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Villa Gesell, 2021
9
ALBERTO NASO
[email protected]
9 CUENTOS
CORTOS
Villa Gesell, 2021
0
9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Índice
Cuento
Página
Papirolas del mar
La escalera
La vaca
Juntitos
Madrugando
De otro alfabeto
Adjetivar
El próximo miércoles
Las ventanas desiertas
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Realización del original: Villa Gesell, Agosto 2021.
Tamaño de página: carta con margen moderado.
Texto de los cuentos en Arial 12
Imagen portada: Pixabay free
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Villa Gesell, 2021
Papirolas del mar
Hoy hace dos años que no me fui para volver, sencillamente me quedé.
Es un primero de abril diferente en tiempo y pertenencia, la implosión de silencio sacude, desde
ayer se van los últimos vecinos prestados, huyen en una caravana prieta a destinos que tienen
la certeza de lo cotidiano.
Se van. Se fueron. No hay nostalgia posible de lo meramente circunstancial.
La ciudad de la orilla, alojamiento temporario, arrabal de los turistas, ha sido abandonada; sus
casas de ventanas cerradas y los departamentos, sin luces detrás de los balcones, alimentan
la veladura de ausencia que invade el espíritu desde el comienzo de abril, y al letargo, ese
movimiento continuo repetitivo, lento, que barniza distinto los días del otoño y del invierno.
Así hasta la primavera. Salvo, por cierto, algunos esporádicos brotes de turistas de fin de
semana o celebraciones especiales.
Exagero y para ser honesto, debo aclarar que quedan unos varios, yo también, viviendo en el
arrabal
Amanece detrás de algunas nubes, no hay viento, el día se enciende sereno.
Algunos pescadores eméritos en paciencia y fracasos, clavan en la arena sus cañas de pescar,
lanzas de guerreros silenciosos, fetichistas en el ritual de solicitar el maná del mar
Cuando provoco la memoria, vuelven las respuestas que mandaron en abril de hace dos años
los sabedores de mi decisión. Cada uno por separado: insólito, apocalíptico, te arrepentirás,
retornarás, equivocado sueño de veraneante. Todas contundentes, seguras, integradas a su
cultura, entre predictivas y admonitorias.
Hubo una distinta, una sola, la recito textual porque conservo la nota que releo frecuente: “Estás
loco pero admiro tu locura, tiene el valor que a mí me falta”.
A todos los otros, debo admitir que la intención fue a cada uno, les mandé la misma esquela:
“Si la vida es una fuga la muerte pierde su costado trágico. Y se borra el miedo.”
Entonces transcurrió el primer tiempo de silencio, me culpé por la sorpresa causada con el texto
de la esquela, más tarde culpé a la distancia que estira los momentos y la frecuencia baja y las
comunicaciones escasean. Luego llegaron algunas dispersas, cuentas de un rosario de excusas
banales, sin sustancia, protectoras del desinterés que precede al olvido. A la altura del primer
invierno me habían olvidado.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Biensonante, la ausencia de noticias sacude, ayuda al quiebre de la tórpida situación borrando
el período blanco.
Dudas y nostalgias tempranas, esos pozos de libre caída que nacieron apenas quince días
después de la decisión y descubren un fondo de pliegues blancos que suben en ebullición e
inundan el pensar y el sentir, y las paredes celeste de los ambientes de la pequeña casa,
ausentes de cuadros y del color de los cuadros, y sobre la mesa la resma de hojas blancas que
pensaba usar para la prolífica correspondencia que colijo no será.
Un período de dudas que vas cancelando y nostalgias que se esfuman, hasta que un día,
para mí fue al comienzo del invierno, abandoné al visitante y nací lugareño.
En una de las paredes del estar fijé tres clavos formando una línea recta, y como solo tenía un
cuadro lo fui cambiando de lugar, difícil decir cuándo y tampoco me interesa saberlo, aunque
descubro una triangularidad temática, la acuarela es un paisaje de montañas, y el mar y el
bosque están afuera en el paisaje real, y adentro están los tres clavos, uno con una acuarela y
los otros dos con un paisaje real imaginado.
La resma de hojas extra blanco, fue cortada en la guillotina de una imprenta en prolijos
cuadrados de 21 x 21 centímetros, que ahora observo apilados sobre la mesa, y busco una
regla, una tijera y un lápiz, herramientas suficientes para doblar definitivo, pliegue valle o monte
o escalonado, doblar y volver al punto.
Retomo destrezas de la niñez que descubro no están olvidadas, las manos marcan y doblan
el papel, hacia arriba, hacia atrás, lo pliegan en fuelle, con las tijeras abren rectas y curvas, y
esos movimientos y otros despiertan peces, ballenas, gaviotas, hipocampos y focas. Las
papirolas del mar.
El prana hiende la noche hasta que la luces del alba sorprenden decenas que cubren la mesa
bajan las sillas y llegan al suelo.
El veintiuno de septiembre cuento 555 blancas y calladas papirolas del mar.
Mientras los días se alargan tolero agradecido la intrusión de colores y palabras; esclavo de
mí, mancho las papirolas con los tonos ausentes, sacrílego para los ortodoxos, escribo sobre
su superficie blanca, y desde ese entonces hablan con breves prosas y versos de amores que
son encuentros y reencuentros. Intuyo, necesito, desprenderme en los otros, posar en sus vidas
un aliento de simples sueños y sinceridad.
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Villa Gesell, 2021
Camino la arena caliente del verano donde se mueven y se tienden al sol mujeres de piel
aceitada, madres y padres felices en la alegría de sus hijos, y otros padres, los amarretes de
cariño, enfadados por tener la carga, justo ahora que era el descanso sin jefe ni empleados,
clientes o proveedores.
En el caos de mi derrotero, canasta al brazo, encuentro parejas de antaño y de hoy, solitarios
que escrutan rijosos y solitarios por convicción.
A todos les muestro el magma de mis papirolas y espero en silencio mientras sufro el instante,
resabio de una vieja timidez; cuando no surge el desdén condescendiente, y escudriñan,
hurgan, leen, siento en ese devenir el cosquilleo de una cercanía, de un mutuo atraparnos en
la propuesta distinta, y es suficiente, descubro que no me interesa el precio de una papirola,
que yo no vendo papirolas, acepto lo que me quieren dar y a veces las regalo. Así durante dos
veranos.
Es un once de Abril inesperado. El empleado de la oficina a cargo de asuntos de playa, sentado
detrás de un escritorio lleno de papeles y a la derecha un portarretrato con la foto de su familia
que me mira algo seria , pasó a leerme que no estando tipificado en el código, la figura de
vendedor playero de papirolas simples o papirolas con leyenda, y teniendo en consideración el
agravante que significa para la ecología del lugar las papirolas de ambos tipos abandonadas
en la arena o arrojadas al mar , ponía en mi conocimiento que en la próxima temporada
veraniega no me estaba permitida tal actividad; y agregó si tenía algo que decir.
