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Autor: Familia Diaz
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1. LA HISTORIA DEL CARPINTERO
Había una vez un viejo carpintero que, cansado ya de tanto trabajar, estaba listo para acogerse al retiro y dedicarle
tiempo a su familia.
Así se lo comunicó a su jefe, y aunque iba a extrañar su salario, necesitaba retirarse y estar con su familia; de alguna
forma sobreviviría.
Al contratista le entristeció mucho la noticia de que su mejor carpintero se retiraría y le pidió de favor que si le podía
construir una casa más antes de retirarse.
El carpintero aceptó la proposición del jefe y empezó la construcción de su última casa pero, a medida que pasa el
tiempo, se dió cuenta de que su corazón no estaba de lleno en el trabajo.
Arrepentido de haberle dicho que sí a su jefe, el carpintero no puso el esfuerzo y la dedicación que siempre ponía
cuando construía una casa y la construyó con materiales de calidad inferior.
Esa era, según él, una manera muy desafortunada de terminar una excelente carrera, la cual le había dedicado la mayor
parte de su vida.
Cuando el carpintero terminó su trabajo el contratista vino a inspeccionar la casa.
Al terminar la inspección le dió la llave de la casa al carpintero y le dijo: "Esta es tu casa, mi regalo para tí y tu familia por
tanto años de buen servicio".
El carpintero sintió que el mundo se le iba...
Grande fue la vergüenza que sintió al recibir la llave de la casa, su casa. Si tan sólo él hubiese sabido que estaba
construyendo su propia casa, lo hubiese hecho todo de una manera diferente.
Así también pasa con nosotros. A diario construimos relaciones en nuestras vidas, y en muchas ocasiones ponemos el
menor esfuerzo posible para hacer que esa relación progrese.
Entonces, con el tiempo es que nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de esa relación.
Si lo pudiésemos hacer de nuevo, lo haríamos totalmente diferente. Pero no podemos regresar.
Tú eres el carpintero. Cada día martillas un clavo, pones una puerta, o eriges una pared.
Alguien una vez dijo: "La vida es un proyecto que haces tú mismo. Tus actitudes y las selecciones que haces hoy
construyen la casa en la cual vivirás mañana". ¡Construye sabiamente!
Recuerda... trabaja como si no necesitaras el dinero; ama como ni nunca te hubiesen herido; baila como si nadie te
estuviera observando...
Para el mundo tal vez tú seas una sola persona, pero para una persona tal vez tú seas el mundo...
2. EL TREN DE LA VIDA
Hace tiempo. Leí un libro que comparaba la vida con un viaje en tren. Una lectura extremadamente interesante, cuando
es bien interpretada.
La vida no es más que un viaje en tren, repleto de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas
agradables en algunos casos y de profundas tristezas en otros. Al nacer nos subimos al tren y nos encontramos con
algunas personas, las cuales creemos que siempre estarán con nosotros en este viaje (nuestros padres).
Lamentablemente la verdad es otra. Ellos se bajarán en alguna estación dejándonos huérfanos de su cariño, amistad y su
compañía irreemplazable.
No obstante, esto no impide que se suban otras personas que serán muy especiales para nosotros. Llegan nuestros
hermanos, amigos y esos amores maravillosos.
De las personas que toman este tren, habrá también los que lo hagan como un simple paseo. Otros encontrarán
solamente tristeza en el viaje. Y habrá otros que, circulando por el tren, estarán siempre listos en ayudar a quien lo
necesite. Muchos al bajar, dejarán una añoranza permanente. Otros pasarán desapercibidos, que ni siquiera nos
daremos cuenta que desocuparon el asiento.
Es curioso que algunos pasajeros, quienes nos son más queridos, se acomodan en vagones distintos al nuestro. Por lo
tanto, se nos obliga hacer el trayecto separados de ellos. Desde luego, no se nos impide que durante el viaje, recorramos
con dificultad nuestro vagón y lleguemos a ellos. Pero lamentablemente, ya no podremos sentarnos a su lado pues habrá
otra persona ocupando el asiento. No importa; el viaje se hace de este modo: lleno de desafíos, sueños, fantasías,
esperas y despedidas… Pero nunca habrá regresos.
Entonces hagamos este viaje de la mejor manera posible. Tratemos de relacionarnos bien con todos los pasajeros,
buscando en cada uno lo mejor de ellos. Recordemos siempre que en algún momento del trayecto, ellos podrán titubear
y probablemente precisaremos entenderlos. Nosotros también titubearemos y habrá alguien que nos comprenda.
El gran misterio, al fin, es que no sabremos jamás en qué estación bajaremos y mucho menos dónde bajarán nuestros
compañeros, ni siquiera el que está sentado en el asiento de al lado.
Me quedo pensando si cuando baje del tren, sentiré nostalgia… creo que sí.
Separarme de algunos amigos de los que hice en el viaje será doloroso. Dejar que mis hijos sigan solos, será muy triste.
Pero me aferro a la esperanza de que, en algún momento, llegaré a la estación principal y tendré la gran emoción de
verlos llegar con un equipaje que no tenían cuando embarcaron. Lo que me hará feliz, será pensar que colaboré con que
el equipaje creciera y se hiciera valioso.
Amigo mío, hagamos que nuestra estancia en este tren sea tranquila y que haya valido la pena.
Hagamos tanto, para que cuando llegue el momento de desembarcar, nuestro asiento vacío, deje añoranza y lindos
recuerdos a los que permanezcan en el viaje.
A tí, que eres parte de mi tren, te deseo un… ¡¡¡Feliz viaje!!!.
3. TODOS SOMOS IGUALES
El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el
mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca. Lucas 6:45
En un pueblo, gobernaba un hombre famoso por sus abusos de autoridad y su desprecio hacia las clases más humildes.
Con frecuencia hacía fiestas a las cuales invitaba sólo a la gente más acaudalada de la localidad, gente como él,
indiferente a las necesidades de los pobres.
Un día llegó al pueblo el señor Freyman, un empresario muy rico, quien pensaba instalar una gran industria en el lugar, lo
cual significaría un gran progreso y fuentes de trabajo para los lugareños. El mismo gobernador fue a recibir al
empresario, le ofreció su casa y lo acompañó a ver el terreno.
Esa noche, ofreció una fiesta en su honor, en donde, como siempre se reuniría la crema y nata del pueblo.
Estaban en medio del banquete, cuando a un mozo se le cayó una bandeja con vasos, haciéndose trizas en el suelo, justo
enfrente del gobernador y su invitado.
¡Pero que no te fijas imbécil?- le gritó el gobernador al muchacho, quien muy asustado procedió a recoger los vidrios. El
hombre no cesó de insultarlo, hasta que terminó de recoger todo. El empresario se quedó observando la escena, muy
conmovido y también indignado, pero lo disimuló.
Después que se hubo ido el muchacho, se dirigió al gobernador: - Señor gobernador...¿le puedo hacer una pregunta? Por supuesto, mi estimado señor Freyman- respondió zalamero el gobernador. - ¿Si esos vasos se me hubieran caído a
mí, qué hubiera pasado?, ¿me habría usted insultado como lo hizo con ese pobre muchacho?
El gobernador se turbó por la pregunta y respondió: - ¡Por supuesto que no señor Freyman, cómo cree! - ¿Y por qué no?
También se hubieran roto los vasos. - Pero no es lo mismo...¡cómo iba yo a ofenderlo a usted! - Ah, ¿y por qué a ese
muchacho sí? - Pues... es solo un indio... un desarrapado... - Es un ser humano, igual que usted, igual que yo- declaró
firmemente el empresario. - ¡Pero cómo se va a comparar con nosotros ese pobre diablo! - Ese pobre diablo, como usted
lo llama, merece respeto y consideración. El hecho de no poseer bienes, no hace a un hombre menos merecedor de
estos.
Las palabras del empresario se escuchaban claras y decididas en el comedor, pues todos los invitados se habían quedado
en silencio, asombrados, viendo como el gobernador, era avergonzado por su invitado de honor.
¡Ah que señor Freyman, me resultó usted predicador!- trató de bromear el gobernador, para disimular su malestar.
No, señor gobernador, estoy hablando muy en serio.
Bueno, pero no es para tanto jeje...
Pues quiero que sepa, que yo fuera como ese muchacho, yo servía mesas en la taberna de mi pueblo...
¿Pero cómo es posible?
Así es, señor gobernador. Yo vengo de una familia muy pobre, empecé a trabajar desde los doce años. No le voy a contar
mi historia, pero quiero que sepa que porque he estado abajo, sé cómo se siente ser tratado como usted ha tratado a ese
muchacho. Y una cosa le aseguro, yo soy la misma persona, ahora que tengo dinero, que cuando no lo tenía y eso,
gracias a los valores que me enseñó mi madre. Porque el hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Hay
muchos ricos que no valen nada y muchos pobres que valen oro. Todos nacemos igual: sin nada y todos morimos igual:
sin nada. No importa si en este mundo fuimos ricos o pobres, cuando lo dejamos, nada material nos llevamos. Todos nos
hemos de presentar ante Dios de la misma manera, para El somos todos iguales, así que si para El somos todos iguales,
¿quiénes somos nosotros para hacer diferencias?
El empresario terminó de hablar y calmadamente prosiguió con su cena, dejando a todos consternados y pensativos,
especialmente el gobernador, quien esa noche había recibido la lección más grande de su vida.
Porque no hay acepción de personas para con Dios. Romanos 2:11
4. PAN CON MANTEQUILLA
Los adultos siempre se están quejando por todo. Mi papá anoche se quejaba porque nos habían subido la renta y ya no
le alcanzaba para pagar las cuentas. Mi mamá lloraba. Mis hermanos y yo, los observábamos desde las escaleras.
