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Título: 1
Autor: Anibal Crespo

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ANIBAL CRESPO SALGADO
Cra. 5 B # 57-15 sur Tels. 5688674 Cel. 3057182813
Localidad 5ta de USME Barrio Danubio Azul Bogotá D.C.

COLOMBIA

PRISIÓN CENTRAL

Autor ................................................

ANÍBAL CRESPO SALGADO.
c.c. # 12’526.835 de Santa Marta
Cra. 5 B # 57-15 Sur
Tels. 5679395 Cel 3057182813
Bogotá D.C. Colombia

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DEDICATORIA
Permanecer en silencio, es continuar sumido en
la estupidez y agravar el sufrimiento. Sin la
colaboración que me brindaron de una u otra
forma, las siguientes personas que a continuación
relaciono, me hubiera sido imposible realizar la
publicación de esta obra: Rafael Tellez Mateus,
José Fernando Duque León, Genaro Mora Pinzón,
la doctora Josefina de Parejo. A ellos y los mucho
amigos que me alentaron en mi ardua tarea de
escribir tantas vicisitudes, penurias y sufrimientos
en tantos años tres las rejas, dedico el resultado y
los logros alcanzados, por lo que significo el apoyo
que me brindaron.
Derechos Reservados por el Autor.

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INTRODUCCIÓN
Al editar el presente testimonio, este humilde servidor que vivió en carne propia los
rigores de la prisión, quiere dar a conocer la experiencia vivida por un sinnúmero de
expresiones y otros tantos más que aún continúan bajo el yugo opresor y que
compartieron mi penuria durante diez ignominiosos años.
En estas lecturas, llenas de sentimientos y coraje, el autor revelará ante el lector, el
itinerario de captura, prisión y celdas, en una verdadera lección de amor, sacrificios y
lealtad al ideal de una sociedad justa, ajena de absurdos y privilegios imperialistas.
La presente obra es un mensaje del autor a todos los pueblos sufridos del mundo y
muestra en esta forma la verdadera faz de las autoridades, la justicia; Y los centros
penitenciarios, en revelador documento. Es un franco rechazo a la barbarie de los
sistemas “jurídicos” actuales, forma de castigo, suplicios, etc.; que pisotean y degradan
la dignidad humana. No es este, pues, un manifiesto político que pueda ni deba ser
empleado en provecho de grupos ni partido alguno. Los conceptos expresados por el
autor, en el curso de la narración, son de su exclusiva responsabilidad. Queda ante el
lector la sentida expresión de un luchador por la libertad sin distingo político que
soportó, los rigores de la avalancha represiva que han tenido origen desde los tiempos
inmemoriales del libertador, aún persiste.
A. C. S.

ÍNDICE

Dedicatoria
Introducción
Reflexiones

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Página
1
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PARTE 1

Capítulo I

Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX

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21
27
34
47
62
80
95
117

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Capítulo X
Capítulo XI

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.................................................................................

123
136

PARTE II

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI

.................................................................................
.................................................................................
.................................................................................
.................................................................................
.................................................................................
.................................................................................

159
170
184
193
206
223

PARTE III

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capitulo XIV
GALIMATÍAS

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278
292
308
320
339
361
374
392
406
420
434
450

REFLEXIONES

El material recogido para perfección y realización de esta genial obra, bien puede
denominarse: Historia, obra teatral, simple novela o crónica, pero eso sí; extraída y
acontecida en la realidad y el discernimiento de un prisionero angustiado por su
inocencia y la de otros muchos más OPRIMIDOS, quizás henchido su cerebro de
amarguras tortuosas que taladran sin cesar esa onerosa carga de angustias que un ser
puede padecer en carne propia, al ingerir hasta las heces, esa adversidad amarga del
dolor. (Este puede ser su caso). Algunos hasta podrán llegar a pensar que el sentido de
la obra, LOS OPRIMIDOS, es una novela de hechos inverosímiles, irreales o fatuos de
simples coincidencias que llegan al encuentro de la sola imaginación del autor; pero la
realidad es la realidad.

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Este libro que hoy se presenta al criterio de los beneméritos amantes de la lectura en
general, encierra un compendio de efemérides reales, exprimidos de lo más recóndito e
intrínseco del pensamiento y el corazón del autor, por ser quien habla y expresa sus
ideas, en monumentales experiencias vividas, quien al haberlo padecido puede afirmar
que han sido escritas con su propia SANGRE... Son ideas que surgen a granel con
diafanidad y se deslizan en la mente del lector con una sutileza extraordinaria que
embebería al más cruel y duro corazón. ESTA ES PUES UNA OBRA PARA TODOS,
sin embargo, para aquellos que no han vivido las experiencias de la prisión; bien podría
servirle de guía o manual para obtener grandes conocimientos acerca de costumbres que
en su mayoría la sociedad desconoce e ignora, así muchos conceptúen superflua la
noción. Cuantos desearían al menos conocer esas “Galimatías” de usanzas que suelen
emplear un mayor porcentaje de prisioneros estacionarios en lugares de reclusión y
hacinamientos, no solo en nuestro país, sino en cualquier sitio de la geografía universal.
Esto para quienes hemos sido OPRIMIDOS, atropellados, estropeados por la vida y los
sistemas, atravesando el sendero hostil del cautiverio. ¿Saben cuanta una persona tiene
que soportar? ¿Penurias, vicisitudes y tortuosas amarguras que se encarnan en la
humanidad y en la psiquis del ser, saturados por la desesperación, motivados de odio,
ambición y venganza? Unos pagando con justicia la transgresión que a la ley incurrió.
Otros que por simple ignorancia, fueron precipitados al error por mente ajena, sin
olvidar a un sin numero de condenados por la injusticia y carentes de defensa, por la
intransigencia de jueces parcializados de sus cargos y juramentos que proceden por los
dictados de sus negros corazones, haciendo a un lado la plena prueba que exonera al
implicado.
He querido plasmar con claro realismo, el estigma imborrable que tantos llevamos,
digámoslo así; de experiencias vividas de
(Y
Ìž
de sacar a flote lo
escondido y vedado que existe dentro de los muros que dividen al resto del mundo con la
prisión. El acopio de ideas, fluye en la mente de este enamorado de la libertad y
pregonero de la justicia e injusticia, quizás vidente profundo y tan consagrado a claras
revelaciones, no solo de los sucesos vez y ocurrencias en la prisión, sino también de los
sucesos cotidianos que acontecen en el orbe y otros más ya pasados a la historia y que
hoy se repiten... ¡Uy!... Podrán decirse aquellos que desconocen el dolor y la penuria.
Este hombre es un amargado, un autor que va en pos de hallar consuelo en la sociedad,
arrepentido de sus yerros pretéritos que lo indujeron al cautiverio. Pero no son de
culpar, saben ¿por qué? Por que estos desconocen las causas que motivaron mi encierro
en prisión. El autor de esta crónica sacada del dolor intenso que conmueve a la
humanidad de ideas sublime y escribe con sangre el sentimiento profundo que no solo
lleva el ser que ha sido obligado por la sociedad a vivir tras las rejas, por cuanto otros
más han soportado el dolor del sufrimiento, ya por martirio de llevar otros ESTIGMAS
que aquejan a la humanidad en este convulsionado mundo de conflictos. El autor, sólo
quiere transportar al lector con sus ideas fructíferas en distintos aspectos de la
existencia humana, en amplitud de diferir condiciones de difícil accesibilidad, por que lo
real es; El hombre está dotado de grandezas maravillosas tan profundas e insondables,
don concedido a los seres vivientes como regalo del HACEDOR. Así podrán deleitarse
con mi inspiración que brota a torrentes del trajín constante dentro del encierro, sin
omitir el más mínimo detalle, extrayendo la esencia y la savia reproductora de
abundantes ideas que objetivan sin equívocos; los frutos, queriendo darle su aplicación
a cada cosa. Quien escribe un libro, es por que lleva consigo la temática al igual que
una canción, sin teles condiciones se carece de lo elemental y por lo tanto no se puede
fundamentar el sentimiento deseado por falta de lo esencial que es precisamente la idea.
¿Cómo lo adquirimos? Pues esculcando, investigando y aprendiendo de quienes saben,

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pensadores con cerebro de robusta inmensidad... Tuve que explorar y documentarme
con los grandes leyendo las obras de LOEN TOLSTOI, FEDOR DOSTOIESWSKI,
FEDERICO NIETZSCHE, Don MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, el ingenioso
MANCO DE LEPANTO, aquel inolvidable DON QUIJOTE DE LA MANCHA, como a
nuestros créditos Colombianos: JOSÉ MARÍA VARGAS VILA, GABRIEL GARCÍA
MARQUEZ Y GERMAN CASTRO CAICEDO, a más de otros que en los de la historia
de la humanidad, no obstante permanecen y perduran. Enfocando el campo universal,
puedo penetrar sin tanta dificultad en los sucesos que inflaman los cuatro puntos
cardinales del congestionado globo terráqueo, por haber trajinado en sus distintos
senderos y vericuetos. En esta crónica histórica y real a la vez, me atrevo en hacer
algunos presagios que resultan muy factibles; así como el gran JULIO VERNE, predijo
cosas que en sus tiempos resultaban increíbles, pero han llegado a su realización. En
este inmenso y cualitativo libro, contexto de múltiples concepciones, no creada en mente
necia u ociosa, sino circundada de algo que me revela la clarividencia y el privilegio
obtenido a través de experiencias vividas y de influjo DIVINO que de pronto nos dota a
muy pocos seres para pronosticar vivencias en el futuro de la sedienta humanidad.
Tengo que expresarme así, en razón de la sed devoradora de la que he sido testigo y que
precipita al mundo entero a la conquista material y física de absorción de los poderes
terrenales: Esa sea de atesorar caudales, la obtención de títulos inmerecidos, la codicia
de amasar incalculables fortunas a costa de cualquier precio en nuestro planeta tierra,
con la cerviz doblegada del FEUDALISMO. Estas FEUDALES continúan en el
continente Europeo en nuestros tiempos y germinan copiosamente en todo lugar,
autosensiblemente me contrario de ver que la esclavitud no fenece y me declaro
enemigo acérrimo de la injusticia. En mi crónica o historia estoy describiendo insucesos
dignos de ser añorados, por que en ellos perdura el dolor por la pérdida de GRANDES
E INMENSOS VALORES HUMANOS, cuyas vidas han sido segadas por la
MONSTRUOSIDAD, LA ENVIDIA, EL FANATISMO, GRANDES AMBICIONES,
máculas estas que son el monitor de esquilmar el caudal ajeno y cercenar la existencia
humana por la felonía rapaz de la HIPOCRESÍA... Ante todo reconozco a DIOS, como
artífice de todo lo creado y más infinitamente es su sabiduría y su grandeza, cuenta a su
diestra con sus ministros asesores de basta sapiencia y OMNIPOTENCIA, que son el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es este el significado comparativo que ciñe las ideas
del autor. Con mi propia filosofía y la vez fragmentando conceptos de los antiguos
griegos y maestros de la filosofía clásica: La tragedia de ESQUILO, SOFOCLES,
EURIPIDES, etc. La historia de HERODOTO, TUCIDES, etc. La comedia de
ARISTOFANES, MENANDRO, otros grandes pensadores del nacimiento de la filosofía
primigenia. De estos baluartes de la sabiduría, he podido sujetarme para estribar mis
ideas, compensadas de inteligibles expresiones para darle una explicación adjetivada
dentro de vocablos muy sencillos, empleando en orla mi franqueza moderada y discreta,
sin zaerencias ni vejámenes mortificantes que atenten contra el amor y los sentimientos
del lector. Acorde llegan al sentimiento de éste autor, el anchuroso mar de ideas que
vierten el alma profanada por las dolencias que aquejan la pobre y triste miseria de la
humanidad. Es una variedad inmensa de incidentes, caracteres, tonos, expresiones,
dialectos, vocablos, un sinnúmero y lluviosos toneles de sentimientos. En cada una de
mis palabras, puede encontrar el lector una estela de armonía con la temática surgida,
como es lo correcto para matizar bellamente; tanto en lo grande, como en lo pequeño, lo
divino y lo humano, lo doloroso y lo alegre, lo risible y lo trágico... Ante el rol
maravilloso de tantos personajes y en donde los lectores encuentran un poco de lo que el
ser humano puede ser, así no haya escalado, ni haya tenido acceso a la prisión.
¿Cuántas veces se llora y se sufre llevándose el dolor escondido? ¡Sin siquiera llegar a

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traspasar las puertas del cautiverio!. Ahí es donde hago hincapié de una de tantas frases
existentes en esta obra cuando tengo que expresar con vehemencia: LA VERDADERA
LIBERTAD SE HALLA EN LA PRISIÓN, puedo imaginar a algunos diciéndose para
sí: Este pensador ha tomado un derrotero de amarguras y debe ser un ORATE hasta me
tildarán de controvertido y escéptico pesimista, sin ser de ese razonar equivoco que dan a
los sentimientos aquellos incomprensibles del sentido profundo y las cosas bellas que
engrandecen la palabra LIBERTAD.
Las múltiples proezas vividas por el autor, le hacen apreciar al lector su convivencia
con los nativos indios Boras que habitan el territorio amazónico y siendo éstos voraces,
fui capaz de domeñar sus instintos salvajes, ¿Cómo? Empleando la prudencia y el tacto
que siempre me ha caracterizado, llegando al punto de compartir con los aborígenes, sus
usanzas, costumbres y alimentos, siendo tradición de sus razas.
“El queso exquisito y preparado de la leche de gata” complementan
imprescindiblemente con excremento del mico. No son inciertos los episodios que narro
en mis aventuras y menos vertido de mis imaginaciones teóricas, son exactamente
experiencias vividas o sufridas en carne propia, por ello he querido dar a conocer ritos y
costumbres que muchos desconocen. Por ello no dejo de insistir que debido a la
injusticia; es el tema especifico de la obra en cuestión. Es un S.O.S. para que con ojos de
alerta, no se dejen caer por la ceguedad de la ignorancia y alcancen el tesoro de la
sabiduría. Es inefable pues, expresar lo preciado en el sentido moral de la obra que va a
ser el estallido espantoso que atenderá y todas las quejas de los OPRIMIDOS, por el
derecho a la libertad y el anhelo de vivir. Puede tal vez parecerle casual al referirme al
inmortal HENRRY CHARIERE, él celebre y perseguido PAPILLON, aquel fugitivo
permanente y quién llevara a cuestas el peso tortuoso de angustiosas tragedias en
prisión. Este prisionero buscaba a todo trance e incansablemente la evasión del encierro
y soñaba con un gran porvenir fuera del martirio del cautiverio. En cuanto a
autenticidad de este escritor de LOS OPRIMIDOS, se reflejan muchas semejanzas de
diversas odiseas similares a las del célebre PAPILLON, pero en senderos de burlar a sus
custodios para huir de la prisión. ¡No, mi intención es la de liberarme del abominable
martirio de la INJUSTICIA, sembradas en las pútridas conciencias de juzgadores
deshonestos que juegan caprichosamente con la LIBERTAD de personas inermes y
maniatados! Es para mi satisfacción y me embebe, el poder transmitir la experiencia
vivida, el conocimiento adquirido y darles a conocer a las nuevas generaciones esta
valiosa información, intentando introducir al sentimiento humano, la importancia y la
valía en este texto, el Potosí de ideas que han sido escritas con SANGRE... Y QUIEN
ESCRIBE CON SANGRE ESTA DICIENDO LA VERDAD... Habrá de llegar el día.
¡No muy lejano! ¡Para que todos veamos brillar la JUSTICIA, por que un JUZGADOR
CON IMPARCIALIDAD, vendrá para hacer la VERDADERA JUSTICIA DIVINA Y
LIBERTAD A LOS OPRIMIDOS!

REFLEXIONES DEL AUTOR

BOGOTÁ D.E. FEBRERO DE 1.986

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PARTE I
CAPITULO I

Bajo el misterio de mi sino, todo destino es un camino que nos conduce a un lugar
donde algo puede suceder. Casi nadie puede creer las historias que los demás narran,
relato de experiencias vividas a través de su pasado. Y aunque muchos tienen tendencias
y siguen ese famoso adagio de “hasta no ver no creer”, mis narraciones fueron vividas
en carne propia. De allí que este narrador, puede asegurar personalmente que la
totalidad de esta obra son vivencias escritas con SANGRE, convirtiéndose en un
maremagno caudaloso de ideas. Pero sobre todo, mi mayor interés es divulgar ante
aquellos que desconocen el dolor que padecen seres humanos, los sufrimientos de
quienes se encuentran tras las rejas cual si fueran fieras salvajes. En adelante con
franqueza moderada y discreta, sin zaherencia ni vejámenes que mortifiquen el amor
propio y los sentimientos del lector, les narraré a granel un compendio de
acontecimientos acaecidos en este pequeño mundo, ya sea en lo grande como en lo
pequeño, en lo alegre o en lo doloroso, en lo humano o en lo divino, en lo trágico o en lo
risible. Y lo sucedido en múltiples facetas del diario acontecer tras los muros de
cualquier prisión, sin excepción alguna. Quiero empezar contándoles que me llamo Elí
Sales... Bueno, no realmente; lo cierto es que mi verdadero nombre es Eliécer Sales, no
obstante me haya sido imposible salir de este encierro. Pero siendo yo muy pequeño, mis
compañeritos, tal vez por una gracia de cordialidad y determinación unánime,
decidieron desposeer mi gracia de dos vocales y dos consonantes, las últimas cuatro
letras, a las que a mí también me parecieron inútiles desde todo punto de vista. Por
aquel entonces, yo mismo me dispuse a borrarlas del todo, sepultándolas para siempre y
cubriéndolas con el epitafio que dice “Aquí yacen cuatro letras que murieron un nueve
de Abril de 1958 con décimo aniversario de la muerte de Gaitan”. Fueron sepultadas en
vida en un sepulcro y olvidadas para siempre por su inutilidad. Hoy en día todas mis
amistades me conocen con el diminutivo de mi nombre, Elí. Para aquel entonces era
consciente, con lo cual podía entender que esta mutilación de letras, no deformaba en lo
más mínimo mi personalidad, sino que por el contrario la había definido completándola
ostensiblemente, puesto que Elí me caracteriza desde todo punto de vista, legal y
civilmente. Por que conserva en toda su esencia mi propio nombre, viéndolo desde ese
ángulo. Analizando las cosas por otra parte, Elí ha venido a elevar encogidamente la
vulgaridad de la pronunciación de Eliécer. En mi concepto, este es un nombre algo
sofisticado, bien de caudillo o de patricio, no puedo considerarme identificado con
ninguno de los dos. Lo máximo que puedo aspirar o que se aproxime a mis autenticas
disposiciones, es precisamente ese denominativo nombre o sea Elí. ¿Por que?
Sencillamente, porque para mí tiene dos significados
¡ O es el alias de un
revolucionario o el de un simple prisionero! Pero eso sí, eminentemente Colombiano. De
manera que, siendo esta la forma más acertada y común para identificarme tanto legal
como correctamente, viene a ser a la vez mi bandera de guerra y mi medio de
defenderme. Siempre que alguien me llama Elí, es como si acabara de conquistar el más
codiciado trofeo y me hace sentir grande como el mejor de los deportistas cuando
compitiendo le otorgan el máximo galardón en el ejercicio de su profesión... Es como
estar en lo más alto del pódiun en una premiación. Pero Eliécer... Significa todo lo
contrario, porque viene a ser un nombre como para inscribirse en un puesto de
zonificación para elecciones de mitaca o presidenciales, tal vez para hacer colas en las