Se me ocurrió musitar, tiene razón, y le sonreí. Levantó la cabeza, su cara era de distensión.
La familia del portarretrato ahora sonreía también, lo giré para que conocieran al aliviado esposo
padre, vocero obligado del final de una ilusión
Caminé un largo tiempo soñando papirolas por un sendero que se estrecha hasta la distancia
que media entre el aquí y el acá. La distancia del adiós.
Al principio, los pasos eran de una lenta procesión, velorio de nostalgia, catarata de recuerdos,
melancolías de andarín de la playa. Luego, la marcha cambió por la esperanza vagabunda de
un nuevo estío.
Llegué a mi casa, cercana al mar, en ese anochecer de otoño, sin luna y sin viento.
Encendí un fuego de leños en la parrilla, pensando en asar un chorizo de puro cerdo, una
entraña y algunas batatas. Guardé en un cajón las resmas de hojas en blanco, roté los cuadros
de la pared celeste, y sobre vencido aposté a vencedor.
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☼
9 Cuentos cortos | Alberto Naso
La escalera
A los que no creen
en los Reyes Magos
El liquidámbar de la vereda de la casa donde vivo despliega en su copa piramidal una miríada
de hojas lobuladas, verdes ahora que es primavera y también en verano; las mismas que
truecan a rojo en otoño.
En la vereda de nuestro vecino un níspero me tienta con sus frutos amarillos. Desde hace algo
más de tres meses la vivienda nadie la habita, los últimos eran un matrimonio de sonrisa
perenne, de ellos aprendí que las personas tenían un estado inicial en el rostro, del cual partían,
y que cambiaban solo cuando el momento lo merecía, lo cual no sucedía seguido; en cambio
dudaba de sus edades porque me cuesta estimarla cuando dejan de ser jóvenes.
Se fueron una mañana en su auto rojo detrás del camión de la mudanza, antes me dieron un
beso y me desearon que tuviera una vida rica en imaginación.
Desde entonces permanece, saliente de la reja, el cartel de una inmobiliaria que ofrece la
casa en venta.
Entiendo que los nísperos no tienen dueños definidos y salto hasta alcanzarlos, y cuando me
superan en altura salgo con la escalera de madera, pintada del mismo color que las hojas del
liquidámbar en otoño, será casualidad, los arranco y los guardo en el morral de lona.
Mi mamá, que se llama Helena con hache, como siempre la escucho aclarar, los convierte en
el dulce donde descubro mi gusto por los contrastes.
Hoy evoco ese entonces que vuelve entre otros, memoria selectiva de los sucesos que no se
olvidan, y que entiendo contaré en ese tiempo de repeticiones que es la vejez.
Es la primera vez que en este oficio de traductora, me traduzco a mi misma. Las palabras son
como siempre distintas, el habla es otra, pero conservo, o pretendo, el significado y la
trascendencia de lo primigenio.
Cuarenta y siete años han pasado.
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Villa Gesell, 2021
A mediados de Noviembre, al cartel de la casa vecina le adosaron otro que decía Vendido.
Adiós al dulce.
Entraron muebles y canastos y cajas, es la primera mudanza que veo arribar pero aún así la
escalera de hierro me resulta extraña, a mis padres igual. Es larga muy larga. Cuando la
colocaron en el fondo, parada es muy alta. Demasiado. Más que el techo de la casa, sí, casi el
doble.
Vivo en un pequeño chalé que está en el centro del terreno, la luz entra por sus ventanas a toda
hora, una modista amiga de mi madre dice que tiene charme.
Mi dormitorio está en el primer piso, y como en el juego de las escondidas, cuando es real, allí
me refugio y paso largos ratos cavilando ensueños.
Tengo vista directa a la escalera y si corro apenas la cortina logro espiarla, me gusta mirar sin
ser vista, descubrir misterios tiene ese encanto que se pierde cuando las miradas se cruzan.
Claro que la escalera no puede mirarme, salvo que alguien la suba, y ahí si sería inevitable,
porque es caracol y el que la transitara, en algún giro enfrentaría mi ventana, en realidad en
varios, me turbaría con las varias miradas, como las que posa en mí Tadeo, mi compañero en
el aula. Sabrá él que lo descubrí.
Subirá alguien una escalera que no lleva a ningún lado.
Cuento los escalones, tarea que no concluye en un mismo número, resultan ser muchos y me
pierdo en las curvas que están atrás. Tengo que marcarlos y como no puedo ir al jardín donde
está plantada, pego banditas rojas sobre el vidrio de la ventana, a la altura de cada vuelta del
caracol, me siento siempre en la misma silla en el mismo lugar y sumo treinta y cuatro escalones
y un descanso final.
Aguardo no se qué, pero cuando la espera es difusa nada es inesperado.
Igual la sorpresa es un brinco en el cuerpo, salto de la silla y me paro ansiosa, un detener el
respirar, para no distraerme.
Acuden en atropello detalles de una figura partida que procuro armar, la capa roja, la galera
negra, la cara, la cara que no se la veo, zapatos con brillo y pantalón con la raya marcada,
también negros; y un andar tardo, recto, hasta que llega a la escalera, ahora lo sé alto, por lo
menos para mí, la altura de nueve escalones.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Se quita la galera con la mano izquierda y en la derecha levanta una varita igual a la del mago
del cumpleaños de Tadeo, golpea tres veces la galera, los conté, porqué los magos siempre
golpean tres veces, y aparece en derredor de la escalera una lona de un verde igual al del
morral, que la envuelve a la distancia, como un cerco prudente.
Gira, y en la armonía de su caminar me rindo. Entra en la casa. Descubro retazos de luna detrás
de las nubes. Rápida me meto en la cama y quiero dormir ya, para soñar. ¿O acaso para seguir
soñando? No importa.
Resulta que ahora los nuevos vecinos tienen un hijo, o lo tuvieron siempre pero nunca lo vi, ¿un
hijo mago explicaría la escalera?
Llueve, hace tres días que llueve. En la escuela le pregunto a la maestra por el significado de
la duda. Me habla de la certeza que viene después. Gracias. Es sabia, es cierto. Con la primera
luna sin lluvia el mago regresa.
Me sorprende que no traiga ni capa ni varita. Es él, pero dudo si es un mago. ¿Trabajan los
magos? Creo que no, para eso tienen la varita. Entró en el cerco de lona que rodea la escalera,
no puedo verlo aun cuando me pare en la silla, escucho ruidos de golpes secos, la plataforma
de la escalera, lo único que sobresale de la lona, se sacude. Saltan chispas, luces azules,
estrellas efímeras.
Así por tres noches, ¿siempre tres?, llega y se oculta, me intriga qué hace, los magos no
trabajan. Dudas. Pero aprendí que hay un tiempo de certezas.
Ya no está la lona, la escalera es la misma, el mago regresa, capa roja, galera negra, zapatos
con brillo y pantalón con la raya marcada, también negros.
La cara, le veo la cara, es joven.