Siempre se quejaban de nuestra pobreza y nuestras carencias.
- No veo que nos falte nada, tenemos una casa, una cama, agua y comida...- dijo mi hermano Juan.
- Es verdad- respondió mi hermana Blanca. Así, convencidos de tener la razón, nos fuimos a la habitación. Nos subimos
los tres a nuestra única cama y nos acostamos.
El frío se colaba por las rendijas de las paredes de madera, pero gracias a Dios, juntos nos calentábamos unos a otros.
Eso era bueno. Después empezó a llover y tuvimos que poner recipientes donde caían las goteras, pero gracias a Dios, no
caían goteras sobre nuestra cama y eso era bueno también.
A la mañana siguiente, bajamos a desayunar. Mamá dijo que solo había pan con mantequilla. Ella me miraba con tristeza
y le pregunté:
Mamá,
¿por
qué
estás
triste?
Porque
quisiera
tener
algo
más
para
darles
de
desayunar.
- ¡Pero si a mí me encanta el pan con mantequilla, mamá!- ella sonrió dulcemente- y me lo comí hasta la última migaja.
Nos fuimos a la escuela y pasamos por un charco que había quedado de la lluvia y se nos metió el agua en nuestros
zapatos rotos. Nos reímos despreocupadamente y seguimos nuestro camino. En el recreo, todos los demás niños
llevaban sus frutas y sándwiches para comer, nosotros no llevábamos nada, pero qué bueno, porque así tendríamos más
hambre al llegar a casa y nos comeríamos todo lo que mamá nos diera.
Salimos de la escuela y nos fuimos corriendo a casa. Teníamos mucha hambre. Llegamos directito a la mesa (después de
lavarnos las manos). Mamá nos dijo muy triste, que lo único que había para comer, era pan con mantequilla.
- ¡Qué rico mamá!- y mis hermanos y yo, lo comimos felices y contentos.
Después de que hicimos la tarea, salimos a jugar. Nos divertimos mucho imaginando que los charcos eran grandes
océanos y el lodo, montañas que subíamos y bajábamos con facilidad.
Llegó la hora de la cena y pude notar que mamá lloraba, al servirnos pan con mantequilla nuevamente. Entonces le dije:Mamá, no estés triste, si a nosotros nos gusta el pan con mantequilla- mis hermanos asintieron y esa noche comimos
nuestros panes con mantequilla con más ganas que nunca, para que ella viera lo felices que estábamos. Después nos
fuimos a acostar y agradecimos a Dios por aquel día tan estupendo y por el delicioso pan con mantequilla.
¡Ay quien viera la vida como un niño!. Habría menos personas infelices en el planeta. Estamos inmersos en un mundo tan
materialista, que no somos felices si no tenemos lo que se anuncia en la televisión, queremos tener la ropa de última
moda, queremos auto último modelo, queremos tener lo último en tecnología...Codiciamos, anhelamos, envidiamos, y
no nos damos tiempo para vivir y disfrutar lo que realmente vale la pena.
Los niños saben disfrutar el momento, saben usar su imaginación y encontrarle gusto a la vida. Saben disfrutar un pan
con mantequilla como el mejor de los manjares, porque no están pensando en que otros tienen otras cosas mejores para
comer. Saben disfrutar de un juego con solo lodo, porque no están pensado en que otros tienen juguetes de verdad.
Saben encontrar lo positivo a todo. Saben encontrar lo divertido aun teniendo los zapatos rotos...
Reencontremos esa alegría de vivir de la niñez, disfrutando todo lo que Dios nos da, sin estar pensando en lo que tienen
otros. Aprendamos a tomar solo lo bueno de la vida y a saborearla, aunque solo tengamos pan con mantequilla para
comer. De nosotros depende convertirlo en un manjar.
5. LA CASCARA DE HUEVO
"¡Te odio, Alicia!", le gritó Tom. "¡Más nunca vuelvas a entrar a mi cuarto! ¡Eres una ladrona!"
"¡Eh, que dices!", llamó el abuelo, que venía por el pasillo. "¿De qué se trata toda esta gritería?"
"Tom dice que yo le robé sus tijeras, pero yo no lo hice", gritó Alicia desde su habitación. "¡Él es un mentiroso y también
es mejor que no vaya a entrar en mi habitación!", terminó de decir Alicia y cerró la puerta de un tirón.
Con un suspiro, el abuelo revisó la estancia. No pasó mucho tiempo antes de que él descubriera las tijeras de Tom sobre
la mesa del pasillo. Ambos niños, muy enojados, insistieron en que el otro las había dejado allí. "¡Silencio!", ordenó el
abuelo. Les hizo señas de que les siguieran y se dirigió hacia la cocina, donde puso un huevo y una taza vacía sobre la
mesa.
"¡Alicia, rompe este huevo y échalo en la taza!", le dijo el abuelo.
Los niños se preguntaban dónde se dirigía el abuelo con todo esto, pero Alicia obedeció. "¡Ahora, tú, pon el huevo de
regreso dentro de la cáscara. Por favor, en la misma forma en que estaba antes!", le dijo el abuelo a Tom. Tom frunció el
ceño.
"¿Qué quieres decir?", le preguntó. "Esto es imposible abuelo. Tú no puedes arreglar un huevo roto".
"¿Igual que Humpty Dumpty, no?", dijo el abuelo con una risita. Entonces se puso serio. "El punto es que hay otra cosa
como Humpty Dumpty, algo que NO puede ser arreglado fácilmente. Estoy pensando en los sentimientos. Niños, ustedes
se dijeron cosas feas entre sí. Recoger las palabras es algo tan imposible como componer un huevo".
Ambos niños se sintieron mal. "Nunca se les olvide lo dañinas que pueden ser las palabras", les advirtió el abuelo. "Dios
dice que la lengua es como un fuego que no puede ser apagado. Así es el gran daño que pueden hacer las palabras.
Aun cuando dices que lo sientes, esto no hace que se desaparezcan".
"Lo siento", Tom le dijo a su hermana. "Sí, ... bueno,... yo también", contestó Alicia. "Puedes entrar en mi habitación, si lo
deseas".
¿Qué tal Tú? ¿Tienes cuidado de las palabras que dices, o dices las cosas antes de pensarlas? Aun cuando te disculpas, la
otra persona puede que aún recuerde esas palabras que dijiste.
Pídele a Dios que te ayude a controlar tu lengua.
6. LA JARRA DE MAYONESA Y DOS TAZAS DE CAFÉ
Cuando las cosas que suceden en nuestra vida se ven como si fueran demasiadas como para tenerlas en control al mismo
tiempo, cuando 24 horas en un día no son suficientes, entonces recuerda la jarra de mayonesa y las dos tazas de café.
Ante sus alumnos de filosofía, un profesor traía consigo varios objetos. En su discurso, él les mostró una jarra de
mayonesa muy grande y vacía y la llenó con pelotas de golf. Luego les preguntó a sus alumnos si la jarra estaba llena.
Ellos asintieron.
Entonces el profesor tomó una caja de piedras y las echó también dentro de la jarra. Agitó con cuidado la jarra. Las
piedras rodaron en las áreas abiertas que había entre las pelotas de golf. De nuevo les preguntó a sus estudiantes si la
jarra estaba llena. Por segunda vez, todos estuvieron de acuerdo.
Después, el profesor tomó una caja de arena y la vertió en la jarra. Como ya podrán imaginarse, la arena se deslizó por
todos los huecos que había aún. Él les preguntó una vez más si la jarra estaba llena. Los estudiantes respondieron al
unísono “¡sí!”
El profesor entonces sacó dos tazas de café de debajo de la mesa y vertió su entero contenido en la jarra llenando
efectivamente el espacio entre la arena. Los estudiantes rieron.
“Ahora,” dijo el profesor mientras las risas continuaban, “Quiero que reconozcan que esta jarra representa su vida. Las
pelotas de golf representan las cosas más importantes de su vida: Su familia, sus hijos, su salud, sus amigos y sus
pasiones favoritas – y si todo lo demás desaparecieran y sólo quedaran las pelotas de golf, su vida aún estaría llena.”
“Las piedras son las otras cosas que importan tal como su trabajo, su casa y su carro.”
“La arena es todo lo demás: las cosas pequeñas. Si tú pones la arena en la jarra en primer lugar, no habrá espacio por las
pelotas de golf o las piedras. Lo mismo sucede con tu vida. Si su dedicas todo tu tiempo y energía en las cosas pequeñas
nunca tendrás tiempo para las cosas verdaderamente importantes para tí.”
“Pon atención a las cosas que son críticas para tu felicidad. Juega con tus hijos. Date el tiempo para hacerte exámenes
médicos. Invita a tu esposa a cenar. Siempre habrá tiempo para limpiar la casa y sacar la basura. Cuida tus pelotas de
golf primero, son las cosas que realmente importan. Pon tus prioridades. ¡El resto es sólo arena!”
Uno de los estudiantes levantó su mano y le preguntó al maestro que representaba el café. El profesor sonrió. “Es justo
lo que estaba esperando que preguntaras”.
“Su significado es que no importa que tan llena tu vida parezca estar, siempre habrá espacio para un par de tazas de café
con un amigo”.
7. LA MENTIRA DESCUBIERTA
Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres en el instituto que mi abuelo había fundado a 18 millas en las afueras
de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar.
Estábamos bien adentro del país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí siempre nos entusiasmaba el
poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.
Un día mi padre me pido que le llevara a la ciudad para atender una conferencia que duraba el día entero y yo salté a la
oportunidad.