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notarias para obtener el registro civil, en su defecto para integrar las listas de un censo
de población. Ese un nombre pues, como para permanecer en las interminables colas
para cancelar las mensualidades por concepto de los servicios públicos, tributos, catastro
o reclamar formularios en el I.C.T. para ganarse esa lotería de obtener casa sin cuota
inicial. Lo que no suele ocurrir con en nombre de Elí, porque significa todo lo contrario
por ser un nombre conspicuo, de intelectuales, genios o letrados, como solía describirse
anteriormente, cuando era necesario identificar a esas personas superdotadas y muy
destacadas en el campo de la actividad intelectual o simplemente para mencionar a esos
destacados escritores. Ese diminutivo de Elí, vendría pues, a ser un seudónimo desde
todo punto de vista excelente para escribir crónica, poemas, canciones, dramas, obras de
teatro y hasta novelas, ¿por qué no? Un día cualquiera como son todos los días en este
infierno oscuro de la prisión, un amigo como pocos que se pueden conseguir en estos
lares, a quién todos llamamos cariñosamente y por respeto, Mecié Dubá, me comenta:
-- Pienso que usted hizo muy bien en haberse recortado su nombre. Porqué... verá usted,
Eliécer, es en mi concepto una “chapa” de decaimientos múltiples de gran popularidad
hispanoamericana. No sucediendo lo mismo con Elí, por ser un nombre de henchido
misticismo y simetría eslava. Con mis escasos conocimientos, en toda la historia de la
prisión, como en la de los romanos, todos sus héroes se han llamado Eliécer, en la
historia colombiana, este nombre marcó un hito desde el nueve de Abril de 1948. Puedo
asegurarle que ha sido una de las cosas buenas hechas por usted en toda la trayectoria
de su vida, eso de haberse recortado su “chapa” ¡Créame, se lo digo como su mejor
amigo que me considero y le he demostrado ser!
Pienso que han sido estas palabras, expresadas con gran sinceridad, en un momento
tan oportuno, las que me hicieron reflexionar y razonar con aplomo. Entonces me dije
así mismo:
-- ¡No es posible, tú... Elí Sales! No eres, ni puedes ser del todo latino. Es muy posible
que por tus venas circule un cincuenta por ciento de esa sangre... Entonces debes ser
latinizado por fuerzas mayores o, tal vez, por un accidente de expoliación. ¿Qué puedes
tú saber de eso? De lo que sí debes, ser consciente ahora, es que Elí habrá de ser el
nombre que te servirá para defenderte de esas cadenas, desde la eternidad vienen
enyuntadas muchas generaciones mediante adopción de nombres y extendiéndose a
medida que se agrega eslabón por eslabón. No te has dado cuenta que la sola
pronunciación, rígida y aguda, como la voz de alerta militar, ¡no sólo vienes a ser tú
apodo sino que también es tu propio nombre, del que tienes que sentirte orgulloso!
Debes entender que esta dualidad te liberará excepcionalmente de todas esas inusitadas
limitaciones tradicionales, persistentes aún en el espíritu de todas las clases sociales de
la raza humana, como también de las costumbres de un pueblo que por milenios ha
venido transitando por los senderos de todas esas tradiciones. Piénsalo bien, podrás
comprender que eso te transformará en lo que realmente has debido hacer desde cuando
entre en uso de razón: una brizna insignificante; pero altamente sustancia en tú cuota
de participación en la existencia de la raza a la cual perteneces. ¡Tienes que sentar
cabeza, no importa que te encuentres en la prisión! Solo piensa que el hecho de ser
prisionero no te excluye de pertenecer al genero humano, pero sí, te encuentras del lado
de los OPRIMIDOS, ¡y tienes que hacer mucho contra la injusticia! Amigo lector, como
bien debes entender, sí está mencionando prisión, prisioneros, OPRIMIDOS, eslabones,
cadenas e injusticia, ese habrá de ser el tema primordial del que tratare en su mayor
parte de la extensión de esta obra. Algunos, con seguridad, no podrán estar de acuerdo;
pero muy posiblemente ese puede ser el secreto de mi complacencia. En cuanto a mi

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nombre, esta determinación, de la que soy consciente es un tanto infantil por parte de
mis padres, quienes me bautizaron aún sin tener yo uso de razón, de donde se entiende
que no podía opinar ni escoger mi propio nombre. Sin lugar a dudas, Eliécer fue el
nombre que me impuso mis progenitores y no se puede descartar el hecho de que la
misma ley corroboró esa imposición de una prolongada tradición familiar, cultural,
política y, por qué no decirlo también religiosa, por herencia de todos mis ancestros.
Caprichosa, impositiva e imponente, fue la decisión de ellos, como el fanatismo de
cualquier religión. Más aquí, en medio de mi humilde modo de razonar, he sacado en
conclusión que Elí debe ser el nombre con el cual en adelante podré violar todas las
leyes habidas y por haber, me burlare hasta la saciedad de todas ellas. En lo futuro, esa
habrá de ser mi “chapa”, la misma que me impuso mis amistades de infancia y con la
cual me siento en un Potosí de LIBERTAD.
Para hablar con más claridad, esto significa, para mí, tanto como encontrarme
completamente libre de las prisiones espirituales. Hablando con toda sinceridad, Elí es
la única manera que me resta de continuar siendo un hombre verdaderamente libre; a
pesar de encontrarme tras las rejas. Hoy puedo recordar que cuando hacia parte de esa
sociedad que se autodenomina libre, quienes lo único que son es libertinos, antes que me
trajeran a la prisión, todas estas cosas eran para mi poco menos que nada. Ahora puedo
darme cuenta que antes el régimen de la libre elección y ese “cambio con equidad” ¡qué
importa llamarse de un modo o de otro, si eso da igual! En estas circunstancias, está
pues hasta permitido el estigma bastardo, pero a la vez hermoso, consistente en carecer
de un nombre o encumbrado apellido. ¿Eso qué puede importarnos?
Debemos dar gracias a Dios por contar con suerte de comprender, con entereza, que
pertenecemos y somos seres humanos, por cuanto todo lo demás son cosas que nos están
sobrando. Aunque estos casos son excepcionales, aquí en la prisión es donde
verdaderamente he venido a despertar, digo esto porque me estoy palpando el cuerpo y
esculcando el alma, como también he venido a descubrir esa convexidad remanente del
origen de mi verdadero nombre que en mi caso particular ya es demasiado. En la
prisión, he renunciado a todo cuanto rodeaba anteriormente, menos a una convicción
que aún sobrevive en lo más recóndito de mi consciencia y es que todavía tengo rasgos
de ser un hombre. Un hombre que a pesar de tenerme impedido tras las rejas: ahora me
considero con más libertad que antes, sin importarme que en mi pecho porte la
marquilla de un enorme número perteneciente a la reseña de tal o cual prisión. ¡No
puede preocuparme en lo más mínimo el que me hayan marcado cual si fuese un
semoviente, puesto que poseo mi último boleto de salvación, porque aunque nadie lo
crea y a pesar de todo, cuento con ese refugio íntimo a más de personal que representa
mi nombre! Esto me permite preservar la certidumbre y la convicción de que sigo siendo
un miembro de la sociedad, aunque aislado de ella, que soy descendiente de la raza
humana, pertenezco a los mismos que me trajeron a esta podredumbre del cautiverio de
la prisión.
No encuentro explicación alguna al por qué he tomado la determinación de plasmar
estas vivencias. Con la más profunda sencillez del mundo y sin tener el más efímero
propósito de usufructos literarios, concretamente ayer, de repente resulté escribiéndolo
como quién se dirige todas las noches a su lecho a descansar de una larga y fatigosa
jornada. Por lo que estoy viendo, esto se volverá una rutina o costumbre porque hoy me
sentí con más entusiasmo para narrar, que el día de ayer cuando comencé. Al cumplir
siete años en la prisión, tal vez el hito sombrío de este aniversario explique la razón
inconsciente que me esta conduciendo, incitando a emprender esta ardua tarea de
realizar mi primera obra en el compendio campo de la literatura. No entiendo si pueda
ser una coincidencia, pero precisamente ayer me encontraba cumpliendo siete lentos y

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escabrosos años de permanencia tras los muros de la prisión. En cierto modo, me
resulta imposible abandonar esta copiosa tarea que me propuesto culminar como sea y
por encima de lo que sea, después de haber bebido ese trago amargo del sufrimiento y el
dolor. El anchuroso mar de mis pensamientos no deja de golpear con sus olas
enfurecidas, porque no resiste por más tiempo ese cuerpo muerto y quiere eructarlo para
exhibirlo en la playa. Es como un volcán en erupción que le es imposible resistir por un
minuto más su lava y sólo desea vomitar lo que contiene su henchido interior que
taladra sin cesar... esa onerosa carga de angustia que un ser puede sentir en carne
propia.
Para llevar a cabo esta labranza que me estoy proponiendo, sólo dispongo de un
pedazo de lápiz y unas cuantas hojas de papel copia, las cuales ha sido tan amable
regalarme otro amigo llamado Gustavo Andrade. El problema prioritario lo constituye
la dificultad que representa sacarle punta a mi herramienta de trabajo, el pedazo de
lápiz. Para tal efecto, tengo que ingeniármelas utilizando el piso rústico o valerme de los
servicios de un guardián quién no da muestras de mucha disposición en cuanto a
colaborarme en mi idea de hacer conocer públicamente lo ignorado por muchos. Me
tocará pues, que circunscribir mi inspiración al mismo ámbito de la propia voluntad y de
deseo de colaboración de este señor guardián. En fin, en un sitio como la prisión, si se
desea progresar en cualquier campo, hay que ser recursivo. Por ejemplo, en mi caso,
todo radica de un pedazo de lápiz con buena punta para poder escribir sin
complicaciones, esta es la razón por la cual estoy sufriendo.
Desde mucho tiempo atrás, me acosaba la inquietud de escribir, expresar ese ígneo
centro de energías que he fecundado con ahínco dentro de mi ser. Pero no podía
encontrar la manera de hacerlo... Desde muchos meses atrás venia tratando o por lo
menos intentándolo, pero no lograba enfocar la manera viable o la más apropiada de
acomodar y así manifestar mis pensamientos, poner en orden mis ideas, experiencias y
recuerdos. Espontáneamente, he logrado hacer algunos versos, requiriendo estos de un
don de profecía cósmica, de lo cual quiero reconocer que no poseo esa gran idea.
Estaría engañándome yo mismo, si les dijera que soy un novelista. Como es bien sabido,
la novela es un espejismo de lo real; un sendero que conduce siempre por los momentos
risibles de la vida. Nunca acaba ni conlleva por los vericuetos dolorosos y trágicos,
porque la realidad es la realidad. Algunos filósofos han sostenido que la
Novela es como un espejo en el camino. Respeto esa tesis, pero no la puedo compartir.
En mi condición de prisionero, no puedo ver por ningún lado, caminos que puedan
conducirnos a ninguna parte; si podrán haber algunos espejos, pero el único camino
que conduce a la libertad es muy restringido. En mi sombrío concepto diría que esto
puede ser una autentica obra de teatro, porque tiene mucha semejanza, pero tengo mis
razones para asegurar que el teatro plagia grotescamente los acontecimientos reales.
Por eso el teatro no deja de producirme aún más horror que encarar los sufrimientos de
la misma vida. ¡Tampoco son mis memorias! Porque aún cuento con algo de vergüenza
para ponerme hablar de esto. Hablando con la más completa sinceridad, las memorias
se constituyen en una autovenganza de la vida, algo así como si uno mismo se suicidara.
Con relación a este sistema o modalidad, es mejor dejárselo a los expresidentes en
declínío, darles la oportunidad a unas cuantas damas de la alta sociedad a quienes les
encanta coquetear escribiendo esas tonterías y se enorgullecen llamándolas sus
“memorias”. En mi concepto los ensayos continúan siendo un enigma, por eso se
encuentran dentro de las tantas cosas que detesto en la vida, esto no deja de ser más que
filosofía periodística, algo tan comparable a ser y no ser, como dice un célebre
personaje: “ sin querer queriendo”, del cual su más fiel admirador.

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Me causan risa todas estas cosas, ¡me lleva el diablo!, Me digo a mí mismo, pero hay
una voz interior que no cesa en decirme: ¡no hay quién pueda vencerte, debes ser tú
quién te lleves al diablo!, Piensa en tú LIBERTAD. Respetando el concepto de los
demás, lo que me parece más acertado, puede ser la crónica, aún cuando me siento más
identificado con esta última en lugar de cualquier otro medio existente, en esto no puedo
arrepentirme en un futuro, aunque también soy consciente de la realidad, porque la
crónica esta tan desacreditada como los medios antes mencionados. Pero de todos
modos, este parece ser el sistema de manifestarse con un poco de honestidad ante todos
los demás y expresar así lo que se siente y lo que se piensa. Pero ¿por qué? Se
preguntaran ustedes. Simplemente porque en la crónica, desde un comienzo, el lector
puede darse cuenta que nos es completamente sincera y que existen algunas cosas
argumentadas, pero tampoco es un presagio; como acontece como en las canciones de
amor o en los poemas. Ni siquiera puede acercarse a un acto de locura como en las
novelas, ni los trucos de las telenovelas. En este caso, no hay la más mínima intención
de crear verdades falsas como suele suceder en las obras teatrales. Mucho menos puede
tener un maquillador que afee o embellezca los rostros, lo que acontece con quienes
escriben sus memorias. No puedo posar de engreído ante nadie, por lo pedante y
engorroso, además de fatigante como vienen a resultar los ensayos, trátese de los que
fuere. Sin embargo, no engañaría al lector, sino a mí mismo, si tratara de ignorar que
tiene mucho de cada uno de los ingredientes y sustancias químicas de todos esos estilos
que he mencionado. Puede ser en lo más o en lo menos, en lo bueno o en lo malo, en lo
turbio o en lo visible. Pero también puedo asegurar que toda su participación, es en
dosis muy insignificantes. Teniendo pleno conocimiento y convencimiento de todos esos
defectos, he optado por elegir de entre todos estos sistemas por así decirlo. Mi escogencia
es la crónica porque, a mi modesto entender, es esta la forma menos ofensiva de por lo
menos intentar engañar pero piadosamente al prójimo.
Por otra parte, como mi principal campo de acción habrá de ser muy reducido aquí en
la prisión, además siendo esta tan verídica como falsa al unísono pudiéramos decir que
tiene mucha similitud con la misma literatura. Esto me conduce a suponer que la
crónica es entonces en su orden, por así decirlo, el método por excelencia y
especialmente adecuado para quienes deseamos ser o incursionar al gremio de
escritores, pero en mi caso particular con limitaciones de prisionero. Por lo menos, en
mi concepto, no me exige ni requiero de una completa dedicación. Y quién utiliza este
medio, ni tiene que andar rompiéndose la cabeza pensando, ni nada por el estilo, sino
que podemos ir llenando poco a poco, espacio por espacio, las márgenes y líneas de cada
hoja que se van hinchando con cada palabra que se escribe, todo lo demás viene
fluyendo con lo que vemos y vivimos en medio de este encierro, la soledad y el silencio.
No impone carreras ni peligro como sucede en el periodismo informativo. No, esto seria
inaudito, puesto que en la prisión no existen pistas de carrera. Es una ironía pretender
hacerlo porque para donde corras, sólo encuentras rejas, cadenas y candados que te
impiden el paso, de modo que resulta imposible tratar de correr. Por todo lo anterior y a
mi modo de ver las cosas, pienso que la crónica puede ser el medio más apropiado de
narrar, para quienes como yo dando los primeros pasos en cuestiones literarias. Me
atrevo a comparar la crónica con una cámara filmadora para imágenes de televisión,
donde el camarógrafo va recorriendo y recibiendo imágenes, que después acomoda a su
antojo, para ser mostradas a conveniencia al través de los receptores. Es algo muy
parecido a las anotaciones cotidianas en los libros de contabilidad de un comerciante, a
la fotografía instantánea de un fotógrafo ambulante, a la pubertad lírica de una chica
adolescente, a la mordaz contabilidad de un vagabundo hambriento. La crónica es algo

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sencillo y fácil, que muchos aún no teniendo el alma de prisionero, la pueden escribir
como unos pasatiempos.
Ya llevo escribiendo un largo rato, a estas alturas, la punta del pedazo de lápiz no
escribe, sino que rompe el papel. Por ser tarde en la noche, no puedo gritar para llamar
al guardián, quién se encuentra a una considerable distancia de la celda en la cual
estoy. Es entonces cuando me toca acudir al piso para tratar de sacarle punta al lápiz.
Mecié Dubá, quien duerme en la misma celda donde me encuentro, se despoja de sus
ropas. Se prepara para dormir únicamente con sus interiores. En paños menores, parece
ser más notorio en su rostro la falta de un ojo, en su vientre muestra un hermoso
tatuaje que imita a la perfección, el estuche de una navaja automática. Y en esa misma
parte hay unas cuantas olas a causa de su gordura, son una especie de olas marinas que
ocultan o muestran aquel tatuaje si así él lo requiere y a voluntad propia con su
respiración, como si se tratara de la barriga de un muñeco mecánico que ha sido
programado para ejecutar tal labor. Es un tío muy gracioso este Mecié Dubá.
Siempre he sentido curiosidad, admiración por este tatuaje, no por el tatuaje en sí,
sino por el sitio donde lo tiene, como es el vientre de este viejo misterioso. Por lo general,
quien se hace esta clase de dibujos siempre escoge los lugares visibles de su cuerpo para
exhibirlos, el pecho, los brazos vienen a ser los más predilectos y preferidos para esta
clase de grabados epidérmicos. Al observarme luchando con el lápiz para tratar de
sacarle punta sobre el piso, como si estuviera afilando un “chuzo”, Mecié Dubá se pasa
la mano por el tatuaje con una fría tranquilidad, con mucha parsimonia. Entonces ante
mis ojos acontece algo increíble e inaudito, lo estoy viendo pero me resulta imposible
creerlo. Con esa paciencia que lo caracteriza y una inigualable seguridad, como quien
se quita el reloj de pulso para meterse a la ducha. Mecié Dubá se levanta una de esas
olas de grasa, en el mismo sitio donde tiene el tatuaje dibujado. Extrae algo que tiene
envuelto en una tela plástica y la desata. Es una navaja automática cerrada, de
inmediato la deposita en mis manos. Realmente es un arma, tan real como saber que
también estoy allí. Lleno de curiosidad, miro una y otra vez este artefacto que ahora
reposa en mi mano derecha, como también reparo de arriba hacia bajo a Mecié Dubá.
Es precisamente en este momento cuando me doy cuenta que en efecto, lo que mi
compañero me esta revelando, no es simple y llanamente un dibujo en su vientre, menos
que el tatuaje le tiene por exhibirlo en su piel, sino que es una enorme caleta secreta,
una especie de estuche en su estomago, muy similar a la bolsa de un canguro, solo que
no la utiliza para la protección de su prole sino para guardar su arma, ocultándola de la
vista de los guardianes, en lo más profundo de su humanidad.
Es algo muy parecido a una repisa en su vientre que utiliza para proteger su navaja
automática.
Después de guardada el arma y puesta en orden las olas de grasa, adquiere el completo
estilo de un tatuaje sin lugar a dudas. Es una perfecta obra de incrustación, un objeto
cortopunzante muy bien mimetizado en el cuerpo de este viejo zorro. Resultaría
completamente imposible tal vez que un odontólogo pudiera hacer con una muela, una
obra de arte tan perfecta como la que Mecié Dubá en su estómago.
-- Fue hecho en Medellín. Reafirma Mecié Dubá. Más adelante tendré el placer de
explicarle el procedimiento a seguir. Eso si le advierto. No lo podrá hacer usted mismo.
Me lo práctico un eminente cirujano antioqueño.
Mientras me dice esto, sonríe pícaramente y con toda vanidad. Le oprimo el pistilo a
la automática y al pedazo de lápiz que tengo en la mano izquierda, comienzo a sacarle
punta.

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--¿Jamás lo han descubierto? Le pregunto.
-- Ni podrán descubrirme mientras no me levanten esto. Asiente Mecié Dubá. Un
“tombo” le esculca todo a un prisionero, pero jamás se han atrevido a tocar mi barriga.
Ellos únicamente les tocan la barriga a sus mujeres, eso los que la tienen.

