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Título: Una navidad diferente
Autor: David Cortes

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Una navidad diferente, como todas las demás
Un relato colaborativo de foroescritores.es

Autores:
I.-

Nana_Red

II.-

Scarecrow

III.-

Alven

IV.-

Fel

V.-

Bopeep

VI.-

Yengreg

VII.-

Joaquín

VIII.-

Nubis

Edición y maquetación:

Kitano

Este proyecto fue realizado entre los días 16 y 29 de Diciembre de 2015. Cada autor
escribió su parte después de leer la anterior, formando así un relato único en que cada
uno aporta su estilo y visión de la trama.

Visita: http://www.foroescritores.es

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I
En un lugar en el que todo el mundo vivía las cosas de diferente forma que el resto de
la gente, no iba a ser menos con la navidad.
En ese paraje la navidad era muy especial, ya que para todos llegaba algo de ilusión
que durante el resto del año no tenían, y se llenaba desde la primera tienda hasta la
ultima de luces, muñecos de nieve y ángeles hechos por los niños con toda su inocencia
para ver esa sonrisa de sus padres.
Las tiendas del recinto no abrían, ya que todos querían celebrar la víspera de la
navidad, y así tener tiempo para pasarlo con sus seres queridos y no preocuparse de
nada. Para ellos estas fechas eran especiales porque todo podía pasar, pero sobre todo
cosas buenas.
En una de las casas de ese sitio vivían una mujer, su marido, sus dos hijos y los
abuelos. Todos juntos preparaban la casa para la gran esperada noche en la que se
reunirían a disfrutar de las fiestas, pero allí sucederá algo especial que nadie se
espera.
En las demás casas harían algo parecido, celebrando la Navidad solos o acompañados
de su familia.
II
―¡Miranda! ¡¿Quieres hacer el favor de dejar ya el ordenador y venir a ayudarme?!
Pili era la que se encargaba de casi todos los preparativos en su casa; era la
comandante de la cocina y se volvía loca desde el día 23, cuando empezaban las
vacaciones.
―Mamá, que ya te he dicho que yo no sé enrollar esos canapés tan raros.
Su hija, que cumpliría la mayoría de edad el día de Año Nuevo, prefería entretener a
los primos pequeños que sólo veía en Nochebuena y Nochevieja; no es que fuese muy
ducha en la cocina.
―Bueno, ¿qué más da? Son para comerlos, no para adorarlos como al niño. Anda, sigue
tú que tengo que llamar a la abuela por si ha recogido ya a Marcos del aeropuerto y…
¿Qué era lo otro que te tenía que decir? ¡Ah, sí! Que le pongas un mensaje a tu padre,
que lleva dos horas para comprar los petardos con tu hermano.
―Sí… ―asintió Miranda ya cansada. Su madre era demasiado pesada―. No sé por qué
tanto agobio, mamá, si la cena es mañana.
―Porque tiene que estar todo estupendo. El año pasado la tita Carmen nos restregó a
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todos lo bien que le cocina la rusa esa que cuida a su padre y me hizo quedar de… De
eso… De mediocre. Pues este año se va a enterar, ya verá, las patas de cangrejo están
tan frescas que se van a ir corriendo.
―Cuanto espíritu navideño, ¿eh?
Intentando controlar la risa, Pili se acercó al teléfono que estaba puesto junto al Belén,
lo que ella llamaba su misterio. Lo miró con orgullo (ella misma lo había pintado) y
marcó.
―¡Mamá, no encuentro la pimienta!
―¡BUSCA BIEN Y NO GRITES!
―¡¡¡VALE!!!
Pili empezó a tamborilear con los dedos en el auricular…
Un tono.
Dos tonos.
Tres tonos…
Y alguien lo cogió.
―¿Mamá?
―…
―¿Qué te iba a decir…? Ah, escucha, estoy haciendo unos calamares rellenos que te
mueres. Que ricos, hija.
―…
―¿Una mala noticia? Ay no me digas que papá se ha puesto malo otra vez con la
hernia… ¡MIRANDA! ―le gritó a su hija― ¡Que el abuelo está malo!
―…
―Ah, ¿que está estupendamente, dices? Bueno y entonces, ¿qué es lo que ha pasado?
―Y a su hija―: ¡Miranda, que el abuelo está bien!
―…
―¿Cómo que el Marcos no viene? ¿Pues no le compraste el billete de avión el otro día?
¿Cuánto te costó? Por lo menos doscientos sesenta o doscientos cincuenta o por ahí.