Y la mirada que me mira varias veces mientras sube lentamente la escalera, no me turbo con
las varias miradas, no hay misterios, hay encanto.
A cada paso, en el escalón abandonado afloran globos, ascienden los colores dejando una
cascada que quiebra el sentido del fluir tradicional.
Pisa la plataforma, ondea su mirada hasta el cielo lejano. Levanta la varita, los globos se elevan
por su espalda, vuelan dispersos en busca de altura, huyendo. Voltea la vista y los va rejuntando
en una manada de globos y estrellas que me trae alborozo.
Magia de astrónomo sabio. De rey. De mago.
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Villa Gesell, 2021
Donde había un globo brotó una flor de papel. Un vergel de flores que se esfuman cuando baja,
para que no las pise. Dónde irán tantas formas y colores. Serán los que inspiran a los artistas.
El hechizo se me impone recoleto, intimidad del silencio de dos, innecesario contarlo, ni siquiera
a Tadeo.
En las casas que dan al fondo de manzana, en las noches, los postigos están cerrados y las
luces de las galerías apagadas. Sus padres duermen y los míos nada comentan.
Al mago no lo ven, solo yo.
Avanza con una gran caja que desborda las dos manos, asciende la escalera, atrás no quedan
escalones, alcanza la plataforma, mira abajo y solo ve la baranda. Comprendo el desinterés en
volver, hay una elección, para un mago sería posible hacer que crezcan nuevos escalones.
Pero no.
Abre la caja, saca un globo aerostático pincelado en barras verticales, y un pájaro de madera
balsa sin pintar. Le dispensa una mirada telúrica, entrañable. Tiemblo al entender que son
juguetes de su niñez, anhelos.
Añoranzas de viajero del cielo, linyera de estrellas, se desvaneció la noche del cinco de enero.
Se llamaba Gaspar.
En la mañana del día siguiente, encontré mi primera brujita de trapo, con escoba para volar. No
dudé quien la trajo. Ahora tengo cuarenta y ocho brujitas.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
La vaca
Necesito alcanzar el estado de reflexión necesario para sacarme la duda, pero horas atrás se
hizo la noche y estoy cansado, como dice un primo que es médico, la guardia te deja molido,
así me siento, tironeado entre la atención y la dispersión, entre pensar o dormir, mas si hay un
drama es solo mío, y cuando digo mío me refiero a mi mente, porque si fuera por el cuerpo
estaría tirado en la cama, hasta creo que arriba de la colcha, y dormiría, esperando no recordar
el sueño ácueo, de años repetido, que me inunda impío.
Resonancia de mentiritas, de la absurda dualidad que a veces nos imaginamos ser, para
conferirnos gustosos la categoría de homo sapiens, mejor dejo actuar al cuerpo, hasta que me
despierte el perro de la vecina, sí.
Es ridículo no poder tomar el desayuno en calma, los libritos de grasa, de capas crocantes,
todavía tibios, que infaltable trae bien temprano doña Elsa, hechos por ella, y me deja a su perra
Manchita, para que la acaricie hasta que me vaya. El disfrute de solitario con escaso dinero,
hoy está como rey en jaque, sin saber a cual casilla huir.
- Tendrías que tener un perro, es bueno - Y quien lo cuida cuando parto y no sé la hora en que regreso - Una esposa como la hija de doña Margarita, que hay que ver como te mira - ¡Ay doña Elsa! gracias, cualquier cosa le aviso, mientras tanto enséñele con disimulo cómo
amasar libritos de grasa Es ridículo mezclar la duda con el traqueteo del colectivo, sería bueno dejarla en algún pozo de
los tantos que tiene la calle, los pasajeros que viajan parado me miran, bajo y giro la vista
observando mis manos, la ropa, deben verme mi cara ventrílocua que habla de una angustia,
en especial esa mujer cargada de años, de arrugas y de bolsos gastados, mejor le doy el asiento
y con su gracias me corro al fondo, el decir agrio del colectivero - corriéndose al fondo - suena
agradable, ahí hay pocos para mirarte.
Al profesor lo tengo por un hombre serio, asentado como dicen. Hace dos días me sorprendió
cuando al ejercicio de Análisis e Investigación le puso como título: La vaca.
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Villa Gesell, 2021
Los veintitrés alumnos cruzamos sonrisas cómplices, algunos se taparon la boca para no reír,
pero se impuso en el momento el respeto al profesor.
Después cuando se fuera, primero hubieran sido las carcajadas, y como siempre detrás, las
palabras hiposas, que explican para que las risas no parezcan solo una mueca y un sonido, que
las justifican para no dejarlas huir abandonando en un engorroso silencio a los risueños.
Pero no sucedió lo previsible, se interpuso el cierre que golpeó brutal, conmovedor, atónitos de
vernos, de imaginarnos así allí.
“Un caso típico de muerto no reclamado, que quedará en el cajón de algún escritorio, el tiempo
necesario para pasarlo al archivo de los olvidados. Por eso les traje este caso, porque si ustedes
investigan y encuentran algo, quizás el muerto regrese del olvido y sea alguien, aunque siga
muerto”.
Hendiendo el mutismo salí al patio interno y lo vi pasar al profesor hacia la puerta de salida,
caminando erguido, sereno, circunspecto, delante de una estela de sensatez, y fue en ese
momento, en ese preciso , que me nació la duda.
Me dije que este tipo no podía habernos jugado un chiste de la escuela secundaria, cuando a
cualquier escrito que se nos venía encima, cuyo nombre hasta el momento del anuncio por
cierto desconocíamos, al saquen una hoja tenemos composición, a coro contestábamos composición la vaca –
No, no era posible, por burdo, y si me tendía más allá, por ofensivo, y se me metió entre ceja y
ceja que la vaca tenía olor a gato encerrado. Bueno, es un decir, nunca olí un gato encerrado,
no me gustan los gatos.
Por eso, cuando volví al cuarto con baño y cocina que era mi casa, así decía en el cartel cuando
se lo alquilé a doña Elsa, y leí en detalle el ejercicio, me quedé uncido con el título. Y no fue
malo.
Hay que barrer la hojarasca, claro que sin tirarla, por si más tarde se la necesita.
Un hombre es encontrado muerto en una humilde casa del suburbio pobre.
En realidad lo mataron. De tres balazos. Del arma no hay rastros. Vivía en la indigencia, estaba
flaco, quizás desnutrido.
Se me ocurre que como dice el tango, fané descangallado. Pero la imagen es una salida de
pista, no estaba en el sitio del hecho, mejor la omito.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Desprolijo en su aspecto, pelada cubierta por unos pocos pelos largos, barba de varios días,
uñas crecidas, algunas rotas, tiene sin embargo una dentadura propia en perfecto estado, sin
una sola carie, sin huellas de algún arreglo.
En la cocina encontraron jeringas, probetas y elementos químicos, lo cual motiva la intervención
de peritos especializados en drogas. Pero no hay nada prohibido y los químicos hallados son
de un compuesto no conocido. Que será analizado.