CAPITULO II

Una mañana me encontraba aún acostado en mi catre, cuando apenas abro mis ojos,
percibo el trajín constante, conocido y asta ya familiar. Dirijo la mirada hacia el suelo,
con dirección hacia las baldosas que a fuerza de no ser lavadas han perdido su brillo
original de color rojizo o tal vez se deba a los muchos años de funcionamiento. De bajo
de mi catre, están mis zapatos. Puedo notar algo raro en ellos, antes de descubrir cual
era la razón o causa secreta, una especie de energía desconocida que los impulsaba a
movilizarse por si solos, transcurriendo de tal modo una temporada que puedo
considerar la más feliz de mis días en prisión, si es que así se puede decir de estos siete
años que he permanecido en confinamiento. El estúpido letargo del encierro se rompió
por un largo tiempo con la perspectiva luminosa tal vez de un milagro inesperado. Mis
zapatos que caminaban por si solos representaban para mí el camino hacia el sueño y la
fantasía. Esto fue lo me invito a soñar como los poetas, a soñar con la anhelada libertad,
el halago de una vaga ilusión, en fin, escaparme de todo aquello que la prisión me
estaba robando. Todo esto encierra un gran misterio para mí, pero de igual forma,
vuelvo a ser un hombre en el sentido de la palabra, no un hombre cualquiera, ni
siquiera un hombre prisionero, sino un ser con dotaciones especiales, extasiado por lo
inexplicable, por lo desconocido y misterioso, de esta maravilla que me obnubila del hilo
de la fantasía y la ilusión, mi encerrada imaginación.
Día a día, mañana tras mañana, es repetido este mismo acto cual se tratara de una
labor cotidiana. El despertar, como si al instante de abandonar el sueño me estuviese
comunicando por vía satélite con mis zapatos. Automáticamente, como si se tratara de
unos robots, mis zapatos comienzan a desplazarse por debajo de mi catre, en general por
toda la celda. Cuando estos se detienen, los ratones asoman sus trompas rojas y
humedecidas, sus bocas pobladas de unos infantiles dientesillo y con mucha comicidad y
picardía, se quedan observándome con cierta burla irónicamente humana, de un salto y
chillando, como si se burlaran también de Mecié Dubá, se esconden por una cavidad
que hay en el piso de la celda por la cual se dirigen al túnel que los lleva hasta el fortín
del basurero que se encuentra afuera en la libertad, donde obtienen sus alimentos. Entre
todos los prisioneros que compartimos el pasillo, algo más de veinte, hablemos cuatro
que somos muy unidos y prácticamente permanecemos todo el día en la misma celda.
Uno es Jairo Castillo, quién le tiene un gran pavor a los roedores, Jairo siente como una
especie de sensibilidad por estos animalitos, tal vez lo que siente son selos con los
ratones. Gustavo Andrade es todo lo contrario al igual que yo, porque él se ha dado a la
penosa tarea de domesticarlos con toda la paciencia del caso.
Recuerdo que una tarde, después de regresar de la calle, adonde lo habían para unas
diligencias judiciales, Mecié Dubá, no sé de donde saco unas cadenas que tenía en sus
bolsillos, muy parecidas a las que se usan para encadenar a los perros, pero mucho más

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delgadas y finas, de menor peso lógicamente, muy similares a las que usan las personas
en sus cuellos en las cuales portan enormes medallas.
--¿Que significa eso? Le pregunta Gustavo.
A lo que él le responde:
-- En lenguaje común y corriente, es un símbolo de capitalismo opresor y de la tiranía,
entrelazados por medio de eslabones de plata o cualquier metal del que estén elaboradas.
Dicho en otras palabras, significa exactamente plutocracia en cadenas, que viene a ser
prisión.

-- ¿Qué dise? Intuye Gustavo.
-- Si no ha entendido en ese lenguaje se lo diré de otra manera: son lo que significan, en
lenguaje marxista, clara y sencillamente, una cadena metálica, que bien pueden ser de
plata o de oro, lo que se necesita en nuestro hermoso planeta tierra para poder ser
personas de bien y respetados por todo el mundo.
-- ¿Cómo pudo introducirlas a la prisión burlando la vigilancia de los guardianes, sin
que lo descubrieran?
-- Me toco valerme de los milagros de “San billete”.
--¿Qué quiere decir con eso de los milagros de “San billete”?
-- Como se ve que usted es muy sano... Los milagros de san billete consisten en la obra
que el dinero hace en que los guardianes se vuelvan mudos, ciegos y sordos, por lo tanto
no pueden ver nada.
-- ¿Oiga Mecié Dubá lo que no puedo entender es: Para qué quiere usted esas cadenas?
-- Tranquilo, no vaya a pensar que son para encadenarme, las he conseguido con el solo
propósito de colocárselas a sus mascotas.
-- ¿No me diga que va usted a domesticarlos?
-- Bueno, pues es... Como le pudiera explicar hombre. Mire póngale atención a lo que le
voy a decir. En los Estados Unidos, precisamente un prisionero como yo y como usted,
se convirtió en un hombre muy famoso, no puedo recordar en estos momentos su
nombre; pero sé que se apellida Stroud, ¿con qué piensa usted que logró esto? Pues vea
le cuento, este prisionero se dio a la tarea de domesticar y enseñarles a los canarios a
cantar, dentro de la misma celda de la prisión, se dio a la tarea de hacer conocer a esas
diminutas maravillas como símbolo de la libertad, cuando este norteamericano era un
prisionero, no paraba de soñar en recobrar su libertad para establecerse en un
empresario de canarios en una pequeña granja, donde se convertiría para desempeñar el
oficio de guardián de estos pobres e indefensos pajaritos. No vaya a pensar que sueño
despierto, ni que pinto castillos en el aire... No, no es que yo esté pensando volar tan alto
como este prisionero al que me estoy refiriendo. Sé perfectamente donde estoy parado.

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Mi énfasis en amaestrar a las ratas es porque me parecen un símbolo apropiado de la
prisión para los reclusos, a quienes los llegaré a vender cuando los tengamos
domesticados. ¡Cómo se verán de hermosos, observarlos paseándolos encadenados, a
semejanza de quién saca su can de raza sofisticada por uno de los barrios del norte de
Bogotá! En lo que a mí respecta, el descubrimiento de las travesuras de estos increíbles
animalitos, los graciosos roedores, deshizo totalmente el milagro tan anhelado por mí.
Por un largo tiempo me fue imposible dejar de meditar que detrás de todo este misterio y
a la sombra de cada persona, puede existir la constante de un ratón que salta y se oculta
con gran rapidez en tono burlesco y misterioso.
Desaparecido este misterio y al reaparecer los ratones, fue como logré descubrir sin
dificultad ni tropiezos, por qué desde el primer momento me sentí identificado
totalmente con los roedores y ellos plenamente de acuerdo conmigo. Estos animalitos
que viven en el encierro y despreciados por casi todo el mundo, cuentan con muy pocos
que les demuestren la ternura, la comprensión y el cariño. En cierto modo, ellos se
encuentran en exactas condiciones a las mías. Son perseguidos por todo el mundo,
desde el gato en adelante. En la zoología social, no puede ser para menos encontrarme
de su parte. Mi solidaridad con ellos tal vez se deba a una prevención, por simple razón
de que en la historia de la humanidad han sido perseguidos como lo he sido en la
historia de mi vida. Tenemos un vinculo recóndito, tanto ellos como yo, pertenecemos al
mismo grupo de los que huimos por temor a caer en trampas... Se sobreentiende que
pertenecemos a la misma especie de los que nos toca huir por temor a ser cazados o
puede ser que hagamos parte de esas razas odiadas, de las que no tienen ni siquiera el
consagrado derecho de vivir y a las cuales todo el mundo extinguiría.
Tratando de no asustarlos, permanezco en silencio y solo me levanto cuando los
ratones han desaparecido. Eso sí, es muy temprano, puesto que no se nota aún la
claridad del día ni se siente ningún movimiento habitual en la prisión en estas primeras
horas. Al calzarme los zapatos, efectivamente puedo comprobar que aún están calientes
en su interior, pero es un calor de un cuerpo vivo, que a permanecido dentro y acaba de
abandonar lo que les ha servido de lecho. En absoluto, siento recelos ni algo parecido,
aunque Jairo solo hace comentarios que los roedores son muy asquerosos, que son
infecciosos, tan contaminantes como la misma loza donde come el leproso o un tísico.
Esto me lleva a discernir en algo más profundo, en mi concepto, al menos encuentro un
hecho sobresaliente en la propia existencia de los ratones, con características de
peculiaridad exclusiva en ellos.
Durante el día, mantengo puestos mis zapatos, como bien sabido es, desde que fueron
inventados fue para portarlos en los pies. Tengo que decir que de día los zapatos no
existen para mí, porque estos vienen ser parte de mí mismo. Afortunadamente, paso
desapercibido para ellos mientras los mantengo puestos.
Como es obvio, en todas las celdas del pasillo hay muchos zapatos aún mejores que los
míos, entre ellos los de Jairo Castillo, quién emplea todo su tiempo libre en fumar
cigarrillos (piel roja) tomar tinto y brillar sus zapatos. Los lustra constantemente, hasta
dejarlos como un espejo, deslumbrantes de brillo. Bueno, lo raro y sorprendente para mi
no consiste en que él los lustre continua y diariamente, lo que me sorprende de todo esto,
es jamás se los veo puestos, ya que siempre se mantiene con un par de cotizas, o sea lo
que llaman “alpargatas” y así pasa todo el día hasta por la noche, cuando rendido,
cansado de embolar los zapatos, se despoja de las alpargatas quedándose profundamente
dormido, cansado como un marrano gordo.
Pero estos ratones son tan sofisticados que no se les ha ocurrido jamás elegir los
higiénicos y brillantes zapatos de Jairo Castillo, sino precisamente que vengan a preferir

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los deteriorados y sucios zapatos míos, por que ni siquiera me tomo la molestia de
limpiarlos, mucho menos enbetunarlos. Me atrevo a pensar sin temor a equivocarme,
que sus preferencias por mis calzados, tal vez se deba al descuido proletario en que les
mantengo, que le viene a dar un aspecto comparable al basurero. Precisamente pienso
que por esto les encantan mis antihigiénicos zapatos. Bueno, de todas maneras, parece
ser que odiaran los relucientes zapatos de Jairo Castillo, quién todas las noches, los
acomoda con cierto escepticismo, debajo de su catre. Aún que los ratones visitan con
frecuencia su celda todas las noches, nunca han escogido los zapatos de Jairo para
dormir, como lo hacen con los míos. Pienso que su manera especial de acomodarlos,
lleva la esperanza no confesada de que los ratones pudieran llenarle los zapatos alguna
vez con el enternecedor y acariciante calor de sus cuerpecitos, en las frías noches
bogotanas. Lo que sí me atrevo asegurar es que el desprecio de los roedores por los
zapatos de Jairo Castillo, leo mantienen más que humillado día tras día, para él sus
zapatos, vienen a representar el conducto por donde fluye la tan anhelada libertad. Son
el milagro que tanto le pedido a la Virgen de las Mercedes, que un día habrá de sacar lo
de la prisión en el mismo tren que lo trajo a esta estación, sin el pago de ningún boleto.
Los lustra tanto y con tal exaltación, que da la impresión de ver reflejada la libertad en
el brillo de sus zapatos. Tengo la certeza de que Jairo no puede perdonarle a los ratones
ese desprecio que demuestran por sus impecables calzados, a los que les dedica todo el
tiempo para consevarlos rutilantes y muy bien cuidados.
A esta altura, del pedazo de lápiz no me queda sino un recortico, el cual me es
imposible agarrar. Afortunadamente, ayer por la tarde Gustavo me prestó un bolígrafo
muy fino, pero con la condición de que no escriba demasiado y le pueda gastar la tinta.
Le doy mi palabra de que no será por mucho tiempo, sino mientras puedo obtener otro
lápiz. También me toco prometerle que seré muy breve en todos mis escritos.

CAPITULO III

Nuevamente me encuentro al albor, en el mismo rincón donde un ensayo frustrado de
pared ha permitido dar lugar para que se coloque en ese sitio un galón plástico, donde
nos acaban de almacenar el agua, algunos otros recipientes destinados a la misma
labor. En sus celdas, los demás compañeros del pasillo duermen todavía. Aunque unas
enormes ventanas, enrejadas con unos enormes barrotes de hierro por los cuales se
divisa el patio, disipan con aire un poco la excesiva fetidez de nuestro encerrado sueño,
en el pasillo se respiran las peores atmósferas de las profundidades terrestres que nos
describe la geofísica. Aunque en cierto modo, sin embargo estas celdas no constituyen
una desgracia deformante, como en el caso de los calabozos de ésta y todas las prisiones
que yo mismo he visto y en donde fui muchas veces, no como prisionero pagando un
castigo, sino como hijo del director de un penal y quién ejercía la tiranía y la crueldad
en aquel inhumano lugar.
Después de bañarme, me doy a la tarea de comenzar a regar el jardín, lo que
caprichosamente llamamos así. Todos los que convivimos en el pasillo, hemos optado
por darle este denominativo, pero en realidad el tal jardín sólo lo constituye un rústico
florero con rosas artificiales que siempre dan la impresión de ser y estar vivas, pero sólo
son flores sintéticas. Se trata pues de esas cosas predestinadas a la inmortalidad, porque
no podrán morir jamás. De lo único que no me he podido enterar nunca, es de la forma
como estas rosas vinieron a parar a la prisión. Lo que sí puedo asegurar que aquí se

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encuentran, que como tributo a las cosas hermosas que existen en el mundo, todos de
común acuerdo en el pasillo, resolvimos cuidarlas y conservarlas en una repisa que fue
instalada justamente frente a mi celda. De todas maneras, son unas flores falsas, tan
engañosas como una moneda de cuero, pero eso sí, muy bellas: algo propicio entonces,
porque vienen a ser unas flores apropiadas para el ambiente del sombrío invernadero de
la prisión.
Al término de unos cuantos meses, Jairo Castillo tomó una decisión: Se le ocurrió que
debíamos trasplantar las rosas para que se vieran más originales. Con unos ladrillos,
hicimos un cerco y pusimos un poco de tierra y así cultivamos las flores, enterrando los
alambres que imitan los tallos de las hermosas rosas naturales. Se empinan
gallardamente sobre este montón de tierra, pero por desgracia cuando sopla un furtivo
viento, al igual que cuando vienen los guardianes a practicar las requisas periódicas, ni
las rosas se escapan de las minuciosas “raquetas”, entonces las bellas flores crujen de
un modo especial, como si nos estuvieran pidiendo auxilio o como si le estuvieran
diciendo a los guardianes que en lugar de ser unas autenticas rosas del reino vegetal, no
pasan de ser más que unos simples y miserables mogólicos de plástico realizados gracias
a la tecnología moderna y sus grandes descubrimientos derivados del petróleo.
Cultivarlas, como es lógico contrae necesariamente todos los pasos técnicos y científicos
de nuestra época, la complejidad de cuidarlas para obtener algún provecho o ganancias.
Continuando con “la toma de pelo” sobre la botánica, me doy a la dispendiosa tarea del
riego día a día. Es un oficio que requiere de habilidades muy equilibradas y de una
destreza por demás hidráulica, tan bien sincronizada para esta clase de jardinería, pues
el chorro torpemente calculado, puede dañarlas al derribarlas enfangando su
hermosura.
Gustavo Andrade, no puede aceptar semejantes locuras o juegos infantiles, pero lo
cierto es que en el pasillo estas locuras, como él las llama, han logrado imponerse entre
la mayoría de los prisioneros que aquí convivimos. Hubo una ocasión en la que este
tema salió a flote, fue un día que Gustavo comenzó a hacer algunas bromas y dijo:
-- No crea que esas rosa van a perfumar el pasillo. Eso seria como creer que una vaca
pintada en un papel le pudiera dar leche.
-- No, no... Es que las flores no sólo sirven para perfumar. Responde Jairo, con la
calmada certidumbre de una ama de casa y muy seguro de lo que acaba de decir.
-- Elí podría cultivar mejor marihuana en vez de estar cultivando falsas rosas. Dice
Mecié Dubá.
Jairo sonríe. Esta es una característica en él constantemente porque siempre esta de
acuerdo con los demás en todas sus bromas, es muy raro mirar a Jairo de mal humor.
-- Me parece una estúpida idea. La marihuana tendría aquí un clima estupendo para su
crecimiento y también seria un gran negocio. Intuye Jairo.
-- El mundo no seria mundo, si todos opináramos igual. Para cada persona las flores
son algo distintas. Por ejemplo para Elí Sales son un sueño, son la inspiración y la raíz
de sus poesías. Para las abejas y los colibríes, representan su alimento por el polen y su
néctar, donde estos animalitos disfrutan libando la miel. Expresa Gustavo.
Mecié Dubá a quién le gusta sobremanera hacerse participe de estos temas, interfiere:

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-- Para un asmático, las flores son un veneno letal. Hay incluso personas que son
alérgicas a los jardines y para ellos es totalmente desagradable lo que para otros
representa una de las cosas más hermosas del mundo, a excepción de la mujer.
-- Para la mayoría de las mujeres son un adorno, anhelan que se les regale un ramo de
rosas, sobre todo cuando están enamoradas. Prosigue Gustavo. Para quienes reposan
en sus tumbas, viene a ser algo así como su ultima voluntad. Para aquellos defensores
de la naturaleza, los jardines por sus flores, son la menstruación de toda planta, porque
cuando están en su plena fertilidad, la forma de incubarse y reproducirse. A mi modo de
entender, es de suponer que para un próspero industrial, dedicado al fragante negocio
de exportación y la perfumería, las flores tienen que ser el aroma o fragancia favorita
que los enfoca hacia el subdesarrollo.
“Sin querer queriendo”, acepto también participar en la infantil conversación.
-- De todos esos ejemplos que ustedes están discutiendo. Repliqué. Son muy pocos los
afortunados. A mi manera de ver las cosas, creo que sólo quienes se dedican al oficio de
la jardinería son los únicos que aciertan. Para ellos las flores son su sostenimiento y el
de sus familias, a más de ser un símbolo de belleza, de esto no existe la menor duda, es
las flores de sus jardines sólo eso, ¡ unas bellísimas flores!
Gustavo contraataca con su labia.
-- Lo que yo quisiera saber es, ¿para qué estén cultivando unas flores improductivas?
Deberían plantar la realidad, lo cultivable. ¿Porqué perdemos el tiempo en eso?
Sembrar esas rosas es tan comparable a sembrar vidrio para que produzcan botellas.
-- Usted no se meta, déjelos a ellos con su cultivo. Al fin y al cabo, estamos en un país
libre. Reposta Mecié Dubá. Es muy posible que utilice una de ellas en el saco el día que
recupere su libertad.
-- Será más bien que las están cuidando para lucirlas el día de las madres. Pero... Por lo
visto la deben tener fallecida, para lucir una flor muerta, es que no existe nada artificial
que tenga vida. Añade Gustavo.
En lo que a mí respecta, no me gusta que mancillen nada de lo que es bello, menos a
una inofensiva flor, aún menos me gusta que me humillen. Me sentí ofendido en mi
honor por las cosas que han venido pronunciando estos prisioneros. Si bien es cierto
que existe algo que me irrita más que cualquier ofensa, no puede ser otra cosa que el
hecho de no dejar constancia del dolor e ira que esto me causa. De no hacerlo la misma
furia me hace brotar lágrimas. Entonces tengo que explotar y replicar...
-- No se equivoquen conmigo, menos usted Gustavo. No estoy cultivando rosas para mí,
ni para lucirlas en ninguna fiesta especial. ¿Quiere que le diga porqué me he tomado la
molestia de cultivarlas? Pues bien, se lo diré. Son para ponérselas sobre su caja
mortuoria, el día que saquen su cadáver de este pasillo. Con estas rosas le voy hacer una
ofrenda floral.