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―…
―¡¿CÓMO?! ¿Que la madre dice que está castigado por suspender cuatro? ¿Pero eso
cómo va a ser? O sea, el otro día sí y ahora no.
―…
―Sí, claro, que se enteró ayer de que había suspendido cuatro. Eso no puede ser
porque entonces es que no se ha interesado en todo el trimestre por el niño. Eso es ella
que nos quiere castigar, la muy víbora.
―…
―Sí, mamá, es una víbora.
―…
―Vale, sí, estamos en Navidad… ―Se resignó, harta de su excuñada―. Pero entonces
qué, ¿cómo lo solucionamos? Porque así no castiga al niño, nos castiga a nosotros. ―Y a
su hija―: ¡MIRANDA, EL MARCOS PARECE QUE NO VIENE! ¡Y ABRE, QUE OIGO
A TU PADRE EN EL PORTAL!
III
Hacía frío y al mundo no le importaba. Demasiado pendientes de celebrar la fiesta
perfecta con sus respectivas familias.
Marcos lo detestaba. Tener que pasar estas navidades castigado por una estúpida nota
era algo que no le hacía gracia alguna. Si había algo que podía agradecer era que su
madre se había limitado a quitarle el pasaje, y no a encerrarlo en su habitación.
Aprovechó para caminar por allí.
Ajetreados, ruborizados y con sudor en los rostros; de las personas que corrían a su
alrededor, ninguno parecía disfrutar plenamente las fechas. Ninguno de ellos veía a la
niña con la mano tendida hacia ellos.
—Hola —le saludó ella—. ¿Una moneda?
Era menuda y su ropa estaba mugrienta allí donde los agujeros no llegaban. Era un
año menor que él pero sabía que había visto mucho más en la vida. ¿Cómo era capaz
de sonreír siempre?
—No tengo... Pero compré este sándwich de milanesa, ¿quieres?
Ella lo tomó, lo partió en dos y le ofreció la otra mitad.
—No, gracias. No quiero... En serio.
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Terminó aceptando tras el rogar de ella. Se sentó a su lado y dio un bocado a la comida.
Intentó no hacer contacto visual con la niña. Se sentía un desgraciado comiendo a su
lado aunque había sido ella quien se lo había ofrecido. No se sentía a gusto, pero
tampoco la dejaría allí abandonada, no cuando se había portado tan amablemente con
él. Le desgarraba el pecho un extraño sentimiento de culpa.
Mirar arriba le dio una idea de lo sola que se habrá sentido la niña en estos días.
Ninguno de los mayores agachaba la mirada hacia ellos, demasiado absortos en sus
mundos como para fijarse en el de los demás.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Me llamo Milagros.
—No era eso... Oh, lindo nombre. —Nada oportuno para ella, pensó—. No. Te quería
preguntar otra cosa... Soy Marcos, por cierto.
—Me gusta tu nombre. —Terminó su comida al instante. Apoyó la cabeza sobre sus
rodillas y lo miró—. Dime.
—Bueno... Quería saber una cosa. —Se rascó la cabeza, tonto por lo que iba a
preguntar—. ¿Por qué sonríes siempre?
Ella sonrió de oreja a oreja.
—Los milagros no llegan a los niños tristes.
IV
El frío que atravesó la puerta traspasó sus huesos, así que se echó a un lado y, con
media sonrisilla y una cómica reverencia, saludó a su padre, que llegaba a casa
después de una larga jornada de compras.
—Hola, hija... ¿Quieres ver lo que me han regalado? —sugirió su padre mientras se
quitaba el sombrero y la bufanda para dejarlos en el perchero que había junto al
recibidor. Cerró la puerta y dejó las compras en el suelo. Luego cogió, tratándola con
suma delicadeza, una cajita forrada con papel decorado con motivos navideños y la
llevó hacia el salón—. Llama a tu madre, seguro que le gusta.
—¿Has traído lo que te pedí? —le preguntó con insistencia Miranda. Intentaba
descubrir qué había en el interior de la pequeña caja—. Espero que aún quedaran en
las estanterías, al menos el otro día que fui había.
—No, lo siento —adujo al tiempo que se adentraba en el salón. El calor comenzó a
conquistar de nuevo el territorio perdido en el vestíbulo.
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—Para algo que te pido, papá, y resulta que no lo has podido conseguir. Si es que eres
de lo que no hay. Por cierto, ha dicho mamá que Marcos no viene a casa, que ha
suspendido un montón de asignaturas…
—Seguro que se inventa alguna excusa y lo vemos por aquí en menos que canta un