Como iba a la ciudad mi madre me dio una lista de cosas del supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el
día en la ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas pendientes como llevar el auto al taller.
Cuando despedí a mi padre él me dijo: Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a la casa juntos.
Después de muy rápidamente completar todos los encargos, me fui hasta el cine más cercano. Me enfoqué tanto con la
película, una película doble de John Wayne que me olvidé del tiempo. Eran las 5:30 p. m. cuando me acordé.
Corrí al taller, conseguí el auto y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 6 p. m.
El me preguntó con ansiedad: ¿Por qué llegas tarde? Me sentía mal por eso y no le podía decir que estaba viendo una
película de John Wayne entonces le dije que el auto no estaba listo y tuve que esperar...esto lo dije sin saber que mi
padre ya había llamado al taller.
Cuando se dio cuenta que había mentido, me dijo: Algo no anda! bien en la manera que te he criado que no te ha dado
la confianza de decirme la verdad.
Voy a reflexionar que es lo que hice mal contigo. Voy a caminar las 18 millas a la casa y pensar sobre esto.
Así que vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos que ni estaban
cementados ni iluminados. No lo podía dejar solo...así que yo manejé 5 horas y media detrás de él...viendo a mi padre
sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho.
Decidí desde ahí que nunca más iba a mentir.
Muchas veces me acuerdo de este episodio y pienso... Si me hubiese castigado de la manera que nosotros castigamos a
nuestros hijos... ¿hubiese aprendido la lección?... No lo creo...
Hubiese sufrido el castigo y hubiese seguido haciendo lo mismo...
Pero esta acción de no violencia fue tan fuerte que la tengo impresa en la memoria como si fuera ayer...
Esto es el poder de la vida sin violencia.
8. LA BOTELLA
Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Por suerte, llegó a una cabaña vieja, desmoronada
sin ventanas, sin techo. El hombre anduvo por ahí y se encontró con una pequeña sombra donde
acomodarse para protegerse del calor y el sol del desierto.
Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda oxidada. Se arrastró hacia allí, tomó la manivela y comenzó a
bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero nada sucedía.
Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, y entonces notó que a su lado había una botella vieja. La miró, la
limpió de todo el polvo que la cubría, y pudo leer que decía: "Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua
que contiene esta botella mi amigo, después, por favor tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes
de marchar".
El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua... ¡llena de agua! De pronto, se
vio en un dilema: si bebía aquella agua, él podría sobrevivir, pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez
obtendría agua fresca, bien fría, del fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que quisiese, o tal vez no, tal vez, la
bomba no funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada. ¿Qué debiera hacer? ¿Derramar el
agua en la bomba y esperar a que saliese agua fresca... o beber el agua vieja de la botella e ignorar el mensaje?
¿Debía perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas instrucciones poco confiables escritas no sé cuánto tiempo
atrás?
Al final, derramó toda el agua en la bomba, agarró la manivela y comenzó a bombear, y la bomba comenzó a
rechinar, pero ¡ nada pasaba! La bomba continuaba con sus ruidos y entonces de pronto surgió un hilo de
agua, después un pequeño flujo y finalmente, el agua corrió con abundancia... Agua fresca, cristalina.
Llenó la botella y bebió ansiosamente, la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante. Enseguida, la llenó
de nuevo para el próximo viajante, la llenó hasta arriba, tomó la pequeña nota y añadió otra frase:
"Créame que funciona, usted tiene que dar toda el agua, antes de obtenerla nuevamente".
Hay muchas lecciones que podemos extraer de esta historia. Muchas veces tenemos miedo de iniciar un
nuevo proyecto porque demandará una gran inversión de tiempo, recursos, preparación y conocimiento. Muchos
se quedan parados satisfaciéndose con los resultados mediocres, cuando podrían lograr grandes victorias.
Muchas veces tenemos grandes oportunidades que se nos presentan en la vida y que pueden ayudarnos a ser
mejores personas o pueden abrirnos puertas nuevas que nos conducen a un mundo mejor... pero tememos... no
confiamos.
La vida es un desafío, ¿por qué no nos arriesgamos?, ¿por qué no creemos? El tren pasa algunas veces por nuestra vida
cargado de cosas... podemos arriesgarnos y subir... o dejarlo pasar... ¿Y si no vuelve? ¿Y si esa oportunidad que hoy
dejamos pasar no se repite?
9. LA FLOR
Mi madre siempre contaba una historia así:
Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo
bien,
una
familia
unida.
Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida
siempre estaba deficitaria en algún área.
Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella dejaba de lado al marido...
Y
así,
las
personas
que
ella
amaba
eran
siempre
dejadas
para
después.
Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: Una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un
ejemplar en todo el mundo. Y le dijo:
- Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡más de lo que te imaginas! Tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en
cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores.
La joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual.
Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba
confusa, no le permitía cuidar de la flor. Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no mostraban
señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas, perfumadas.
Entonces ella pasaba de largo.
Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió. Ella llegó a casa ¡y se llevó un susto! Estaba completamente muerta,
sus raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas amarillas.
La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió:
- Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única, al
igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que
aprender a regarlos, podarlos y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren.
Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla.
¡Cuida a las personas que amas!
Acuérdate siempre de la flor, pues las Bendiciones del Señor son como ella, Él nos da, pero nosotros tenemos que
cuidar.
10. CARTA PARA UN REY
Ojala algún día pudiera recordar mi primer día en este mundo, mi primer llanto, mi primer respiro, mi primer latido, mi
primer suspiro, la primera vez que una luz me obligó a cerrar los ojos seguido del mismo instante en la que los había
abierto, la primera vez que escuche a alguien ¿Quién sería?, ¿Qué diría?... y hasta lo que abre pensando y opinado de
ello con mis primeras horas de vida… pero no sé
Como me gustaría recordar la primera vez que sentí muy cerca el seno de mi madre, saber quién fue el primer ser que
me dio un beso..., de seguro fue ella..., pero aun no recuerdo nada, me gustaría saber quién fue la tercera persona que
me dijo “te amo”, pero no puedo, y así sé que todo eso paso, eran esas las primeras razones para decirte "gracias" y sin
embargo no lo hice; luego pasaron, meses y hasta años y vagos recuerdos llegan a mi mente. Mi primer beso que de
seguro no fue el primero, la primera vez que sentí miedo pero podría asegurar que tampoco fue la primera, la segunda
vez que lloré que desde luego no fue la segunda, en fin no recuerdo "mis primeras veces" pero ya desde ese momento
sabía que no iban a ser las últimas...
... Y siguen pasando los años y recuerdo mi primer rabia, mi primer destello de amor, mi primer ilusión, mi primer
desilusión, y siguen llegando mis supuestas "primeras veces", seria esto acaso mi Génesis, o quizás sea solo una
continuación o un punto y seguido en mi existencia en este espacio, puede ser, todo en esta vida se vale, sobre todo en
la mía que aprendí a sobrellevar “todo lo que se vale”.
Seguí creciendo en el recuerdo, porque no he conocido el primer ser que se haya sorprendido a si mismo creciendo (o al
menos en esta vida), pero acuérdate en esta vida se vale todo. Llego entonces cuando nací por tercera vez y fue allí
cuando si recuerdo todo, el doctor fue alguien llamado Oportunidad que era un poco más cortes que el de mi segundo
nacimiento, y también llore más, mucho más que aquel entonces en la cual creía haber nacido, no hubo necesidad de
abrir los ojos fue esa la razón por la cual volví a nacer, y aún recuerdo que el doctor Oportunidad no me dejo cerrarlos
cuando la luz encandilaba mucho más que mi segundo nacimiento, y por supuesto recuerdo el primer ser que me beso,
fue la primera razón de mis oídos de escuchar un “te amo”, lo que dijo, pero esta vez no pude opinar nada, creo que en
mi segundo nacimiento si lo hice, él se llamaba Jesús, nadie en mis dos últimas vidas me había impresionado tanto, pero
“¡lástima!” me dije, más que como un consuelo que como una ironía.
Me dijo: “...no hay que enseñarte nada que no sepas, tan solo tienes que encontrarlo, todo lo que yo hago es perfecto en
el espacio donde está, si no hubieras servido en este espacio sencillamente no estuvieras aquí...”. Esto me llenó aunque
no me convenció, y volví a decir “¡lástima!”, esta vez sí con mucha ironía.
Comencé a crecer, y así descubrí que no era como mí segunda vida, que crecías hasta que una determinada edad te dice
¡hasta aquí!, y siendo todavía más cruel cuando crees que ya estas apto y no es así, allá lo superficial te decías que subías
para luego bajar, y aquí su ausencia gritaba recordándote que esta vida creces y creces hasta que tú mismo digas ¡ya! .
Es por eso maestro que te escribo esta carta, para pasarte antiguas facturas de gracias que no sé porque idiota razón se
quedad guardadas en las gavetas de nuestra vida cotidiana.
Gracias por tantos momentos difíciles que solo tú y yo conocemos, gracias por esos días que uno tras otro van
rompiendo su “record” de paz y felicidad, gracias por esos ideales que sembraste en mí, gracias por esas lagrimas que
derrame en cada uno de los espacios que un día respiré, gracias por tantas cosas que en mi segunda vida hubiera
llamado “casualidad” y que en esta forman parte de mi día a día, gracias por tanta gente que me trato de hacer daño,
que de seguro que sin sus zancadillas no hubiera podido estar en esta tercer vida escribiendo esta caria. Ojalá que el
cartero seas tú, si tú, el que está leyendo esta carta, de verdad te lo agradecería.
Gracias maestro, Te amo...
11. PRESENTO MI RENUNCIA
Por la presente presento mi renuncia a ser adulto.
He decidido aceptar la responsabilidad de tener 6 años nuevamente.