En el primer momento, si queremos avanzar, nos tendremos que arreglar sin el análisis.
Apoyado en un costado del lavatorio, dentro de un vaso de los que se usan para guardar el
cepillo de dientes y la pasta dental, hay solo una dentadura postiza.
Existen otras descripciones que abundan sin agregar nada significativo.
Las de costumbre. Tiene familia, no. Lo visitan personas, no. De qué trabajaba, los vecinos
saben poco de él, de su pasado, ni siquiera si es jubilado. Pero lo aprecian, era servicial, callado,
honesto.
El profesor cerró la presentación del caso, con palabras cuya intención recuerdo textual, y me
comprometen.
Me crié en el campo, adoro las vacas, que por cierto huelen a vaca.
Tengo una pequeña tallada en madera, regalo de mi padre que vive allá en Misiones, en el
pueblo de mi origen, el que me enseñó aún chico, tenía seis años, a jugar al ajedrez.
La puse en el centro del tablero, en cuatro dama, y al rey lo dejé acostado, como el muerto, en
uno caballo rey, como si se hubiera movido de donde nació, buscando refugiarse en una
esquina, me percato que el muerto algún día se movió a ese casa, para encontrar el final.
La vaca que protege la diagonal negra, no es más que una guarda tardía, un ángel postrero que
le puse yo, un gesto fútil que memoria la desdicha del hombre y su descubrimiento, la vacuna
anticaries.
Odio las caries, por el dolor y el trance, espantoso, de concurrir al dentista. Pero sospeché
siempre que los dentistas subliman las caries porque es el sostén de su trabajo, y el de todos
los que venden algo para pacificarlas.
Esta vez el amor desemboca en el odio, su trasluz, y la torre negra de ocho caballo rey lo
asesina, al infiel, al pagano, al disidente, al réprobo, al innoble.
Junto a la pileta del baño, en el vaso que se usa para poner el cepillo de dientes y la pasta
dental, la prótesis dental completa es la firma, el sello mafioso.
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Villa Gesell, 2021
Parado en el fondo del colectivo repaso y repaso las conexiones, crezco en la seguridad de la
explicación certera, del desagravio que le traerá algún sosiego al muerto asesinado, aunque a
él ya quizás no le interese.
Cada alumno es probable elija un camino de análisis distinto, a veces sumando se averigua lo
sucedido.
Así dicen pero no estoy seguro, por lo menos en este caso incordioso, la clave de las conexiones
estaba fuera del relato del lugar del hecho y lo que se encontró, aún la disidencia entre la
dentadura propia en perfecto estado y la prótesis dental completa, no alcanza, conduce a
senderos sin salida del laberinto de buscar un hombre ilusorio que olvidó su prótesis.
Mi duda, mientras viajo, no versa sobre la certeza que tengo, orilla la legitimidad de haber usado
el título La vaca, para imaginar la vacuna anticaries encontrada por el hombre que mataron, y
flaco, desnutrido, uñas crecidas, algunas rotas, tenía, como en un mundo de lo absurdo, a salvo
su dentadura.
Fue en ese entonces cuando avizoré que alcanzar el fondo de cualquier cuestión está en el
hombre, en el lugar solo hay pistas; y su voluntad, la voluntad del profesor, la mía, son
campanas que repican en el cielo de los muertos asesinados.
Regreso e inicio la rutina de saludar a doña Elsa, hoy tengo una sorpresa, está la hija de doña
Margarita con las manos llenas de harina o masa, no sé, no distingo bien, porque le miro los
ojos, grandes y negros, la piel color aceituna, y enseguida me voy escoltado por Manchita, que
más tarde, después que guardo en un cajón el diploma al alumno que encontró la solución, al
trote lento vuelve a su cucha, hamacando su lomo blanco por el pasillo de sombra que bordea
la casa.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Juntitos
La mesa del bar que nos reúne es el sitio propicio de una pareja estable. Un café y el vasito de
agua.
El encuentro semanal se tiñe de espontaneidad en los temas que surgen. Podría decirse que
la conversa es al azar, pero sospecho que no es cierto, media una necesidad traída de afuera,
sin un origen claro.
En el trajinar de temas nos quedó escondido uno, desconocido que teníamos a la vista, con
frecuencia tal que se metió en la vida, abundada de preguntas que rompieran la monotonía,
aceptado de hecho y de derecho.
La frase que abrió la tertulia, recuerdo fue el interrogante sobre el origen de estos dos que van
juntos, al café y al vaso de agua me refiero, persistentes en la cotidianidad postmoderna donde
los objetos son desechados rápidamente. Ni hablar de las parejas de humanos.
El mozo de todos los días, Paco, no sabe después de veintidós años de pisar las baldosas del
mismo bar, la razón del juntarse.
- Cuando empecé a trabajar, a los 18 años, el patrón me enseñó que con un café iba un vasito
de agua, así que ahí nació. En esa época me pagaban la mitad del sueldo en negro, claro que
las propinas eran importantes, ahora se tacañan.Se marchó a pararse junto a la barra, dejando flotar en el aire, la protesta.
El ocupante de la silla que daba la espalda a la ventana comentó – la palabra tacañan no existe.
Su visión negativa era reiterada y no siempre recibía una respuesta sonora, a veces el silencio
largo era el modo de contestarle.
La mesa cuadrada, vecina a una ventana, habilitaba sillas para cuatro, y sin saber de razones,
cada uno se sentaba siempre en el mismo lugar.
Es un neologismo –ilustró el profesor de literatura jubilado- y aunque el diccionario de la
academia no lo incluya, sabemos bien por cierto, que siendo más lentos que tortuga conviene
anotar el habla de la gente. Por las dudas y antes que se pierda. La lengua es lo que habla la
gente. El lenguaje es otra cosa.
Nadie le preguntó por la otra cosa.
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Villa Gesell, 2021
Haciendo un poco de historia – dijo Pérez Dusquets , que usaba dos apellidos porque el primero
era demasiado frecuente – busqué y encontré que el asunto se remonta como doscientos años
antes del dueño del bar.
-Dale, contalo Cholo- le dijimos en coro, usando ese sobrenombre que disminuía el linaje de su
doble apellido, sabedores que siempre necesitaba una caricia para el arranque.
- Algunos cuentan que la costumbre comenzó en Viena, entre los nobles que no sabían dónde
poner la cucharita después de revolverlo, y resolvieron el entuerto sumergiéndola en un vaso
de agua.A nadie le resultó extraña la explicación dado que el Cholo siempre surfeaba en aguas de la
nobleza
-Y hay otras o ésta es la única- preguntamos inquietos.
- Hay dos más populares, una habla de limpiarse la boca antes de tomar el café, con un sorbito
de agua, para apreciar el sabor desde la nada, digamos una inauguración.
La otra es una historia de ph y acidez que me resultó media traída de los pelos, a decir verdad,
quién entiende de ph o acidez entre ustedes- Ninguno, por cierto – dijimos asombrados por la ignorancia.
