Catálogo Exposición de Francisco Mateos Galería Orfila .pdf



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EXPOSICIÓN
DE

FRANCISCO MATEOS (1894 - 1976)

GALERÍA DE ARTE ORFILA
25 Junio a 14 de Julio de 2018

Portada: Francisco Mateos, ‘El Domingo’. 1964. Óleo/lienzo, 121 x 146 cm
(Exposición Galería Orfila, junio-julio 2018) (Foto Paco Lorca)

1
EXPOSICIÓN FRANCISCO MATEOS (1894-1976).
En ocasión, este año, del cuarenta y cinco aniversario de su fundación,
Galería Orfila presenta una exposición ciertamente singular, que propone
recuperar una figura destacada de nuestra modernidad artística: la del pintor
Francisco Mateos, nacido en Sevilla en 1894 y fallecido en Madrid en 1976.
Su elección para celebrar esta efemérides, junto al reconocimiento del lugar
preeminente que este artista ocupa en la historiografía contemporánea por la
universalidad de su lenguaje y la evidente categoría de su obra, se justifica,
asimismo, por su especial ligazón con la historia de esta galería de arte: la
siempre cordial relación que tuvo con su director, Antonio Leyva, que en 1961,
doce años antes de que se inaugurara, editó en su colección TRILCE las
veintitrés planchas que forman Papapájaros, síntesis gráfica de su ideario
estético. Quince grabados de esta serie, que se expuso por primera vez en la
casi mítica Galería Fernando Fe de Madrid y la pintura que les dio título, junto
otras dieciocho obras (óleos muy representativos, varios de ellos reproducidos
en la exhaustiva monografía que Francisco Garfias publicara en 1977, y varias
acuarelas, entre ellas algunos de sus apreciados apuntes acuarelados con
anotaciones manuscritas), forman parte de esta exposición conmemorativa. Un
pertinente homenaje a quien, en razón a la especial atención que se prestó al
expresionismo en sus primeras programaciones, expuso en Galería Orfila en
1974 (con textos en el catálogo de Manuel Conde, Ángela Figuera, Gloria
Fuertes, Lauro Olmo, entre otros), poco después de la antológica que el Museo
Español de Arte Contemporáneo le dedicara en el año 1973, y que, como el
siempre cercano, además de imprescindible referente que fue, también estaría
presente en la muestra Diez Maestros del Expresionismo Figurativo en España,
celebrada en esta misma galería en 1992. Aquella colectiva fue una de las
escasas ocasiones, tras el fallecimiento del artista y el cese de su intensa
actividad expositiva, que pudo verse su obra, hecho al que cabe atribuir que, a
día de hoy, ésta sea casi desconocida por las jóvenes generaciones. De ahí el
motivo doblemente oportuno de esta exposición de Francisco Mateos, que
celebra Galería Orfila entre los días 25 de junio y 14 de julio.

SKETCH CRÍTICO- BIOGRÁFICO DE FRANCISCO MATEOS.
Los años de formación.
Aunque nacido en Sevilla, Francisco Mateos vive, desde la edad de doce años,
en Madrid. Viene con su familia, acuciada por mil penurias y necesidades, y se
instala en el barrio de Lavapiés. Desde muy niño, se ve obligado a desempeñar
todo tipo de oficios para contribuir al sustento familiar, si bien no ceja en el
empeño de cultivar su afición por el dibujo, adquirida ya en sus días sevillanos,
para el que posee una sorprendente y precoz facilidad. En este barrio popular,
en el que, a la postre, residirá la mayor parte de su vida, entabla amistad con el
escultor Alberto Sánchez; una fructífera relación que se fragua, siendo ambos
aún apenas adolescentes, desde el autoestimulo de su compartida vocación,
rara e impensable en esa época en personas de tan humilde extracción social.
Afiliados a las Juventudes Socialistas, desarrollan sobre el papel proyectos