Quiero ir a McDonald’s y pensar que es un restaurante de 5 estrellas. Quiero navegar barquitos de papel en un estanque
y hacer anillos tirando piedras al agua.
Quiero pensar que los dulces es mejor que el dinero, pues se pueden comer. Quiero tener un receso y pintar con
acuarelas. Quiero salir cómodamente de mi casa sin preocuparme como luce mi cabello.
Quiero tener alguien que me arregle y me planche la ropa. Quiero regresar a mi casa a una comida casera y que alguien
corte mi carne.
Quiero tomar largos baños y dormir 10 horas todas las noches. Quiero recostarme a la sombra de un viejo roble y
vender limonada con mis amigos en un día caluroso de verano.
Quiero abrazar a mis padres todos los días y enjugar mis lágrimas en sus hombros. Quiero regresar a los tiempos donde
la vida era simple. Cuando todo lo que sabía eran colores, tablas de sumar y cuentos de hadas; y eso no me molestaba,
porque no sabía que no sabía y no me preocupaba por no saber. Cuando todo lo que sabía era ser feliz porque no sabía
las cosas que preocupan y molestan. Quiero pensar que el mundo es justo. Que todo el mundo es honesto y bueno.
Quiero pensar que todo es posible.
En algún lugar en mi juventud madure y aprendí demasiado. Aprendí de armas nucleares, guerras, prejuicio, hambre y
de niños abusados.
Aprendí sobre las mentiras, matrimonios infelices, del sufrimiento, enfermedad, dolor y muerte. Aprendí que tú tienes
que limpiar los inodoros. Aprendí de un mundo en el que saben cómo matar y lo hacen.
Que paso con el tiempo que pensaba que todo el mundo viviría para siempre, porque no entendía el concepto de la
muerte, excepto cuando perdí a mi mascota.
Quiero volver al tiempo cuando pensaba que lo peor que pasaba era que alguien me quitara mi pelota o me escogiera de
último para ser su compañero de equipo. Cuando no necesitaba lentes para leer. Oh que bella vida de aquellos años.
Quiero alejarme de las complejidades de la vida y excitarme nuevamente con las pequeñas cosas una vez más.
Quiero regresar a los días en que la música era limpia y sana.
Recuerdo cuando era inocente y pensaba que todo el mundo era feliz porque yo lo era. Quiero volver de nuevo a
caminar en la playa pensando solo en la arena entre los dedos de mis pies y la concha más bonita que pudiera
encontrar,
sin preocuparme por la erosión y la contaminación. Quiero pasar mis tardes subiendo árboles y montando mi bicicleta
hasta llegar al parque, sin la preocupación de que me secuestren.
No preocuparme del tiempo, las deudas, o de donde sacar el dinero para arreglar el carro. Solo pensar en que voy a ser
cuando sea grande, sin la preocupación de lograrlo o no.
Quiero vivir simple, nuevamente. No quiero que mis días sean de computadoras que se inhiben, de la montaña de
papeles en mi escritorio, de noticias deprimentes, ni de cómo sobrevivir unos díasmás al mes, cuando ya no queda
dinero
en
la
chequera.
No quiero que mis días sean de facturas de médicos o medicinas. No quiero que mis días sean de chismes,
enfermedades y la perdida de seres queridos.
Quiero creer en el poder de la sonrisa, del abrazo, del apretón de manos, de la palabra dulce, de la verdad, de la justicia,
de la paz, de los sueños, de la imaginación.
Quiero creer en la raza humana y quiero volver a dibujar muñecos en la arena.......
Quiero volver a mis 6 años nuevamente........
12. EL PARAISO QUE NO FUE
Era un lugar maravilloso para vivir. La ciudad era tranquila y segura. Sus habitantes amables.
En la costa se extendían grandes playas espectaculares donde las aguas eran limpias y cálidas, la arena fina, la brisa
suave. A escasos metros de la costa vivía David. Pero él nunca había apreciado demasiado la belleza de aquel lugar, su
obsesión siempre había sido viajar a aquella isla.
Desde su más tierna infancia su pasión era ir a la playa y contemplar la pequeña isla que se veía en el horizonte. Para él
no había mayor placer que ver caer el sol sobre aquel pequeño trozo de tierra y soñar que algún día pisaría el islote.
Siendo niño había pedido a sus padres que lo llevaran a la isla, pero no estaban muy dispuestos a hacerlo. Decían que era
un lugar peligroso, que allí el mar estaba embravecido, que sus costas eran acantilados, el clima malo, la vegetación
espinosa y sus gentes desagradables. Sus padres no entendían cómo alguien en su sano juicio querría ir allí.
Pero las palabras de sus padres no mermaron su deseo de conquista. Y así, con apenas seis años, David, intentó llegar a
nado él sólo a esa extensión de tierra. Su aventura no resultó como él esperaba, pudiendo haber muerto ahogado de no
ser por un pequeño bote que pasaba por allí. Años más tarde lo intentó de nuevo, esta vez con una pequeña barcaza,
pero produciendo idénticos resultados que en su incursión anterior, había sido un fracaso.
Sus padres no sabían cómo quitarle esa estúpida idea de la cabeza, ya que tenían miedo de que un día su hijo perdiera la
vida en un nuevo intento por pisar aquellas tierras; así que le prometieron que le pagarían un viaje a la isla cuando
terminara sus estudios. Su obsesión pareció aplacarse. Pero en realidad David seguía yendo a escondidas a la playa para
ver el atardecer mientras soñaba con el día en que vería aquel trozo de tierra.
Cada vez que mencionaba su deseo de viajar hasta allí lo trataban poco menos que de loco. La mayoría trataba de
quitarle la idea de la cabeza y otros simplemente creían que hablaba en broma pues no entendían por qué nadie quería
ir hasta allí. Durante una conversación con sus compañeros de universidad, David propuso hacer un viaje a la isla. Pero
ninguno de sus amigos pareció entusiasmado con la idea, dándole razones parecidas a la de sus padres y decidiendo casi
por unanimidad hacer el viaje a las montañas. David no entendía el porqué de la aversión hacia aquel lugar, y seguía
yendo cada vez que podía a la playa para ver su preciada isla.
Cuando terminó sus estudios en la universidad, David no les pidió a sus padres el viaje prometido. Sabía que se negarían
o por lo menos que les daría un disgusto, ya que ellos creían superado su deseo, atribuyéndolo a una de esas fases del
crecimiento. Pero su sueño no estaba suspendido ni mucho menos. Los comentarios despectivos hacia la isla por parte
de familiares y amigos, lejos de desalentar a David, habían despertado en él mayor deseo de descubrimiento. ¿Por qué
todo el mundo odia ese pedazo de piedra anclado al mar? Estaba decidido, iba a hacer aquel viaje. Pero no iba a pedir
permiso, ni consejo, ni se lo iba a contar a nadie. Sería su secreto, no quería que nadie le arruinara el viaje. Era un viaje
que debía hacer sólo.
Como cuando era niño, se echaría a la mar sin contar con compañía alguna. Pero esta vez no cometería las imprudencias
de la niñez. Hacía tiempo que había estado ahorrando dinero para el viaje. Salía un barco cada tres días en dirección a la
isla. No era un barco turista, ya que nadie viajaba a aquella isla por placer; sino un barco de carga. Había hablado con el
capitán y se habían puesto de acuerdo en el precio. El único inconveniente sería que no podría volver a su casa hasta
pasados tres días, pero esto no molestó en absoluto a David, sino más bien lo contrario dándole de este modo la
posibilidad de conocer un poco más la isla.
Y llego el día esperado, subió a ese barco y emprendió el camino a esa isla, su isla. Al llegar, David, pudo comprobar con
sus propios ojos que todo lo que le habían contado sobre ella era absolutamente cierto. Conforme se acercaba el clima
había empeorado, las olas eran más furiosas y las nubes más negras. Pudo comprobar que no había una sola playa en
toda la isla sino que estaba rodeada de acantilados. La ciudad estaba sucia, los edificios altos en su mayoría eran feos y
estaban poco cuidados. La gente con las que se cruzó parecía malhumoradas, y maleducadas, caminando sin atender a
nada más que a ellos mismos. Además al bajar del barco le habían recomendado que tuviera cuidado con su cartera pues
había muchos ladrones por los alrededores.
Ahora, mientras esperaba a que saliera nuevamente el barco en dirección a su casa estaba satisfecho con el viaje que
acababa de realizar. Cierto que aquella isla era el peor lugar del mundo. Pero gracias a su empeño, había visto como era
un amanecer en su patria desde aquella isla. Sin duda el espectáculo más lindo del mundo. Y es que ese viaje le había
hecho valorar lo que ya tenía y nunca supo apreciar… Que vivía en el paraíso.
13. LA CHICA DE LA CÁMARA DE FOTOS
Cuando regresé del trabajo había una carta en el buzón. Reconocí la letra con alegría, sabía que no tendría remitente,
para que así no pudiera contestarle.
Me senté en la cama dejando el sobre a mi lado, siempre me hacía ilusión recibir cartas suyas, era emocionante ver los
folios doblados cubiertos de letras que me dirían algo, era como caminar por la playa y encontrar en la orilla del mar una
botella con un mensaje dentro.
Su caligrafía era dura e incorregible, pésima y complicada, transmitía un inmenso desorden emocional, no respetaba los
márgenes y había fragmentos en los que la punta del bolígrafo atravesaba la hoja.
Sin embargo, el contenido de su correspondencia era completamente distinto, como si fuese capaz de reflejar su propia
alma en un espejo, como esos lagos que invitan a caminar a la mirada sobre la tersura de su superficie, siendo una parte
más del cielo.