- Paco traéte otro café, para todos – dijo el Cholo, antes de continuar con una variante que no
habíamos percibido. -¿Ustedes se preguntaron si la mezcla de café y agua es homogénea o
heterogénea?
Bonita la pregunta que desató la borrasca, habitual entre los que nos juntamos pero no somos
iguales y pensamos distinto. Los comentarios van y vienen, se enlazan o se quiebran, volátiles
se pierden y la próxima semana no los recordamos.
No le encuentro sentido a la duda – dijo consistente en su negatividad, el de la silla que daba
la espalda a la ventana.
Yo creo que es homogénea porque siguen juntos como si fueran uno solo.- afirmó Pérez
Dusquets , señalando que lo mismo pasa con su apellido.
Homo significa igual, –marcó el profesor jubilado- que yo sepa son dos cosas distintas, el café
y el agua. Pero para vos Cholo lo distinto es igual, porque Pérez es igual a Dusquets.
Decidí meter baza en la conversación considerando que hablamos del café como infusión, y
además de los granos molidos se necesita agua caliente para hacerlo.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
-Ahora si que no entiendo nada-Vos siempre negativo- dijo el CholoEl profesor se largó a la perorata habitual que adormecía, surcando en temas de aguas con
granos molidos, y agua en vasitos, que son dos cosas distintas, y no es justo considerarlas
iguales, porque una es pura y la otra perdió su identidad con la fusión.
-Perdoname que te interrumpa pero lo de pura es discutible, en la casa de mi prima el agua
corriente es salada y contagia al caféEl profesor superó el tropezón de su teoría y siguió adelante, firme el paso, aún en los terrenos
resbaladizos.
En el ritual le dejábamos la última palabra.
Cercana ya la noche, con las escusas repetidas preparábamos la retirada, de uno en uno,
disimulando el abandonarlo, proponiendo que la siguiéramos en la próxima tertulia. Sabedores
que los temas serían otros.
Ésta vez decidimos duplicar la propina, para que Paco no nos incluyera entre los que tacañan.
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Villa Gesell, 2021
Madrugando
Me despierto antes que el sol y aguardo. El reloj lo uso como calendario de las estaciones, si a
las siete y veintitrés es la hora del alba, estamos en la mitad del otoño.
La cerrazón avanza mojando el jardín delantero de la casa, y apremia también el de atrás. Los
que duermen no presienten la invasión silenciosa, repetida gota a gota, transportada por una
brizna de viento viniente del mar, escurriéndose entre ramas pasivas de árboles y de humanos
mezclados, entregados al sueño vegetal y acrítico de lo probable.
Los libritos de grasa que acompañan el té de la mañana ya no tienen el crocante conocido. En
estos tiempos de apuros, y por el designio amarroco de los panaderos post modernos, la
ausencia del barniz de grasa entre las capas de masa, los asimila a pan doblado.
« No entiendo porqué entendiendo, no dejo de comprarlos. Quizás lo logre algún día ».
Doy vuelta el pequeño reloj de arena, aguardo los treinta segundos que mide, suficientes para
tomar aire y mentalizar un día positivo. Luego continúo con el ritual matinal de sentarme en la
mecedora estilo Thonet, y leer.
El libro ayer retirado de la biblioteca popular tiene un carácter particular, infrecuente, que no
deviene del texto del autor.
« Siempre me intrigaron las dedicatorias, es cierto que son sucedáneas en el tiempo al autor,
que ignora su existencia (salvo que la haya escrito él mismo), pero lo preceden en el texto
impreso, licenciando en mi imaginación una diáspora de personajes, una historia pasible de
agregar ».
Hace treinta y cuatro años y ocho
meses, alguien escribió sesgando el ángulo superior
izquierdo de la página del título, con un arte que desdeño encajar en alguna tipografía
caligráfica, evitando el fugue de la autoría a la manada de los olvidados, reencarnándola aquí
con respeto, Por enseñarnos a volar sueños de caña y papel. Gracias René. Y sobre la derecha,
De corazón. Viviana y Segundo.
En el tejer de amores y costumbres, enhebré para los libros regalados con una dedicatoria, un
espacio, egoísta si se quiere, donde conservarlos míos, por lo que significan en su momento, y
por la nostalgia de los recuerdos renacientes en otros días.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Éste ejemplar que terminó en una biblioteca, me duele en su soledad, abandonado por René,
que al dejarlo abandonó a Viviana y Segundo, y habilita una historia paralela, exculpatoria, que
debo comenzar en ese sitio, caótico punto de inicio, temporalmente falso, final pretendido de
arraigo de tres vidas, acaso un grito para sobrevivir en el lector.
« Los misterios están echados, hay que comenzar por la biblioteca. Allá voy ».
Sorprendido escucho como respuesta que el bibliotecario y referencista no trabaja más, nadie
sabe decir la razón de su ausencia; en un año es el tercero que defecciona, o lo echan. Cada
uno comenzó en el inicio de su trabajo a ordenar los libros, y tres ordenamientos superpuestos
suman el caos.
La empleada que atiende al público, es gentil y predispuesta, rema en soledad e intenta atajar
las preguntas, pero la mayoría se le cuelan como los penales en el futbol. La miro, estimo que
tiene veinticinco años, pero como no soy ducho en este menester, le agrego cinco más.
« Por las dudas. Total da lo mismo, con veinticinco o treinta no trabajaba aquí en el año de la
dedicatoria, y pensando que el libro, quizás o seguro ingresó más tarde, le pregunté, sin
esperanza, si sabía quién lo había donado ».
Salí a la calle de arena algo húmeda, los árboles de hoja caduca las vienen perdiendo como
bibliotecarios en desgracia, un suave viento las mueve formando colchones discontinuos, la
poca luz del sol que atraviesa los estratocúmulos todo lo satura de un gris claro, pasa una
pareja con un niño que por su edad se muestra diestro en el manejo de una pelota. Después
nadie más. Imagino un futuro con muchos jugadores de futbol y pocos bibliotecarios.
« ¿Se extinguirán los libros, como los dinosaurios, en un próximo devastador invierno? Puede
ser, pero hoy y aquí, vine a preguntar sobre la dedicatoria escrita en un libro que retiré de la
biblioteca, y me voy cavilando en el texto pensado para miles de lectores, en miles de
ejemplares, y en la extensión que solo algunos, los que accedan al que tengo en mano,
pueden escribir, adentrándose en el laberinto de Viviana, Segundo y René ».
La biblioteca abre a las cuatro de la tarde y dos horas no son nada para el que ama los libros,
que ahora son lentos para el cotidiano de lo instantáneo que los obsoleta, demasiado papel y
descomunal tiempo, del que no sobra, para leerlos, aunque sea por arriba, socavando las frases
en el salteo de palabras, buscando solo el argumento, como en las series de televisión.
