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Autor: Samuel Peña

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PLAN DE CONTINGENCIA
En un futuro cercano, no más de un día a partir de ahora, habrá una batalla sobre
la cuarta luna de Yavin. Unos pocos y agujereados Ala-X saldrán de la zona
selvática de la luna, con la condensación hirviendo en sus cascos mientras
emergen de la atmósfera bajo la luz de un gigante gaseoso de color rojo. El
escuadrón se dirigirá hacia una estación espacial, armada con armas tan
escalofriantes que solo un viejo amargado podría soñar.
Los pilotos, jóvenes ambiciosos y de buen corazón, quienes ya habían visto su
parte de derramamiento de sangre, se encargaran de aprovechar una falla en la
estación con el fin de incendiar el núcleo de su reactor. Pero su apresurado plan
poca oportunidad tenía contra los diseños del viejo amargado. Uno por uno, las
naves serán destruidas. La estación espacial entrará en la órbita de la luna, donde
despedirá un arrasador rayo que desintegrará hasta la última piedra registrada
dentro del inmemorial y antiguo templo, junto a los habitantes del mismo, y el resto
de la luna por igual.
Este no es el futuro que Mon Mothma espera, pero no es uno tan improbable.

—Podría destituirte —. Dijo mientras con apuro movía un montón de tabletas de
datos desde su escritorio hacia un maletín metálico. Revisó dos veces los archivos
en cada dispositivo antes de guardarlos. Se encontró con listados de células
rebeldes, frecuencias de contacto codificadas, localizaciones de refugios,
documentos Imperiales robados. Mon pensó en como 20 años de trabajo se
reducían a un pequeño paquete.
—¿Destituirme con qué fin? Incluso si todo sale bien, no puedes ayudarnos.
Necesitaremos desmantelar toda la base—. Jan Dodonna levantaba sus manos
desdichadamente en la entrada de la oficina de Mon. —Si las cosas no salen
bien…— Se humedeció los labios mientras escogía las siguientes palabras. —
Mon, no solo liderarás la Rebelión. Serás todo lo que quede de ella.
Mon no se inmuto. Había aprendido a suprimir ese tipo de reacciones en el
Senado (Cuando todavía era un Senado). Pero en este momento cerró el maletín
con mucha fuerza. El golpe del cerrojo cerrándose hizo eco en toda la habitación.
—Quiero a todos los droides presentes preparados para analizar los planos de esa
estación una vez que la princesa aterrice. Si ellos pueden rastrearla—si la señal
era precisa —El Imperio no tardará mucho en hacerlo también.
¿Ya había dado la orden? Se lo estaba preguntando. No había dormido en más de
3 días, los hechos y las intenciones se estaban mezclando en su cabeza.

Rozó con Jan cuando salió, y este la siguió escaleras abajo hacia el hangar, y a la
llovizna que afuera era cada vez menos intensa. Cianne se acercó en un costado
de Mon junto con un par de prendas colgadas sobre sus hombros. —Ropa fresca
y armas pequeñas—Explico Cianne— junto con unos pocos recuerdos.
Cianne sirvió a Mon en la capital antes de que esta llevara a cabo su traición;
desde entonces, desde que Mon dejara el Imperio e hiciera público su apoyo a la
Rebelión, ella apenas y se había separado de su lado. “Probablemente añadió la
evacuación a mi agenda”, pensó Mon.
—Hablé con el equipo de comunicaciones. —Cianne siguió. Se posicionaron sobre
la pista y bajo una húmeda y tibia brisa— Contactaremos a Base Uno cada
noventa minutos para novedades.
—El Imperio podría interferir nuestras transmisiones o tratar de localizar las
señales entrantes. —Añadió Jan. —Si no logras hacer contacto, no lo intentes
más. —Titubeó mientras se acercaban a un tripulante cubierto en un desteñido
grafiti color pastel. Mon no reconoció el alfabeto alienígena. —Haga lo que sea
necesario, Comandante.
Jan se llevó la mano a la frente, las gotas de lluvia se contoneaban entre sus
dedos. Mon no recordaba haberlo visto nunca hacer ese gesto, ella lo tomó como
un último adiós.
—Dale mi agradecimiento a la princesa apenas llegue. —Dijo Mon, “y mis
condolencias” quiso añadir, conocía al padre de la princesa demasiado bien. Pero
en este momento no era necesario pensar en Bail.
Habría abrazado a Jan, pero había tripulaciones viéndolos, y era necesario que
vieran fuerza en Mon. En lugar de eso, abordó la nave, aferrándose a su maletín
con ambas manos. Cianne iba detrás de ella, selló la escotilla, y al entrar empezó
a vociferar órdenes dirigidas al piloto. Al mismo tiempo que la nave se levantaba
de la pista de aterrizaje, dejando a los rebeldes de Yavin para pelear por sus vidad
contra un enemigo imposible de vencer, Mon se preguntó si Jan entendía lo que
implicaba la frase “Lo que sea necesario”.
Al igual que Mon, Jan es tan práctico como es idealista. El seguro entendía, y eso
a pesar de todo le rompía el corazón.