“Llevo años escribiendo un libro, todavía no sé cuándo lo terminaré, siquiera si tiene algún final. Es algo muy extraño, la
gente suele pensar que al hecho de escribir le rodea un halo de magia o de misterio. No es para nada así. No hay nada de
mágico en encontrar un momento de soledad, prepararme un café, sentarme en un abandonado silencio, poner música,
siempre Mahler y siempre el adagietto de la quinta sinfonía en Do sostenido menor para saber por dónde empezar,
quitarme el reloj de pulsera, dejarlo a un lado del ordenador. Y el vértigo, cada vez más acuciado y ensordecedor, de abrir
el Word y no saber lo que voy a encontrar de mí mismo allí dentro. Y la tarde detrás de la ventana, y la noche
deshaciendo el azul, y tantas veces el amanecer, los coches que se marchan calle abajo, las conversaciones, el traqueteo
de una maleta con ruedas sobre la acera, la algarabía de unos niños camino del colegio.
He escrito en tantas casas, en tantas ciudades diferentes, en tantos países y a tantas edades, ha entrado tanta gente en la
habitación mientras lo hacía. Una madre, un hermano, un amigo, una llamada de teléfono, un timbrazo en el portero
automático, una mujer. Me desanimo al pensar que no concluiré jamás la historia y que he vuelto a borrar un montón de
páginas que ya no me decían nada, quizá porque la persona que las escribió ya no existe, porque he cambiado, porque
de una página a otra me han pasado demasiadas cosas.
Me apena cuando tengo que dejar morir a un personaje, por accidente o en una solitaria habitación de hospital, que en
el fondo es lo mismo, o que el amor dure siempre tan poco. A veces, cuando me siento culpable, rescato a algunos
personajes, les doy una vida más pequeña en otro cuento, les escribo algún poema sin que nadie lo sepa. Creo que Dios
hizo algo parecido conmigo.
Y me pregunto el porqué de tanto tiempo a solas, el porqué de tanta ausencia necesaria. Cuando pienso en el resto de
personas del mundo, con sus vidas, con su ir y venir de allá para acá, con sus planes de futuro, sus muebles y sus casas a
plazos, hablando de trabajo, de política o de fútbol, no entiendo cómo pueden vivir sin la escritura, sin la lectura al
menos.
O a lo mejor es que, en el fondo, no me comprendo a mí mismo y los cuestiono para defenderme. No importa, termino
regresando aquí. Pero ellos, cuando se enteran, hacen preguntas. ¿Cuántos ejemplares has vendido? ¿Con qué editorial
lo publicaste? ¿Cuánto dinero has ganado? Suelo sonreír lastimosamente, dar tres o cuatro explicaciones, cambiar de
tema, mientras anhelo regresar al adagietto o al Riders on the Storm.
En realidad te escribo porque hoy he visto a una chica haciendo fotos a la ciudad y me he quedado mirándola, ella se ha
llevado la cámara al pecho al cruzarse nuestras miradas. Supongo que lo trasnochado de mi rostro le ha infundido
miedo y pensaba que fuera a robársela, yo iba camino de la compra y el frío me empujaba a caminar rápido. Ella no sabía
que me recordaba a otra mujer. Ella no sabía que iba a formar parte de esta carta, quizá me haya tirado una foto de
espaldas o puede ser que haya dejado de hacer fotos por un rato.
¿No te parece increíble? Hacía cuatro grados bajo cero y ella estaba allí tratando de captar un instante, escribiendo con
la luz, tratando de encajar la mirada en un encuadre asomada a un puente. ¿Crees que se merece un personaje en el
libro o una vida pequeña? ¿Cómo debería llamarla? O mejor dejarlo así, mejor la chica de la cámara de fotos”
14. PINTURA AZUL
Es una historia de amor, es dura porque es triste, es una historia de amor porque es injusta y, a un mismo tiempo, dulce
como un recuerdo, dulce como la lenta conciencia de su desaparición o su hundimiento en la memoria.
A veces resurge, imprevista y libre, como un pájaro sobre el alféizar bañado por el sol de la mañana, mientras espero que
llegue el autobús, cuando me imagino más joven ante el cristal de un vagón de metro o al ver una melena negra
ondeándose con prisa por llegar a alguna parte.
Me enamoré de Mar. ¿Quién recuerda el momento exacto en el que nos enamoramos, la distancia que separa la
ausencia de la presencia del amor en nuestro cuerpo? Pudo ser quitándose el abrigo junto a un perchero, poniendo en
orden unos folios de su mesa, sonriendo mi última ocurrencia.
Con el tiempo me hice su mejor amigo, hablábamos por teléfono durante horas, conocía nombre a nombre la dolorosa
lista de sus amantes, sus anécdotas, sus secretos durante los paseos de los domingos, ella tenía siempre cosas que
contar.
Una tarde me armé de valor y mirándole a los ojos se lo dije en el aparcamiento a la salida del trabajo:
-Te amo, no sé si alguien ha amado así alguna vez a otra persona. No podía dejar pasar un solo día más sin decírtelo.
Se acabaron las llamadas y los paseos, dejé de saber dónde pasaba sus vacaciones, ya no entraba con su mirada a los
pisos de sus amantes, pidió que le cambiasen de mesa en el trabajo.
-Si no fueras minusválido, serías el primer hombre con el que me casaría.
Recuerdo sus lágrimas sobre la pintura azul y una melena negra ondeándose con prisa por llegar a alguna parte.
Fin
15. LOS MILAGROS TAMBIEN EXISTEN
Los milagros también existen. Paparruchadas de un viejo decrépito que llevaba más años que yo en aquel calabozo.
En aquel cuarto oscuro y mugriento, donde me tragué quince años. Pero ya no valía la pena discutir con ese infeliz ni con
nadie más en esa jaula de cemento.
Lo único importante era tener presente que sólo veinte días me separaban de mi ansiada libertad. Las cuentas estaban
saldadas con esa hipócrita sociedad que un día pronunció mi encierro.
Había pasado una eternidad escuchando esas campanadas de la vieja capilla del pueblo. Siempre, a la misma hora,
marcándome con sus tañidos monótonos y opacos el paso del tiempo.
Pero ahora ya no me molestaban, al contrario las sentía cómplices de mis pensamientos. Si de algo estaba orgulloso, era
de saber que nadie había podido quebrarme. Sólo el repicar de la campana compartía mi secreto.
¿Quién iba a pensar que esa humilde construcción de madera y chapa, con una cruz y una campana en el frente, iba a
ocultar, en su fondo baldío, el botín de este ingenioso hombre aún en cautiverio?
Finalmente las puertas del infierno se cerraron a mis espaldas y mi corazón comenzó a latir alocadamente. Sentí que el
aire oxigenaba mis pulmones y un soplo de libertad corría por mis venas.
No había tiempo que perder, tomé mis pocas pertenencias y comencé a caminar con la vista fija en esa cruz que se
asomaba tras el follaje de los altos y dorados álamos de la plaza.
Pero a medida que me acercaba al lugar, mis pasos se hicieron más lentos. No sabía bien lo que estaba pasando. ¿O mi
vista me traicionaba o mi razonamiento no podía entenderlo?
¡La capilla ya no estaba! En su lugar yacía un templo imponente con una campana enorme y la misma cruz en el medio.
Entré sin pensarlo, me dirigí hacia el altar y, detrás de él, encontré una puerta. Al abrirla, el viejo baldío ya no estaba, su
lugar lo ocupaba una gran construcción con pequeñas ventanas a los costados y un portón en el centro.
Abrí la puerta y al ingresar me encontré con unos tablones gigantes vestidos con manteles floreados y rodeados de sillas;
detrás de ellos, yacían tres hileras de camas cubiertas con mantas tejidas a mano de diferentes colores.
Pero lo que más me sorprendió fue la presencia de una gran salamandra asentada sobre una basa de cemento, justo en
el centro, como separando y calentando a la vez ambos ambientes.
Cuando salí de mi asombro, comprendí que justo ahí, debajo de ese gran escalón de material, estaba mi tesoro, mi botín,
mi pasaporte a la felicidad quince años esperado.
No sé cuánto tiempo pasé arrodillado junto a ella, sin que una sola lágrima me nublara la vista, sin que una sola parte de
mi cuerpo se moviera.
De pronto una mano templada y fuerte se apoyó en mi hombro ya entumecido.
-Amigo, ¿se siente bien? ¿Puedo ayudarlo? –me interrogó una voz cálida y apacible.
Como pude me di vuelta y, con su ayuda, logré incorporarme.
-Soy el párroco de esta iglesia –me dijo y agregó – Si está sólo y sin trabajo ha venido al lugar indicado. En este templo,
con la ayuda de los feligreses, hemos construido este albergue para aquellos que necesitan un plato de comida o un
lugar para pasar la noche.
Sin saber por qué aquel día decidí quedarme, fue como si mi destino se hubiese jugado en tan solo un instante.
Con los años, descubrí que aquella libertad tan anhelada la había permutado por no sentir más la amargura de la
soledad y el desamparo.
Hoy, por primera vez, me siento satisfecho de ser un hombre confiable, tengo amigos y un trabajo digno: encargado del
albergue. Me ocupo del jardín, de las luces, de la limpieza y sobre todo de que la salamandra no deje de brindarnos su
calor en las frías noches de invierno.
¿Será verdad que los milagros existen?
16. LA FABRICA DE LOS SUEÑOS
Hace muchos, muchos años, existió un hombre muy bueno que soñaba con cumplir sueños ajenos. Desde pequeño, los
sueños habían sido muy importantes para él. A medida que fue creciendo, se dio cuenta que a muchas personas les era
dificultoso hacer realidad lo que soñaban y, lo que era peor, a muchos otros, les era imposible soñar.