2
utópicos de inspiración obrerista, discuten y afinan acerca del sentido colectivo,
sobre los destinatarios a quienes quieren dedicar su arte, al tiempo que,
merced a los programas de extensión cultural y educativa de las entidades
socialistas, adquieren una estimable formación general, que servirá de acicate
y complemento a su autodidactismo artístico. De acuerdo a tales premisas,
Mateos se decanta, en sus inicios, por la caricatura, la cual experimentaba en
España, durante esta segunda década del siglo, un auge extraordinario.
Publicaciones militantes, pero asimismo comprometidas con dicho papel de
difusión cultural, acogen sus primeros dibujos: las revistas Vida Socialista, en la
temprana fecha de 1911 -hasta 1913 -, y después Acción Socialista, aunque ya
para entonces, 1915, proliferan sus colaboraciones en La Hoja de Parra, revista
erótico-satírica dedicada esencialmente a la caricatura. Convertida ésta, en ese
momento, en genuina manifestación de los atisbos de una verdadera cultura de
masas, ese mismo año, Mateos logra, de la mano de Gregorio Martínez Sierra,
ver publicadas sus caricaturas en la recién creada revista España (que dirigida
por José Ortega y Gasset, no renunciaba llegar así, pese a su elevado tono
intelectual, a la grandes mayorías), como también en Gil Blas, donde colabora
Ramón Gómez de la Serna. A través suyo, Mateos entra por primera vez en
contacto con la vanguardia, cuando visita la Exposición de Pintores Íntegros,
organizada por Ramón (a decir verdad, fue la primera acción vanguardista en
Madrid), de la que es testigo su caricatura de Diego Rivera, publicada en esta
misma revista. Un acercamiento que amplia, también en 1915, cuando viaja
con Alberto a Lisboa, al llamado Modernismo portugués, si bien es su facción
caricaturista, en especial Almada Negreiros, la que deja en él su impronta.
Después, aprovecha los permisos durante su servicio militar en Marruecos para
visitar su Sevilla natal, donde participa en los prolegómenos del Ultraísmo:
funda con Antonio Rodríguez de León la revista Alma y colabora en Gran
Guiñol y Grecia, donde publica una caricatura de Norah Borges. Hasta
entonces, su firma menudeaba en revistas ilustradas como Nuevo Mundo o La
Esfera, entre otras, siendo además un asiduo participante de los primeros
Salones de Humoristas; sin embargo, desde inicios de la década de los años
veinte, sus colaboraciones, caracterizadas por un dibujo de denuncia social
cada vez más acre y acerado, sólo encuentran hueco en revistas de izquierda
como La Internacional, Revista Popular (de Córdoba) y El Socialista,
publicando en estas dos últimas, además de dibujos y caricaturas, sus primeras
crónicas periodísticas, aun de carácter esencialmente literario, y también, de
manera destacada, crítica de arte (la primera de ellas dedicada a Castelao).
A principios de los años veinte, Mateos y Alberto forman parte de la tertulia que
Benjamin Jarnés tenía en el Café de Oriente; un café popular, en el arranque
de la calle Atocha, frecuentado por las gentes en tránsito de la vecina estación.
A esta tertulia de “artistas de arrabal”, tal la calificara Rafael Cansinos-Asséns,
se incorpora Rafael Barradas, que huía precisamente del espurio cenaculismo
de los grupos ultraístas con que se había relacionado hasta entonces, urgido
de un necesario descenso a la realidad para su arte, que la experiencia de ese
ambiente y el cruce mutuo de influencias y puntos de vista estéticos con estos
nuevos compañeros, justamente, facilitó. A la apodada, desde ese momento,
“tertulia de los alfareros”, (debido a la intermediación que el artista uruguayo
ejercía desde aquí con la revista coruñesa Alfar, en la que Mateos, junto con el
resto de sus miembros, también colaboró), pronto se suman otros contertulios:

3

’La civilización capitalista’ Acción Socialista. Año 1, nº 1, 21-3-1914

Caricatura de Diego Rivera. Gil Blas. Año 1, nº 35, 1-10-1915.

4

‘En Andalucía. -Pidió pan.’ La Internacional. Año 2, 25-6-1920

‘La luna nueva de los campesinos andaluces’. El Socialista. 30-6-1920

5

‘Atrofiando cerebros de jóvenes españoles.’ El Socialista. 17-3-1925

Una hora de paseo y aire libre, siempre sientan bien a los trabajadores’ El Socialista. 16-6-1926

6

Caricatura de Norah Borges. Grecia. 20-3-1920

‘Así eran antes los santos’. Aguafuerte, Múnich 1922. Alfar. Nº 33, 10-9-1923

7

Mateos, Alberto (sentado) y el poeta López Bustamante. 1923

El caricaturista Garrán, Jarnés, Mateos con dos personajes desconocidos y Barradas (en
primer término) en el Café de Oriente.

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García Lorca, Maruja Mallo, Salvador Dalí…, entre los que queda constancia,
llegando a convertirse, de este modo, en el germen de los más inmediatos y
significativos emprendimientos de la vanguardia madrileña, como la que más
tarde se llamó Escuela de Vallecas. Mateos, no obstante, sólo llega a participar
de manera intermitente en estos acontecimientos (no pudo asistir, por ejemplo,
al nacimiento de esta última, pese a que tanto contribuyera al inicial pergeño de
su ideología estética, inspirada en una revalorización de las manifestaciones y
formas de la cultura popular), pues buena parte de esos años los pasará en el
extranjero.
En 1922, becado por el Instituto de Reformas Sociales, marcha a Múnich para
estudiar grabado en su Escuela de Artes Aplicadas, donde es discípulo de
Willy Geiger, pintor expresionista con el que colabora en la realización de
figurines y decorados teatrales y, ya en Berlín, en los de películas de la UFA.
Publica sus caricaturas en la célebre revista satírica muniquesa Simplicissimus
y prolonga un tiempo bastante largo su estancia en Alemania al estirar el dinero
de su beca gracias a la inflación galopante de esos años en ese país, viajando,
además, a otras ciudades centroeuropeas. Lo cierto es que, aunque conoce ya
entonces de primera mano el expresionismo alemán, su influjo no se deja sentir
en su pintura sino hasta más tarde, siendo, en este momento, artistas como
George Grosz o la grabadora Käthe Kollwitz sus principales referentes. Lo
mismo cabe decir respecto a James Ensor -importante influencia que, como la
de Emil Nolde, sólo será palpable en su plena madurez -, cuya obra conoció
probablemente, junto a la de Permeke, en su viaje a Bélgica, coincidiendo con
su segunda estancia en París (donde ya estuvo un tiempo, en el período de su
beca en Alemania), entre los años 1927 y 1930; unos años que corresponden,
por otra parte, al pleno auge y reconocimiento del expresionismo francés:
Rouault, Soutine, Vlaminck, Chagall…, citados después, reiteradamente, por
Mateos. Al cabo, es en París donde se estrena como pintor: se relaciona y
expone en colectivas con miembros de la Escuela de París (Pedro Flores,
Ismael González de la Serna, Hernando Viñes…); obtiene el encargo, en 1928,
de pintar cuatro murales del Instituto de Estudios Hispánicos, en la Universidad
de la Sorbona, en los que inicia el desarrollo del lenguaje, mezcla de candoroso
neopopularismo y de una grave ironía, que caracteriza su pintura en la década
siguiente; y, finalmente, el año 1930, realiza, en la Galería Tempo, su primera
exposición individual, presentado en el catálogo por el prestigioso hispanista y
crítico de arte Jean Cassou.
Un pintor republicano.
El mismo año de 1930, ante el hundimiento del mercado artístico parisino, a
consecuencia del Crack del 29, Mateos retorna a España y entra a colaborar en
La Gaceta Literaria, imprescindible referente de la intelectualidad de la época.
Aquí publica sus “carteles” caricaturescos y es presentado por Sebastiá Gasch
en un importante artículo (1), en el que el crítico catalán contraponía la que él
llamada su “pintura instintiva”, a las tesis neoclasicistas y de “retorno al orden”
preconizadas por Eugenio D’Ors, que daba así, a través suyo, por finalmente
liquidadas. Su ruptura con el partido socialista, en 1926, motivada, entre otros
asuntos, por la disconformidad con su política de colaboración con la Dictadura,

