen al pueblo en que han nacido, de cuyos tesoros culturales
empezaron a participar por la educación, a cuya vida están unidos por variados vínculos
sociales, a cuyo progreso cooperan con su esfuerzo en sus profesiones, cuyos problemas
sienten ellos como propios y trabajan por solucionar, y pertenecen también a Cristo, porque
han sido regenerados en la Iglesia por la fe y por el bautismo, para ser de Cristo por la
renovación de la vida y de las obras, para que todo se someta a Dios en Cristo y, por fin, sea
Dios todo en todas las cosas.

La obligación principal de éstos, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo, que
deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en el grupo social y en el ámbito de su
profesión. Debe manifestarse en ellos el hombre nuevo creado según Dios en justicia y
santidad verdaderas. Han de reflejar esta renovación de la vida en el ambiente de la sociedad
y de la cultura patria, según las tradiciones de su nación. Ellos tienen que conocer esta
cultura, restaurarla y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, por fin
perfeccionarla en Cristo, para que la fe de Cristo y la vida de la Iglesia no sea ya extraña a la
sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y transformarla.
Unanse a sus conciudadanos con verdadera caridad, a fin de que en su trato aparezca
el nuevo vínculo de unidad y de solidaridad universal, que fluye del misterio de Cristo.
Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de vida y de trabajo, obligación que
urge más, porque muchos hombres no pueden oír hablar del Evangelio ni conocer a Cristo
más que por sus vecinos seglares. Más aún, donde sea posible, estén preparados los laicos a
cumplir la misión especial de anunciar el Evangelio y de comunicar la doctrina cristiana, en
una cooperación más inmediata con la Jerarquía para dar vigor a la Iglesia naciente.
Los ministros de la Iglesia, por su parte, aprecien grandemente el laborioso
apostolado activo de los laicos. Fórmenlos para que, como miembros de Cristo, sean
conscientes de su responsabilidad en favor de todos los hombres; intrúyanlos profundamente
en el misterio de Cristo, inícienlos en métodos prácticos y asístanles en las dificultades,
según la constitución Lumen gentium y el decreto Apostolicam actuositatem.
Observando, pues, las funciones y responsabilidades propias de los pastores y de los
laicos, toda Iglesia joven dé testimonio vivo y firme de Cristo para convertirse en signo
brillante de la salvación, que nos vino a través de El.
Diversidad en la unidad
22.
22. La semilla, que es la palabra de Dios, al germinar absorbe el jugo de la tierra
buena, regada con el rocío celestial, y lo transforma y lo asimila para dar al fin fruto
abundante. Ciertamente, a semejanza del plan de la Encarnación, las Iglesias jóvenes,
radicadas en Cristo y edificadas sobre el fundamento de los Apóstoles, toman, en intercambio
admirable, todas las riquezas de las naciones que han sido dadas a Cristo en herencia ( Cf.
Sal., 2,8 ). Ellas reciben de las costumbres y tradiciones, de la sabiduría y doctrina, de las
artes e instituciones de los pueblos todo lo que puede servir para expresar la gloria del
Creador, para explicar la gracia del Salvador y para ordenar debidamente la vida cristiana.
Para conseguir este propósito es necesario que en cada gran territorio socio-cultural se
promuevan los estudios teológicos por los que se sometan a nueva investigación, a la luz de
la tradición de la Iglesia universal, los hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas
en las Sagradas Escrituras y explicadas por los Padres y el magisterio de la Iglesia. Así
aparecerá más claramente por qué caminos puede llegar la fe a la inteligencia, teniendo en
cuenta la filosofía y la sabiduría de los pueblos, y de qué forma pueden compaginarse las
costumbres, el sentido de la vida y el orden social con las costumbres manifestadas por la
divina revelación.
Con ello se descubrirán los caminos para una acomodación más profunda en todo el

ámbito de la vida cristiana. Con este modo de proceder se excluirá toda clase de sincretismo
y de falso particularismo, se acomodarán la vida cristiana a la índole y al carácter de
cualquier cultura, y serán asumidas en la unidad católica las tradiciones particulares, con las
cualidades propias de cada raza, ilustradas con la luz del Evangelio. Por fin, las Iglesias
particulares jóvenes, adornadas con sus tradiciones, tendrán su lugar en la comunión
eclesiástica, permaneciendo íntegro el primado de la cátedra de Pedro, que preside a la
asamblea universal de la caridad.
Es, por tanto, conveniente que las Conferencias Episcopales se unan entre sí dentro de
los límites de cada uno de los grandes territorios socio-culturales, de suerte que puedan
conseguir de común cuerdo este objetivo de la adaptación.