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Villa Gesell, 2021
En este otoño de hoy, en todos los otoños, a las dieciocho y quince empieza a deslumbrar el
negro, más negro en las noches sin luna, y a veces alguna estrella atrevida parpadea en un
intento de linterna lejana que no alumbra.
En la biblioteca comienza el traqueteo de ordenar los libros devueltos hoy, que no son muchos,
en cerrar los postigos, apagar las luces, y en un final de gestos aprendidos, la puerta de chapa
y vidrio, sin rejas que la defiendan de un ladrón que no vendrá.
« La noche es fría, demasiado fría, de acurrucarse, y si desde mañana no abren más porque
es el día en que murieron los dinosaurios, me queda el libro que no podré devolver, y
trascendente, los tres de la dedicatoria, una historia de resurrección que puede dar lugar a otras
historias y otros libros y otra biblioteca. »
Anoche tuve un sueño y siendo de no soñar con frecuencia, o no recordar el contenido, viviendo
el titubeo de la duda que se instala sobre si prefiero o no el olvido, sombrilla protectora de duelos
y dolores añadidos a los del día, éste si lo traigo sacándolo en la evocación.
En la casa no hay luz, pero puedo caminarla de memoria, sin necesidad de tantear las paredes,
llegar a la cocina y levantar la persiana, buscando una intrusa, salvadora luminosidad de luna
o de los focos de la calle, que se metiera por la ventana facilitando el retorno de la sombra
perdida por los objetos, e imagino también por los hombres, y los perros ahora silenciosos de
la casa vecina, y los pinos y el acer palmatun que en la oscuridad deja de amarillear las hojas.
La luz huyó, en una pérdida de lo cotidiano, anuncio de un suceso nuevo; también se disipó
el retumbe infaltable de las olas, y su silencio imantó una caminata de cien metros por la arena,
hasta la orilla antigua del mar, ahora frontera seca.
Permanecí un tiempo sin tiempo, echando una última mirada a la oscuridad por donde se
esfumó la palabra de los hombres, su historia toda, mi historia.
Luego una mujer vino de la izquierda, jineta en un caballo blanco dominante, luminoso, sin
apero, sin ropa, de piel morena, y un punto rojo entre los ojos oscuros que me miraban sin
apuro, donantes generosos de sabiduría, y cuando giró la cabeza hacia donde venía di con un
hombre de su creación.
Se tomaron de las manos, murmuraron sus nombres en una lengua oral inaudible, un soplo
silencioso que me decía Viviana, y un eco que me decía Segundo.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Desperté minutos antes que el sol, y peregriné a la playa sagrada, la playa del origen, no
estaban ni Viviana ni Segundo, solo huellas de los pasos de un caballo sobre la arena, y allá
cerca del horizonte, volando enlazados, sin pecado, dos barriletes morenos.
El sol manchó mi cara, y se derramó glorificante por el cuerpo, en el amanecer del nacido de
nuevo.
☼
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Villa Gesell, 2021
De otro alfabeto
¿Una flor volviendo a la rama?
Ah, era una mariposa.
Haiku anónimo
No es igual cuatrocientos kilómetros extendidos, continuos y fijos, que la misma distancia
recorrida en un viaje que la va acortando, como un imaginario contador anti horario.
El mapa de ruta es siempre un objeto asimilado, inconmovible en sus símbolos, códigos de
tamaños de ciudades, distancias entre estrellas que no están en el cielo, atadas a la tierra que
desconociendo su convexidad es plana, como el papel donde está impreso el mundo que
recorta, y las rutas nacionales y provinciales, los caminos de tierra, los ríos pintados de celeste
en una farsa del color que nunca tienen en este tramo de la pampa, lecho de tierra y tono de un
barro café con leche claro, siempre coloreados de agua aunque después los encuentres
languideciendo en hilos de líquido que el sol implacable y el suelo garganta voraz pronto
secarán.
Para aspirar a ser ríos deberán esperar la próxima lluvia, sin importar cuando, los mapas de
rutas desconocen el tiempo, lo ignoran, no tienen fecha de vencimiento, son los hombres los
que crean ese momento germinal en que desplegándolos, con el uso le dan vida, y en la ironía
de una contradicción le devuelven la dimensión espacial que cartógrafos e impresores le
birlaron.
La ruta es eso, dimensión y tiempo, el tiempo que le restamos al viaje lo cargamos en nuestra
cuenta para que nada se pierda, sin darnos por enterados, siendo tan imperceptible como los
sueños que no se recuerdan, sabemos que estuvieron en un pasado ignoto del cual armamos
como antropólogos un rompecabezas al que le faltan algunas piezas, de contorno conocido, y
contenido que aguarda un restaurador de memorias.
Escampa, y partimos con el sol y un viento sur que intenta ahuyentar los nimbus presagiantes
de lluvia. En el asiento del acompañante el tío Manuel, atrás la tía Ema y Marina, mi hermana,
disposición de género, dos hombres adelante y dos mujeres atrás, ¿clasicismo, atavismo,
compinchería?
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Volver pasados tantos años, Ema estima catorce, es el ejercicio de descubrir cambios, objetos
nuevos, aún aquellos que estaban antes; y nosotros sutilmente distintos en ese nacer de todos
los días que confundimos con una continuidad.
La mirada del que regresa es un mismo diccionario en otro alfabeto.
Por eso tiene que ser pausada, lenta, sin apuros por llegadas, habiendo tantas palabras que
podemos imaginar antiguas, conocidas, pero que vale leer con fruición, buscando paladearlas
en la esencia que deviene de su presencia, renacer de gozos olvidados o estremecimientos
nuevos.
Nos resulta a los cuatro, sin pesar la diferencia de edades, incomprensible la velocidad con que
nos pasan tantos otros que parecen ambulancias sonando sus sirenas, cual búsqueda urgida
de brindar socorro a un necesitado, sin descubrirse en ellos mismos.
Manuel dice que el popular término de “locos”, con que se los suele señalar, es una afrenta a
la escondida cordura de los que verdaderamente lo son.
- Estos son solo exasperados buscando tener la suerte de cara, aunque no sé cuál suerte Llegamos al primer peaje de los tantos que nos esperan, los que hace catorce años no estaban,
son imaginarios corrales donde se amontonan los potros mecánicos formando filas detrás de
las gateras, pialados relinchan inquietos, y cuando las barreras se levantan salen disparados
en una estampida de goma mordiendo rabiosa el asfalto, hambrientos los hombres jinetes de
los fierros, de distancias prontas, sin poder aguardar, escasos del ensueño de viajar
despertando el paisaje que verdea los ojos.
¿Dónde van amigos apurados sin saber de la ausencia de un final del camino? Olvidando que
hay más tiempo que vida.
En nuestro viaje pronto nos invade el paisaje campestre, un aire de égloga nos llega y por un
rato guardamos los silencios del recogimiento. Después, quizás por la necesidad de hablar sin
romper la magia del momento, saltamos del lenguaje cotidiano a una vieja jerigonza de la
infancia en nuestras familias, parla oculta de iniciados, ingenua siendo fácil de descubrir:
- Hergueremogorosogoro – elguere - vergueredeguere
- Yguiri – lagara - pazgara
Cruzamos un río ancho por un puente nuevo, de cemento, a la derecha alguien decidió guardar
un algo de historia, y allí está el viejo puente de hierro herrumbrado y piso de durmientes de
madera. Vestigios.