9

Cartel ‘Azorín. Pueblo. Novela de los que trabajan y sufren’. Gaceta Literaria, 1-1-1931

‘Color de Murcia’. 1932. Óleo sobre cartón, 96,5 x 60 cm (MNCARS)

10
el despiste ideológico que la siguió, además del ascendiente que sobre él tenía
el director de La Gaceta, Ernesto Giménez Caballero, pueden dar la clave de la
chocante aparición de sus caricaturas en los cuatro primeros números del
semanario fascista La Conquista del Estado; su “hora tonta”, como explicó, una
vez proclamada inmediatamente la República, en las páginas de La Tierra; un
diario afín al anarcosindicalismo en que colaboraban republicanos federales e
intelectuales radicales como Ángel Samblancat, Balbontín, Hildegart o Ricardo
Baroja, entre otros, y de cuya redacción formó parte hasta finales del año 1934.
Mateos desarrolla aquí una intensa actividad periodística: escribe artículos de
opinión y recorre España como corresponsal, dando testimonio de la inicua
represión de rebeliones campesinas como las de Arnedo, Villa de Don Fadrique
(sobre la que escribe un libro (2)) y otras que preludian la de la de Casas Viejas.
Publica también críticas de arte, en las que sirve de apoyo y testigo a la nueva
generación de artistas que despunta en los años republicanos y de la cual él
mismo forma parte, además de caricaturas, una serie de dibujos que ilustraban
la campaña del diario denunciando la explotación de la prostitución en Madrid,
(donde inaugura una libérrima vena grotesca, a veces grosziana, anuncio ya
del peculiar expresionismo que caracteriza su madurez artística), junto con sus
grabados de aquel período, dentro del neopopularismo irónico y desgarrado del
que ya se hizo mención, y que sirvieron de indirecta ilustración a sus artículos,
asimismo literarios, denunciando la represión de la revolución de Octubre en
Asturias y que así, ocultos bajo tales mimbres, pudieron sortear la censura.
Durante unos meses es el caricaturista de El Sol -hasta el retorno de Bagaría al
que siempre fue su diario, a principios de 1934 -, y publica algún texto literario
en Hoja Literaria, donde traba amistad con el entonces jovencísimo, y en el
futuro reconocido crítico de arte, Enrique Azcoaga.
Los años de la República son los de la consolidación de Mateos como pintor,
cuando se vincula a esa nueva generación de artistas -con todo, más jóvenes
que él - que aparece en torno al año 1930, aglutinados en grupos de estética
avanzada que, tanto cuestionaban el retardatario y burocratizado panorama
artístico oficial (Manifiesto de la Agrupación Gremial de Artistas Plásticos, de
1931), como organizaban al margen del mismo muestras colectivas de no poca
repercusión (Salones de Artistas Independientes, de El Heraldo, Exposiciones
de la Federación de las Artes), que contarían con la participación de Mateos.
Estos años son también los de la cristalización de su imaginario personal, por
más que de fundamental inspiración colectiva, al ser reflejo de las esperanzas y
cambios que experimentaba en ese momento el país, con los que Mateos se
sentía involucrado y que alientan su pintura de aspiración popular, no en vano
satírica, aunque es sobre todo un irónico candor el que ahuyenta en ella toda
fatuidad. Así, el neopopularismo de este período -y es preciso recordar su
parangón literario, en algunos autores de la Generación del 27 -, en sendas
exposiciones individuales en el Ateneo de Madrid y el Museo de Arte Moderno,
en 1932, se concatena con un arte de vocación civil que se plantea, por un
lado, el proyecto de una pintura mural, tal fue su segunda individual, en 1935,
en el Museo de Arte Moderno, y de otro, el año anterior, presentado también
por Benjamín Jarnés (3), en la Agrupación Castro Gil, donde apuesta por el
grabado -los medios de reproducción técnica -, para llegar a ese destinatario
colectivo, la verdadera universalidad de la pintura, que se propuso, desde sus
inicios, como principal objetivo de su creación.