En el futuro, o en un futuro, un muy probable futuro, la destrucción de Yavin-4
introduciría los restos de la Rebelión en un profundo estado de pánico. Mon
trataría de reestablecer contacto con las células rebeldes sobrevivientes, para
llevar a cabo algún tipo de estrategia medianamente coherente, pero la impotencia
la consumiría en medio del caos. Su transporte saltaría de sistema en sistema, en

una persecución interminable, y gastaría horas diariamente escuchando estática
en su unidad de comunicación, viendo como el trabajo de su vida se viene abajo.
Los rebeldes dispersos buscarían refugio entre los civiles, pero sin encontrar un
lugar seguro. La destrucción de Alderaan, un mundo pacífico, un mundo querido,
hogar de miles de millones, convencería a la población de que el Imperio no se
permitiría el mostrar compasión por crímenes rebeldes. Una cosa era arriesgar la
vida de uno mismo por una causa; sin embargo, era algo totalmente diferente
arriesgar la vida de un planeta habitado entero. Los soldados de asalto
masacrarían a los últimos insurrectos, cazándolos implacablemente a través los
desiertos, las copas de los árboles, y asteroides huecos.
Un día, un escuadrón de la muerte encontraría a Mon y a Cianne escondiéndose
en su nave, dentro del cinturón emitido por un agujero negro. Los motores de la
nave estarían muertos, sin combustible. Sin los escáneres, no notarían la llegada
de los cazas TIE hasta que fuese demasiado tarde.
No mucho después de una década, la Rebelión que Mon construyó sería borrada
de la historia y de la consciencia de toda la galaxia. Poco después, incluso los
censores del Imperio empezarían a olvidar el pasado.

—Hay cuatro, tal vez cinco refugios a nuestro alcance que creemos están
asegurados y bien abastecidos. También hay dos planetas habitables que no se
encuentran en los mapas Imperiales, si lo que quieres es ir a un lugar sin mucha
infraestructura. Los escuadrones en movimiento no se han puesto de acuerdo
para reagruparse, así que es mejor no contar con ellos…
Cianne siguió hablando al mismo tiempo que el asiento de Mon vibraba debido a
la turbulencia del hiperespacio. Mon estaba escuchando a medias. Ella conocía la
situación. Había detalles que se le escapaban; le faltaba todo el conocimiento
enciclopédico acerca de los recursos rebeldes que algunos de sus colegas en el
Alto Mando poseían, pero nadie estaba más al tanto de la capacidad y el límite de
la Alianza que ella.
La princesa debería estar llegando a Yavin-4 en este momento
—Nada de refugios. —Mon descartó la opción mientras negaba con su mano. —
Nada de esconderse en el espacio profundo. Si nuestra sobrevivencia tiene algún
fin, no lo probaremos estando aislados.
La prioridad de Cianne, tal como ella lo veía, era la seguridad de su senadora.
Mon lo sabía ya que ella se lo había hecho saber. Pero Cianne también sabía
cuándo era inútil discutir, por lo que en ese momento no lo hizo. —Está bien. —

Dijo. —Podríamos intentar entrar en contacto con los equipos terrestres en los
mundos del Borde Exterior, sería arriesgado, pero es un comienzo.
Porque eso es lo que era, comenzar de nuevo.
El cansancio consumía a Mon como una marea creciente. Empezó a pensar en el
malentín entre sus pies, los veinte años de trabajo guardados dentro de un
paquete. Recordó sus primeras reuniones con Bail y los demás, cuando era
prácticamente una niña, segura de su experiencia y aptitudes. Se había imaginado
acabando con el Emperador en cuestión de meses, no décadas.
—Nada del Borde Exterior. —Dijo Mon. Su voz estaba comandando, lo
suficientemente alto para que el piloto la oyera, su voz le transmitía inspiración,
aunque Cianne no sintiera lo mismo. —Vamos a Coruscant. —El corazón del
Imperio, el corazón de la galaxia.
El piloto maldijo en voz alta. Cianne dudaba, en su cabeza se hallaba
acomodando piezas y buscándoles coherencia. —El Senado. —Dijo. —Separado
o no, es una voz poderosa. Luego de lo de Alderaan, los senadores tendrán que
apoyarte.
—Quizás. —Dijo Mon, sin añadir nada más. Porque mientras que ella era buena
para mentir, nunca le desarrolló el gusto.

En otro futuro, la Rebelión viviría luego de la aniquilación de Alderaan y Yavin-4,
no solo viviría, sino que crecería, después de que las atrocidades del Imperio se
hicieran públicas, y Mon Mothma y los senadores exiliados apoyaran a la causa.
La destrucción de Base Uno sería un golpe a la estructura, mas no al espíritu de la
Alianza Rebelde.
Habría una verdadera revolución. Insurrecciones nunca antes vistas en la galaxia
estallarían en miles de mundo.
Entonces el Imperio respondería.
Cualquier mundo que desafiase al Emperador sería destruido. La estación
espacial, el asesino de planetas, sería utilizada, no como amenaza, sino como
arma de absoluto terror. El Emperador y su viejo amargado probarían ser más
crueles de lo que cualquiera hubiese imaginado.
¿Cuántos mundos morirían antes de que la sangre extinguiera el fuego de la
Rebelión? ¿Herviría el océano interminable de Mon Cala? ¿Las comunas de
espinas en Menthusa arderían? ¿Los antiguos paisajes urbanos de Denon
quedarían hechos ruinas? ¿Caerían dos, tres, una docena, cien mundos? La

galaxia es grande. El Imperio es inimaginablemente fuerte. Para sus líderes, no
existe un sacrificio muy grande si este significa su supervivencia.
Por supuesto que eventualmente Mon se rendiría. Ella no era un monstruo. Había
aprendido a soportar el ver niños siendo enviados a la batalla, pero nunca toleraría
la pérdida de planetas enteros.
Mon Mothma en realidad no podía ver el futuro. Solía conocer personas que
podían, pero la última de ellas estaba muerta también.


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