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Villa Gesell, 2021
- ¿Nosgoro - deguereteguerenegueremosgoro?
Nos detenemos a la sombra de tres viejos eucaliptos salidos de un mismo e inmenso tronco,
como si hubieran nacido trillizos, o quizás raíces juntadas, pegadas para combatir el frío y la
soledad, buscamos cobijo al sol que irrita en la media mañana, y cuando consultamos en el
mapa de ruta la coordenada de este lugar, le quitamos el aire de naturaleza en aras de conocer,
¿cuántos kilómetros vagamos?, ¿cuántos faltan?
Venimos de descubrir que la memoria, fallida ilusión de permanencia, engaña; y las míticas
medialunas de la ruta 2 son más feas que las de la panadería de la polaquita, allá en el barrio,
y el café recalentado tenía sabor a viejo.
Ahora mate con bizcochitos de grasa. Del mate me gusta el ruido de la bombilla cuando aspira
esa nada de líquido final, gozo sonoro permitido, aceptado social, -obligado- como dijo un
entrerriano, el mismo que se prohíbe cuando uno toma la sopa caliente y quiere evitar
quemarse. Sí, yo se que son cosas distintas, pero el ruido, el ruidito, el aspirar sonoro es uno
solo.
El mate sin agua me sabe a los ríos cuando pasan del mapa de ruta a su realidad terrestre, y
cebar mate es reponer el agua, dibujar un mapa, construcción sociabilizadora que pasa de mano
en mano.
Seguimos el viaje, papando moscas, como pájaros quietos, sorprendidos, ingenuos en la espera
de la novedad que vendrá de los costados de la ruta.
Y que llega de arriba. Algo remontado el mediodía las nubes avanzan hacia nosotros, comiendo
las sombras en un ensayo de noche gris, allí hasta donde alcanza la mirada, fin provisorio del
camino recto, tapian el cielo, algo a la izquierda, con montañas oscuras, negro aviso de lluvias;
alguien pregunta si vamos a meternos en la tormenta, no interesa quién cuando todos
pensamos lo mismo. Digo que no, porque supongo que es allí donde doblaremos a la derecha,
buscando del sol un algo de luz inquieta, que seduzca a la sombra en un juego de encuentros
opuestos, dinámica de vida, burbujas que parecen descender en el haz de un cono y
desaparecen cuando tocan el asfalto, la tierra, los árboles.
Desde la radio del auto nos llegan “Los de Salta” cantando la zamba del Tiempo verde, justo
cuando dice: “Que tristeza morir en alguna primavera”.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Hoy, esta frase por pretérita, es 21 de diciembre y asoma el verano, la abandonamos a su
suerte, la nuestra empezó esta mañana cuando emprendimos el viaje, sucesos del ahora y
sucesos de catorce años atrás, como si quisieran juntarse borrando interregnos, en un juego de
paralelas que buscan unirse antes del infinito, antes que el tío Manuel se saque las zapatillas y
las medias, se arremangue los pantalones y los pies pataleen por el agua del mar, que le da la
bienvenida con espumas del carnaval del viento, y la comparsa del canto monocorde de las
olas lo arrulle.
Columbramos que el sol, estrella de luz y de calor, baja tuberías transparentes que hienden las
nubes, aspiran y elevan negros y grises, dejando la tarde celeste, aventurando la promesa de
un cielo limpio, para mirar otras estrellas, las de la noche.
Seguimos la ruta, costeando los pueblos por orillas de suburbios, y hablamos de sus habitantes
imaginarios para nosotros, quizás durmiendo la siesta.
¿Todos sueñan cuando duermen la siesta? – pregunta Ema, y se contesta- yo sí, pero los temas
son distintos a los de la noche, que se repiten a veces; en contraste, las siestas que a algunos
le suenan aburridas, son un encanto de la imaginación en el cosmos de los sueños, no tienen
ferocidad, ni angustias, ni derrotas.
En oposición – confiesa Marina- el saber tiene algo, tirando a demasiado, de autoritarismo,
desciende como miles de paracaídas para intentar salvarnos, de eso mismo, de la gran caída,
de las miasmas, de la inmoralidad del anonimato, de la muerte; es solo una ficción de un diablo
o un dios, no interesa quién nos engaña; resulta mejor esta lluvia, que nos deja cuando se va,
el sol de la tarde, y nosotros nos hacemos el regalo del contemplar silenciosos, detalles, el
molino de viento que gira aunque está herido porque le falta un aspa; multitud de nubes en
huida presurosa y provisional del espacio que aquí oscurecieron, flechas que ajetrean nuevos
cielos para repetirse; las luces del agua sobre los pastos; las vacas a un lado de la arboleda,
dándole espaldas al viento.
Rotonda y boulevard de añosos árboles, a la izquierda las primeras dunas, algunas fijas, otras
inquietas, preludio de playa. Después las otras rotondas.
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Villa Gesell, 2021
Sensaciones y recuerdos, hoy y ayeres, envoltorio de simplezas convivientes ahora, sin
pretender un mañana de fama, ni siquiera quizás un mañana, basta el punteado de luz de las
estrellas en las largas pinceladas de noche que nos llegan del mar.
Manuel sonríe, zapatos en mano, pies mojados, sentado en un banco de madera de la pasarela
de madera, dándose el permiso de modificar en algo la afirmación presocrática y decirnos: nadie
se moja los pies dos veces en el mismo mar.
☼
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Adjetivar
1
Después de seis meses de silencio esta correspondencia descubre el enojo que tuve con las
falsías del habla, palabras sin filo, sin punta, que merodean poniendo trampas aún en las
situaciones que domina el horror. Embriaguez del disimulo que lima aristas para que la vida
aparente un bálsamo ausente de sobresaltos. Un camino sin espinas.
Entiendo que te pueda sorprender el envío de varios elementos, pero a pesar de su formato
conserva el sentido de la unidad, ahí van en gavilla la fotocopia de una página del diccionario,
como ejemplo, el cd con el diccionario de la lengua de España, que algunos citan como la
lengua de Castilla, limpiado de esas palabras que sirven para adjetivar, y la historia que me
llevó a consumarlo.
Te sonarán a un destinte del tiempo, y no puedo negarlo porque sabés que tu abuelo tiene más
de setenta años, y a estas edades la cordura fuga como por un tobogán de plaza al que le han
quitado la escalera, no hay posibilidad de reposición.
Rosendo, vos lo conocés, con quien durante cuarenta años trabajamos como asalariados en la
misma empresa, esperando el fin de mes y las vacaciones, la única pasión que sentíamos en
ese lugar, me comentó hace unos meses mientras observábamos su colección de maquetas
de aviones, que algunos, apoteosis de las crisálidas, levantaron vuelo como mariposas, sin
retorno.