gallo… Bueno, bueno, ¿quieres verla? ¡Pili, ven, que quiero enseñarte algo a ti
también!
Miranda se quedó extrañada, pensaba que lo que había dentro de la caja era un regalo
para su madre o algo parecido. ¿Por qué insistiría tanto en que husmeara en sus
cosas?
—¿Verla? ¿El qué tengo que ver? —preguntó, exagerando su interés—. Ni que fuera un
cartucho de dinamita para el pesado de mi hermano…
—¿Qué dices, hija? Mira.
Su padre retiró el papel navideño y levantó las solapas, y allí estaba. La conquistó al
instante. Dos ojos brillantes y llorosos, engarzados en una joya de plata y nieve. Era
una gatita. Miranda se dejó llevar, cogió a la minúscula criatura por debajo de su
tembloroso cuerpo y se la llevó al pecho, acurrucándola lo más cerca de su corazón
para darle el mayor calor posible.
—No esperaba que te entusiasmara tanto, vista la reacción que has tenido.
—Calla, papá —reclamó ella, sonriente. No notó que una lágrima había escapado de su
prisión ocular a causa de su arrebatamiento. Aquella gatita se conformó un todo junto
a ella, y así estarían todo el día.
Pili no tardó en llegar. Iba a soltar un buen rapapolvo a su marido a causa de su tardía
llegada, pero apaciguó su incipiente verborrea al contemplar la escena.
—Mateo, ¿no me digas que ese es tu aguinaldo?
Miranda miró a su padre con ojos curiosos, reclamadores de un infinito número de
respuestas a, igualmente, un infinito número de preguntas.
—Vamos, vamos, ¿quién te lo ha dado? —insistió ella—. ¿Dónde te lo has encontrado?
Mateo se rascó la cabeza y suspiró. Tenía que atender la compra, pero no estaba bien
dejar en ascuas a las dos mujeres de la casa. Bueno, a las tres con la nueva
incorporación a la familia.
—No, cariño, no es mi aguinaldo ni nada parecido. Ha sido una casualidad… Verás,
alguien ha hablado, pero no sé qué ha dicho: creo que fue un grito continuado en la
distancia que ha ido perdiéndose poco a poco, pero no me hagas mucho caso. Pues
resulta que el ruido me ha llamado la atención. Al doblar la esquina de la calle, entre
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basura, me he encontrado una caja abierta con este animalillo dentro…
—Curioso cuanto menos —sentenció Miranda, mientras pensaba qué nombre ponerle
a su nueva amiga…
V
─Y tú eres un niño triste, así que no va a ocurrir ningún milagro para ti.
Marcos se sorprendió por lo que la niña había deducido en el transcurso de dar unos
pocos bocados al sándwich compartido. En realidad, más que triste estaba enfadado,
porque su madre le había castigado por suspender varias asignaturas.
"Una cosa es suspender, y la otra es fastidiar la Navidad a mi familia paterna, allí en
España, mientras yo sigo aquí en Dublín. ¿Qué le costaba pasar por alto mis notas por
una vez al año?" pensó el chico, que inconscientemente había fruncido el ceño.
─¿Ves? Si te enfadas no va a pasarte nada bueno esta Navidad.
─No es justo que mi madre me castigue por sacar malas notas. El año pasado también
las saqué y fuimos a España igualmente.
La situación era más que molesta, allí hablando con una desconocida pobre de sus
problemas. El chico zarandeó la cabeza, y miró de reojo a la pequeña, que no había
dejado de sonreír. Era frustrante ver la gente pasar sin que nadie la mirase, pero ella
no se desanimaba. Marcos se levantó con intención de marcharse, pero no quería
dejarla sola por la calle.
─¿Dónde vives? ¿En las afueras? ─preguntó. Lo mínimo que podía hacer era
acompañarla a casa.
─No, allí. ─La pequeña señaló un callejón oscuro tras ellos. Se escuchó un maullido, y
la niña se levantó tras relamerse─. Disculpa, pero me llaman. Ya sabes, Marcos, si
estás feliz, ocurrirán cosas buenas. Con un pensamiento negativo todo saldrá mal.
Se adentró en la oscuridad del callejón y no quedó rastro de ella. Marcos no le dio
mucha importancia, porque tenía que volver a casa antes de que su madre se pusiera
hecha una fiera. De todas formas no pensaba volver de inmediato y tener que ayudar a
poner la mesa, sino que su paseo se alargaría hasta que supiera que ya habían
empezado a comer.
"¿Milagros? Espera, ese nombre es español. ¿Qué hace aquí una niña sin techo
llamada Milagros?".