11

‘Sólo hallarás una causa: hambre’. Dibujo tinta. La Tierra. 27-10-1934

‘Apareció como un monstruo’. Dibujo tinta. La Tierra, 27-11-1934

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Puede que esta postura estética, cuando renegaba de la pintura y sólo quería
hacer un arte accesible para todos, dedicándose en exclusiva al grabado y a la
caricatura, fuera la causa -en unión, quizás, a la intermitencia de sus viajes - de
que no llegara a participar en la Exposición de Artistas Ibéricos de 1925, junto
con sus compañeros de tertulia y generación (en especial Alberto y Barradas),
aunque ahora sí lo hará en las exposiciones de la reorganizada SAI, en San
Sebastián y en París, los años 1931 y 1936, respectivamente, visto que era ya
un pintor reconocido. Más relevancia tendrá, no obstante, su integración en el
Grupo de Artistas de Arte Constructivo, ensamblado por Joaquín Torres García
durante su estancia en Madrid, al ser un selecto conjunto de artistas -y no una
muestra ecléctica como aquellas - los que forman parte de su única exposición,
el año 1933, aunque, en puridad, ninguno fuera “constructivo”, pues es cierta
connotación ético-estética de este adjetivo y, sobre todo, como señaló el crítico
Guillermo de Torre, esa “vuelta al instinto” a la libertad de inspiración propia del
arte postcubista, lo que unió a miembros de la Escuela de Vallecas y aledaños
(Alberto, Benjamín Palencia, Maruja Mallo…) con otros más jóvenes de aquella
generación de los 30, como Antonio Rodríguez Luna. Entre ellos, será este
último el más afín, durante aquellos años, a la estética de Mateos; así fueron,
primero, los temas populares y campesinos compartidos por ambos, de dicción
formalmente renovadora y posición socialmente comprometida, hallando,
seguidamente, su nuevo paralelo en el barroquismo grotesco y desosegado de
su arte militante, con el que el pintor cordobés y Mateos denuncian la ignominia
y brutalidades de la Guerra Civil.
Estallada ésta, ese conceptismo barroco, aunque de esencial vena satírica, es
bien palpable en las dos series de grabados que Mateos elabora en el taller de
Altavoz del Frente, en 1937: El Sitio de Madrid y ¡Salamanca!, con los que
participa ese mismo año, junto con dos óleos, en el Pabellón Español de la
Exposición Internacional de París. Participa, asimismo, en la organización de
exposiciones colectivas de arte español en Oslo, Copenhague y Estocolmo,
además de estar presente en otras celebradas en Barcelona y Madrid. Su obra
también es reproducida en los libros Los dibujantes en la guerra de España
(Rodríguez Luna, Ramón Puyol, Souto, Miguel Prieto y Eduardo Vicente) y
Madrid: Álbum de homenaje a la gloriosa capital de España: Solana, Victorio
Macho, Bardasano y Climent, entre otros, además de los citados anteriormente.
Colabora en El Mono Azul y realiza, casi al final de la guerra, una exposición
conjunta con el escultor Díaz Yepes en la Alianza de Intelectuales Antifascistas,
presentado por Santiago Ontañón (4), que ensalza la carga y profundidad de
sus dibujos satíricos como el modelo que mejor puede expresar, partiendo de
la lección de Goya, el drama de España en esos momentos y cuya verdadera
eficacia propagandística pone por encima de la baja calidad de los carteles
que, salvo contadas excepciones, inundaban entonces las paredes de pueblos
y ciudades de todo el país. Esta, relativa, soledad artística se incrementará una
vez finalizada la guerra, cuando marchen al exilio gran parte de los que hasta
entonces habían sido sus compañeros de avatares estéticos. Es por esto que,
en las décadas que siguen, se convierte en una suerte de referente secreto,
aunque bien conocido, un testigo que posibilita el enlace con unos años
prodigiosos de nuestra cultura, unos modos y aires que están presentes aún o
se prolongan en la pintura de Mateos para todos los que trataban de iniciar su
reconstrucción bajo las cenizas de la guerra y la opresión de la Dictadura.

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Grabado de la serie ‘Adefesios amorosos’. La Tierra, 7-12-1934

‘La Justicia’. Serie de grabados ‘El Sitio de Madrid’, 1937.

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S.T. 1942 Acuarela y tinta sobre papel.

‘El desconfiado’. Punta seca, 1959 (Exposición Galería Orfila, junio-julio 2018)