Y entonces, soñó la manera de ayudar a la gente a concretar sus sueños, y como lo soñó con todo el corazón, lo hizo
realidad. Con todos sus ahorros, construyó así la primera (y única) “Fábrica de sueños”. Muchos dijeron que estaba loco,
otros tanto no y lo ayudaron a cumplir su meta.
Trabajaron muy duro y construyeron un edificio con muchas oficinas. La fábrica tenía diferentes dependencias: “Sueños
de grandeza”, “Sueños de gloria”, “Sueños sencillos”, “Sueños de amor” y en el último piso y atendida por su dueño,
estaba la oficina de los “Sueños Imposibles”.
A esta última costaba un poco llegar, pero se llegaba siempre porque para Mario, su dueño, no había ningún sueño que
no se pudiera hacer realidad. Luego de mucho trabajo, muchas críticas y algunos elogios, la fábrica se inauguró. Como de
sueños se trataba y de esos que se sueñan despiertos, cada persona que entraba veía a la fábrica de diferente manera.
A quienes tenían sueños de grandeza, la fábrica les parecía el edificio más imponente que hubiesen visto jamás. Por el
contrario, los que soñaban una vida simple, veían en ella sólo una simple construcción, cálida y agradable. Dicen que
quienes soñaban con ser artistas, podían escuchar, al entrar, música que nadie tocaba y aplausos que nadie brindaba.
Los que soñaban con un gran amor, aseguraban haber sido atendidos por un angelito que los guiaba con una flecha a su
destino tan ansiado. Y como siempre se dijo que “soñar no cuesta nada”, Mario jamás cobró por sus servicios.
La fábrica trabajaba día y noche buscando amores correspondidos, teatros a sala llena con público que aplaudiera de pie,
o logrando –simplemente- un helado de siete sabores. Pero, sin dudas, su mayor esfuerzo era enseñarles a las personas
que para los sueños, también hay que trabajar y luchar.
Esta era la parte más difícil del trabajo de Mario. La gente llegaba a su fábrica creyendo que, con sólo expresar en voz alta
su deseo, el mismo ya podría ser cumplido.
- A un sueño, hay que ayudarlo – Decía siempre Mario- hay que trabajar para lograr lo que uno desea y a veces mucho
-Agregaba a sus sorprendidos clientes.
Muchos no lo entendían y se retiraban de la fábrica enojados y desilusionados. Por el contrario, quienes sí entendían de
qué se trataba, trabajaban duramente por lograr su cometido.
Y así era que podía verse en cada oficina, personas estudiando mucho, entrenando, ensayando, reflexionando sobre sus
defectos para poder hacer felices a otros. Magos que aprendían trucos sin trucos, payasos que ensayaban rutinas
insólitas por lograr la risa más sonora que se hubiese escuchado jamás.
También había cocineros probando sabores nuevos, recetas locas, combinaciones exóticas, todo por lograr el plato ideal,
la comida más rica jamás preparada. Había muchos escritores que borraban, volvían a escribir, hacían bollitos de papel y
todo en busca de su tan ansiado libro y otros, que soñaban con salvar el planeta que iban recolectando y reciclando
todos los residuos que la fábrica generaba.
Fueron tiempos felices, donde la mayoría de la gente empezó a entender que un sueño no sólo se sueña, se construye,
se defiende, se sostiene y luego se logra.
Dicen, quienes recuerdan aquellos tiempos, que mientras la fábrica estuvo abierta hubo menos robos y los noticieros
daban más noticias buenas que de las otras. También aseguran que la gente enfermaba menos y entonces, médicos y
enfermeras usaban el tiempo libre que tenían en concretar sus propios sueños. Los ahorros de Mario se iban acabando,
mucho había invertido y nada ganaba, sin embargo él no pensaba en eso y seguía adelante.
- Deberíamos empezar a cobrar ¿no le parece Mario? –Preguntaba, Tomás fiel colaborador.
- De ninguna manera ¡Cobrar por ayudar a cumplir un sueño! ¡Ni soñando!
- Las reservas se acaban, yo sé lo que le digo –Insistió el joven.
Sin embargo, Mario hizo oídos sordos a lo que decía su colaborador. Era consciente que ya casi no había dinero para
sostener la fábrica en marcha, pero su deseo de seguir ayudando pudo más.
Tomás trataba de ajustar lo más que podía el presupuesto, pero sabía que tarde o temprano, en realidad, más temprano
que tarde, el dinero se acabaría por completo.
- ¿Has visto Tomás? Esa joven ha encontrado el amor- Comentó entusiasmado, un día Mario.
- No queda plata en el banco –Dijo el joven.
- A propósito, se ha recibido de doctor Don Julio, a los setenta años.
- Me alegra señor –respondió el joven.
- Pues sonríe entonces ¿dónde está tu alegría?
- No hay dinero señor, no lo hay ¿cómo podremos seguir?
Mario no respondió. No toleraba la idea de perder la fábrica. Y llegó el día tan temido. La fábrica cerró sus puertas. Mario
no fue el único que sufrió la pérdida, pero si fue el que más lo hizo. Sentado en lo puerta del gran edificio ya vacío,
pensaba en que no había hecho las cosas bien y se culpaba por no haber escuchado a Tomás.
Comenzó a invadirlo una gran sensación de fracaso. Al día siguiente de cerrar la fábrica, Tomás volvió a ella, sabiendo
que encontraría a Mario, como siempre, como todos los días.
Se sentó a su lado, en el umbral de la puerta. Mario no apartaba la mirada del suelo.
- He fracasado – Dijo Mario sin mirar al joven.
- Ya lo veremos – Respondió Tomás.
Mario no entendió las palabras de su amigo, pero no tardaría en hacerlo.
Con el tiempo comenzó a darse cuenta que la mayoría de las personas habían aprendido que soñar era mucho más que
desear algo. Vio que el fruto de su esfuerzo se reflejaba en niños sanos, amores correspondidos, aplausos sentidos y
gente feliz.
Se dio cuenta que, a pesar de que la fábrica hubiese tenido que cerrar sus puertas, la gente no sólo no había dejado de
soñar, sino que trabajaba con ahínco por lograr sus metas.
No había sido en vano, no había soñado un sueño imposible. Había abierto en cada persona una puerta que ya no podría
volver a cerrarse.
Y entonces fue feliz, aún más de lo que había sido siempre.
17. LA SOMBRA
Lisandro era el único hijo de una familia muy humilde. Sus padres trabajaban en el campo y si bien no habían pasado
hambre jamás, el dinero únicamente había alcanzado con lo justo durante toda su vida.
Al joven no lo entristecía demasiado esa situación pues pensaba que habría un futuro diferente para sus padres, a
quienes amaba profundamente y por supuesto para él también.
Desde pequeño se había acostumbrado a ir solo al colegio, realizar los quehaceres del hogar y hacer la comida. No
había podido jugar demasiado, había que ayudar en la casa, mientras los padres trabajaban.
Lisandro ansiaba llegar pronto a los quince años, pues sabía que a esa edad podría ir él a trabajar la tierra y su madre
podría quedarse en la casa y descansar como tan merecido lo tenía. El hecho de que su madre pudiese tener otra vida,
por humilde que siguiera siendo, lo obsesionaba.
Sin embargo, cuando finalmente cumplió sus esperados quince años, no pudo hacer realidad su sueño. Su madre
enfermó gravemente. Consultaron al médico del pueblo, quien les dijo que mucho no había para hacer allí con los pocos
recursos que contaban e indicó que viajaran a la ciudad.
Tanto Lisandro como su padre se desesperaron. No contaban con el dinero necesario para trasladar a la madre y menos
aún para pagar el tratamiento necesario.
– ¡Algo hay que hacer! Trabajaré doble turno, las veinticuatro horas si es necesario para conseguir el dinero – Dijo el
padre con lágrimas en los ojos.
– No seas ingenuo padre – Contestó Lisandro- Ni trabajando dos meses reuniríamos el dinero suficiente para el viaje y el
tratamiento, hay que hacer otra cosa.
Dicho esto, el joven se calló, miró un largo rato a su madre delirando de fiebre, miró a su padre en cuyo rostro ya no
cabía más dolor ni más miedo y tomó una decisión.
– Prepara todo lo necesario para el viaje, vuelvo lo antes que puedo con el dinero.
– ¿De dónde lo sacarás hijo? – Preguntó su padre.
– Algo se me ocurrirá – Contestó Lisandro y partió, no sin antes buscar una gorra y ropas que disimularan su aspecto.
Siempre había sido una persona de bien, de principios. Así lo habían criado sus padres, pobre, pero honrado. Sin
embargo, ante esta situación límite y no encontrando otra salida, Lisandro tomó un camino que jamás debería haber
tomado.
Salió de su casa corriendo como un loco, pensando en que sus vidas eran muy injustas, que no había derecho a que su
madre enfermase y menos aún que no pudieran costear el viaje a la ciudad. Se enojó mucho, con la vida, con el destino,
con Dios mismo.
Sabía que no tenía tiempo de juntar el dinero necesario trabajando, pues sus estudios eran básicos y no sería fácil
conseguir un trabajo bien pago.
La desesperación y el enojo no son buenos consejeros y menos aún si van de la mano. Lisandro tenía decidido obtener el
dinero a toda costa y cómo única salida pensó en el robo.
No bien llegó al pueblo cobró su primera víctima, un señor bien vestido a quien llevó por delante y despojó de todo su
dinero. Salió corriendo tan rápido que el hombre no pudo reaccionar, quedó tendido en el piso pidiendo ayuda.