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─Miracle sería un buen nombre para la gatita.
─Seguro que tu primo Marcos se moriría de la risa con ese acento inglés tuyo, hija.
─Ay mamá, no seas aguafiestas ─contestó Miranda, que había quedado enamorada de
la gatita y no dejaba de acariciarla. El pequeño animal no se quejaba. De hecho hasta
parecía cómoda entre sus brazos.
VI
—¿Qué crees que estás haciendo, Milagros?
La niña tardó unos momentos en responder, echando una última mirada al muchacho
con el que acababa de hablar. Su rostro desdibujó una leve sonrisa antes de encarar a
su interlocutor.
—Nada grave, realmente. Sólo dándole un empujoncito a alguien que lo necesita.
—Entiendo que lo haces con buena intención, pero sabes muy bien que está prohibido
meterse con el orden de las cosas.
—¿Y qué, me vas a delatar?
—N-no… Pero si te metes en problemas no será asunto mío.
—Me parece bien, entonces —terminó de decir, ahora con una gran sonrisa.
Marcos caminó por cada rincón conocido y desconocido de la ciudad, perdiendo el
tiempo en cada tienda, restaurante y arcade que se cruzó en su camino, hasta que por
fin llegó la hora de volver a casa. No obstante, no se pudo sacar de la cabeza ni por un
minuto lo que la niña Milagros le había dicho. Que si estaba feliz, sucederían cosas
buenas. ¿Qué clase de cosas buenas? No lo sabía con exactitud, aunque se le ocurrían
varias. Que el boletín que decía que había suspendido hubiese sido en realidad un
error de parte del instituto, y que por ende pudiera viajar a España como lo hacía
todos los años. Eso, según él, se clasificaría como algo bueno.
Mientras su mente se encontraba ocupada con esos pensamientos, de alguna manera
sus pies lo habían llevado de vuelta al conjunto residencial donde vivía. Suspiro
profundamente y entró. Saludó al guardia que le deseó feliz navidad y se encaminó
directamente al ascensor. Una vez dentro presionó el botón que lo llevaría al quinto
piso y se dignó a esperar. Al abrir la puerta de su residencia su madre lo recibió
histérica.
—¡Marcos!, ¿dónde diablos estabas? ¡Llevo horas tratando de comunicarme contigo!
—Mamá, cálmate. Olvidé cargar la batería de mi móvil, por eso no me llegaron tus
llamadas —mintió. La verdad es que lo había apagado a propósito para evitar que su
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madre le gritase como lo estaba haciendo en esos momentos.
—¡Ay, Dios! ¡Y ni siquiera has empezado a empacar! ¡Perderemos el vuelo!
El chico pensó que había oído mal. ¿Vuelo? ¿Cuál vuelo? Se supone que el viaje a
España había sido cancelado a causa de sus malas notas.
—Mamá, ¿de qué estás hablando exactamente? —preguntó con una mezcla de nervios
y ansiedad.
—¡Del viaje a España! ¿Es que acaso lo has olvidado?
Marcos estaba atónito. Sus piernas lo abandonaron y terminó sentado en el suelo del
recibidor. De forma fugaz el rostro de la niña Milagros pasó por su mente.
—It’s a miracle —musitó para sí, sin poder aguantar una sonrisa.
VII
El teléfono sonó. Carmen, ocupada por el viaje, decidió no atenderlo. Marcos, por su
parte, se asombró —notable reacción— y casi dejó escapar sus lágrimas. "¿Qué es
esto?, ¿por qué me siento tan feliz?", murmuró para sí mismo. ¿Qué le causaba esas
emociones? Tal vez no se sentía del todo contento con su vida. El teléfono dejó de sonar,
ignorado por todos.
En cuanto hubo organizado Carmen unas libretas —cualquiera prescindiría de ellas—,
regresó su noción del presente; con ella, Marcos. El chico parado, perdido entre sus
pensamientos, que estaba ¡haciendo nada! Grata sorpresa para ella, hecho que le hacía
pensar en todo el dinero gastado para el viaje —¿el que se iba a gastar en España?
¿Qué podía decir? En su mente no había más lugar para semejante dolor—.
Los planes instantáneos, casi como reflejos, de Carmen para poner a trabajar o hacer
algo a Marcos, fueron frustrados. Justo cuando un grito, con el fin de despabilar al
joven, se pronunciaría, el timbre sonó; el silencio del siguiente segundo a la alarma fue
de cementerio. Pero Carmen, con la viveza característica de una madre, dijo sin dudar
—afirmó su autoridad—:
—Marcós, andá a ver quién es.
Marcos abrió la puerta, luego de respirar profundo y tragarse todo rastro de
cursilerías. Se encontró, su mirada, con casi todos sus compañeros —grandes amigos
—. No esperaba aquella visita.
—¡Marcos! Qué suerte, pensamos que no estabas —dijo uno de los muchachos,
sorprendiendo al receptor.
—¿Qué hacen acá? Y, más que nada, hoy. —Él no podía creerlo; pensó, de esa forma,
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que podía tratarse de una visita rápida.
—Te vinimos a buscar para festejar la Navidad. —Aunque la propuesta sonaba
agradable, el muchacho lo dijo con un tono serio.
—¿Festejar la Navidad? ¿De qué hablás? —preguntó con incertidumbre.
—¿No te enteraste? —preguntó asombrado.
—No, esperá. ¿Enterarme de qué?
—Julián... está solo. —Agachó la cabeza y movió sus manos como gesto de nerviosismo.
—¿Me estás cargando? Hablá, decime qué pasa —dijo levantando un poco la voz,
preocupado.
—Se murió el abuelo de Julián. No tiene a nadie, ahora. —Levantó sus ojos y lo miró
de frente.
—¿Cómo? —Tragó saliva con dificultad; se sintió incómodo, su misma presencia le
molestaba; no sabía que más hacer ni decir.
—Es un bajón. Vamos a ir con él, para no dejarlo solo —dijo mientras miraba a sus
compañeros y asentía con la cabeza—. ¿Venís?
Tantas cosas: recuerdos, emociones, sensaciones sin control, pasaron por la mente de
Marcos para estancarlo en la duda.
—No te preocupés por nada, pero hay que levantarle el ánimo de alguna forma.
Amistad, concepto que recorrió su cabeza en aquel instante; no como una palabra, sino
como un sentimiento. ¿Qué era más importante en su vida? ¿Visitar a su prima de
España? Tal vez.
VIII
Las calles de la ciudad quedaban abrigadas en ironía por la propia nieve. Había dejado
de nevar, pero en la mente de los últimos transeúntes aún figuraba, tan centrados en
llegar a tiempo para la cena de la noche.
Así sucedía con Carmen, que intentaba recuperarse además del viaje en avión que
acababa de realizar junto a su acompañante. Tanta prisa no la había dejado evaluar la
situación, y en el avión prefirió dormir para recuperar la energía que necesitaría para
esa noche única del año. En teoría los abuelos de su hijo tenían que haber estado en el
aeropuerto para recogerlos, pero la situación los había hecho adelantarse a donde se
dirigían en ese momento.