Capítulo IV
Los misioneros

La vocación misionera
23.
23. Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su
condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere para que lo
acompañen y los envía a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que
distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el
corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos, que reciben como
misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia.
Porque son sellados con una vocación especial los que, dotados de un carácter natural
conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra
misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o laicos. Enviados por la
autoridad legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que están lejos de Cristo, segregados
para la obra a que han sido llamados ( Cf. Act., 13,2 ), como ministros del Evangelio, "para
que la oblación de los gentiles sea aceptada y santificada por el Espíritu Santo" (Rom. 15,
16).
Espiritualidad misionera
24.
24. El hombre debe responder al llamamiento de Dios, de suerte que no asintiendo a

la carne ni a la sangre, se entregue totalmente a la obra del Evangelio. pero no puede dar esta
respuesta, si no le mueve y fortalece el Espíritu Santo. El enviado entra en la vida y en la
misión de Aquel que " se anonadó tomando la forma de siervo ". Por eso debe estar dispuesto
a permanecer durante toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a todo lo que
poseía y a " hacerse todo a todos ".
El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a conocer con confianza el misterio
de Cristo, cuyo legado es, de suerte que se atreva a hablar de El como conviene, no
avergonzándose del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y
humilde de corazón, manifieste que su yugo es suave y su carga ligera. Dé testimonio de su
Señor con su vida enteramente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con
suavidad, con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre.
Dios le concederá valor y fortaleza para que vea la abundancia de gozo que se
encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza. Esté convencido
de que la obediencia es la virtud característica del ministro de Cristo, que redimió al mundo
con su obediencia.
A fin de no descuidar la gracia que poseen, los heraldos del Evangelio han de renovar
su espíritu constantemente. Los ordinarios y superiores reúnan en tiempos determinados a los
misioneros para que se tonifiquen en la esperanza de la vocación y se renueven en el
ministerio apostólico, estableciendo incluso algunas casas apropiadas para ello.
Formación espiritual y moral
25.
25. El futuro misionero ha de prepararse con una especial formación espiritual y
moral para un empeño tan elevado. Debe ser capaz de iniciativas constantes para continuar
los trabajos hasta el fin, perseverante en las dificultades, paciente y fuerte en sobrellevar la
soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso. Se presentará a los hombres con mente abierta
y corazón dilatado; recibirán con gusto los cargos que se le confíen; se acomodará
generosamente a las costumbres ajenas y a las cambiantes condiciones de los pueblos,
ayudará a sus hermanos y a todos los que se dedican a la misma obra con espíritu de
concordia y de caridad mutua, de suerte que imitando, juntamente con los fieles, la
comunidad apostólica, constituyan un solo corazón y una sola alma ( Cf. Act., 2, 42; 4, 32 ).
Ejercítense, cultívense y nútranse cuidadosamente de vida espiritual estas
disposiciones de alma ya desde el tiempo de la formación. Lleno de fe viva y de esperanza
firme, el misionero sea hombre de oración: inflámese en el espíritu de fortaleza, de amor y de
templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de
sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado;
llevado del celo por las almas gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que
crezca "en el amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio".
Cumpliendo así con Cristo la voluntad del Padre continuará su misión bajo la autoridad
jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de la salvación.