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Tiempo de silencio: años de cárcel y rehabilitación.
Detenido en Valencia al final de la Guerra Civil, pasa por los campos de
concentración de Portaceli (Valencia) y Miranda de Ebro, de donde es liberado
en 1940 en uno de los indultos que se decretaron debido al creciente colapso y
conflictividad penitenciarios. Es procesado en 1941 y encarcelado de nuevo, en
las prisiones de Yeserías y Celular de Valencia, hasta su libertad provisional en
1944, tras ser condenado a veinte años y un día por colaborar con la Embajada
de Gran Bretaña en campañas de propaganda contra los regimenes totalitarios.
En realidad, al parecer es contratado por el espía Tom Burns, que trabajaba en
el Instituto Británico, con el fin de contactar y recabar información cerca de los
círculos de oposición a la Dictadura, especialmente en los medios intelectuales.
A Mateos se le acusa de escribir e ilustrar una novela, En la encrucijada, que
se publicaría en el extranjero y que difamaba la política del régimen justamente
con ese fin, lo que puede tener un punto de verdad a tenor de una serie de
acuarelas, en torno a aquellos años, en las que describía con triste saña la vida
cotidiana de la posguerra: la hipocresía puritana de los allegados al régimen
mientras se extendía por doquier la prostitución por las condiciones de miseria
de la mayor de la población, en especial entre las familias de los represaliados;
tal una de ellas, en que representa -dentro de un estilo realista, prácticamente
una cita de una obra de su admirado Daumier - a una mujer cargada de niños
con un cesto, posiblemente viniendo de visitar a un familiar preso.
El año de su salida de la cárcel publica varios artículos en Cartel de Las Artes,
revista de vida breve que, dirigida por Enrique Azcoaga, apostaba por las
tendencias renovadoras y un cierto aperturismo, allí hasta donde era permitido;
la misma línea siguen los textos de Mateos que, con el seudónimo de “Martín
Mago”, buscaban abrir un espacio de respeto o si quiera, al menos, de
conocimiento de lo que habían sido las recientes vanguardias. Sobreseída
finalmente su causa, en 1947 (aunque no se haría efectiva hasta comienzos del
año siguiente), ya pudo llevar, en adelante, una vida civil hasta cierto punto
normalizada, exponiendo, ese año, por primera vez tras la guerra, en la galería
Biosca, escaparate entonces de la tímida renovación artística en Madrid, bien
que en todo caso oficialmente amparada (D’Ors y sus Salones de los Once) o
consolidada (no volvería a hacerlo de hecho, al menos individualmente, y como
“telonero”, hasta 1956), y en la que Azcoaga le presenta en el catálogo. Es el
momento en que Mateos inicia su proceso de rehabilitación, para la cual son de
fundamental ayuda algunos de sus antiguos contactos, ahora cercanos al
régimen, como su amigo del tiempo del Ultraísmo en Sevilla, Adriano del Valle
-“gran amigo de sus amigos”, según alguien le definió -, que escribe el texto del
catálogo de su exposición, en 1948, en el Museo Nacional de Arte Moderno,
dirigido, a la sazón, por el también falangista y crítico de arte sevillano, Eduardo
Llosent. Adriano del Valle es el autor de la primera monografía sobre Mateos (5)
y es quien le facilita la publicación, en 1949, de aquellos mismos artículos de
Cartel de Las Artes -ahora ya con su propio nombre -, ampliados e incluso más
osados en los diálogos de sus dos personajes, defensor uno y enemigo el otro
del progreso en las artes, en la muy culta e intelectual revista Escorial, de la
llamada “falange liberal”. Pero la novedad en estos remozados artículos es su
encendida defensa del expresionismo, en la que se decanta especialmente por
Rouault, pues a las alturas del retorno a su actividad expositiva, su pintura ha

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experimentado una importante evolución, lejos ya de cualquier impregnación
naturalista, como aún tenía en su época republicana, iniciando el tipo de dibujo
incisivamente gestual y su pintura gritadora en el color tan característicos de su
lenguaje, para espanto de críticos conservadores de estos años, por más que
bien preparados e intencionados, como Camón Aznar. El fácil parangón con las
máscaras y la carne muerta de Solana, efectiva y asimismo bienintencionada
operación de parte de otro sector de la crítica tradicionalista cara a ese proceso
de digestión del arte de Mateos, se toparía en los primeros instantes con la otra
critica, más moderna y cosmopolita, como la que hace el belga J. V. L. Brans,
reivindicando por primera vez a Mateos como un entero pintor expresionista en
el texto del catálogo de su individual, en 1950, en la galería Buchholz, esta sala
sí, dirigida por Azcoaga, claramente abierta a las nuevas corrientes estéticas
que despuntaban entonces (aquí expuso Picasso por primera vez en Madrid),
además de exponer frecuentemente en ella artistas alemanes (como su antiguo
maestro, Willi Geiger), y en la que Mateos realizará, hasta 1955, otras tres
exposiciones individuales. El mismo año de 1950, Sebastiá Gasch le presenta
en Galerías Layetanas (parejo y espléndido local en Barcelona, dirigido en ese
momento por Antonio Gaya Nuño), que coincide en el mismo análisis, al
referirse a su expresionismo evolucionado, universalista. Pero, más aún, su
siempre respetada pluma y juicio estético, contribuirá a apuntalar, sumado el
apoyo de Azcoaga, la reaparición de la figura de Mateos, tras prácticamente
una década de silencio y exilio interior.
Los todavía oscuros 50.
Se inicia un período de prueba para Mateos, de lucha por hacerse un hueco en
el nuevo arte español, al que concurren pintores habitualmente más jóvenes
que él, pero con trayectorias más consolidadas que la suya; hasta cierto punto,
era como si empezara de cero, visto que lo realizado antes de 1939 no contaba
o incluso era mejor dejarlo en el olvido. No vende apenas. Se presenta a las
Exposiciones Nacionales, pero no consigue ni el más ínfimo de los galardones.
Sus relaciones con el aparato artístico oficial son difíciles a causa de su pasado
político; además, su pintura no encaja con esa modernidad atenuada, que es el
máximo que marcan sus directrices en ese momento. Es seleccionado para
participar en las tres Bienales Hispanoamericanas, pero con el mismo resultado
que en otros certámenes oficiales; jamás obtendrá ningún premio (con alguna
muy especial excepción que se verá más adelante). No es extraño, pues, que
en cuanto, por fin, puede conseguir el pasaporte, en 1952, marche a París con
la intención clara de establecerse, en lo que podría considerarse un autoexilio,
aunque es cierto también, que París empezaba a convertirse en meta obligada
entre los artistas españoles, sobre todo -por la misma razón que Mateos - para
aquellos más renovadores. Al final, entre idas y venidas a España, además de
un viaje a Italia, prolonga allí su estancia durante tres años, realizando una
exposición individual, el mismo año de su llegada, en la galería Pascaud et
Raymond Suillerot, en la que el Museo Nacional de Arte Moderno le adquiere
un cuadro, por mediación de su director, Jean Cassou. Interrumpidas, en gran
parte, sus relaciones con los miembros de la Escuela de París, sólo coincide
con ellos en alguna rara colectiva, como Exposition des Artistas Espagnols.
Homage à Antonio Machado, en 1955, en Maison de la Pensée Française,