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Todos comprendieron en el acto que me encontraba de mal humor y no se volvió a
mencionar las rosas ni nada que tuviera relación con ellas. Creo que debido a esto, me
da la impresión que Gustavo mira el jardín como su propio epitafio, al parecer, da la
sensación de que las tiene sobre su propia tumba.
Continúo pues, regando mi jardín, porque en el pasillo soy quién desempeña las
funciones de jardinero. Las rosas comienzan a envejecer, aun que continúan altivas con
sus fallecidas venas de savia postiza, sus pétalos que siguen en el mismo estado como si
estuviesen disecados, con un color como de sangre artificial, muy comparable a la falsa
sangre que usan en esas películas de terror. Varias gotas de agua quedan temblando
como lágrimas por un instante y penden de todos sus tallos. En este improvisado sitio, la
misma tierra parece estar revelada contra nosotros mismos, porque a simple vista se
nota el fraude de nuestro insólito cultivo y sus improductivas ganancias.
Utilizando los gruesos barrotes de una de las ventanas que se encumbran
desorbitadamente por la mugre y oxido, con una posición bastante incómoda, echo una
mirada a través de las rejas. A un lado, en una garita, un guardián escribe a la luz de un
reflector. Ni siquiera para escribir suelta su arma. Su escritura artillada le da un aspecto
muy cómico. Tiene los mismos rasgos de un retrógrado notario militarizado o el estilo de
un sátrapa general en uso de buen retiro y entregado a escribir sus memorias. Atrás, en
una celda, un catre cruje. Alguien se despierta. Por estar su celda seguida de la mía,
puedo darme cuenta que quién se agita, hace sonar el catre, es Jairo Castillo.
Día tras día, las cosas transcurren del mismo modo, sin ninguna variación. Soy el
primero en levantarme y realizo obligatoriamente mi inspección a través de la burda
ventana, que viene a ser en sí, la única forma de cerciorarme que aún existe el mundo
exterior. El segundo en levantarse es Jairo Castillo, quién también se dirige a la ventana
y, entonces, los dos empezamos a conversar.
Nuestra conversación da pie a que Mecié Dubá. Aún medio dormido, se dedique a
echar indirectas, maldiciones en un idioma francés y castellano, muy complicado de
entender. La indignación de Mecié Dubá, da lugar a que Gustavo se le asocie a sus
gruñidos y protestas, pero este último si en concreto y punzante español, robustecido
todo esto con pintorescas frases de expresiones hirientes.
Quién siempre carga con la peor parte es Jairo Castillo. Sus comentarios inoportunos
e impertinentes sólo sirven para que todas las mañanas, Gustavo le recuerde de modo no
muy benévolo, que su costumbre de madrugar a perturbar el silencio proviene desde
tiempos en que Jairo se desempeñaba en las calles de la ciudad de Bogotá, desde muy
tempranas horas, cuando se dedicaba al oficio de comprar chatarra y botellas, donde
también vendía Decol.
-- ¿A todas estas qué horas serán? Interroga Jairo.
-- ¡Qué puede importar las horas que sean! Le respondo. Apenas está comenzando el día
y usted empieza a preguntar desde ya por la hora.
-- ¡Cayense carajo! Grita desde su celda Gustavo. No frieguen tanto y hagan silencio.
Un pintor sin futuro, embalador sin clientela, porque tiene que estar perturbando el
sueño de los demás.
Contrario a sus costumbres, Jairo se da media vuelta dirigiéndose a su celda, se deja
caer en su catre cubriéndose de nuevo con sus cobijas, para continuar durmiendo. Con
este gesto, no me queda otro recurso que regresar también a acostarme de nuevo. En el
monótono horario de la prisión, muy especialmente en el que los ratones vienen a

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convertirse en tema de meditación y en una extremada y sensible impaciencia de
espíritu, pienso que no existe nada más honroso que este lugar y estas situaciones.
Levantarse para tener que volver a acostarse en el mismo instante implica, al menos
para mí, el más cruel de los tormentos, una sentencia inaudita.
Por la imposibilidad de uno moverse, no poder leer ni escribir aun dentro de la celda a
consecuencia de la penumbra interior por temor a molestar e incomodar a mis
compañeros, decido no continuar mi conversación con el pintor y lustrador Jairo
Castillo. Entonces no me queda otro recurso sino tratar de dormir otra vez en contra de
mi propia voluntad. Acumular sueños sobre sueños, hasta cuando se me hinchen los
ojos, hasta que con el letargo sobrevenga un fuerte dolor de cabeza y que el mismo
exceso de sueño comience a convertirse en desvelo insano en todo mi cuerpo. Algo así
como almacenar sueños en mi cabeza para poder soportar y vivir en la sombría y oscura
patria de los sueños. Obligado por las circunstancias de vivir en común, tener que
acostarme en estas primeras horas del día después de haber
Presagiado el mundo exterior a través de la rústica ventana, es como sí me
autosepultara vivo en una fría tumba, tan desagradable como la muerte y aún más
agobiante que las profundidades del detestado y temible infierno.
El insomnio no es otra cosa más que el sueño en la prisión, aquí el sueño no es el
descanso sino la agonía. En este lugar nadie puede dormir, pero menos aún puede estar
despierto. Si alguien quiere dormir en la prisión tiene que hacerlo con un solo ojo, que
se encuentra uno en esa región impenetrable donde los crímenes cometidos en la carne
del hombre indefenso nadie los puede denunciar porque la víctima solo era un
prisionero. Lo dispendioso de la prisión no consiste en que esclavice ni que torture
nuestros cuerpos, sino que nos tritura con sus pesadas moles momificadoras de ese
mismo sueño forzado que tiene un cierto parecido con el sueño eterno, algo comparable
a lo que uno puede imaginarse al ser enterrado en una fosa común.
En un pasaje de la Biblia he podido leer algo que me ha llamado mucho la atención
sobre un patriarca que vivió toda su vida lleno de días. No puedo decir que vivo lleno de
días, pero sí vivo lleno de noches, con mis sueños; solo puedo despertar acostado en mi
catre en las largas noches de la prisión. Cuando yo disfrutaba de la libertad, podía
recordar mi vida con una infinita claridad silicónica, todo lo contrario me ha sucedido
desde que me encuentro en la prisión: A duras penas puedo escarbar a tientas en el
turbulento estercolero de mis endebles sueños, porque aquí me he vuelto un soñador.
La prisión no es solo para dormir los seres que aquí se encuentran prisioneros. En
esta alberca de agua putrefacta, el tiempo parece dormir el sueño eterno, porque aquí no
parece avanzar sino más bien da la impresión de retroceder, como la película de un
betemax cuando se enreda en el cassette, el trajín y el descuido. Aquí el tiempo se queda
detenido como una diapositiva, esto es lo que nos hace desesperar aún más.

CAPITULO IV

No consigo entender por qué, Mecié Dubá me trae tantos por sus caprichos tan
similares a los de mi padre. Mi abuelito, a quién no logre conocer, que según me decía
mi progenitor fue Coronel y combatiente en la guerra de Corea, trato de imponerle por
las fuerzas a su propio hijo, en este caso mi padre, que siguiera la carrera militar. Pero
mi padre se opuso a tal imposición rotundamente, al darse cuente que los militares
fueron hechos únicamente para hacer la guerra.

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Mi padre no fue hecho para la carrera militar por ser un hombre pacifista porque en
sus tiempos no existían guerras y menos en la paz civil en que siempre ha vivido nuestra
provincia en la Costa Atlántica colombiana. Tanto así que mi padre tuvo que
conformarse con desempeñar un simple puesto de funcionario público administrativo,
de simple jerarquía regional ó en un máximo caso departamental. Desgraciadamente, el
único puesto que alcanzo a obtener fue el de director de una prisión, en un pequeño
poblado perdido en la región caribe. Desde los empinados picos de las montañas que
rodean las casas del caserío, los techos se divisan de un sólo color amarillo verdoso,
dando la impresión de ser granos de maíz regados al azar sobre la cumbre de la Sierra
Nevada.
Para aquel entonces yo tendría unos siete años, más o menos. Por diversas razones
tenía que visitar con demasiada frecuencia los predios de la prisión, porque aquí
trabajaba mi padre. Me tocaba ir obligatoriamente para poder reunirme con él. Al salir
de la escuela, después de mis clases, prefería visitar la prisión en lugar de dirigirme
indefenso y melancólico a la casa triste y solitaria de mi madre, a quién a duras penas
alcancé a conocer, ella permanecía tristemente en la efigie de un enorme retrato que ya
empezaba a deteriorarse por el peso de los años.
Ajeno a mis propios deseos, me toco de este modo estar en contacto permanente con el
mismo ambiente penitenciario. Aún alcanzo a recordar que la prisión que en ese
entonces dirigía mi padre era una de esas prisiones que con sólo mirar su fachada le
produce a uno terror, además por saber que se encuentra habitada por una caterva de
monstruos asesinos que enlodaban mis sueños y mis creencias infantiles. Eso era al
menos la opinión que yo tenia de ellos cuando muchas veces en la oficina de mi padre,
en la propia dirección del penal, me rozaba inocentemente con estos rostros tenebrosos
que daban la impresión de estar barnizados con sangre para infundir y pregonar el
temible horror de la crueldad y el crimen.
En aquellos primeros años de mi vida, la prisión había sido en cierto modo, mi único y
verdadero hogar. Por las oficinas podía hacer y deshacer, jugar y vagar a mi antojo
incondicionalmente, al acecho de diminutos descubrimientos infantiles de mi temprana
vida, mientras mi padre lidiaba con los prisioneros y les impartía órdenes a los
guardianes que se encontraban bajo su mando.
Por las tardes nos dirigíamos a nuestra casa, situada en uno de los barrios aledaños a
la prisión, donde él se dedicaba a leer los diarios y en algunas ocasiones me ayudaba a
preparar mis tareas escolares. En la escuela, puedo decir que no contaba con ningún
amigo. En tales condiciones, jamás tenia con quién jugar y menos los demás niños se
atrevían a acercarse hasta nuestra casa.
Sentían pavor del sitio donde vivía el director de la prisión; significaba para los niños
el “coco” o penetrar hasta las mismas puertas del infierno. En su mayoría tenían mi
misma edad, pero no sé por qué, esto significaba una prolongación más de la conciencia
infame del verdugo.
Aquella casa vacía, sin ningún afecto, con un padre que muy desentendido de mis
problemas; Aquella casona donde la misma sirvienta me apocaba con sus indiferencias
serviles; al igual que la prisión prácticamente convertida en nuestra casa, sin mi madre
y sin mis hermanos, me mantenía OPRIMIDO el cuerpo y estaba agobiando mi alma.
De igual manera hoy que soy un prisionero, la prisión puede ser apenas una
prolongación también de aquel caserón triste y vacío donde viví y sufrí en mis años
mozos. Tal vez, como prisionero, estoy continuando una tradición familiar hereditaria.
Afortunadamente, en lugar de ser director de la prisión como lo fue mi padre, esa
tradición la he venido a desempeñar como un prisionero. Lo que hacia más intolerable
nuestra aterradora casa, era precisamente ese retrato de una mujer muy hermosa, piel

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canela, es de suponer que nadie pueda creer que ese rostro es de una esposa y madre
abnegada, sino que se trata de un cuadro pintado para venerar a una virgen frustrada o
de una diosa morena, a quién veía que me perseguía por los cuatro rincones de la sala,
con sus hermosos ojos yertos de óleo retocado con gran maestría: ¿Quién había logrado
dar tanta perfección en aquellos fulgurantes ojos, que les había impartido el oficio de
interrogarme y vigilarme constantemente, tal como hoy lo hacen los guardianes?
Esa figura, estampada tan magistralmente en aquel retrato, me resultaba aún menos
atractiva cuando me ponía a razonar que ella estaba ligada a ciertas palabras necias e
imprudente pronunciadas por mi padre que significaban para mí, una confusión
espiritual en que nunca pude profundizar o investigar apropiadamente. No se porque
razón, un día me quede observando muy detenidamente el contenido de aquel retrato y
mi padre, un tanto enojado, me replicó en un tono airado y solemne, que esa misma
imagen a la que yo le dedicaba largas horas observándola con gran curiosidad, se
trataba de mi madre y que en vida, todos sus actos habían sido de una santa. Este
calificativo fue precisamente lo que me impresionó en cierto modo de una manera muy
negativa. Pecador desde mi infancia, me resultaba un imposible sentirme satisfecho
creyéndome el hijo indigno de una mujer considerada una virgen.
Semejante vergüenza pude sentirla aún más gravosa cuando en algún momento
hablando de su propia madre, un compañero de estudios en la escuela, quiso hacerme
entender con afirmaciones tajantes, que su madre era una verdadera santa. Estos
mismos conceptos los he podidos cuya conducta fuera insoportable, eran sometidos a
sendos castigos, tales como el cepo y el “palo he la mica” suplicios estos importados por
los españoles desde las épocas colonia les, con los cuales castigaban a los esclavos.
También alcance a conocer en esta prisión, los grilletes, las cadenas, los grillos y por
supuesto, los calabozos pestilentes y asfixiantes. Todos estos despiadados castigos a los
que eran sometidos por largas temporadas, contando con la suerte que tuvieran los
castigados de soportarlos, empotrados entre cuatro paredes intoxicantes y apretujados de
tal modo que casi lograban tocarse por dentro. Pero no bastaba con estas penas, a todo
esto se le agregaba como complemento que el único alimento que recibían estos pobres
desgraciados era pan y agua por una vez al día, durante todo el tiempo que
permanecieran en castigo. Se trataba pues, de algo común y corriente y para
complementar todo este cuadro de horror y dolor, mi padre imponía su autoridad,
haciéndola cumplir en esta prisión dirigida por él, con denodada energía. De esta
manera, los prisioneros por unanimidad estimaban que mi padre ejercía y se
sobrepasaba en su autoridad con demasiada crueldad.
No soy quién, ni poseo argumentos completos para juzgar la conducta de mi propio
padre en su forma y manera de dirigir o ejercer su cargo de director en aquel claustro.
Sea lo que haya sido de cualquier manera mi padre fue mi padre, de todos modos, por
los tiempos en que nos encontrábamos, él tenia que ejercer esa “justicia” aunque fuera
injusta. En el campo emocional sentía por mi progenitor. Gran afecto, gratitud y un
inmenso respeto que jamás han llegado a desvanecerse en absoluto. Pienso que este
profundo respeto ha venido aumentando en la misma medida que avanzan los años y
creo que cada vez se reafirma aun más y hasta se vinieron purificar para la perpetuidad
cuando él de este mundo infame, fue llamado para rendir cuentas dejándolo todo sin
llevarse nada. Sus hijos y su casa, adornada con esa enorme cantidad de distinciones,
condecoraciones y un sinnúmero de armas de la época que había heredado de mi
abuelito, de sobrecarga, un mamotreto de hipotecas que mi padre fue acomulando, se
encargó de ponerle las cargas aún más punzantes que las mismas espadas y mucho más
mortales que las propias armas. Cuando se llevo a cabo el juicio de sucesión y todos sus
tramites judiciales, la herencia que nos había dejado mi padre explotó en mil esquirlas.

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Los acreedores, entre ellos la “CAJA AGRARIA” y los fiadores se repartieron todo
cuanto mi padre dejó, valla a saberse a quienes de estas arpías le tocaría más. A mí lo
que me vino a tocar de todo aquello fueron las armas, posiblemente para que iniciara
una guerra sin cuartel.
En la biblioteca de la prisión que dirigía mi padre, pude leer muchos títulos de
famosos libros y alusivos, entre otros que pueda recordar, uno titulado: “LA
COMEDIA DE LA JUSTICIA” y no lo he olvidado porque su titulo me pareció un tanto
cómico en este libro, después de muchos años sólo he podido leer algo muy parecido,
comparable a la acción en reserva de la justicia por la forma y lentitud con que ha
venido avanzando mi proceso. Es así como da la impresión de que tales procesos
hubieran sido archivados y que se los haya comido la polilla a causa de tanta corrupción
en la mayoría de los juzgados del país, encabezando esta ignominia los que funcionan
en el sector denominado “Paloquemao”. Si se han atrevido burlarse del Ministro de
Justicia, qué se puede esperar de un prisionero que se encuentre por cuenta de uno de
ellos. Por este sólo echo se puede suponer que allí es donde funcionan las verdaderas
mafias organizadas y amparadas por la misma ley, seguida ella, por el sindicato de
guardianes que no permite de ninguna ley que vaya en favor de los prisioneros.
Me complace sobremanera leer los artículos de la prensa que hablan sobre la
“ACCIÓN DE LA JUSTICIA” en nuestro país. No puedo entender ¿porqué? Se habla
de justicia, si de lo que debían de hablar precisamente es de la injusticia, especialmente
por sus determinaciones tan arbitrarias y esa quimera que a nadie pueden inspirarle
confianza alguna. ¿Qué más puede ansiar un hombre, en la prisión, sino la decisión
favorable de un juez? En el libro al que hago referencia anteriormente, describe que un
juez recién nombrado, no cuenta con la debida experiencia... En tales condiciones no se
atreve a tomar una decisión por si solo, porque ignora la forma correcta de actuar.
Cuando llega a obtener la debida experiencia en su cargo, el señor juez tiene demasiado
exceso de trabajo y esta muy ocupado examinando los volúmenes e innumerables
expedientes por resolver de otros prisioneros, cuyas causas son extremadamente
urgentes y de más importancia. Esto conlleva, a que días más tarde, el juez tiene
obligatoriamente que ausentarse de su despacho, por motivos ajenos a su voluntad,
estrictamente privados, relacionados con su familia. En el transcurso del tiempo que el
juez estuvo adquiriendo experiencia, una hermana de este, mete las de caminar o tal vez
un poco más arriba... y algo un poco más arriba porque predio fue el honor, por que el
juez entra a tomar severas medidas como la decisión de abstenerse para dictar sentencia,
porque él también se siente herido en su honor, decide no resolver el caso. Es
totalmente imposible, porque el Ministerio de Justicia no le ha podido cancelar sus
sueldos a la rama judicial. Para entonces el sindicato ha fijado la hora cero para que
reviente la huelga. Este funcionario, que fue sorprendido como uno de los principales
agitadores huelguistas, saboteador y rebelde, entonces es destituido por incompetente
para administrar justicia. Es ahí cuando ya el indefenso y desamparado sindicado ha
perdido toda la esperanza y resignación, entonces viene a consolarlo la estupenda
noticia de que el señor juez se encuentra prisionero, sindicado de un delito como un
prisionero más.
Esto fue, a simples rasgos, lo que pude leer de lo que se relata en aquel chistoso libro.
Algo parecido le aconteció a un prisionero que conozco en esta prisión, quién tiene el
apodo de “Pedalio”. El juez que lo había condenado en Antioquía, vino a hacerle
compañía aquí. Lo cierto es que esta prisión real donde me encuentro ahora, existen
algunos procedimientos de justicia humanitaria que esta empezando a imponerse en el
sistema penitenciario de nuestro país. En estos momentos están prohibidos
terminantemente todos esos castigos, que ya mencioné, ya no existe ni el castigo

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inhumano y pestilente de los calabozos. Hoy en día, el castigo para los prisioneros que
cometen alguna falta es un aislamiento celular, consistente en que el prisionero pasa
aislado a una celda pero con su colchón y sus cobijas. No hay muerte pues a plazos,
como en otras épocas, cuando el hambre dosificada en raciones evangelizadas
basándose en pan y agua. Ahora se disfruta, al menos en esta prisión, en cierto modo de
algunas comodidades cuando se cuenta con la suerte de ser asignado a uno de los
pabellones comunes que poseen con una serie de comodidades y prerrogativas, tales
como cafeterías y amplios pasillos donde los prisioneros pueden pasar los días
saboreando nuestro café y conversando en un ambiente de camaradería.
Son salones inmensos con gran hacinamiento de estiércol humano, algo comparable a
un depósito de chorizos, pero en este caso humanos, rellenos con carne de presidio. Se
puede hacer menos cruel el recluimiento, cuando disponemos de algunos desvaluados
pesos para comprar mediante el amparo o protección del reglamento, por medios ilícitos
muy oscuros, algunas ventajas o comodidades adicionalmente a nuestro favor.
Mecié Dubá es un prisionero que jamás protesta por nada de esto. Algunas veces nos
ponemos a comentar sobre todas estas cosas y en una de esas conversaciones me dice.
-- Al menos aquí, no he visto que uno pierda la cabeza.
-- ¡Nooo, sin embargo son muchos los prisioneros que se vuelven locos, que se les corre
la teja! ¿Usted no ha estado en el patio quinto? Le digo. ¿No los ha visto como se
comen los ratones? Les chorrea la sangre por la boca porque se los comen crudos. Eso
no lo hace un ser que se encuentre en sus cabales.
-- Bueno, no me refería a eso. Responde Mecié Dubá. Lo que quiero decir es que aquí
por lo menos uno puede sobrevivir. Recuerde usted que Juan el Bautista, es lo que dice
la leyenda, fue encerrado en un subterráneo y de sobremesa fue decapitado, quiero
decir, le cortaron la cabeza.
Nos encontrábamos en esta vaga conversación cuando alcanzamos a darnos cuenta
que a Jairo Castillo, le ha sobrevenido un ataque de estornudos. Son ráfagas
continuamente, lo que realiza con gran comicidad y se limpia la nariz con un pañuelo,
el cual lava diariamente y lo somete a un secado artificial encima de su cabeza.
Arrugando la cara en espera del acceso de estornudos que debe sobrevenir en el
momento menos esperado. Gustavo se dedica a observarlo, a su vez suelta una
carcajada:

--¡Ja Ja Ja! Creo que usted está con un tremendo resfriado. Le dice:
-- A mi no me parece correcto su diagnostico. Replica Mecié Dubá.
-- ¿Porqué? Interroga Gustavo.
-- Pienso que usted esta exagerando. Puede tratarse de una simple alergia, es posible que
se trate de algo menos insignificante.