Formación doctrinal y apostólica
26.
26. Los que hayan de ser enviados a los diversos pueblos como buenos ministros de
Jesucristo, estén nutridos " con las palabras de la fe y de la buena doctrina ", que tomarán
ante todo, de la Sagrada Escritura, estudiando a fondo el Misterio de Cristo, cuyos heraldos y
testigos han de ser.
por lo cual todos los misioneros - sacerdotes, hermanos, hermanas, laicos, cada uno
según su condición - han de prepararse y formarse para que no se vean incapaces ante las
exigencias de su labor futura. Dispóngase ya desde el principio su formación doctrinal de
suerte que abarque la universalidad de la Iglesia y la diversidad de los pueblos. Esto se
refiere a todas las disciplinas, con las que se preparan para el cumplimiento de su ministerio,
y las otras ciencias, que aprenden útilmente para alcanzar los conocimientos ordinarios sobre
pueblos, culturas y religiones, con miras no sólo al pasado, sino también a la época actual. El
que haya de ir a un pueblo extranjero aprecie debidamente su patrimonio, su lengua y sus
costumbres. Es necesario, sobre todo, al futuro misionero dedicarse a los estudios
misionológicos; es decir, conocer la doctrina y las disposiciones de la Iglesia sobre la
actividad misional, saber qué cambios han recorrido los mensajeros. del Evangelio en el
decurso de los siglos, la situación actual de las misiones y también los métodos considerados
hoy como más eficaces.
Aunque toda esta formación ha de estar llena de solicitud pastoral, ha de darse, sin
embargo, una especial y ordenada formación apostólica, teórica y práctica.
Aprendan bien y prepárense en catequética el mayor número posible de hermanos y
de hermanas para que puedan colaborar mejor en el apostolado.
Es necesario también que los que se dedican por un tiempo determinado a la actividad
misionera adquieran una formación apropiada a su condición.
Pero esta diversa formación ha de completarse en la región a la que serán enviados, de
suerte que los misioneros conozcan ampliamente la historia, las estructuras sociales y las
costumbres de los pueblos, estén bien enterados del orden moral, de los preceptos religiosos
y de su mentalidad acerca de Dios, del mundo y del hombre, conforme a sus sagradas
tradiciones. Aprendan las lenguas hasta el punto de poder usarlas con soltura y elegancia, y
encontrar en ello una más fácil penetración en las mentes y en los corazones de los hombres.
Han de ser iniciados, como es debido, en las necesidades pastorales características de cada
pueblo.
Algunos han de prepararse también de un modo más profundo en los Institutos
misionológicos u otras Facultades o Universidades para desempeñar más eficazmente cargos
especiales y poder ayudar con sus conocimientos a los demás misioneros en la realización de
su labor, que presenta tantas dificultades y oportunidades, sobre todo en nuestro tiempo. Es
muy de desear, además que las Conferencias regionales de los Obispos tengan a su
disposición buen número de peritos y usen de su saber y experiencia en las necesidades de su
cargo. Y no falten tampoco quienes sepan usar perfectamente los instrumentos técnicos y de
comunicación social, cuya importancia han de apreciar todos.

Institutos que trabajan en las misiones
27.
27. Aunque todo esto es enteramente necesario para cada uno de los misioneros, sin
embargo, es difícil que puedan conseguirlo aisladamente. No pudiéndose satisfacer la obra
misional individualmente, como demuestra la experiencia, la vocación común congregó a los
individuos en Institutos, en los que, reunidas las fuerzas, se formen convenientemente y
cumplan esa obra en nombre de la Iglesia y a disposición de la autoridad jerárquica. Estos
Institutos sobrellevaron desde hace muchos siglos el peso del día y del calor, entregados a la
obra misional ya enteramente, ya sólo en parte.
Muchas veces la Santa Sede les ha confiado evangelizar vastos territorios en que
reunieron un pueblo nuevo para Dios, una iglesia local unida y sus pastores. Fundadas las
iglesias con su sudor y a veces con su sangre, servirán con celo y experiencia, en fraterna
cooperación, o ejerciendo la cura de almas, o cumpliendo cargos especiales para el bien
común.
A veces asumirán trabajos más urgentes en todo el ámbito de alguna región; por
ejemplo, la evangelización de grupos o de pueblos que quizá no recibieron el mensaje del
Evangelio por razones especiales o lo rechazaron hasta el momento.
Si es necesario, están dispuestos a formar y a ayudar con su experiencia a los que se
ofrecen por tiempo determinado a la labor misional.
Por estas causas y porque aún hay que llevar muchas gentes a Cristo, continúan
siendo muy necesarios los Institutos.