17
entidad sufragada por el partido comunista, y que fue posiblemente una
contrarreplica a L’Art Libre, de dos años antes: una exposición multitudinaria,
en el Palacio de Bellas Artes, organizada por el Congreso por la Libertad de la
Cultura en París (tapadera de la propaganda de la CIA en el contexto de la
Guerra Fría), a la que concurren numerosos y conocidos artistas españoles,
entre ellos Mateos, pero pocos de los que residían en París, y casi ninguno de
los triunfadores de aquella Escuela, que miraban, en general, con cierto recelo
a los que venían de España, tanto por ser potenciales competidores, como,
más aún, debido a suspicacias políticas. No obstante, como vemos, Mateos
habría superado esta inicial desconfianza, ampliando sus contactos con artistas
e intelectuales antifranquistas allí establecidos, participando, por ejemplo, años
después, en otra concurrida exposición, también en Maison de la Pensée, que
con el título de Peintres Contemporains d’Espagne, reunió, en 1961, a lo mas
granado de la modernidad artística española en ese momento, tanto del interior
como del exterior, artistas políticamente comprometidos y otros más neutros,
en esta ocasión en una maniobra para contrarrestar la campaña de limpieza de
imagen en el exterior que venía haciendo el régimen desde hacía algún tiempo,
sirviéndose del arte de vanguardia.
Otro importante contacto de Mateos, en Madrid, durante estos años, es el que
establece con Antonio Gaya Nuño, que presenta su exposición en el Museo
de Arte Contemporáneo, en 1954, pero al que ya habría conocido previamente,
en la época que dirigía Galerías Layetanas, circunstancia que hizo que, este
escritor e historiador del arte, ampliara desde entonces su radio de acción al
campo de la crítica (también en Barcelona, dirige la importante colección El
Caballete Vivo, en la que publicó Adriano del Valle la monografía de Mateos),
tras ser rechazado en la cátedra a la que aspiraba, en la Universidad, a causa
de su pasado político republicano. Gaya Nuño llega a lograr una independencia
económica gracias a ser un escritor infatigable, lo que le permite permanecer
lejos de cualquier componenda o pleitesía con el régimen, haciendo gala de
una osada rebeldía para aquellos momentos, tanto en lo político (no disimuló
nunca sus simpatías por el comunismo), como en sus criterios estéticos, siendo
un avanzado defensor del arte abstracto y de las nuevas corrientes, en general,
además de rescatar la memoria de artistas de la época republicana: Alberto o
Gabriel García Maroto. Su solidaridad con los represaliados y perseguidos
políticos (para Laín Entralgo es una figura clave para entender los exilios
interiores durante el franquismo), sumado a todo lo anterior, explica la amistad
y fructífera relación con Mateos, del que fue siempre su principal adalid. Ya en
su libro La pintura española del medio siglo, de 1952, había conectado el muy
especial trasfondo social de Goya -aun precisamente bien lejos del casticismo
nacionalista con que la política oficial lo edulcoró, aprovechando la celebración
del segundo centenario de su nacimiento -, con los personajes de la tragedia
de la vida; agnósticos y movidos por fuerzas ciegas, protagonistas en la pintura
de Mateos, que todavía más, como goloso del color, había bebido de la gama
rica de los frescos de San Antonio de la Florida, para concluir, tras recordar su
conocimiento de las corrientes centroeuropeas, ratificando su clara filiación
expresionista. Una afirmación que se vuelve aún más rotunda cuando escribe,
en La pintura española en el siglo XX, de 1970, que Mateos es nada menos
que el creador del expresionismo español.