-- ¿Pero qué le hace pensar que no pueda ser un resfrío?

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-- Hombre vea, no sea tonto... Es de suponer que para pescar un resfriado debe uno
encontrarse en un río de aire puro. No pretenderá decirme que Jairo se encuentra
expuesto a corrientes de aire en este lugar más que protegido.

-- ¡Ah! De manera que, según su política... Nosotros los prisioneros no tenemos ningún
derecho a enfermarnos. Exclama Gustavo.

-- Así es, mi estimado amigo. Confirma Mecié Dubá. No tenemos ningún derecho. El
resfriado no es una enfermedad para prisioneros, sino para los seres que están en la
libertad. En este “búnker”, a prueba de toda clase de aires, con humedad y mal oliente,
tendríamos suerte si pudiéramos contraer un simple reumatismo o una artritis. Estas
son dos enfermedades muy típicas y comunes en los prisioneros. Gracias a las prisiones,
la ciencia médica vino a descubrir la existencia de la artritis y el reumatismo.
-- Mecié Dubá, ¿sufre usted de esas enfermedades que dice son contraídas sólo por
prisioneros? Le pregunto.
-- No, ni más faltaba, soy de los pocos prisioneros que aunque somos viejos, estamos
inmunes a esas enfermedades comunes. Pertenezco a ese pequeño grupo que frente al
reumatismo o cualquier enfermedad, somos fuertes como un roble, por eso me considero
un prisionero extremadamente excepcional. En mis años como prisionero y la vida
misma, me han dado una buena lección, enseñándome secretos ocultos consistentes en
darme la oportunidad de ser, de uno u otro modo, un ser extraordinario desde todo
punto de vista.
Su política personalista y egocentrista, tienen totalmente convencido a Mecié Dubá, de
ser una persona con cualidades muy extraordinarias porque a través de toda su vida
transcurrida en la prisión, no ha contado con la suerte de contraer un reumatismo. En
esto pienso que puedo compararlo con la forma de tribunal del gran Sócrates ¿ y saben
porqué? Pues bien, este famoso pensador, con igual criterio tildó de alergia el solo
hecho de que le suspendieran los grillos. Por esta razón, se desprende el que yo pueda
razonar que Mecié Dubá es tan grande como Sócrates.
El mundo, para Mecié Dubá, se encuentra dividido en dos partes fundamentales; lo
que se encuentra dentro de los muros de la prisión y el mundo exterior que la rodea.
Similares conclusiones han sacado con respecto a los estornudos de Jairo, tiene por
costumbre aplicarle a todos los conceptos y acontecimientos de la vida, los mismos que
para él pertenecen o no a la prisión, en el mundo exterior que la rodea.
Mecié Dubá, es de esos que cuando tocan un tema no terminan jamás, continua
hablando.
-- En mis años, sólo he tenido la suerte de ver estornudar como lo hace Jairo, tan
seguidamente, no estoy exagerando, a un muerto. Compartíamos la mismo celda en el
patio noveno en la Modelo. Sin estar enfermo, de repente se murió, este desventurado
colega mío. Como a los cinco minutos de haberse “Petaquiaó”, le entró un ataque de
estornudadera que no paraba. Esto me produjo más susto que su muerte. Supongo que
dentro de aquel infeliz prisionero debió quedarle algún mecanismo que no murió con su
cuerpo, posiblemente, por la acción separada que continuó funcionándole aún después
de su defunción, como las manecillas de un reloj que continúan su marcha por varias

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horas, aún después de volverse añicos su cuerda, como las aspas de un molino de viento
que giran y giran incansablemente. Lo que no deja de intrigarme, por lo curioso, es que
el ser humano no lo sorprenda lo natural, cotidiano y terrible, como viene a ser la
muerte, pero si nos viene a trastornar una simpleza insignificante e inesperada, como lo
es ver estornudar a un cuerpo sin vida. En ningún momento sentí miedo de este
prisionero porque hubiera muerto o no, para mí eso es cosa natural. Pero no puedo
negarlo, sentí más que miedo, un pavor escalofriante de sólo ver aquel cadáver
estornudando continuamente y sin saber que hacer para detenerlo.
Después de haberle prestado atención a Mecié Dubá y haberlo oído hablando de
prisioneros que después de muertos estornudan y todo su relato misterioso y tenebroso,
he podido recordar que en la prisión en la cual mi padre fue director, pude observar una
vez algo también aterrador que nunca he podido borrar de mi mente. Que aunque no se
trate de un caso similar al presenciado por Mecié Dubá, si tiene mucha relación por
tratarse de un prisionero Aún después de morir y haberlo sepultado, continuó tres veces
prisionero.
Puedo recordar como si hubiera sido ayer en aquella prisión dirigida por mi padre, uno
de los prisioneros falleció a consecuencia del cruel castigo que recibió. Y lo peor, es que
a este pobre condenado le tocó morir con los grillos atados a sus manos y pies. El
despiadado castigo que le fue impuesto, consistió en permanecer con los grillos puestos
por espacio de varios meses y para un mayor cumplimiento de tal suplicio y mejor
comodidad de la guardia, anulaban las cerraduras, un individuo, con un equipo de
soldadura eléctrica, sellaba como sellar una reja, los grillos de los prisioneros con la
doble intención de que psicológicamente la pena corporal que estaba padeciendo,
pudiera pesarle aún más en el alma del tres veces prisionero. En el caso de este reo,
había que hacer algo y muy rápido, porque su cuerpo ya se encontraba en avanzado
estado de descomposición. Los prisioneros que mueren es muy poco el tiempo que duran
en descomponerse, inclusive aquellos grillos que significaban parte de su cuerpo,
comenzaban a esparcir un olor a metal putrefacto, un olor no en fundición, sino en
defunción. Unas enormes moscas verdes, que en ocasiones cambian de color o se visten
de morado, color este que utilizan para ceremonias especiales, algo así como una fiesta
de gala con vestidos de etiqueta, que lo viene a significar para ellas en olfatear los
cuerpos muertos en estado putrefacto, revoletean emitiendo estruendosos ruidos y
caminan como explorando golosas, en los labios y las carnes maltratadas por los grillos,
en las manos y pies del prisionero fallecido.
El encargado de manejar el equipo de soldadura, con el cual se le debían retirar los
grillos al muerto, es un empleado oficial de esos que viven más borrachos que celador de
alambique y había desaparecido del pueblo sin dejar ningún rastro. En razón de todo
esto, el director de la prisión, tomó la determinación de sepultar al prisionero con los
grillos y cadenas sellados a sus pies y manos. No había tiempo que perder, sino proceder
lo más pronto posible. A mí me tocó presenciar todo esto cuando lo pasaron por la
dirección del presidio.
Lo llevaban en un cajón de madera fabricado con tablas rústicas sin cepillar y
amarrado todavía con un lazo, como si aún tuvieran sospechas de que se tratara de un
plan para fugarse; y cubierto con un pedazo de sábana que solo alcanzaba a cubrirle la
mitad del cuerpo ya mal oliente. Nunca antes, ni después, he vuelto a ver un prisionero
tan atrozmente prisionero como este hombre, más aún siendo un indefenso cadáver: Era
como si estuviera tres veces prisionero: Prisionero de sus manos, prisionero de sus pies y
prisionero su cuerpo en las garras de la muerte.

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Cuando se llevaron este putrefacto cadáver prisionero, sobrevino a mi mente infantil
una idea muy horrorosa y macabra. Sin saber por qué razón, tenia la seguridad de que
este prisionero muerto, jamás tendría entrada al cielo, por llevar adheridos los grillos y
las cadenas como una forma de exhibirse ante los demás muertos. En aquellos tiempos
tenia yo la creencia de que en el cielo, junto a Dios, no podían admitir a ninguna
persona que presumiera usando grillos ni cadenas. Este muerto y prisionero a la vez,
Estaba predestinado, según mis creencias, para formar parte de los que integran el
infierno haciéndole compañía a Satanás, lo que más me desesperaba y me
intranquilizaba, era lo que pudiera sufrir con el fuego candente del infierno,
poniéndoseles estos objetos al rojo vivo el metal del cual están hechos los grillos y las
cadenas que luce en sus pies y manos, este infortunado prisionero triplemente
condenado.
La mentalidad burocrática, fría e inescrupulosa del director de la prisión, como ya
saben mi propio padre, lo impulsó a decir:
-- Bueno, me tocará inventar una coartada para poder justificar la desaparición de esos
grillos que se llevo el prisionero muerto, pues de lo contrario, me pueden empapelar,
porque estos figuran en los libros de inventarios como parte de los vienes de la prisión,
entre los pocos que poseemos los libros de inventario, relacionados con los bienes del
presidio, en los que se puede aceptar que falte un prisionero, pero si es imposible que se
extravíen los grillos, menos en compañía de un prisionero muerto. Quedó pues la
constancia en los mencionados libros con todos sus requisitos y las debidas acusaciones
póstumas, descargando toda la culpa contra el prisionero muerto, haciéndolo pasar
como un ladrón porque vulgar se había llevado a su tumba, parte de los bienes del
presidio, en este caso, los grillos y sus respectivas cadenas, pero aún le agregaron algo
más, que el muerto había pedido esto, como su último deseo.
Este obsequioso subdirector, puedo recordar que su nombre era Dionisio Justo, de
quién siempre he podido evocar claramente, casi podría decir, audiblemente su
característica manera o estilo de hablar; Su lenguaje no resulta muy sólido, como puede
ser el lenguaje de cualquier hombre que hable nuestra lengua. Los prisioneros lo
llamaban “ Lengua he Trapo “. Tenia una voz como prestada, lo que pronunciaba su
boca eran palabras mojadas o vanas que se las lleva el viento. Dicho en otras palabras,
todo lo que hablaba era simplemente desecho, basura. Las palabras que él pronunciaba
se disolvían en el aire como burbujas de jabón. El timbre de su voz, era como las falsas
lágrimas de una mujer celosa.
Algo idéntico al botadero de basura donde todo es una porquería que devoran los
gallinazos, solo vienen a quedar los desperdicios de esa carroña. Jamás he podido
olvidar su nombre, ni su modo de ser. Es un verdadero sátrapa y un ejemplar verdugo
servil. Pienso que el mejor calificativo para esta semejanza de hombre, es que a él no lo
trajo al mundo la cigüeña, como solían hacerle creer antiguamente a los niños, sino que
fue traído por un volcán.

CAPITULO V

Siendo muy temprano aún, Jairo comienza a importunar a Mecié Dubá. Sin mediar
palabra alguna lo sigue, pero con la mirada y lo vigila incansablemente.

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-- Siempre que usted comienza a mirarme de esa manera. Le dice Mecié Dubá. Es
porque algo desea de mí. ¿Qué es?
-- Usted parece que fuera pitoniso, Mecié Dubá. Siempre adivina mis pensamientos.
Efectivamente, necesito su ayuda. Dice Jairo en tono suplicante.
-- ¿Cuanto?
-- Bueno verá usted, ¡quinientos pesitos!
-- Eso es demasiado, con ese dinero ya estaría borracho. Le puedo prestar doscientos.
-- Por favor, Mecié Dubá, es que necesito los quinientos.
-- Pues... Entonces tiene que ir a conseguirlos en otra parte. ¿Por qué no le dice a uno?
-- Por lo mismo le estoy diciendo a usted.
-- Si... Pero lo que he querido decirle es que le diga a uno que tenga dinero; ¡Además,
para eso necesito que me deje alguna alhaja de valor en garantía!
-- Ya me lo suponía, es usted un agiotista.
-- No faltaba más, sino que usted no lo supiera. En la prisión el dinero se cotiza a la par
del dólar, aparte de sus consecuencias. Tiene doble precio; uno por el riesgo y otro por el
que se beneficia.
Sonreído, Mecié Dubá saca de su bolsillo la billetera, la cual mantiene llena con
papeles viejos y de entre todos esos papeles extrae un billete de doscientos pesos.
-- Es lo único que tengo. Le dice. ¿Y cual es su prenda para garantizarme el reembolso?
-- A decir verdad, Mecié Dubá, no sé, tal vez le dé un anillo, que es el único objeto de
valor que poseo. Le dice Jairo. Es mi argolla de matrimonio.
-- ¿De cual de todos sus matrimonios? Si no es una imprudencia, ¿pudiera usted
decirme?
Jairo sonríe, seguramente tiene su pensamiento muy lejos de aquí, un poco más allá
de los muros de la prisión, donde se encuentran sus dos mujeres.
Mecié Dubá continua:
-- De todos modos, se lo he dicho varias veces, no recibo como prenda de garantía
ningún objeto que sea de oro. Ese metal me causa el ¡daño de tirar por el suelo mi
criterio y mi moral! Me trae malas ideas a la cabeza, me impulsa a buscar la manera de
fugarme de la prisión. Hace mucho tiempo a tener que continuar sometido a las órdenes
del dios oro.

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-- Mecié Dubá. Por favor, si usted quiere le puedo dar mis zapatos. Dice Jairo en tono
implorante. ¡Pero hágame ese favor sí!
-- ¡Sus zapatos! Ni teniendo diez argollas dentro alcanzarían a valer los doscientos
pesos.
-- Entonces recíbame mi Cristo, pero hágame ese favor, será algo de lo que le quedaré
agradecido toda mi vida, le aseguro que no tendré como pagarle.
-- Entonces... Siendo así, no le prestaré nada. Le dice Mecié Dubá.
Jairo introduce la mano en el bolsillo de su camisa y saca un crucifijo de acero, atado
a una cuerda de nylon. Por sus gestos, se puede notar a simple vista que sería a lo último
que recurriría, tener que desprenderse de su Cristo para poder obtener el dinero,
extiende su mano para entregárselo a Mecié Dubá.
-- Tome... Pero por favor, cuídemelo ¿Sí?
Mecié Dubá no lo acepta. Siempre sucede lo mismo cuando tiene que hacer un favor.
Primero pronuncia un intenso discurso e impone una serie de condiciones y requisitos.
Pero finalmente termina prescindiendo de todo eso y haciendo los favores que le
solicitan los prisioneros, con gran generosidad e hidalguía, razón por la cual goza de un
gran respeto y aprecio dentro de la prisión, tanto en el pasillo o cualquiera de los patios.
Mecié Dubá es un prisionero supremamente amante de la lectura, pero es más amante
aún de la literatura que precede al empréstito, sin determinar el beneficio posterior, no
sus frutos futuros.
-- Muy bien, si no tiene nada más que su Cristo, entonces puede guardárselo. Termina
diciendo Mecié Dubá. Tendré que ingeniármelas para lograr recuperar mi dinero.
Todo esto no deja de ser más charlatanerías de Mecié Dubá, porque él jamás cobra lo
que presta, si le pagan, pues él no dice que no, pero si no le da lo mismo. Jairo toma su
Cristo y lo guarda en el mismo bolsillo junto con los doscientos pesos. Con un gesto en
su cara que no parecía de él, completamente distinta a la que antes perseguía a Mecié
Dubá, en sus ojos se puede leer cuanto está agradecido.
-- Jairo... Dígame una cosa, ¿para qué quiere ese dinero? Le pregunto.
-- ¡Pero qué pregunta hace usted Elí! Para qué más puede ser, sino para mandarle a sus
esposas. Interviene Gustavo, sonriente como siempre.
Fue este episodio, tal vez por todo ese lío de la compraventa frustrada entre Jairo y
Mecié Dubá, como también la exhibición del Cristo, que me ha traído al recuerdo algo
relacionado también con un Cristo que mantenía en oficina de la prisión dirigida por mi
padre. Precisamente frente a su escritorio, en la pared, permanencia colgado este Cristo
de un tamaño regular, nunca llegué a saber de que material lo habían fabricado; Pero
de lo que sí tengo la plena seguridad, es que se trata de una verdadera obra, para
cualquier crítico de arte, con una gran calidad artística y cimentada en esa
conmovedora y muy nutrida sensibilidad espiritual.

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Quitar de mis recuerdos la imagen de ese Cristo que había visto durante tantos años
en esta oficina, era imposible. En mi mente subsiste un detalle que me impide olvidarlo
totalmente. En la parte de abajo del Cristo, en el piso, se encontraba un mueble de
madera muy comparable a un guardarropa, un mueble muy antiguo, al que muy poca
atención le había prestado anteriormente. Por esas raras coincidencias, cualquier día
llegué a la oficina del director, como bien saben mi padre, quien no se encontraba en el
despacho. Por esas mismas inquietudes de niño, me invadió una curiosidad de abrir ese
mueble de tipo colonial. Cual no fue mi sorpresa cuando presencié que su contenido
eran esposas, grillos y cadenas, a más de unas enormes bolas de hierro, cubiertas de
oxido y manchadas de sangre, con toda seguridad de los prisioneros que habían
soportado crueles castigos. La sangre untado o derramada sobre todos estos objetos, se
elevó en un momento dado hasta las ciernes de este Cristo, con mi infantil inocencia y
ante mis asombrados ojos, descubrí tres clases de sangre: La sangre impura de mi
cuerpo, la de los prisioneros, que cubren estos objetos y la sangre apasionada de un
Cristo crucificado y torturado, vi como se mezclaba un gigantesco chorro rojo, de horror
y dolor.
Este cuadro horripilante y monstruoso, no sólo me impresionó, sino que a la vez purificó
mi gran admiración por el salvador del mundo, el señor Jesucristo. Esto me hizo sentir
temor y significo un acto que me dejó lleno de espanto por lo que mis ojos presenciaron.
A raíz de estas obsesiones que significaron estas alucinaciones, no por el temor de
padecer o soportar sobre mis carnes todos estos suplicios, sino por la infamia de tener
que imponerlos en mis juegos de niño, siempre llevaba las de perder, porque nunca
pude hacer el papel de policía. Desde mi infancia me gustaban mis manos de hombre
libres y limpias, sin ningún adorno ni perendengues, libres de argollas, pulseras ni
esclavas, símbolo de sumisión de representación de la edad de oro de las cadenas, los
grillos y todos esos métodos de fabricación en hierro, hechos para torturar a las
personas por el simple echo de ser prisionero. Aún en nuestros tiempos, finalizando el
siglo XX y las puertas de entrada del XXI, las alegorías religiosas de las medallas me
causan pavor, pero no un sobresalto de animo, sino ese miedo sagrado que nos produce
sus chillones sonidos y sus escandalosos brillos, porque me traen al recuerdo el mismo
ruido de esos hierros oxidados que descubrí en la oficina de la prisión, ese material del
que están fabricados estos elementos de tortura.
Pienso que por haber traído al recuerdo a Jesucristo crucificado en relación con la
prisión, he venido meditando continuamente en este lugar. Me resulta tan curioso como
aleccionador, lo que he podido analizar: Que precisamente el símbolo universal del
Cristianismo tenga que ser nada menos que ese símbolo de un tormentoso castigo, o sea
algo así como un suplicio en la prisión. De acuerdo con la historia cristiana, Jesucristo
es proyectado como el apóstol ilustre e insignia de la caridad cosmopolita, lo que es
conocido universalmente por los acontecimientos que tuvieron lugar en el Monte de los
Olivos, solo se necesita que alguien se encuentre prisionero, que le impongan ese castigo
injusto, como injustamente fue crucificado el salvador del mundo, Cristo. Que lo hagan
a uno víctima inocente para que solidifique definitivamente su condición de mártir
redentor en nuestros tiempos y del género humano. A mi modesto entender, esta
consustanciación entre sí del ser humano y la cruz, viene a ser la encargada de convertir
a los prisioneros en almas preferidas por Dios nuestro señor Jesucristo y por el Padre
Santísimo creador de todas las cosas. Este vinculo tiene que ser sin lugar a dudas, lo que
aproxima o relaciona a la prisión con la Cruz. De hecho, quién se encuentra prisionero
es un crucificado. Si hacemos un análisis pormenorizado, en ningún modo pueden ser
ajenas las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, en lo que hace relación a la opinión
general y el mundo que encierra la prisión. Pareciera que Cristo hacia referencia a la