Capítulo V
Ordenación de la actividad misional

Introducción
28.
28. Puesto que los fieles cristianos tienen dones diferentes, deben colaborar en el
Evangelio cada uno según su oportunidad, facultad, carisma y ministerio; todos, por
consiguiente, los que siembran y los que siegan, los que plantan y los que riegan, es necesario
que sean una sola cosa, a fin de que " buscando unidos el tiempo fin" dediquen sus esfuerzos
unánimes a la edificación de la Iglesia.
Por lo cual los trabajos de los heraldos del Evangelio y los auxilios de los demás
cristianos hay que dirigirlos y aunarlos de forma que " todo se haga con orden ", en todos los
campos de la actividad y de la cooperación misional.

Ordenación general
29.
29. Perteneciendo, ante todo, al cuerpo de los Obispos la preocupación de anunciar el
Evangelio en todo el mundo, el sínodo de los Obispos, o sea " el Consejo estable de Obispos
para la Iglesia universal ", entre los negocios de importancia general, considere
especialmente la actividad misional deber supremo y santísimo de la Iglesia.
Es necesario que haya un solo dicasterio competente, a saber: " De propaganda Fide ",
para todas las misiones y para toda la actividad misional, salvo, sin embargo, el derecho de
las Iglesias orientales.
Aunque el Espíritu Santo suscita de muchas maneras el espíritu misional en la Iglesia
de Dios, y no pocas veces se anticipa a la acción de quienes gobiernan la vida de la Iglesia,
con todo, este dicasterio, en cuanto le corresponde, promueva también la vocación y la
espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones y difunda las noticias auténticas
y convenientes sobre las misiones; suscite y distribuya los misioneros según las necesidades
más urgentes de los países. A ella compete dictar normas directivas y principios acomodados
a la evangelización y darles impulsos. Promueva y coordine eficazmente la colecta de ayudas
materiales, que ha de distribuirse a razón de la necesidad o de la utilidad, y de la extensión
del territorio, del número de fieles y de infieles, de las obras y de las Instituciones, de los
auxiliares y de los misioneros.
Juntamente con el Secretario, para promover la unión de los cristianos, busque las
formas y los medios de procurar y orientar la colaboración fraterna y la pacífica convivencia
con las empresas misionales de otras comunidades cristianas para evitar en lo posible el
escándalo de la división.
Así, pues, es necesario que este dicasterio sea a la vez instrumento de administración
y órgano de dirección dinámica que emplee medios científicos e instrumentos acomodados a
las condiciones de este tiempo, teniendo en cuenta las investigaciones actuales de la teología,
de la metodología y de la pastoral misionera.
Tengan parte activa y voto deliberativo en la dirección de este dicasterio
representantes elegidos de entre todos los que colaboran en la Obra misional: Obispos de
todo el orbe, según el parecer de las Conferencias Episcopales, y superiores de los institutos y
directores de las Obras Pontificias, según normas y criterios que tenga a bien establecer el
Romano Pontífice. Todos ellos, que han de ser convocados periódicamente, ejerzan, bajo la
autoridad del Sumo Pontífice, la dirección suprema de toda la obra misional.
Tenga a su disposición este dicasterio un Cuerpo permanente de consultores peritos,
de ciencia o experiencia comprobada, a los que competirá, entre otras cosas, el recoger la
necesaria información, tanto sobre la situación local de los diversos países y de la
mentalidad, modo de pensar de los diferentes grupos humanos, como sobre los métodos de
evangelizar que hay que emplear, y proponer conclusiones científicamente documentadas
para la obra y la cooperación misional.
Han de verse representados convenientemente los Institutos de religiosas, las obras
regionales en favor de las misiones y las organizaciones de seglares, sobre todo
internacionales.