18

‘El robo’. 1960. Óleo/lienzo, 195 x 88 cm (Exposición Galería Orfila) (Foto Paco Lorca)

‘El sacrificio’. 1970. Óleo/lienzo, 100 x 81 cm (Exposición Galería Orfila) (Foto Paco Lorca)

19

‘Las pompas de luz’. 1970. Óleo/lienzo, 100 x 81 cm (Exposición Galería Orfila)

‘El observatorio’. 1972. Óleo/lienzo, 100 x 81 cm (Exposición Galería Orfila)

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El momento de Francisco Mateos.
Gaya Nuño será también el autor de los textos de los catálogos de varias de las
exposiciones que se pueden considerar claves en la trayectoria de Mateos. Así,
escribe el breve ensayo (6) que acompaña su exposición itinerante en el Ateneo
de Barcelona, primero, en 1957, y el Ateneo de Madrid, al año siguiente, si bien
esta última tiene, además, un catálogo aparte, cuyo texto de presentación es
de otro crítico fiel: Antonio Manuel Campoy. Esta muestra supone un punto de
inflexión en la carrera de Mateos y marca el inicio de su reconocimiento, como
a su vez, hasta mediar aproximadamente la década siguiente, el momento
álgido o de madurez plena de su creación, sin que ello desmerezca en absoluto
su obra posterior, pues Mateos, pese a su característico e inconfundible estilo,
fue un artista en constante cambio y evolución. Aquellas exposiciones obtienen
un unánime reconocimiento de la crítica, que se hará oficial cuando se le
concede el Premio Anual de la Crítica de Artes Plásticas, Medalla Eugenio
D’Ors, a la mejor exposición del año en Madrid, por su individual en la galería
Mayer, en 1960, que dirigía Eduardo Llosent, y en cuyas deliberaciones del
jurado -según se cuenta, nada tranquilas por las implicaciones de semejante
decisión - fue decisiva la actuación de Antonio Gaya Nuño. Un año antes, había
recibido el Premio Acento de Pintura (concedido por esta revista universitaria
que, bajo el camuflaje del SEU, estaba infiltrada, en realidad, por jóvenes de
izquierda que hicieron de ella un referente imprescindible de las corrientes
culturales, literarias y artísticas más avanzadas y comprometidas de entonces),
rompiendo su ayuno de premios hasta ese momento y de cuyo jurado habían
formado parte Gaya Nuño -de nuevo -, Julio Castro, Tharrats, Antonio Leyva
y José Mª Moreno Galván.
Este cambio de década es también el momento de Mateos, por cuanto los
nuevos aires del arte en España parecen, esta vez, soplar claramente a su
favor, al producirse una auténtica reactivación de la figuración expresionista,
producto de cierta extenuación del Informalismo (El Paso se había disuelto en
1959). A ella se suman tanto jóvenes pintores como otros de muy reconocida
trayectoria, contando con el apoyo decidido de la crítica más avanzada del
momento (Ángel Crespo, José Mª Moreno Galván, Giménez Pericás…). Así,
una primera exposición colectiva en la galería Biosca, en 1960, da cuenta de
un grupo, aunque la muestra carece de título, ni éste se constituye propiamente
como tal, de pintores expresionistas: Díaz Caneja, García Ochoa, Mateos,
Joaquín Pacheco y Zabaleta. Pronto aparecerán otros nombres, pero, en
cualquier caso, dicha reactivación venía acompañada –y no tangencialmente de un ruido de fondo que tenía que ver con las discusiones teóricas y los
posicionamientos de diversos artistas en torno al compromiso, la relación entre
arte y sociedad, en un momento, en España, de creciente agitación social y
política. Descartadas, por estéticamente obsoletas, fórmulas como las del
realismo socialista, la asimilación del lenguaje expresionista resultaba la opción
más atractiva y convincente, más aún debido a su absoluta contemporaneidad.
Es el origen del grupo Estampa Popular, a cuyo núcleo fundacional, en 1959,
en Madrid (José Ortega, Javier Clavo, Zarco, Zamorano, Ortiz Valiente…), se
incorporan, a los pocos meses, Mateos y, seguidamente, Antonio Saura.
Casualmente, ese año de 1959, Mateos había vuelto a grabar, tras décadas sin
hacerlo, realizando una serie a punta seca, siendo ahora el linóleo, debido a lo

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Mateos, ‘Interior con sombras’. 1961. Linóleo col. Papapájaros. (Exp. Galería Orfila, 2018)

Mateos, ‘Los mineros’. 1961. Linóleo. En libro de Luis Álvarez Lencero, Hombre. Col. Trilce.
(Exposición Galería Orfila, 2018)

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‘Castilla tierra dura’. 1961. Linóleo col. Papapájaros. Il. libro España canta a Cuba. París,
Ruedo Ibérico, 1962. (Exposición Galería Orfila)

‘La bestia’. 1962. Linóleo. Il. libro Versos para Antonio Machado. París, Ruedo Ibérico, 1962.

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‘Papapájaros’. 1961. Óleo/lienzo, 116 x 80 cm (Exposición Galería Orfila)