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Conforme avanzaban, la mujer sentía el calor del recibimiento sumado al del hogar,
tan único en cada casa y familia. Un copo perdido consiguió llegar a su destino junto a
una boca de incendios.
Se situaron frente a la puerta. Dentro se escuchaba el murmullo, roto por voces
exaltadas de risas y el vino previo. Una música de fondo sonaba tímida tras la puerta,
o puede que dentro de sus mentes ansiosas. Carmen espiró emocionada y llamó con
dos toques seguidos al timbre. Se escucharon unos pasos apresurados. No tardó en
abrirse la puerta por las manos de Pili, que ya mostraba una sonrisa de oreja a oreja
que logró acentuarse más. Las cuñadas se abrazaron y la navidad enalteció su sentido.
Por esa noche harían las paces como si de verdad el mal nunca hubiese existido.
Las mujeres se separaron y Pili miró a la acompañante de Carmen. Era una niña
desaliñada que sin embargo deslumbraba, tal como Marcos le había dicho por teléfono.
Evaluó de nuevo la situación, el intento de sorpresa al decir que Marcos no vendría… y
que así era. Al parecer el chico había preferido quedarse con un amigo, cumpliendo su
promesa de no venir al suspender. Como caridad acorde a la pureza de esa época y su
nieve, Marcos le había regalado su billete de avión a aquella chica.
Un billete que incluía algo más. Mucho más.
Pili sonrió y decidió obviar lo extraño de la situación, y decidida invitó a la niña a
pasar. Esta fue tímida en un principio, pero se animó tras observar a Carmen
adentrarse. Pili le preguntó por su nombre, ampliando su expresión de alegría al
escucharlo, comentando que se iba a llevar una sorpresa con cierto miembro nuevo de
la familia. La puerta se cerró con un sonido suave.
La nieve comenzó a caer, esta vez de un modo más pausado. En un lugar, en el que
todo el mundo vive las cosas de diferente forma que el resto de la gente.
Y no iba a ser menos con la Navidad.

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