Ordenación local de las misiones
30.
30. Para que en el ejercicio de la obra misional se consigan los fines y los efectos
propuestos, tengan todos los misioneros " un solo corazón y una sola alma ".
Es deber del Obispo, como rector y centro de unidad en el apostolado diocesano,
promover, dirigir y coordinar la actividad misionera, pero de modo que se respete y favorezca
la actividad espontánea de quienes toman parte en la obra. Todos los misioneros, incluso los
religiosos exentos, están sometidos al Obispo en las diversas obras que se refieren al ejercicio
del sagrado apostolado. para lograr una coordinación mejor, establezca el Obispo, en cuanto
le sea posible, un Consejo pastoral en que tomen parte clérigos, religiosos y seglares por
medio de delegados escogidos. Procure, además, que la actividad apostólica no se limite tan
sólo a los convertidos, sino que ha de destinar una parte conveniente de operarios y de
recursos a la evangelización de los no cristianos.
Coordinación regional
31.
31. Traten las Conferencias Episcopales de común acuerdo los puntos y los problemas
más urgentes, sin descuidar las diferencias locales. Para que no se malogren los escasos
recursos de personas y de medios materiales, ni se multipliquen los trabajos sin necesidad, se
recomiendo que, uniendo las fuerzas, establezcan obras que sirvan para el bien de todos,
como, por ejemplo, seminarios, escuelas superiores y técnicas, centros pastorales,
catequísticos, litúrgicos y de medios de comunicación social.
Establézcase también una cooperación semejante, si es oportuno, entre las diversas
Conferencias Episcopales.
Ordenación de la actividad de los Institutos
32.
32. Es también conveniente coordinar las actividades que desarrollan los Institutos o
Asociaciones eclesiásticas. Todos ellos, de cualquier condición que sean, secunden al
ordinario del lugar en todo lo que se refiere a la actividad misional. Por lo cual será muy
provechoso establecer bases particulares que regulen las relaciones entre los ordinarios del
lugar y el superior del Instituto.
Cuando a un Instituto se le ha encomendado un territorio, el superior eclesiástico y el
Instituto procuren, de corazón, dirigirlo todo para que la comunidad cristiana se desarrolle en
iglesia local, que a su debido tiempo sea dirigida por su propio pastor con su clero.
Al cesar la encomienda del territorio se crea una nueva situación. Establezcan
entonces, de común acuerdo, las Conferencias Episcopales y los Institutos, normas que

regulen las relaciones entre los ordinarios del lugar y los Institutos. La Santa Sede establecerá
los principios generales que han de regular las bases de los contratos regionales o
particulares.
Si bien los Institutos están preparados para continuar la obra empezada, colaborando
en el ministerio ordinario de la cura de las almas, sin embargo, al aumentar el clero nativo,
habrá que procurar que los mismos Institutos, de acuerdo con su propio fin, permanezcan
fieles a la misma diócesis encargándose generosamente en obras particulares o de alguna
región.
Coordinación entre Institutos
33.
33. Los Institutos que se dedican a la actividad misional en el mismo territorio
conviene que encuentren un buen sistema de coordinar sus trabajos. para ello son muy útiles
las Conferencias de religiosos y las reuniones de religiosas, en que tomen parte todos los
Institutos de la misma nación o región. Examinen estas Conferencias qué puede hacerse con
el esfuerzo común y mantengan estrechas relaciones con las Conferencias Episcopales.
Todo lo cual, y por idéntico motivo, conviene extenderlo a la colaboración de los
Institutos misioneros en la tierra patria, de suerte que puedan resolverse los problemas y
empresas comunes con más facilidad y menores gastos, como, por ejemplo, la formación
doctrinal de los futuros misioneros, los cursos para los mismos, las relaciones con las
autoridades públicas o con los órganos internacionales o supranacionales.
Coordinación entre los Institutos científicos
34.
34. Requiriendo el recto y ordenado ejercicio de la actividad misionera que los
operarios evangélicos se preparen científicamente para su trabajos, sobre todo para el diálogo
con las religiones y culturas no cristianas, y reciban ayuda eficaz en su ejecución, se desea
que colaboren entre sí fraternal y generosamente en favor de las misiones todos los Institutos
científicos que cultivan la misionología y otras ciencias o artes útiles a las misiones, como la
etnología y la lingüística, la historia y la ciencia de las religiones, la sociología, el arte
pastoral y otras semejantes.