Francisco Mateos en la galería Fernando Fe. 1961

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económico de este material y su inmediatez en el grabado e impresión, el
medio elegido. La actividad expositiva del grupo será incesante en los años
siguientes, no sólo en numerosas ciudades españolas, sino también en Francia
y otros países europeos, a la que ayudó su dispersión, creándose otros tantos
grupos, sumados a ese nombre cooperativo, en varias de nuestras regiones y
nacionalidades. También es decisivo el apoyo de los círculos antifranquistas en
el extranjero, al punto que Estampa Popular se convierte en uno de los pivotes
fundamentales de la lucha contra la Dictadura en el ámbito de la cultura; así,
por ejemplo, los grabados de Mateos, junto a los de otros miembros del grupo,
ilustran varios libros de la editorial Ruedo Ibérico, en París. Toda esta actividad
de Estampa Popular no pasa desapercibida para la Dictadura y pronto atrae la
vigilancia policial, produciéndose diversos incidentes.
A fines del año 1961, el día de los Inocentes -permítase la chanza -, Mateos
inaugura una exposición antológica en la sala de la Dirección General de Bellas
Artes, en cuya muy cuidada selección, se pueden ver, por primera vez, algunas
de sus obras anteriores a la Guerra Civil, hasta entonces desconocidas para el
público. El texto del catálogo, una vez más, corre a cargo de Gaya Nuño y en él
se intercalan tres grabados de la serie Papapájaros, que había expuesto unos
meses antes en la galería Fernando Fe, de Madrid. Esta importante muestra
antológica supone ya el definitivo reconocimiento de Mateos, que se verá
ratificado cuando se le concede, en 1962, el Gran Premio del Primer Certamen
Nacional de Artes Plásticas; un concurso más abierto a las nuevas tendencias
y a artistas hasta entonces proscritos en este tipo de exposiciones oficiales,
que sustituyó y sirvió para reorganizar las anteriores Exposiciones Nacionales
de Bellas Artes. La concesión de tan destacado premio a Mateos, según el
crítico Venancio Sánchez Marín, en concomitancia con el desplazamiento
expresionista de la pintura que él constata en el panorama artístico, viene a ser
tanto como el reconocimiento a lo que su obra supone de precursora de la
orientación actual del arte español. (7)
Puede que Mateos no calibrara, en aquel momento, que esos reconocimientos
oficiales hacían hasta cierto punto incompatibles otras acciones que tenían que
ver con su compromiso político y que podrían resultar, a la postre, sumamente
arriesgadas, sobre todo no teniendo, como era su caso, las espaldas cubiertas.
Así, es uno de los firmantes de las cartas de intelectuales, entre 1961 y 1962,
en las que se denunciaba la represión y las torturas que sufrían los mineros en
huelga en Asturias. En 1963, presionado por la policía y, en una maniobra del
recién nombrado Ministro de Información, Manuel Fraga Iribarne, Mateos no
tiene más remedio que escribir una carta de retracto, que es hábilmente
utilizada y difundida por el aparato mediático del régimen. Esto será tomado
como una traición por sus antiguos amigos y compañeros de la intelectualidad
de izquierdas, muchos de los cuales le harán en adelante el vacío, lo que le
provocará un gran abatimiento, sumado a una situación de doble aislamiento,
pues las dádivas oficiales no irían, después, mucho más allá de la organización
de su nueva antológica en el Museo Español de Arte Contemporáneo, en 1973;
José Hierro escribe el texto del catálogo. Sólo unos pocos amigos le apoyaron
entonces, como Manuel Lega, director de la galería Círculo 2, donde, en 1965,
inicia las que serán sus exposiciones anuales, celebradas, puntualmente. todos
los meses de noviembre, hasta que uno de aquellos otoños, el del año 1969,

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casi al final de su vida, después de tantas luchas y estrecheces, por fin le llega
el éxito económico y empieza a vender, en adelante, todas las obras de sus
exposiciones en aquella sala, hasta la última, en 1975, inaugurada un par de
días después de la muerte del dictador.
Notas:
Sebastiá Gasch, “Ya vuelven los bárbaros, madre...”. La Gaceta Literaria.
Madrid. 15 junio de 1930. Nº 28.
(1)

Francisco Mateos, La tragedia de Villa de Don Fadrique. (La represión
contra los campesinos comunistas). Madrid, Editorial “Tierra”, 1932.
(2)

Benjamín Jarnés presenta en hasta tres conferencias las exposiciones de
Mateos -la primera, la del Ateneo, en 1932 -, siendo la titulada Pintura y humor,
de 1934, incorporada después, junto a otro tema, al artículo “Pintura de hombre
y de niño”, publicado en Lecciones de Goya. Pintura de hombre y de niño.
Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1988. (Cuadernos Jarnesianos; 8)
(3)

Santiago Ontañón, “Francisco Mateos y su arte”, Cuadernos de Madrid.
(Revista de la Delegación de Propaganda de la Alianza de la Alianza de
Intelectuales Antifascistas). Madrid. 1939. Nº 1. (p. 107-119)
(4)

Adriano del Valle, Francisco Mateos. Barcelona, Sagitario, 1951 (Colección
El Caballete Vivo; III)
(5)

Antonio Gaya Nuño, Francisco Mateos, Cuadernos de Arte; 22. Ateneo de
Madrid, 1957.
(6)

Venancio Sánchez Marín, “II Certamen Nacional de Artes Plásticas”, Aulas,
Nº 9, noviembre 1963 (artículo que se refiere a la Sala de Honor dedicada a
Mateos, en el Palacio del Retiro, con motivo del Gran Premio que se le había
concedido en la edición anterior). Sánchez Martín es también el autor de una
de las monografías sobre Francisco Mateos (junto a las ya citadas de Adriano
del Valle y Antonio Gaya Nuño), publicada por Ibero Americana de Ediciones
(Madrid, 1972), que se sumó a otras como la de Víctor Manuel Nieto Alcaide,
en 1963, con motivo de la concesión de ese Premio, la ya referida de Francisco
Garfias, también en Iberoamericana, en 1977, y la de Manuel García Viñó,
editada por la Dirección General de Bellas Artes, en 1972, en su muy completa
colección, Artistas Españoles Contemporáneos (Nº 9).
(7)

Antonio Leyva Sanjuan.
Historiador y crítico de arte.

Madrid, 25 de junio de 2018.


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