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prisión, cuando en una de sus intervenciones llegó a pronunciar: EL DÍA QUE LOS
HOMBRES CALLEN, LAS PIEDRAS GRITARAN. En la prisión, los hombres se
vuelven mudos, ciegos y sordos y los muros que la protegen, son esas piedras que gritan
sin cesar.
Sufría viendo padecer a Cristo colgado en aquella pared. Me parecía verlo
retorciéndose de dolor en aquella oficina del director de la prisión, encarnado en el
material del cual lo habían fabricado. Y quién podía suponer que bajo la presión del
estremecimiento que su martirio suscitaba, esa ficción se pudiera confundir con la
manifestación visible de la misericordia divina. En lo que a mí concierne, considero que
perdí un valiosisimo tiempo en descubrir por qué. La razón es muy obvia, consiste en
que Cristo no tiene ninguna escapatoria por encontrarse sujeto a la cruz, con clavos en
sus manos y pies, uniéndolo al mismo material del que lo habían hecho. Pero esto no
era todo, la verdadera razón consistía en que la cara de sufrimientos que reflejaba este
Cristo, para mi se convertía en el rostro de la tortura y la miseria humana, no sé por
qué, ni con qué autoridad moral los que presumen de humanistas, hablan de derechos
humanos.
En aquel entonces, pensaba que Dios se encontraba prisionero, torturado y
crucificado por que había cometido un delito muy horrendo, lo que las autoridades
penitenciarias llaman, “faltas muy graves contra el reglamento de la prisión“. No puedo
negarlo: El descubrimiento de lo que representaba aquel Cristo me dejó aterrorizado,
pero a la vez me colmó de mucha confianza y seguridad para con lo real y verdadero.
Desde entonces, Cristo representa para mí, la imagen misma de todos los seres que se
encuentran prisioneros. Durante mucho tiempo me ha conmovido toda esta relación
irreverente pero a su vez purificadora. Todo este complicado mecanismo en sociedad es
lo que me ha inducido a razonar, después de muchos años, lo que realmente significa
Jesucristo para los que están prisioneros. Y no puede significar otra cosa sino que el
prisionero en ningún momento esta solo. Siempre me siento en compañía del, por lo
tanto no me siento solo, sino que es él y yo, que somos dos amigos y compañeros de
infortunio. Sin embargo, aquí en la prisión donde él me hace compañía, continuo
viéndolo sufrir y agonizando; Sigo viéndolo mártir y sacrificado. Jesucristo se
encuentra prisionero por que él me hace compañía aquí en la prisión.
En estos instantes ha llegado un guardián para llevarse a Jairo Castillo, quien corre
hacia los baños y se echa agua en la cabeza, comienza a peinarse. Es una patanería que
piense en peinarse llevando varios días sin rasurarse, sus inseparables cotizas los
pantalones rotos y un suéter mugriento y maloliente que parece que trapeara el pasillo
con él mismo. Aun con todo ese aspecto en su presentación personal, en su cuerpo
robusto se ilumina una cara alegre y varonil, tal vez iluminada en este instante por la
irreprimible alegría de un presentimiento que le proviene al suponer que dentro de muy
poco su olfato dejara de inhalar el aire nauseabundo que se respira en cualquiera de los
pasillos de la prisión. Jairo muestra en estos momentos un aspecto de descuido y
abandono que viene a contrastar en una forma muy especial con la atildada y decorosa
apariencia de Mecié Dubá. Este siempre usa corbata y por nada del mundo se despoja de
su saco. Muchas veces nos ha hecho saber que prefiere vivir sin pantalones, pero que sin
saco mejor opta por morir. Otra prenda que jamás deja es su sombrero. Solo por las
noches, en las horas de dormir, prescinde de todas estas prendas.
-- Soy un GENIALHOMBRE. Nos comenta en le pasillo. Un GENIALHOMBRE debe
permanecer siempre impecable, bien vestido con el último grito de la moda aún estando
en el interior de su apartamento.

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-- ¿Piensa usted que su celda es un apartamento? Le pregunta Gustavo.
-- ¿Qué le hace suponer a usted que no lo es? Le responde Mecié Dubá.
-- Perdóneme, pero estaba convencido que nos encontrábamos en una prisión, en un
pabellón o patio, en un pasillo, lo único que puedo ver en el pasillo son celdas que en
nada se asimilan a un apartamento.
-- Puede ser, todo eso que usted dice, no voy a quitarle la razón, pera también es mi
apartamento, mi propiedad horizontal, tengo en este edificio un apartamento que estoy
compartiendo con Elí Sales, todos los que aquí convivimos. Considero que la prisión es
mi casa, ustedes mi familia, porque ella me alberga y me cobija, aunque en contra de mi
voluntad, pero por el momento aquí vivo.
-- Bueno, pero no se enoje, lo que no sabia es, que en sus apartamentos los
GENIALHOMBRE, como usted sé autodenomina, tengan que permanecer con el
sombrero puesto.
-- No estoy enojado, pero si le puedo asegurar una cosa: Los GENIALHOMBRES
permanecemos con el sombrero puesto donde se nos dé la perra gana, de lo contrario no
son considerados GENIALHOMBRES.
Mecié Dubá lleva siempre, en la solapa del saco, una medalla. Nos ha hecho creer que
se trata de una condecoración otorgada por el gobierno nacional cuando fue como
voluntario a combatir al lado de los sandinistas en Nicaragua, contra los Somocistas, en
donde triunfó la revolución. También asegura que en esa misma guerra en campos
nicaragüenses, fue donde predio el ojo que le hace falta. Siempre que se pone a hablar
de como fue la perdida de su ojo, lo hace con tanto acento que se mezcla en su
humanidad el resentimiento aquel, al cual le falta un órgano, el inmenso orgullo de
quien ha sido condecorado.
Son demasiadas las cosas por narrar de Jairo Castillo. Entre otras por ejemplo, él es el
único que por las noches y por las mañanas se pone a rezar, esto siempre lo hace al
levantarse y al acostarse. Con su Cristo de acero entre sus manos y de rodillas frente al
catre, con la mirada implorante hacia el techo, donde él mismo ha pintado un mural tan
grande como el techo de la celda. Este trabajo de pintura lo realiza cuando tiene tiempo
libre. Pintando todo lo que se le sobreviene a la cabeza, para de esta forma forjarse la
ilusión en sus noches solitarias: Aunque sea un prisionero, al menos es libre de mirar
los poblados creados por su propia imaginación. Está separado de Mecié Dubá sólo por
la pared que divide las celdas, quién usa para dormir una pijama de seda, en la celda
siguiente, hacia el fondo del pasillo, duerme Gustavo. Yo duermo en la misma celda que
compartimos con Mecié Dubá. Gustavo, al igual que yo, no podemos darnos el lujo de
usar pijamas finas, por lo tanto nos toca dormir con unas muy ordinarias. Para Jairo es
un poco más cruel porque le toca dormir en interiores, situación de borrar la mala
impresión que la anterior broma le ha causado a Jairo. Entablo conversación con el
guardián que se encuentra en la reja donde esta ubicada la puerta de entrada al pasillo.
-- Comandante, por favor, necesito de su colaboración para que me traiga un lápiz, lo
que le sobre de esos cincuenta pesos, me hace el favor y me los trae en papel sin líneas
tamaño carta.

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-- ¿Cuánto papel? Pregunta el guardián.
-- Cuanto más pueda traerme, es aún mejor.
-- ¡Pero tiene que darme más dinero!
-- Perdone usted, comandante tanta molestia, pero ahora no tengo sino esos cincuenta
pesos. Si me trae el lápiz y suficiente papel, le pagaré el excedente, se lo prometo.
-- Si comandante, por la plata no se preocupe, que de eso no hay. Dice Gustavo.
-- ¿Qué? ¿Va a implorar clemencia al señor Presidente de la República? Pregunta el
guardián.
--¡Oiga comandante! ¿Y es que el señor presidente si tendrá clemencia? Interroga
Mecié Dubá interrumpiendo.
-- Mire, caballero, no se debe hablar mal del señor Presidente. Reposta Gustavo. Si
quiere usted desahogarse, debe hacerlo con el ministro de Justicia, aún mejor, hágalo
con los jueces.
--¿Pero en realidad, todo ese papel es para escribirle al señor Presidente? Interviene
nuevamente el guardián.
-- No, comandante. Él está escribiendo una historia relacionada con lo que le ha venido
sucediendo en la prisión. Interviene Mecié Dubá otra vez.
-- Si, es cierto, si no me están tomando el pelo, le traeré no uno, sino muchos lápices y
una resma de papel. Expresa el guardián con gran complacencia.
Estas palabras pronunciadas por el guardián, me conllevan a reflexionar en
referencia a lo que narraba días antes refiriéndome a él, ya que tenia un mal concepto y
hasta creía que me tenia mala voluntad, cuando le pedía que me prestara con que
sacarle punta al lápiz.
-- Por Dios, comandante, tráigale lo que pide. Expresa Gustavo desde su celda. Se lo
ruego encarecidamente, de lo contrario no podré recuperar mi bolígrafo.
El guardián sale con Jairo y todos quedamos en tensión, como en un suspenso
colectivo. Nuestros ojos acechan en la penumbra del pasillo. Es algo inevitable que nos
sucede, siempre que alguno de nosotros es sacado y llevado hacia algún lado; una
perspectiva de evasión excepcional invade nuestro pensamiento, inpacientándonos a los
que nos quedamos. Esto sobre todo entre los cuatro que somos más unidos. Si alguno es
sacado del pasillo, es la oportunidad aprovechada por los que quedan para poder rajar
libremente, a espaldas de quien ha salido. Los cuatro en este pasillo, formamos pues, un
excelente e insondable bloqueo de todo ese enigma. Pero... Otra cosa viene a ser que
alguno se ausente, menos mal que los ausentes no pueden oír ni ver, menos sentir,
porque es la oportunidad aprovechada para correr el telón y examinar al máximo sus
defectos y virtudes. Aunque en el pasillo hay muchos prisioneros más, nosotros cuatro
juntos, pero no revueltos, somos cuatro desconocidos entre nos, a pesar que siempre

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estamos juntos, comemos juntos, que convivimos bajo el mismo techo. Lo cierto es que
los cuatro cada día somos más extraños. Somos cuatro secretos encerrados en esta gran
caja de seguridad, que viene a ser la prisión, tras las rejas, protegidos y atrincherados
tras el muro de contención y sus cuatro paredes.
-- ¿Qué piensan que le ha mandado a decir el juez? Les pregunto.
-- Debe haberle mandado una conferencia sobre el Código Penal y que de inmediato lo
conduzcan a su celda bajo estrictas medidas de seguridad. Responde Gustavo. Él para
hablar sobre estas cosas es muy tajante.
-- ¿Quién sería el malparido que inventó el Código Penal? Pregunta Mecié Dubá.
-- Sin lugar a dudas, debió ser un prisionero, al igual que el trabajo lo invento un
desocupado. Argumenta Gustavo.
-- Por lo que he leído. Le digo. Es de suponer que los códigos en su mayoría son de
origen romano. No podemos olvidar que los romanos, fueron especialistas en toda clase
de códigos, son así como hoy, el mundo continúa regido por esas tradiciones muy
especializadas, consistente en aplicar y castigar con los códigos romanos. El
imperialismo romano jamás terminará, en lo relacionado a los códigos. Es muy fácil
darse cuenta de ello no más en nuestro código y en su contenido al leerlo. De reforma en
reforma, de copia en copia, de asimilación en asimilación con toda esa complicación de
cambios y traducciones, quién lea nuestro Código Penal, puede darse cuenta, aún con lo
complicado que resulta consultarlo, que se trata de un código para castigar a los mismos
romanos. Tanto nuestro Código Penal, como el de Procedimiento parecen haber sido
fabricados para infundirle miedo a Nerón.
-- ¿Ha leído usted nuestro código, Mecié Dubá? Pregunta Gustavo.
-- Eso de nuestro, no le parece que encierra mucho campo. Dice Mecié Dubá. No puedo
desperdiciar mi tiempo, además todavía me queda algo de vergüenza para dedicarme a
leer su código penal; porque mío no es.
-- Yo si me he dedicado a leerlo... Afirma Gustavo. Lo he podido leer de cabo a rabo.
Con decirle que me parece un documento muy curioso. ¿No le parece a usted así? En
nuestro código he podido observar que se ocupa y habla de todo, menos de la justicia. Si
le estoy afirmando esto es porque lo he Leído. Y en ninguna de sus paginas he podido
encontrar justicia en tan polémico documento, no sé, pero si la hay, debe ser
microscópica, algo así como tratar de buscar una aguja en un pajar.
Mecié Dubá se hace el de la oreja sorda, pero no es así. Tal vez está poniendo más
atención que todos los demás, por lo tanto no puede dejar de participar en una
conversación de tal trascendencia. Por su flamante autoridad didáctica y sus cátedras
literarias. Dice:
-- En parte me identifico con Elí Sales, en cuanto a que los códigos penales, deben ser
escritos por los prisioneros. Si nos ponemos a examinar concienzudamente, la verdadera
falla de la justicia, consiste en que tanto el Código Penal, como el de procedimiento, no
son más que una enorme estadística de crímenes, adulterada por la honradez de la

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mayoría de los prisioneros que no han cometido ningún crimen. Pero resultaría también
algo indigno e ignominioso, seria como si las mujeres señoritas, “vírgenes”, que hoy son
muy pocas, pactaran tratados de dignidad para aconsejar y rehabilitar a las que trabajan
en el oficio mas viejo del mundo, las que ejercen la prostitución.
Estoy sentado en el pasillo en una banca, pensativo por las palabras que Mecié Dubá
acaba de pronunciar. De repente se dirige hacia mí y me pregunta:
--¿Ha Leído usted el Código Penal Elí?
Como me encuentro meditando, distraído, casi no le puedo escuchar y tardé un poco
en responderle, tanto que me tubo que repetir la pregunta. Cuando lo hago, pienso que
lo tuve que hacer para salir del paso... Entonces le respondo:
--¡Sí, sí! Si el ejercicio de leer códigos es reconfortante para engrandecer la inteligencia,
tendré que conformarme con mi estupidez. Tengo la certeza que “Gabo”, no tiene que
valerse de códigos para escribir sus novelas. ¿No se da cuenta usted que los códigos son
más enredados que un bulto de anzuelos? Sólo tomaría un código en mis manos para
despedazarlo y volverlo añicos. De lo contrario no mancharía mis manos con esa
porquería.
En los ojos de Gustavo se refleja el entusiasmo y la satisfacción por mi respuesta.
-- Entonces es de suponer que lo que usted está escribiendo es algo pésimo y aburrido,
no se porque, pero tengo ese presentimiento. Dice Mecié Dubá. ¿Porqué no tiene la
amabilidad y nos dice en verdad, qué es lo que está escribiendo?
-- ¡ Si, Elí, díganos! ¿Qué es lo que se dedica a escribir con tanto empeño? Interroga
Gustavo.
Me quedo concentrado mirando a Gustavo, por un instante, antes de dar respuesta,
entonces digo:
-- Lo que estoy escribiendo no es propiamente mi diario, pero es muy probable que tenga
mucha similitud, viene a ser una especie de crónica.
-- ¿Pero es algo muy íntimo, tan personal?. Pregunta Gustavo.
--No, no... Ni lo uno, no lo otro. Por lo tanto, no se trata de un diario. Esto será algo
trascendental, muy diferente a todo lo que han escrito hasta el momento, porque aquí
estoy plasmando no sólo cauto acontece dentro de la prisión; si no también lo de afuera
en la libertad: Esto es un relato pormenorizado de mi vida y la gran problemática de
quienes habitamos este hermoso país. Es por eso que me atrevo a considerarlo como un
documento histórico, una especie de crónica.
-- Uh... Cada loco con su tema. Murmura Mecié Dubá. En fin, bien dicen que cada
cabeza es un mundo. Pero para mí, usted lo que está es falto de oficio. Esa es una labor
para la prensa. ¿Porqué no compra los periódicos?

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-- Bueno... verá usted, no puedo comprar los periódicos por dos razones. La primera,
porque los periódicos cuentan con la desventaja de que son escritos para quienes están
en la libertad y sus ediciones no las escriben en la prisión. Lo segundo es que si compro
esos pasquines, se me dificultaría comprar el papel para seguir escribiendo.
-- ¿Figuro en sus narraciones?
Se le nota algo más que ansiedad en el tono de voz a Mecié Dubá, al formularme esta
pregunta.
-- Efectivamente, Mecié Dubá. De otro modo, ¿cómo puedo decir que se trata de una
crónica si son acontecimientos generales? Usted es el mayor acontecimiento sobre lo
vivido en la prisión. Le respondo.
-- Elí, ¿usted qué piensa, soltaran a Jairo? Me pregunta Gustavo.
-- Creo que eso no lo decidimos, ninguno de nosotros. Todo depende de lo que le dicte el
corazón del juez. Le digo en respuesta.
--No precisamente del corazón del juez. Replica Gustavo. Pienso que más bien depende
del código exclusivamente.
-- No... ahí si esta usted orinando fuera del tiesto, no puede depender exclusivamente del
código. Corrige Mecié Dubá. Depende más que todo de que haya cumplido el tiempo
necesario, cumpliendo así con la causa en su totalidad, en su caso la bigamia.
Gustavo se pasa la lengua por los labios al escuchar estas palabras pronunciadas por
Mecié Dubá.
-- Eso si es de envidiar en Jairo, su delito. La bigamia es el delito más delicioso que
puede existir de todos los delitos.
No ha terminado Gustavo de pronunciar estas palabras, cuando sentimos que Jairo
llega, el guardián le abre la puerta del pasillo. Un instante después, nos encontramos los
cuatro reunidos en la celda que compartimos, Mecié Dubá y yo.
-- ¿Quién vino... el juez? ¿Qué le dijo? ¿Se va en libertad? Fueron las preguntas que le
disparábamos continuamente casi en coro.
-- No muchachos, todavía ni se nada, no alcancé a verme con el juez. Vino
personalmente, pero se le hizo tarde y no podía dejar vencer la hora judicial de una
audiencia pública de un prisionero que tiene en la Modelo, por un caso de homicidio.
Sólo me dejo razón que la próxima semana, me llamará para notificarme.