Capítulo VI
La cooperación

Introducción
35.
35. Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber
fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación
interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del
Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles.
Deber misionero de todo el Pueblo de Dios
36.
36. Todos los fieles, como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a
El por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la
expansión y dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud ( Cf. Ef., 4,13 ).
Por lo cual todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su
responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente
católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización. Conozcan todos, sin embargo,
que su primera y principal obligación por la difusión de la fe es vivir profundamente la vida
cristiana. Pues su fervor en el servicio de Dios y su caridad para con los demás aportarán
nuevo aliento espiritual a toda la Iglesia, que aparecerá como estandarte levantado entre las
naciones ( Cf. Is., 11,12 ) " luz del mundo" ( Mt. 5,14 ) y " sal de la tierra" ( Mt., 5,13 ). Este
testimonio de la vida producirá más fácilmente su efecto si se da juntamente con otros grupos
cristianos según las normas del decreto sobre el ecumenismo.
De la renovación de este espíritu se elevarán espontáneamente hacia Dios plegarias y
obras de penitencia para que fecunde con su gracia la obra de los misioneros, surgirán
vocaciones misioneras y brotarán los recursos necesarios para las misiones.
Pero para que todos y cada uno de los fieles cristianos conozcan puntualmente el
estado actual de la Iglesia en el mundo y escuchen la voz de los que claman : " ayúdanos" (
Cf. Act., 16,9 ), facilítense noticias misionales, incluso sirviéndose de los medios modernos
de comunicación social, que los cristianos, haciéndose cargo de su responsabilidad en la
actividad misional, abran los corazones a las inmensas y profundas necesidades de los
hombres y puedan socorrerlos.
Se impone también la coordinación de noticias y la cooperación con los órganos
nacionales e internacionales.
Deber misionero de las comunidades cristianas
37.
37. Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y
parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar
testimonio de Cristo delante de las gentes.

La gracia de la renovación en las comunidades no puede crecer si no expande cada
una los campos de la caridad hasta los confines de la tierra, y no tiene, de los que están lejos,
una preocupación semejante a la que siente por sus propios miembros.
De esta forma, toda la comunidad ruega, coopera y actúa entre las gentes por medio
de sus hijos, que Dios elige para esta empresa altísima.
Será muy útil, a condición de no olvidar la obra misional universal, mantener
comunicación con los misioneros salidos de la misma comunidad, o con alguna parroquia o
diócesis de las misiones para que se haga visible la unión entre las comunidades y redunde en
edificación mutua.
Deber misionero de los Obispos
38.
38. Todos los Obispos, como miembros del cuerpo episcopal, sucesor del Colegio de
los Apóstoles, están consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el
mundo. A ellos afecta primaria e inmediatamente, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro, el
mandato de Cristo de predicar el Evangelio a toda criatura. De ahí procede aquella
comunicación y cooperación de las Iglesias, tan necesaria hoy para proseguir la obra de
evangelización. En virtud de esta comunión, cada una de las Iglesias, siente la solicitud de
todas las obras, se manifiestan mutuamente sus propias necesidades, se comunican entre si
sus bienes, puesto que la dilatación del cuerpo de Cristo es deber de todo el Colegio
episcopal.
Suscitando, promoviendo y dirigiendo el Obispo la obra misional en su diócesis, con
la que forma una sola cosa, hace presente y como visible el espíritu y el celo misional del
Pueblo de Dios, de suerte que toda la diócesis se hace misionera.
El Obispo deberá suscitar en su pueblo, sobre todo entre los enfermos y oprimidos por
las calamidades, almas que ofrezcan a dios oraciones y penitencias con generosidad de
corazón por la evangelización del mundo; fomentar gustosos las vocaciones de los jóvenes y
de los clérigos a los Institutos misioneros, complaciéndose de que Dios elija algunos para que
se consagren a la actividad misional de la Iglesia; exhortar y aconsejar a las congregaciones
diocesanas para que asuman su parte en las misiones; promover entre sus fieles las obras de
Institutos misioneros, de manera especial las obras pontificias misionales. Estas obras deben
ocupar el primer lugar, ya que son los medios de infundir en los católicos, desde la infancia,
el sentido verdaderamente universal y misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para
bien de todas las misiones, según las necesidades de cada una.
Pero creciendo cada vez más la necesidad de operarios en la viña del Señor y
deseando los sacerdotes diocesanos, participar cada vez más en la evangelización del mundo,
el Sagrado Concilio desea que los Obispos, considerando la gravísima penuria de sacerdotes
que impide la evangelización de muchas regiones, envíen algunos de sus mejores sacerdotes
que se ofrezcan a la obra misional, debidamente preparados, a las diócesis que carecen de
clero, donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misional con espíritu de
servicio.
Y para que la actividad misional de los Obispos en bien de toda la Iglesia pueda
ejercerse con más eficacia, conviene que las Conferencias Episcopales dirijan los asuntos