Mientras se escapaba, Lisandro creyó ver una sombra. Se distrajo por un momento, pero siguió corriendo.
En el camino pasó por un comercio. Entró, maniató a su dueño y se llevó el contenido de la caja.
Una vez más, mientras corría creyó ver la sombra. En realidad esta vez estaba seguro, detrás de él había una sombra. Se
asustó y mucho, pero no tenía tiempo de pensar en que alguien lo hubiese visto y siguió su camino.
Se topó con una anciana. No, no podía robarle a una pobre e indefensa señora mayor… no, no podía. Sin embargo, la
desesperación pudo más y lo hizo. Nuevamente la sobra lo siguió.
Así pasó dos días, robando, huyendo y sintiéndose la peor de las personas.
Durante esos dos días la sombra lo acompañó, como si estuviese adherida a su persona, no le dejaba ni libre, ni solo.
Estaba seguro que alguien lo estaba siguiendo y esperando el momento justo para apresarlo y que esa persona era la
dueña de la sombra que no lo dejaba en paz.
Buscó un escondite para contar el dinero.
Agitado, desprolijo y humillado por su propio comportamiento, se tomó la cabeza sin poder creer lo que había hecho.
Con la respiración entrecortada y un cansancio que parecía de años, contó el dinero obtenido, más de lo que pensaba
realmente.
Fue a su casa. Entró con mucho miedo de aquello que pudiera encontrar.
Su madre seguía con fiebre y su padre le ponía paños fríos.
– Aquí tienes, el dinero necesario para llevar a mamá a la cuidad. Apresúrate, no hay mucho tiempo – Dijo Lisandro
evitando mirar a los ojos.
– ¿De dónde y cómo has obtenido semejante suma de dinero? – preguntó sorprendido el padre.
– Luego te lo explico, ahora lleva a mamá a la ciudad, yo los espero aquí, vete rápido.
Hicieron los arreglos necesarios y sus padres partieron. Una vez solo en su casa, el joven se sintió más seguro, por poco
tiempo.
De repente, se dio cuenta que una vez más tenía la sombra detrás de sí. Era imposible, no había visto a nadie seguirlo, sin
embargo allí estaba, casi acariciándolo.
Se sintió amenazado, supuso que el final estaba cerca. Apagó la luz y sin explicación lógica, seguía viendo la sombra. En la
más absoluta oscuridad, era tangible su presencia. No había explicación posible.
Hay cosas que sólo desde el alma se entienden.
Resignado a su suerte, Lisandro prendió la luz, la sombra detrás de sí seguía casi adherida a su cuerpo y su destino.
Recapituló una y otra vez todo lo que había hecho y si bien era cierto que había robado para salvar la vida de su madre,
eso no lo eximía de sentirse sucio por dentro.
Supo en ese momento que hay caminos que son difíciles de desandar y que no siempre el fin justifica los medios. Cerró
los ojos y pensó en sus padres y en cómo, a pesar de sus necesidades y angustias, jamás habían traicionado sus
principios, como él lo había hecho.
Cuánto más pensaba en todo esto y más arrepentido se sentía, la sobra más lo abrazaba con un peso difícil de soportar.
Abrió los ojos y una vez más no vio a nadie. Recién en ese momento comprendió que la sombra tan temida no era más
que su conciencia. No era alguien que venía a apresarlo, era él mismo que no podía con la culpa y la vergüenza. No se
sintió aliviado. Ya no importaba si lo habían descubierto o no, él sabía lo que había hecho y no podía borrar el pasado. La
sombra seguiría allí por siempre adherida a su vida como la más pesada de las pieles.
Sin embargo, el joven no quiso quedarse con esa pesada carga, espero a que su madre sanara, contó toda la verdad a sus
padres y decidió hacer algo para revertir, en la medida de lo posible, lo que había hecho. Comenzó a trabajar
prácticamente las veinticuatro horas, de sol a sol, de domingo a domingo.
Al tiempo, volvió al pueblo, buscó a cada persona que le había robado, le explicó porque lo había hecho y devolvió la
mayor parte del dinero robado, el restó lo devolvió con más trabajo.
Saldar sus deudas le llevó a Lisandro un tiempo considerable, no tanto como sentirme mejor con él mismo.
Se dio una nueva oportunidad, era joven y estaba arrepentido de los errores cometidos.
¿La sombra? Jamás se pudo desprender del todo de ella, pero ya no la sentía como una pesada carga, sino como un
llamado de alerta para no olvidar cuáles son los caminos que se deben tomar y cuáles no.
18. LAS VACACIONES DE JUAN
Ya era miércoles, desde el domingo estábamos con mis padres en una casita hermosa en la playa, a una cuadra del mar.
La abuela Cora estaba con nosotros. Ella vive en su apartamento, pero todos los eneros, de los 12 que ya tengo, se va de
vacaciones con nosotros. Es lindo que la abuela nos acompañe, principalmente porque a la noche es ella la que cocina
esas riquísimas pizas o tortas de fiambre, que con mi hermana Sara devoramos a justo.
Estaba en la baranda poniéndome al día con mis amigos por chat, ¡Cuántas cosas pasaron desde el viernes! El olorcito de
la torta en el horno me desconcentraba, cuando algo me desoriento…, mi cabeza se sacudió fuertemente y todo voló.
Después entendí que el que volé fui yo, porque lo que me saco de la silla fue un tremendo pelotazo.
Me levante enfurecido y grite:
_ ¡Saraaa! Mi madre respondió desde la hamaca:
_Está en el baño, Manuel.
Miré a todos lados, nada había allí, nadie andaba por allí. Lo llamé a Jopo, el perro, lo mire, imposible que seas vos,
pensé. Regrese a mi importante tarea de ponerme al día con la barra. Dejé la pelota en la silla esperando que alguien
viniera por ella. De a ratitos la miraba, como preguntándole, ¿De dónde saliste vos? No tuve que esperar mucho para
descubrir el misterio. No habían pasado cinco minutos cuando escuché la vos de la abuela:
-Manuel, ¿Encontraste una pelota en el patio?
- Voy – grité, al tiempo que la tomaba y caminaba al frente arrastrando las chinelas. Ahí estaba, un señor enorme con
cara muy seria me miraba fijamente, detrás de él se asomó tímida mente Juan, mi compañero de nivel 4. ¡Cuántos años
que no lo veía, más de 5 años! Desde aquella fiesta de fin de cursos que bailamos disfrazados duendes.
Estaba muy gordo y casi ni me miró. La abuela hablaba sin parar, mamá acotaba alguna palabra mientras papá entablaba
una conversación coherente con Joaquín, el padre de Juan. Tímidamente le alcancé la pelota y él sin mencionar palabra
la tomó. Después de unos minutos la reunión se terminó, Juan y su papá se alejaron hacia el portón despidiéndose de
todos. Me quede muy triste, lo miraba y no podía creer, antes éramos como hermanos.
De repente Juan se da la vuelta y me dice: Manuel
- ¿A qué hora vas a la playa mañana? ¿Vamos juntos? -Si vamos… ¿Queres quedarte a comer la torta de la abuela ahora?
Juan se quedó a comer, y ahí sí, empezaron las vacaciones para mí.
19. EL FARO
Sarah se despertó a medianoche, se colocó una flor en el pelo y fue directamente a la habitación de sus padres. Se sentó
durante un buen rato en el lado de la cama donde dormía su papá.
Finalmente, él se despertó y le dijo:
—Sarah, ¿qué pasa? Aún es de noche.
—Tú solías contarme cómo el abuelo te llevaba hasta el faro en medio de la noche y ahora es medianoche, y creo que
hoy deberías llevarme tú a mí.
Su padre siguió acostado durante un largo rato y por fin dijo:
—Sí, creo que hoy es la noche.
Se vistieron rápidamente, subieron al auto y salieron en dirección al faro. Todo estaba desierto. No circulaban autos y las
luces de las calles hacían resplandecer la niebla del mar.
—Cuando el abuelo me llevaba al faro, no había luces en las calles, ni las panaderías permanecían abiertas durante la
noche —le contó su papá.
—Seguro que el abuelo habría parado si alguna panadería hubiese estado abierta —dijo Sarah.
—Seguro que sí —dijo su papá.
Se detuvieron y entraron en una panadería. Compraron rosquillas y café. Eran los únicos clientes en toda la tienda.
—Cuando era pequeño, el abuelo solía darme a probar café, pero a mí siempre me sabía amargo —dijo el padre de
Sarah.
Bebieron un poco de café recordando al abuelo. El café de papá estaba delicioso, pero el de Sarah sabía horrible.
Condujeron hacia las afueras del pueblo hasta que llegaron al camino que llevaba al faro.
—El abuelo siempre decía que había que caminar hasta llegar al faro —dijo el papá de Sarah.
—Me parece bien —contestó Sarah.
Aparcaron el auto y emprendieron el camino entre la neblina. Se sentaron a descansar en lo alto de una roca mirando la
playa y escucharon cómo las olas rompían contra los acantilados. Sarah terminó de comerse su rosquilla y su papá acabó
el café.
—De todas las veces que vine con el abuelo —dijo el papá de Sarah—, nunca subimos a lo alto del faro. La puerta
siempre estaba cerrada. Tratábamos de abrirla, pero permanecía cerrada con llave.
—Voy a intentarlo yo —dijo Sarah.
Se acercó, le dio vuelta al picaporte y la puerta se abrió. Sarah y su padre se quedaron mirando con emoción aquella
puerta abierta.
— ¿Y ahora, qué? —preguntó Sarah.
—El abuelo hubiese subido —respondió el padre de Sarah.
—Subamos entonces —dijo Sarah.