CAPITOLIO VI

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Desde hoy en adelante podré escribir, no sólo sin limitaciones, sino con mucha
comodidad, esto en razón de que al pedido que le hice al guardián, él muy amablemente
y por su propia iniciativa le añadió un sacapuntas de pasta, también, en estos mismos
días, la hermana Aída María Santoro, a quién le di algunas hojas de mis escritos para
que las leyera, me trajo gran cantidad de papel y un lápiz muy especial, porque las
puntas se van reemplazando a medida que se van agotando. Les di mis agradecimientos,
tanto a la hermana Santoro, como al guardián, al hacerme entrega de los lápices, el
papel y el sacapuntas al tiempo le pregunto al guardián:
--¿Cuánto le quedo debiendo? Y él me responde.
-- Pues... le puedo contar que no me debe nada, no me lo va a creer, pero cuando dije en
la papelería que se trataba de un encargo echo por un prisionero que está escribiendo
una historia sobre la vida en la prisión, me obsequiaron el papel y los lápices, sin
cobrarme un peso y me dieron de ñapas el sacapuntas.
--¿Entonces a quién puedo darle mis agradecimientos?
-- Bueno déselos a la libertad, es un presente enviado desde el mundo libre, muy
bondadosamente, para colaborar con la prisión.
Los guardianes suelen llamar prisión a todo lo que se encuentra de los muros hacia
dentro que aíslan el mundo exterior; de estos hacia fuera, lo denominan “LIBERTAD”.
Cuando el guardián cierra la puerta del pasillo y se retira, los cuatro nos ponemos a
discutir con relación a este tema, en lo concerniente a la libertad. Cada uno de nosotros
se ha creado un concepto particular, caprichoso y temerario, de lo es en sí la libertad, en
razón tal vez de los escasos instantes de nuestras propias inclinaciones y conveniencias
individuales. En la prisión cada quién saborea con su propio paladar, una porción
reconfortante de ese anhelado trago mágico que significa “LIBERTAD”.
Para Jairo Castillo, por ejemplo, ese pintor y lustrador de zapatos, un vagabundo que
pinta castillos en el techo de su celda, la libertad no puede ser otra cosa que un pincel y
una brocha de cualquier tamaño.
Para Mecié Dubá, ese pintoresco viejo aventurero, aficionado a la colección e
intercambiar postales, estampillas y soovenires de todos los lugares del mundo, la
libertad es un pasaporte internacional con visa abierta.
Para un estudiante bohemio y soñador que vino a despertar en una celda de la prisión,
muy bien representado por Gustavo Andrade, quién fue traído a este lugar por suplantar
la firma del hermano de su padre, se le asimila a una cuenta bancaria, la libertad es tan
autentica como quién posee una chequera falsa.
Y para mí, que aspiro a ser escritor, pero que por sobre todo aquí en la prisión, soy
uno de tantos inocentes que nos encontramos ocupando el lugar que debieran estar
ocupando otros, esa ansiedad de libertad representa otra cosa. ¿Porqué cada persona
tiene un concepto distinto de lo que significa la libertad? Cualquier ser viviente persigue
la libertad, así tenga que entregar su vida o toda su riqueza, huyendo de la humillación
de la muchedumbre, la perseguimos a cualquier precio hasta alcanzarla, si la podemos
lograr la disfrutamos y la vivimos comprendiéndola, pero para esto, nos ha tocado sufrir
y padecer bajo el yugo opresor. Todo este conflicto comienza, cuando hay más de dos
seres humanos, la razón es muy sencilla, más de dos personas jamás podrán ponerse de
acuerdo en ningún tema, menos para hablar de la LIBERTAD. ¿Aun qué puede ser más

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bello y ansiado que la LIBERTAD? Nada, pero es un verdadero enigma, a pesar de
encontrarse a nuestro alrededor, es casi imposible alcanzarla.
Haciendo referencia a este drama de la libertad, Mecié Dubá nos dicta una
conferencia de exhibición pirotécnica, demostrando sus amplios conocimientos
humanísticos en el ámbito mundial.
-- Durante toda mi vida, he oído hablar tanto de los derechos humanos y de la libertad,
que hasta me atrevo a pensar que estos no existen, de ser así, solo existen para unos
cuantos acaparadores. Sin temor a equivocarse, indicaba Cervantes que la libertad es el
camino. Pero mi interrogante es, ¿el camino hacia donde? ¿ Será un camino donde es
completamente imposible llegar a la meta? “LA LIBERTAD ES LA JERARQUÍA”. De
esta manera se refiere Federico Nietzsche en una de sus obras con relación a este
complicado tema. El polémico y carismático Clemenceau, con su soberbia
particularidad, decía en sus discursos que “ la libertad es el deber que cada persona
tiene individualmente” “La libertad no es otra cosa sino, la libre elección “ son las
palabras de Hegel. Respeto todas esas opiniones, pero no las comparto. A mi no me
convencen y no puedo estar de acuerdo con ninguno de estos pensadores, muy
excelentes por cierto, lo reconozco públicamente. Pero no me dejan otra alternativa, en
mi concepto me veo obligado a contradecirlos, porque aún con todas esas razones,
ninguno de estos personajes tienen razón del todo y es que resulta imposible concederles
la razón. ¿Porqué? Es muy fácil demostrarlo, en esta prisión, en este pasillo he podido
hacer un minucioso análisis y he descubierto que la verdadera libertad es la prisión, así
como la verdadera violencia es la paz.
Por unos instantes Mecié Dubá calla y el pasillo es invadido con la cálida presencia de
la ansiada libertad por todos. Cuando alguien llega a la prisión, en esos primeros días la
libertad del pasillo y de las celdas, es como un ruido delirante y perturbador; ese
estruendo al que ya nuestros corazones han olvidado pero aún subsiste un rescoldo de
esos recuerdos, que parecen venir desde muy lejos para penetrar de nuevo en lo más
recóndito de nuestras entrañas. Entonces adquiere aquí la forma de un viento
inesperado, un delirium tremens que con sus caricias nos arrebata todo esto, se lleva
nuestros pensamientos, dejándonos sólo eso, nuestros recuerdos. Pasan las horas, los
días, los meses y los años, hasta que por fin la libertad estalla y nos deslumbra como si
en nuestras manos tuviéramos la facilidad de agarrar el sol o la luna. Nuestros ojos
agobiados por el temor, la bajeza y la penumbra en que nos encontramos, quedan en
esos instantes enceguesidos al palpar nuevamente el paisaje de la LIBERTAD. Es como
si todo se mezclara; libertad, luz, ruido, tiempo, recuerdos, paisajes y aire, penetrando
así en nuestras humanidades, para comenzar a palpitar y circular por cada una de las
fibras del cuerpo, ese mar de sangre. Le concedo toda la razón a Mecié Dubá al expresar
que la libertad siempre se encuentra con los prisioneros y que la prisión es la verdadera
libertad.
Tratando de evitar que Mecié Dubá continué malgastando su palabrerío, opto por
interrumpirlo, sentando mis escasos conocimientos filosóficos.
-- En cierta forma estoy de acuerdo con usted, que en el campo de la libertad existen
muchos conceptos. Puedo enumerar una interminable lista de pensadores y
pensamientos relacionados con el tema. Pero para darle un ejemplo le nombraré sólo
tres. Si Freud, quién soñaba despierto, para él la libertad significaba un tierno y dulce
sueño. Epicteto en su línea, que era la filosofía tradicional, afirma que no hay otra
libertad sino la sabiduría. Y como tercer ejemplo le pongo el de D’ Annunzio, un super

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excelente escritor de poemas y quién asegura que la libertad es la más hermosa de todas
las poesías. De tal modo puedo continuar describiendo infinidad de pensamientos, hasta
los más recónditos e infinitos, en nada contribuiría en todas esas contradictorias
reacciones de los seres humanos en este planeta, frente a la libertad y los mismos
derechos humanos. Es de donde se desprende que compare la libertad, con esas
escaleras eléctricas que gira y gira y nunca deja de girar.
Termino mi corta intervención y me siento de nuevo en la banca, meditabundo, en el
pasillo frente a mi celda, con las manos cruzadas. Continúo pensando en la libertad, que
en resumen todas estas definiciones convergen y se complementan, la libertad es todo,
todo es libertad. O lo que es mejor expresarlo de otra forma, con palabras sencillas y
muy fácil de comprender, la libertad es disfrutar la vida; pero también puede llegar a ser
el fin, porque también podemos encontrar la muerte. Por la libertad, aveces vamos por
una calle y una bala perdida acaba cegando la vida de seres inocentes que nada tienen
que ver en el conflicto de la guerra.
Un guardián se acerca a la puerta del pasillo, viene armado de un fusil lanza gases.
-- ¿Para qué es ese juguete? Le pregunta Gustavo.
-- ¡No es ningún juguete! Y me lo dieron para que calme a los prisioneros que se las dan
de muy machos. Responde el Guardián.
-- Los guardianes no serán machos... pero si son muchos. Le dice Gustavo. ¿Por qué
lleva esa cosa en vez de llevar una “metra” o un revolver?
-- Pierda cuidado. Llevo revolver y metralleta también. Además aquí cerquita tengo un
tanque blindado.
--¿Y no carga por si acaso, un cuchillo?
-- Cuchillo, no... Tengo una bayoneta, por cierto está sin estrenar.
--¿Por qué no se trajo un cañón de artillería? O una bazuca.
-- Hay que hacer lo que mejor se pueda para sobrevivir.
-- ¿ Pero qué es lo que pasa? ¿Por qué va tan armado? Supongo que algo debe estar
ocurriendo, desde el momento que lo han armado hasta los dientes.
-- Lo que ocurre es que los del M-19 le han perpetrado un gran golpe a las Fuerzas
Armadas. Se robaron todas las armas en Usaquen en el cantón norte, mataron unos
soldados.
--¿Unos... nada más? Pregunta Mecié Dubá.
-- Bueno, no mataron más, porque no habían más cuidando el cantón. Explica el
Guardián.
Gustavo, que siempre tiene sus buenos apuntes y le saca pelos a una calavera, sale con
sus charadas:

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-- A los militares les va a tocar buscar asilo en la prisión. Por lo visto, el único sitio que
existe hoy protegido y seguro en todo el país, es la prisión. En su lugar, me venia para
acá, así no tendrían que ponerles guarda espaldas a los militares de alto rango.
El guardián fija la mirada en mi humanidad, observándome continuamente con ojos
de hostilidad ametralladores, de pronto me dice:
-- En esta prisión hay muchos del M-19. Si es que no estoy equivocado, Eliécer Sales
debe ser usted.
-- Si, comandante, soy yo, ¿por qué? ¿Qué ocurre?
-- He venido por usted para conducirlo a la guardia externa. Ya me había olvidado.
-- ¿Puedo saber de qué se trata? ¿Por qué me mira con ojos de tío que mira a sobrino?
-- Vamos hombre, no se asuste. Se trata de su abogado y necesita hablar con usted.
-- ¿Mi abogado? Pregunto asombrado.
-- ¡Un momento! ¿Cómo cual abogado? Grita Gustavo.
A mí alrededor, mis tres compañeros se muestran impacientes por lo que acaba de
expresar el guardián. No logro entender ni encuentro que decir a todo esto, instantes
que aprovecha el guardián para concluir.
-- En todo caso, en la guardia externa lo solicita un hombre que dice ser su abogado y
desea entrevistarse con usted.
-- Comandante aquí debe haber un error. Porque es que Elí no tiene ni juez, entonces,
¿para qué va a necesitar un abogado? Dice Gustavo.
El guardián abre la puerta del pasillo, salgo pensativo, por mi mente cruzan toda clase
de suposiciones, mientras camino cabizbajo por el pasillo central que conduce a la
guardia externa. Es un pasillo frío, húmedo y oscuro. Como llevaba varios días sin salir
del pasillo, el caminar me causa vértigos, como cuando un niño comienza a dar sus
primeros pasitos. Siento que mis pies no se afianzan en el suelo con seguridad. Me
siento tan débil como si acabara de sobreponerme a una grave enfermedad. Siento que
donde voy pisando, es una especie de altibajos en el piso. El trayecto desde el pasillo
sexto parece no terminar, no sé por qué, pero presiento que no voy a alcanzar a llegar a
la guardia externa.
Cuando por fin llegamos, encuentro solo el pequeño local destinado para las visitas de
abogados. Pero un momento después, un “ fragmento” de hombre, hace su entrada al
local, donde sólo podemos vernos las caras. Entre él y yo, nos separa una pared y nos
comunicamos por una ventanilla enmallada que parece la puerta de una jaula para
fieras. El Guardián se queda muy cerca de mí. Nos mira como si fuéramos
conspiradores, prepara el arma que porta en sus manos, listo como si fuera a disparar
contra nosotros.

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-- ¿ Es usted Eliécer Sales? Interroga el hombrecillo.
-- Si, si... ese es mi nombre.
-- He venido a ofrecerle mis servicios profesionales como abogado.
Todo esto para mí es tan extraño, que no encuentro con que palabras responderle.
-- Soy abogado penalista. Insiste el pigmeo.
Casi entre los dientes, tímidamente, digo:
-- ¿De parte de quién viene, cómo es que sabe mi nombre, quién lo ha enviado?
-- Cálmese, por favor, no vengo de parte de nadie, estuve ayer en el juzgado donde cursa
su caso y me pareció muy interesante.
-- ¿Y habló con el juez?
-- Si he hablado con el juez. ¿Por qué le parece muy raro?
-- No... no, el que usted haya hablado con el juez no se me hace nada raro, al fin y al
cabo tienen la misma profesión. Mi extrañeza consiste en que al fin la justicia haya
encontrado un juez para mí.
-- Es un juez que está recién posesionado y el mismo me ha recomendado su caso. Hasta
me dijo que se habla mucho acerca de su expediente y que es preciso resolverle la
situación jurídica sobre su crimen. Por lo que me dio a entender, usted continua
sosteniendo que es inocente.
-- ¡Óigame doctor, no es que lo sostenga, es que soy inocente, porque no he cometido
ningún delito!
-- ¿Conocía usted a esa muchacha?
-- ¿Qué dice? ¿De qué muchacha me habla usted?
-- Bueno para comenzar, debemos ser francos, precisos y concisos. Le hablo de esa niña
que fue encontrada en su apartamento estrangulada.
-- ¿En mi apartamento? ¿Estrangulada?
Oh Dios... Me digo para mí mismo. ¿Qué es esto? Me resulta imposible contenerme y
comienzo a reír con un nudo en mi garganta, hasta que se me saltan las lágrimas. Es
una risa como de ultratumba, casi ahogada. Una risa desenfrenada, hasta el punto que
el abogado me dice:
-- ¡Está usted completamente loco! No me venga con el cuentecito de que no la conocía.
Tartamudea un poco y se pasa la mano por la frente.

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-- Todos tenemos un grado de locos, pero efectivamente, doctor, hasta hoy... o mejor
hasta este momento, me vengo a enterar por qué me tienen tras las rejas, llevo más de
seis años en prisión sin saber realmente porqué.
-- ¿Más de seis años? ¡No, no puede ser! No me mienta.
-- No le estoy mintiendo. Le estoy diciendo sólo la verdad, mentirle a usted seria
engañarme a mí mismo, me duele tanto recordar, que me avergüenzo decírselo a los
demás, todo esto me acongoja, se lo juro.
-- Que estas cosas puedan suceder, me resulta increíble. Dice el chiquitín.
-- Increíble pero cierto doctor, a mí me esta sucediendo. Cuando todo esto comenzó elevé
protestas, luché y reclamé, pero de nada valió. En mis reclamos no hubo quién me
prestara atención. He tenido que conformarme con mi resignación. Con decirle que ni a
la prensa le prestaron atención por mas de que en la mayoría de los diarios pedían
justicia con respecto a mi caso.
-- ¿Puede usted jurarme que es inocente? Es muy importante para mí y para usted, no
me comprometo a salvarlo de no ser así. ¿Es usted capaz de jurármelo?
-- Si mi salvación está en jurar, entonces mi alma ya está en el cielo. No quiero decir que
sea yo un santo, pero le aseguro que mi palabra tiene mucho más valor que mi
juramento, por eso le puedo asegurar que de lo que se me acusa, soy completamente
inocente.
Por vez primera me siento avergonzado de tener que decirle a un desconocido que soy
inocente. Y algo tan curioso: Es también la primera vez que me invade un sentimiento
inesperado. Pero lo dicho, dicho está y tarde para retirar mis palabras.
Todo esto me deprime y me duele, no por encontrarme en la prisión, sino por estar
pagando un crimen que no he cometido. Tengo que sentir remordimiento por no haberla
matado, pero también siento nostalgia por ignorar, ni saber siquiera como era ella, por
no haberla conocido. El abogadillo me mira fijamente, como si con sus ojos me
estuviera esculcado mi conciencia. No puedo saber si se encuentra asustado o siente ira
y asco contra mí. Se quita las gafas y se las pone continuamente, limpiándolas con un
pañuelo facial. Su confusión es tal, que su color y su manera de hablar ya no es igual
que en el momento de nuestro encuentro. Tartamudea y su rostro es completamente
pálido. Lo que sí puedo adivinar por su forma de mirarme, es que a pesar de todo me ha
creído, de eso estoy seguro. Puedo ver que este pequeño abogado, un desconocido para
mí, ha descubierto en su cliente, la sinceridad y la honradez, ha olfateado con su limpia
nariz el candor de mi inocencia. Por medio de su penetrante mirada, ha captado todo el
mal que me han causado con tanta injusticia que existe contra los seres desvalidos.
Tanto él como yo, podemos darnos cuenta que ni existen mentiras de parte y parte. Pese
a su estatura, este hombre es gigante en palabras. Entonces vuelve a interrogarme:
-- ¿Dígame una cosa, cuando lo indagaron se declaró usted culpable? ¿Ha firmado
algún papel? ¿Firmó algo en el F2 que lo comprometa? ¿Que usted haya confesado?

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-- Si, si... Recuerdo haber firmado un documento, pero no pude saber qué firmé. Esos
cerdos, me torturaron tanto que no tuve escapatoria sino firmar sin poder leer que
estaba firmando. Bajo amenazas, me obligaron a firmar, sin dejarme leer el contenido
del documento. Me resultaba imposible negarme a firmar correctamente. Sin lugar a
equivocación... nunca puede uno firmar tan claro y visible con una ráfaga de golpes en
los testículos y el cañón de una subametralladora incrustado en la sien. Tengo la certeza
que usted me cree, necesitaba que alguien prestara atención a mi proclama, alguien
como usted, que pusiera atención a mis palabras, por fin ese alguien lo ha enviado Dios.
-- Eso es suficiente, no es más lo que necesito.
Ofreciéndome los dedos por la cavidad de la malla, el índice y el del medio, que son los
únicos que le caven, el chirrimplin me dice:
-- Le juro que lo voy a defender, así tenga que aplicar todos los artículos del código
penal. Lo sacaré de la prisión, de eso puede estar seguro.
No encuentro que responder, además porque me he quedado sin voz. Las palabras no
pueden salir de mi garganta, no soy capaz de pronunciar nada. En estos años que llevo
en la prisión, hasta hoy vengo a encontrar una minúscula, un trocito de solidaridad de
alguien que pertenece a la humanidad. Al fin siento que me vuelve la voz, entonces le
digo:
-- ¿Usted si me entiende, verdad? Espero que comprenda que no soy un rebelde contra
nadie y menos contra el juez. Únicamente pido ser escuchado por una autoridad justa y
competente.
-- Si, lo entiendo. Me responde el pigmeo. En su caso no ha habido el más mínimo error
de justicia. La cuestión es aún más simple, con usted lo que han cometido es una cruel
injusticia. No es más.
-- Perdóneme ¿cómo es su nombre... don? Le pregunto.
-- No, “don” no, “doctor” porque no tengo ningún don, pero si estudié cinco años en la
Universidad Libre, Derecho y comunicación Social, para que cualquiera me venga a
llamar “don” como si yo fuera un vulgar delincuente o un representante a la Cámara de
las provincias y costa de los dineros calientes. Aquí tiene mi tarjeta. Mi nombre es
Eduardo Molina. No se le olvide, soy el doctor Eduardo Molina.
Se va sin despedirse y sin volver a dirigir la mirada hacia mí, por su actitud, pienso
que tal vez debió molestarse por haberlo llamado “don”. Pero la cara satisfacción que
muestra el guardián, quien ha permanecido muy cerca de mí, me da a entender todo lo
contrario. Con su mirada, me confirma que Molina, el doctor en Derecho y
Comunicación Social, se ha marchado convencido por el prisionero desvalido que hace
mas de seis años vive y duerme, protegido por los muros de la prisión, que aún debe
continuar pernoctando en ella.
A propósito de muchachas, ablando un día sobre este tema, tuve la osadía de hacer un
comentario, de que no había conocido mujer alguna con respecto al campo sentimental.
Todos en el pasillo se quedaron mirándome de una manera muy extraña. No creo que
haya un hombre que no pueda entender, que son las mujeres, con algunas excepciones,

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quienes sonsacan a los hombres. En mis tiempos de adolescente, en esa bella edad y aún
hoy en nuestro país, continua siendo esto algo así como una tradición para el mal
llamado sexo fuerte. A pesar de todo esto, al pregonar estas palabras, llegue a sentir un
gran orgullo. Puedo asegurar que fue esta la ultima vez que me sentí libre de todo culpa
ante las leyes y ante la sociedad. Hoy no me puedo sentir con la misma vanidad que sentí
ese día, como sostener que soy inocente. Cuando pronuncio esta palabra, siento que mi
paladar se pone pesado, como si tuviera algo atascado contra mis dientes y la sangre que
fluye por todo mi cuerpo me hierve quemándome por dentro, muy deprimente.
Es un imposible poder medir el tiempo en la prisión. En este lugar tan solo se puede
sentir ese tiempo, como podemos sentir en nuestros cuerpos cualquier dolor. Esta razón
es por demás suficiente para liberarme cuanto antes de ese infame tiempo. Entonces
tomé la determinación de romper el reloj de pulso que usaba desde cuando me trajeron a
la prisión. De eso si me declaro culpable, porque le di muerte. ¿Para qué necesitas las
horas en este encierro? Me pregunté a mí mismo. Si le quito la vida al reloj, tiene que
morir con él, ese tiempo. Me tocó asesinar a mi reloj, porque el cautiverio me tenia
cansado con esa complicada maquinita fabricadora de segundos, minutos y horas,
inútiles y martirizantes. Además, encontrándome en prisión inocentemente, necesitaba
sentirme responsable de algún delito. Me tocó planear ese asesinato para desahogarme
con el indefenso reloj. Desintegrado el átomo, sólo restaba el instante y entonces pensé:
Si vuelvo añicos mi reloj, puedo hacerme a la idea de haber logrado mi objetivo,
destruir el instante.
Cuando estoy escribiendo lo anterior, sentimos algunos pasos de alguien que se acerca
por el pasillo hacia la puerta donde nos encontramos nosotros, es un guardián quién
llega.
-- Ese que lo llaman Mecié Dubá, ¿Quién es? Grita el Guardián desde el pasillo.
-- Ese soy yo comandante. Responde Mecié Dubá alzando su mano derecha. ¿Para qué
soy útil?
--No sé si será útil para algo, pero el director quiere verlo ya en el comando de
vigilancia.
De inmediato dejo de escribir, Gustavo quién se encuentra leyendo, suspende también
su lectura y todos enfocamos a Mecié Dubá con la mirada. Se interpone un momento de
tensión, de suspenso, que Mecié Dubá logra romper al decir:
-- Me va ha perdonar usted señor comandante, pero en este momento no tengo tiempo
para atender al señor director.
-- ¿Qué quiere decir con eso? Pregunta el guardián.
-- Quiero decir que sólo tengo tiempo para dedicarlo a mis lecturas.
-- No entiendo sus palabras. Barájemela mejor. Dice nuevamente el guardián.
-- Bueno, entonces puede decirle al señor Director que para poder hablar conmigo
deberá solicitármelo mediante una audiencia, con el respectivo conducto regular,
pasando primero a través de Elí Sales.