referentes a la cooperación organizada del propio país. Traten los Obispos en sus
Conferencias; del clero diocesano que se ha de consagrar a la evangelización de los gentiles;
de la tasa determinada que cada diócesis debe entregar todos los años, según sus ingresos
para la obra de las misiones; de dirigir y ordenar las formas y medios con que se ayude
directamente a las mismas; de ayudar y, si es necesario, fundar Institutos misioneros y
seminarios del clero diocesano para las misiones; de la manera de fomentar estrechas
relaciones entre estos Institutos y las diócesis.
Es propio de las Conferencias Episcopales establecer y promover obras en que sean
recibidos fraternalmente y ayudados con cuidado pastoral conveniente los que inmigran de
tierras de misiones para trabajar y estudiar. Porque por ellos se acercan de alguna manera los
pueblos lejanos y se ofrece a las comunidades ya cristianas desde tiempos remotos una
ocasión magnífica de dialogar con los que no oyeron todavía el Evangelio y de manifestarles
con servicio de amor y de asistencia la imagen auténtica de Cristo.
Deber misional de los sacerdotes
39.
39. Los presbíteros representan la persona de Cristo y son cooperadores del orden
episcopal, en su triple función sagrada que se ordena a las misiones por su propia naturaleza.
Estén profundamente convencidos que su vida fue consagrada también al servicio de las
misiones. Y porque, comunicando con Cristo Cabeza, por su propio ministerio, centrado
esencialmente en la Eucaristía - que perfecciona la Iglesia -, y conduciendo a otros a la
misma comunicación, no pueden dejar de sentir lo mucho que les falta para la plenitud del
Cuerpo, y cuánto por ende hay que trabajar para que vaya creciendo cada día. Por
consiguiente, organizarán el cuidado pastoral de forma que sea útil a la dilatación de
Evangelio entre los no cristianos.
Los presbíteros, en el cuidado pastoral, excitarán y mantendrán entre los fieles el celo
por la evangelización del mundo, instruyéndolos con la catequesis y la predicación sobre el
deber de la Iglesia de anunciar a Cristo a los gentiles; enseñando a las familias cristianas la
necesidad y el honor de cultivar las vocaciones misioneras entre los propios hijos;
fomentando el fervor misionero en los jóvenes de las escuelas y de las asociaciones católicas
de forma que salgan de entre ellos futuros heraldos del Evangelio. Enseñen a los fieles a orar
por las misiones y no se avergüencen de pedirles limosna, haciéndose mendigos por Cristo y
por la salvación de las almas.
Los profesores de los seminarios y de las universidades expondrán a los jóvenes la
verdadera situación del mundo y de la Iglesia para que comprendan claramente la necesidad
de una más esforzada evangelización de los no cristianos. En las enseñanzas de las
disciplinas dogmáticas, bíblicas, morales e históricas hagan notar los motivos misionales, que
en ellas se contienen, para ir formando de este modo la conciencia misionera en los futuros
sacerdotes.
Deber misionero de los Institutos de perfección


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