Subieron por la escalera de caracol. Una vuelta, otra vuelta, otra vuelta, y más vueltas, hasta que por fin la luz del farose
reflejó en sus rostros.
—Puedo ver el infinito —dijo Sarah—. ¿Crees que el abuelo puede verme?
—No lo sé —le contestó su padre.
— ¿Podrá oírme? —preguntó Sarah. Y, sin esperar respuesta, gritó al viento:
— ¡ABUEEELOOO!
Y esperaron en silencio.
—No creo que te conteste —le dijo su padre.
Y en el silencio escucharon la sirena de la niebla y miraron la bruma y el mar. De repente, Sarah se quitó la flor que
llevaba en el pelo, la misma que había guardado del funeral de su abuelo, y la lanzó lejos, al mar.
—Cuando sea grande y tenga un hijo, yo también lo traeré aquí una noche —dijo Sarah.
—Estoy seguro de que lo harás —le contestó su papá.
Y cubiertos de rocío, y envueltos en el olor a mar, regresaron a casa entre la niebla.
20. EL COLOR DE LA ARENA
Dice mi abuelo que el mundo es muy grande.
Tan grande que si juntara todos nuestros rebaños mil veces aún quedaría espacio para muchos otros rebaños, mil veces
como el nuestro. A mí me gusta dibujar los rebaños en la arena.
Todos los camellos y las cabras tienen el mismo color en la arena. Pero yo sé que cada camello es distinto. Que cada
cabra es distinta. Al atardecer, cuando encierro las cabras en el corral, sé siempre si falta alguna. Y sé cuál falta. Lo sé por
el color de cada animal, y por los dibujos que hay en su piel. Hoy he echado en falta a Nadjama. Tiene una mancha
blanca en la frente, en forma de estrella.
En la arena puedo dibujar a Nadjama, pero no puedo pintarle de blanco la estrella. Cuando pierdo a Nadjama en las
dunas, vengo desde allí dibujándola en la arena. Cada pocos pasos me paro, me agacho y hago su dibujo con el dedo. Y a
su lado, el corral. Si ella ve mis dibujos, los sigue hasta volver al corral. Eso si no se despierta el siroco y se me los lleva.
Mi madre dice que las cabras no miran los dibujos de los niños en la arena. Pero yo sé que Nadjama sabe volver sola
porque sigue mis dibujos. Nadjama tiene hambre. El resto del rebaño, también. Lo sé porque come los cartones y el
papel que encuentra por ahí. Dice el abuelo que no recuerda una época de sequía como la de ahora.
El abuelo es sabio, porque ha vivido muchos años y sabe muchas cosas. A veces me cuenta historias que casi parecen
imposibles de creer. Cuenta que, cuando tenía mi edad, llevaban las caravanas de camellos hasta el mar. Pero eso fue
antes de la guerra. Una guerra que, según cuentan los mayores, nos sacó de nuestras tierras y dejó al abuelo cojo para
siempre.
El abuelo dice que el mar es azul. Yo nunca lo he visto. Pero lo he dibujado en la arena. Mi mar no es azul. Es del mismo
color que las cabras y los camellos: del color de la arena. Dice también el abuelo que el día que yo vea el mar, podré
pintarlo de azul, y que ese día seremos libres. Yo no sé cuándo veré el mar. Pero me gustaría pintarlo de azul.
Tampoco tengo lápices de colores. Antes, había una caja en la escuela. Pero poco a poco los lápices se fueron haciendo
chiquitos, hasta que no podíamos cogerlos con nuestros dedos. No teníamos lápices, pero aún quedaba papel y yo hacía
los dibujos con ceniza. La cogía del brasero, sin que mi madre se diera cuenta. Después de tomar el té, cuando ella
recogía los cacharros, yo me acercaba y me llenaba los bolsillos de ceniza aún caliente. Alguna vez, hasta llegué a
quemarme.
Poco después, se acabó también el papel y entonces dejé ya de recoger ceniza para pintar. Maima, la maestra, era la
única que tenía un lápiz. Era un lápiz extraño, muy grueso y de color blanco. Lo llamaba tiza. Ella dibujaba con la tiza una
letra en la tablilla de madera y nosotros la teníamos que copiar en el suelo con un palito. Si no teníamos palitos, lo
hacíamos con el dedo. Decía la maestra que si nos gustaba dibujar, también nos gustaría escribir.
—Los dibujos significan cosas. Y las palabras también.
Pronto aprendí a escribir. Mis primeras letras se las llevó el viento… Ese día, había tardado mucho en dibujar mi nombre.
Con mucho cuidado, había trazado con el dedo mi nombre en la arena. ¡Estaba escribiendo! Quería que mi padre, mi
madre, mi abuelo y mis hermanos y mis hermanas vinieran a ver mi primera palabra escrita. Después de clase, corrí
alborozado a la jaima:
—¡Mamá, papá, abuelo! ¡Ya sé escribir, ya sé escribir! Venid todos… ¡Mirad!
Y cuando llegaron, el viento se había llevado mis letras. Mis primeras letras, mi primera palabra… «Abdulá», que es como
me llamo. Allí donde antes estaba mi nombre, sólo quedaban pequeños montículos de arena, uniformes, perfectos. Ni
rastro de mis letras. Me eché a llorar.
—¡El viento es un ladrón!
Ese día comprendí un poco al abuelo, cuando siempre me decía que en el desierto todo es efímero, fugaz.
—Hasta las estrellas, hijo mío. Yo miraba al abuelo sin entender nada.
—Hoy hay sequía, y lloramos por querer lluvia. Mañana vendrá la lluvia y lloraremos por las plagas de langostas, que
arrasan todas las cosechas a su paso. Y a mí me parecía que ese «mañana» nunca llegaba.
Yo he visto llover tres veces. Casi no me acuerdo. Era muy pequeño la última vez que llovió. Acostumbrado a las
tormentas de arena, recuerdo que el agua me molestaba.
—Papá, ¿has visto alguna vez una plaga de langostas?
—Sí, hijo, es cuasi peor que la sequía. Cuando el viento es favorable avanzan doscientos kilómetros cada día.
—Y se llueve, ¿llegarán hasta aquí las langostas?
—No creo, hijo. Aquí no hay nada que arrasar, ni nada que comer. En este árido desierto, no crece apenas nada. Vi plagas
de langosta cuando estábamos en nuestras tierras.
Ahora, según el abuelo, estamos en tiempo de sequía. Hace años que no llueve. Ni por aquí, ni donde pastorea mi padre
con los camellos. Papá pasa mucho tiempo fuera de casa, se va con otros hombres del campamento y sus rebaños y
tarda meses en volver.
Dice el abuelo que se nos mueren muchos camellos porque no hay agua. Tienen que ir a pastar muy lejos. Tan lejos, que
mueren de sed y de hambre por el camino. Yo no quiero que mi rebaño se muera.
Esta mañana he hecho otro de mis dibujos. Mi rebaño. Las cabras y los camellos, rodeados de cactus, de palmeras, de
áloes, de acacias… Hasta he dibujado un baobab en el centro.
—Eres bobo, Abdulá —se burla mi hermano—. Bobo, más que bobo. Eso que has dibujado no existe. Pero yo sé que sí
existe, me lo ha contado el abuelo. Y me lo ha enseñado en su libro. Dice que eso es un oasis.
El abuelo es sabio.
—Algún día, verás todos esos arbustos y árboles juntos, y podrás pintarlos de color verde. De muchos verdes distintos.
Ese día, Abdulá, ese día seremos libres.
Mientras no llegue ese día, mi oasis, como mi rebaño y mi mar, será del color de la arena. En cuanto se despierte el
viento de la tarde, sé que mi oasis color arena desaparecerá. Como desaparecen todos mis dibujos. Se los lleva el viento.
Pero entonces haré otro dibujo: mi hermana mayor amasando el pan. O mamá preparando licor de dátiles.
Estoy dibujando en la arena, frente a nuestra jaima. Llega la maestra y me sonríe. Entra y habla muy rápido con mi
madre. No entiendo lo que dice. Poco después, sale precipitadamente y me coge de la mano.
—Abdulá, tengo una sorpresa para ti. Ven. ¡Corre! Tengo que dejar mi dibujo a medias. Me da rabia. Sé que, antes de
que se lo lleve el viento, mi hermanita pequeña lo pisará. Y ni siquiera se dará cuenta.
La maestra me ha llevado casi a rastras a la escuela. En la puerta hay un camión. No es el camión de siempre, el del agua.
Hay unas personas que no hablan en mi lengua. Descargan grandes cajas. La maestra ha abierto una de ellas y me ha
enseñado su contenido.
—¡Mira, Abdulá! —exclama, radiante—. ¡Papel! ¡Lápices de colores! ¡Fíjate, cuántos colores! ¡Y pinturas! Todo tipo de
pinturas. ¡Libros y cuadernos y pinceles!, ¡y tijeras, y…! En Los ojos de Maima hay un brillo especial.
Yo no sé qué decir. Estoy fascinado. Una de las señoras me mira sonriente y me dice con acento extranjero:
—Me han dicho que te gusta mucho dibujar… A partir de ahora tendrás siempre lápices de colores y papel. ¿Te apetece
que dibujemos juntos? Salgo de mi hechizo. ¡Tengo que ir corriendo a contárselo al abuelo!
Y mientras no llega ese día que el abuelo espera, pintaré de mil colores mi rebaño, mi oasis, mi mar… ¡Y muchas cosas
más que ya no se llevará el viento!
Aunque, por si acaso, seguiré dibujando en la arena. Si Nadjma se pierde, siempre podrá volver al corral. Eso, si no se
despierta el siroco y se lleva mis dibujos del color de la arena.
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