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-- De ser así, entonces me marcharé, pero le puedo asegurar que le va a costar muy caro,
eso de que el Director tiene que solicitarle audiencia con conducto regular para poder
hablar con usted.
-- Si piensa que me puede salir muy caro eso, dígale entonces que no me pudo
encontrar, que tal vez he salido de la prisión, lo que mejor se le ocurra que me pueda
salir más económico, mejor dicho dígale que no saben en donde estoy. Expresa Mecié
Dubá.
El guardián se marcha, entonces le digo:
-- ¿Porqué se le ocurrió decir eso?
-- ¿Qué cosa, que he dicho?
-- Pues hombre, lo que acaba de decirle al guardián. Que el Director, para hablar con
usted, tiene que mandarle una audiencia, por conducto regular.
-- ¡Dios mío! ¿Pero qué fue lo que hice? Creo que debe ser porque ya he vivido lo
suficiente, pero bueno, anochecerá y veremos. Ya no puedo echar pie atrás.
No del todo, pero en cierto modo, estoy de acuerdo con Mecié Dubá, porque este ha
sido de esos días en el que uno no se siente con ánimos de hacer nada más que leer: que
tenemos el tiempo estrictamente dedicado a la lectura, como cuando nos encontramos en
esos lugares de veraneo y sólo deseamos estar sumergidos en esas confortables piscinas.
En la mayoría de las obras que he Leído, he podido comprobar que hay algunos
escritores que se les dificulta hablar en público, e improvisar. Otra cosa es cuando
escriben, porque en sus obras ellos expresan el sentir y el dolor principal que padecen
hoy todas las naciones, se puede palpar la voluntad de esos pueblos y sus vivencias. Esto
lo podemos constatar al leer a Hemingway a quién no puedo dejar de mencionar por su
reconocida fama universal. Su pensamiento y su genialidad, traspasan las fronteras
norteamericanas, haciéndose participe en la guerra civil española. Más tarde emprende
viaje para llegar a la hermosa isla de Cuba, en un derroche de alegría y fiesta que nadie
sabe si termina o sí aún continua. Tiempos más tarde se traslada a París y vagabundea
por las calles de la ciudad. Caso comparable es el de Faulkner, que siendo todo lo
contrario a Hemingway; es tal su provincianismo, que jamás sale de ese condado en el
sur de los Estados Unidos, donde siempre hay esclavos, granjeros o gendarmes, todos
inmigrantes o descendientes de cualquier parte del mundo. Allí, nunca ha existido un
norteamericano legitimo. Sinclair Lewis es, sin lugar a dudas, el más completo escritor
norteamericano de todos los tiempos. Lewis, hace parte de un mundo diferente a las
ideas de todos los gringos, porque su mundo no es ese mundo con ideas capitalistas, el
mundo de este genio es habitado por seres que están hastiados de esas aspiraciones de
riquezas. En sus obras no encontramos cazadores de fortuna, sino cazadores de libertad;
en sus obras no existen hombres que vallan en persecución de otros hombres para
entregarlos a la justicia, sino que los ayudan a encontrar la salida y los orientan para
defender la libertad: aquí, no cazan fortuna, sino que compran libertad. Por eso soy un
ferviente admirador de Lewis, llegó a escribir paginas terribles sobre la justicia,
demasiado hermosas sobre la injusticia. Conceptos como estos se pueden aplicar al
sistema imperialista norteamericano y muchos otros más. Este pensador, afirma que en
los Estados Unidos la justicia sobrepasa al común, su pereza y su gordura es tal, que

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permiten que se roben las bestias para después colocar en las puertas de los establos un
sinnúmero de medidas de seguridad para capturar a los ladrones. Este sistema a sido
adoptado por la justicia de nuestro país y hasta pagan recompensas para capturar a los
malhechores, que entre otras cosas se ha vuelto un gran negocio. Por ejemplo aquí en la
prisión sólo cerraban los pasillos y cada cual aseguraba su celda para dormir: De la
noche a la mañana se fugaron diez prisioneros del patio séptimo. Después las directivas
implantaron las más estrictas medidas de seguridad, medidas estas arbitrarias desde
todo punto de vista, como todo el proceder de las fuerzas de policía. Me identifico con
Lewis por ejemplo cuando afirma que la policía norteamericana tiene esa mentalidad
uniformada de todos los policías que les exige demostrar que son pesos completos.
El trafico de droga es ejercido por algunos guardianes en la prisión y luego quieren
tapar su falta demostrando que son más rígidos y cumplidores de su deber, sometiendo a
los prisioneros a requisas permanentes y decomisándoles a los que “la” consumen, los
cigarrillos cuando ya los tienen listos para prenderlos. Eso sí, si este prisionero tiene con
que pagar el “impuesto”, no es castigado, pero si no tiene, pobrecito de él, le hacen un
informativo, el prisionero es conducido a los calabozos, el guardián por esta hazaña, es
bonificado con setenta y dos horas de permiso, hace doble negocio el angelito.
Igual sucedió cuando se fugaron los dos jefes del M-19 Iván Marino Ospina y Elmer
Marin, quienes burlaron toda la seguridad implantada por el ejercito y la policía, se
salieron vestidos de oficiales, con uniformes que miembros de la policía les trajeron
hasta la prisión por una buena cantidad de dinero. Para ese entonces, ese oficial era un
capitán de la policía que más tarde vino a desempeñar a la prisión el puesto de
subdirector. Ocupando este puesto, cobraba la suma de diez mil pesos para trasladar a
cualquier prisionero al pabellón séptimo, considerado aquí como el patio de mayor
comodidad. Este capitán, también siendo subdirector, introdujo a la prisión un revólver
con el cual fue asesinado Gonzálo Panesso, un prisionero. Después de esta muerte, el
muy hipócrita implantó una serie de medidas más que arbitrarias. Todo lavándose las
manos como Pilatos. Si algún guardián era sorprendido llevando a un prisionero hacia
alguna de las dependencias, este capitán comenzaba a preguntarle al guardián cuanto
dinero le había dado el prisionero para sacarlo de su pabellón, esto es lógico, porque el
que mal actúa mal piensa.
España y su cronología, que data desde la época de la pérdida de las colonias, en lo
que ellos llegaron a denominar “Las Indias”, que hoy todos conocemos como el
continente americano, que ha sido bien descrito en esa maravillosa obra de Azorin. Este
narrador me parece de los más raros escritores, es un acérrimo amante de las cosas
insignificantes y débiles. Lo que el mundo desprecia, es lo apreciado por él. De la
humanidad prefiere al sin oficio. De la niñez, adora la huerfandad. De la sociedad, sólo
quiere la pobreza. De la agricultura se inclina por el diminuto ajonjolí. De las mujeres,
sus preferencias son por las feas. De la zoología, es como los chimpancés, le gustas las
liendres. De la gastronomía, le encantan los sobrados o desperdicios. Todos estos
ejemplos, me conducen a razonar que este hombre tenia unos gustos demasiado raros.
Llegó a auto calificarse “El apóstol de la literatura y la resignación” al expresar así
sus propias frases. “París es un pueblecito de donde es Jeannette”, escribió Azorin. Este
misterioso pensador, es de los que ven la vida vuelta una miseria por su sola
imaginación, pero es como se imaginan el mundo. Por su manera de razonar, el mundo
no es más que una de desvaluadas monedas. Los personajes de Azorin son seres libres,
pero cargan dentro de su alma un confesor que les infunde miedo, amenazándolos para
enviarlos directamente al infierno y su sombra es un guardián que siempre los está
custodiando. Según este ingenioso hombre, las vírgenes no existen entre las mujeres, de
acuerdo a su teoría, solo existen ángeles carcomidos por la anemia y la fiebre amarilla.

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El concepto que tiene Azorin, los donjuanes descritos en sus obras, lo que tienen es
piedad y no pasión como los demás. Describe a sus viajeros por ejemplo, como si no
tuvieran un horizonte, no saben que rumbo llevan ni para donde van, andan como barco
sin brújula. En fin sólo a él, se le pueden ocurrir todas estas ocurrencias. Este genio, ha
creado personajes que permanecen de luto, son apasionados y suspiran colmados de
ansiedad. Este creador de personajes fuera de lo común se enorgullece con frases como:
-- “ Lo que no puedo entender es ¿porqué mantienen suspirando continuamente estas
viejas, si se encuentran guardando luto”?
Una mañana como cualquiera otra, conversando con Mecié Dubá, sostiene en sus
manos un tomo de la obra “LOS MISERABLES”, de Víctor Hugo, de repente me
pregunta:
--¿A Leído obras de Azorin, verdad? ¿No le parece que lo que este hombre escribe, no
sirve para leerlo? Tengo la convicción de que los libros de Azorin son, ante todo obras
de colección.
-- Sí... he Leído varias obras escritas por él. Le respondo. Respeto sus conceptos, pero
no los puedo aceptar. A mi manera de pensar, me parece un escritor formidable en sus
creaciones.
-- Bueno, por lo menos respeta usted las ideas de los demás -. Me dice y continua
concentrado en su lectura.
Entre Lewis y Azorin, son inmensas las diferencias. Dos polos opuestos. La forma de
ver el mundo de uno es completamente distinto y difiere del otro. Entre ellos, se
interponen tumultuosas barreras. Son dos continentes, dos pueblos que hablan
diferentes idiomas. He tenido la satisfacción de leer obras de ambos, me resulta
imposible encontrar alguna similitud entre ellos y sus creaciones. Sin embargo, he
podido notar que ambos tienen mucho entre sí, que los identifica. Los dos son muy
representativos, especialmente aquí en la prisión, las dos onerosas influencias culturales
que han sido adoptadas en los sistemas penitenciarios de nuestro país. Tanto el uno,
como el otro, se hacen partícipes, aunque en partes insignificantes con aportes muy
similares, al carácter y personalidad de la muy “apreciada” y adorable prisión.
En términos generales, España primero y luego los Estados Unidos, son los pioneros,
representan ese cuchillo de doble filo, las tenazas históricas que nos han OPRIMIDO y
continúan manteniéndonos a los de escasos recursos tras las rejas de la prisión. Esos
dos filos que cortan eliminando todo el esfuerzo en conjunto de la gran población
prisionera, pues entre ellos inutilizan el más mínimo esfuerzo que vaya en favor de los
prisioneros. Donde la amargura española nos empuja y nos hace revelar contra la ley
colonial que aún existe en la prisión, las autoridades con ese mismo criterio imperialista
norteamericano, nos imposibilitan inmobilizándonos con el cerco feroz de los perros
policías y los guardianes artillados. Aquí donde la influencia gringa nos estremece y nos
invade, las tradiciones hispánicas nos marginan, cohibiéndonos y destruyéndonos.
Donde el idealismo ibérico nos eleva con su impulso, el utilitarismo imperialista
norteamericano, nos tritura aplastándonos con el cilindro de una aplanadora de vías.
La verdadera desgracia de nuestra “adorable” prisión, la representa el no haber tenido
la suficiente personalidad de liberarnos en aquellos entonces de todos esos
impedimentos importados por esos dos yugos unísonos. OPRIMIDOS como medias

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naranjas en un exprimidor, entre estas dos fuerzas que nos trituran con sus sistemas
demoledores, no hemos podido llegar a ser nosotros mismos, sino que dependemos de
ellos para todo.

CAPITULO VII

Aún que no quiera, tengo que hablar de todo lo concerniente a la prisión, la comedia
es una de las cosas chistosas que existen aquí. Por ejemplo, el almuerzo de hoy, ha
consistido en un poco de agua tibia mezclada con harina de maíz. Para llevar a cabo
aún mejor tal engaño, en cada vasija donde sirven las comidas o en las cada uno tiene
para recibir lo que en el argot de la prisión llaman “murrio” se ven flotando tres habas y
ese hostigante olor a rancio de los huesos que a duras penas ha podido subsistir gracias
a su estado de descomposición y putrefacción. A este revoltijo, Mecié Dubá, que es un
hombre sofisticado, suele llamarlo sopa o sancocho. Jairo Castillo, que es un acérrimo
patriota y partidario de las tradiciones regionales, le ha bautizado con el nombre de
mazamorra. Ahora que menciono esta palabra, en una de las obras el doctor Gregorio
Marañon hace suponer que la mazamorra fue traída al continente americano, en una de
esas prisiones flotantes que antiguamente eran llamadas galeras, según cuenta el doctor
Marañon, esto fue importado del continente europeo al igual que la mayoría de nuestros
platos típicos tradicionales que no tienen nada de típico y menos de tradicionales.
Fueron llegando en esas galeras de la misma manera que fueron llegando nuestros
ancestros.
La obra del doctor Marañon la he Leído dos o tres veces y en uno de sus apartes hace
el siguiente comentario:
-- “Con los sobrantes del bizcocho (una palabra muy escuchada en Antioquía,
preparaban una sopa rarísima que la llamaban “mazamorra”.
Yo diría que lo único que han hecho en la mayoría de las regiones, es cambiar buena
parte de sus ingredientes para prepararlos. Por ejemplo los bizcochos, (que también le
dicen así a las mujeres hermosas), esos desperdicios con los que hacían la mazamorra,
han sido reemplazados por el maíz, con lo cual preparan la mazamorra hoy en día en
nuestro país. Haciendo más insípido su autentico sabor. De donde podemos deducir que
el termino mazamorra se deriva de la palabra mazmorra, que en lenguaje castizo, no
viene a ser más sino una prisión. De todo esto he venido ha sacar en conclusión que la
llamada mazamorra, es el plato predilecto y apetecido por los prisioneros.
De sobremesa nos fue dado un poco de agua de panela a medio hervir, adornada
también, pero ya no con los olores de los huesos, sino con avispas y moscas, que
complementan la vitamina de una adecuada nutrición. Gustavo Andrade dice que estas
son puestas por los rancheros o encargados de preparar los alimentos, en el agua de
panela, en reemplazo de la carne que no le pueden echar a la sopa. Con este
procedimiento, la digestión viene a ser un poco más lenta y nuestro estomago queda algo
más lleno, de tal manera que el hambre no volverá a atacarnos tan pronto.
Para reposar el almuerzo, cada uno ocupamos nuestras respectivas celdas. Tenemos
que descansar en las camas, del descanso de permanecer continuamente descansando,
tiempo que aprovecho para decirle a Mecié Dubá:

50

-- ¿Usted va a dormir la siestesita?
--¡De la única manera que podría dormir la siesta es teniendo con quién dormir! Me
responde.
Esto me da pie para pensar que Mecié Dubá cree que la siesta es el espacio más
indicado para hacer el acto sexual. Vuelve a salir de la celda, parándose frente a la
ventana, mirando hacia el firmamento. No quiero dejarlo solo en el pasillo y salgo tras
él. Comenzó por hablarme acerca de sus aventuras vividas cuando estuvo en las selvas
del Amazonas. Al instante, están con nosotros Jairo y Gustavo. Es verdaderamente
reconfortante apreciar su pausada y estilizada voz, con su increíble imaginación y sus
montañas de mentiras. Gustavo se acomoda en una banca de madera que permanece en
el pasillo y le dedica toda su atención con sus manos sobre sus rodillas y los ojos
entrecerrados, dando la impresión de estarse quedando dormido. Esta terapia es como
una soda, un descongestionánte tener la oportunidad de escapar de la monotonía de la
prisión, por medio de su labia y sus engaños, que a nadie hacen daño a través de su voz.
Jairo ha tendido una espuma en la puerta de su celda, mirando hacia el techo contempla
sonriente sus obras de pintura, como el más calificado crítico de arte. Pongo toda mi
atención y mi mirada hacia donde se encuentra Mecié Dubá. Su condecoración resalta
con su brillo, porque justamente encima de él hay una bombilla que con el reflejo de su
luz, hace que relumbre como una estrella solitaria en mitad del firmamento. Mecié
Dubá comienza de la siguiente manera:
-- Desde mi infancia, me han fascinado las aventuras, un día tome la determinación de
marcharme a trabajar a Leticia, nuestra hermosicima ciudad fronteriza con el Brasil. Es
una región olvidada por el gobierno nacional, tan miserable, pero también admirable.
Sus habitantes se sienten bien brasileños o peruanos, con decirles que allí los receptores
de radio y de televisión no captan señales colombianas, sino brasileñas o del Perú. Allá
me asocié para trabajar con vergajo peruano, un tal Zambrano, un desgraciado más
atravesado y cruel que un policía por nombramiento, quien había desempeñado el duro
oficio de recolector de la leche del caucho. A través de toda la historia, en el Amazonas
siempre ha existido algún hombre atravesado, sino es cruzando el río, ha desempeñado
el oficio de cauchero. El tal Zambrano y yo trabajábamos para Mister Barrette, un
gringo con una cultura envidiable pero medio loco, chiflado y también con grandes
cualidades de payaso. El decía que era antropólogo, pero se le notaba ese gran empeño
en convivir y conocer a fondo todas las costumbres de nuestro aborígenes, por que
quería demostrarles a sus paisanos de Norteamérica, con sus teorías, que sus ancestros
primitivos, eran descendientes de la industrial y pujante raza japonesa de hoy en día.
Por cierto en una de esas revistas que tiene Elí, estuve leyendo hace ocho días, que la
hija de la doctora Oliva Otero, estudia actualmente alfarería en la Universidad y está
realizando un minucioso estudio acerca del impresionante parecido que existe en la
alfarería entre las figuras haniwas, que hay en el Japón y las hermosas creaciones
quinbayas, de esa misma tribu colombiana. Teníamos nuestro campamento
precisamente en la región donde se forma todo el trapecio amazónico colombiano y la
punta más avanzada por esos lados, del extenso territorio por donde colinda Brasil con
Colombia, para explicarles mejor, entre Leticia (Colombia) y Tabatinga, que ya es
territorio brasileño.
Mecié Dubá hace un paréntesis que aprovecho para preguntarle:


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