El tobogán y el vuelo, aunque viajan en vectores que se oponen, son el mismo viaje.
Si en este desatino de las circunstancias no sentís que te podés integrar, confío me lo hagas
saber sin necesidad de fundamento alguno.
Hace un tiempo tomé la decisión de hablar sin adjetivar, y por supuesto de escribir igual. No es
una tarea lineal, el camino abunda en trampas que sembró la costumbre, y hay que recurrir al
hacedor que tienes guardado, para desbrozar, goma de borrar en mano, machete del intelecto,
la maleza del habla. Y seguir.
Dudo de los que no tienen dudas.
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Villa Gesell, 2021
Así transité enantes, y lo recuerdas, bueno, espero que así sea. En ese lapso de aprender el
oficio de abuelo vacilé tantas veces como retos recibí de los que sabían lo exacto. Todavía
tengo en la explanada del tiempo que es la memoria, registro de resbalones y caídas.
Ahora que buscaste otros países para desatar el vuelo de tus parapentes, camino por la
explanada, sigo siendo hombre atado al suelo, y encuentro en los mojones con tus ansias de
volar el germinar de las quimeras, que dejan de ser cuando se materializan en el presente de
un día cualquiera.
2
Abuelo, tu carta es una invitación al cuento, lo asemejo a aquellos que me referiste durante mis
años de niño, solo que ahora hay dos que narran, en un dueto que la diferencia en años no
hará desafinar.
Intento escribir dentro de los límites que cómplice acepto.
Vivo en un pueblo de diez mil habitantes, al pie de un cerro que nunca se cubre de nieve, el sol
que se muestra casi todos los días, virtud que comparte con la ausencia de nubes que lo
cieguen, es compañero de vientos con temperaturas que hacen la delicia de los parapentistas.
Cuando correteo el terraplén, al borde del precipicio, y me lanzo al vacío, supero mi congoja
de niño que en sueños volaba sin poder levantar altura, y al irritar vecinos con mi vuelo espía,
recibía palizas dadas con objetos varios, los que tenían en sus patios y jardines.
Por eso en ocasiones lloraba de dolor y de impotencia, y caía en un ahogo respiratorio, que
ahora te desvelo cual era la causa, y despertaba palmadas de mi madre en la espalda, el
socorro del amor que me llevaba al silencio. Un día se lo conté para que no se preocupara, y
me sorprendió diciendo que fueron también sus sueños.
Ahora pienso si los sueños se heredan. Y cuál heredaré de vos.
Por ahora me basta la pincelada de ira que subyace en este jeroglífico que proponés.
Sería una necedad no aclararte que desparasitar la escritura, así como así, no es tarea de una
trasnochada, y recurrir al auxilio de los que te rodean descubre historias que como la del
sueño de volar no querés te pongan en solfa. En esta solisombra aumento la lentitud que me
acompaña por naturaleza, ese andar por buhardillas donde siempre se encuentra una silla rota,
o un sillón de tela con desgarros que igual sirven para sentarse a reflexionar, freno necesario
del pensamiento que aventa equivocaciones. Aun así me puedo equivocar.
26
9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Con Mangacha me sucedió, no te mando saludos de ella porque una semana atrás se marchó
en el tren de las once treinta. La acompañé a la estación, me saludó al subir y se ubicó en un
asiento del pasillo, supongo para evitar la cercanía de un adiós. El sol, como siempre, quemaba,
aproveché un banco de la estación, que está a la sombra de un olivo con una centena de años
a cuestas, para sentarme a pensar si ella se iba o yo me quedaba.
Rebobino y recuerdo que nos chocamos al bajar del tren, en el andén de esta estación, los dos
arribábamos a un pueblo que no conocíamos, y la torpeza nos sacó una sonrisa, y después
fueron varias, juntamos almas y cuerpos, y descalce de trotamundos creí que nos afincamos.
Ahora me queda confiar en el mito de la circularidad de la historia, que un día nos traerá de
regreso.
3
¡Ay mi nieto!, si te dijera que debo corregirte caería en el oficio que estampó el gris en mi vida,
pero después de cuarenta años de trabajar de corrector en una editorial, el reembolso que
ansío es dificultar las repeticiones. Y si la circularidad de la historia es cierta, yo me salgo del
camino con una voltereta, tarde pero me salgo.
Presiento que un día cualquiera ambos volverán, se cruzarán al ir por el otro, pero mediará la
intención y algo no será como era.
Amanece un día de tormenta, escucho los truenos que parecen venir del socavón del cielo gris
negro, unas nubes blancas avanzan en competencia y ganan su espacio por abajo, la paleta
vira al gris perla.
El jardinero guarda sus herramientas, sabe que no podrá trabajar y se marcha con premura
envuelto en una capa azul. Algunos pájaros muestran la audacia del desafío y vuelan aún con
lluvia.
Por una ventana de la casa de tu tía Mercedes contemplo el mar. Hoy no llegó el hombre que
lee la Biblia sentado en la orilla, viene solo cuando hay sol.
Miro llover mientras escucho las voces de la introspección que me hablan de un silencio posible,
un limbo donde no caben las pompas de jabón, mensajes con intención oculta que te soplan y
estallan, sucesión de lo efímero, champú de la inteligencia.
Gurúes que impiden seas tu propio gurú.
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Villa Gesell, 2021
Y los que escuchan y leen escarbando en esa razón de ser que es la intimidad, los espías,
monitores del poder.
Vislumbro un destino de etiqueta: delirio de persecución. Argucia de los doctores de palabras y
los otros, los de las pastillas, que te encaminan al desfiladero común, sabiduría codificada que
se olvida del hombre con nombre y apellido.
Pero gracias a tu tía Mercedes no me irán de esta casa donde transitan las nostalgias.
Vos sos como las raíces que explotan, barren y crean, aprovechan lluvias, soles y tierra,
primaveras y sombra, luz y otoños, así hasta que madure el fruto.
Los dos estamos en este tiempo en tiempos distintos.
4
La tía Mercedes me avisó que el lunes 14 el abuelo se durmió después de dormirse, usó esas
palabras porque en la familia no se habla de la muerte.
A una semana voy a visitarlo al cementerio que queda allí donde comienza la lomada, por el
camino viejo que corre junto a las vías del ferrocarril, claro que no está su tumba pero yo estoy
aquí y por eso vago entre otras como si quisiera encontrarlo, es el homenaje que puedo darle
a la distancia.
Al regreso cruzo las vías a la altura de la estación, me siento en el banco que está a la sombra
del olivo, y leo en el diario preferido de Mangacha, un aviso atípico que dice:
“Mangacha, éste es el grito de un enamorado, que quiere contarte la razón de ese tiempo de
adjetivos prohibidos. Viajo en el tren que los jueves llega al pueblo que conocés a las once y
veinticinco, esperanzado en que nos choquemos de nuevo en el andén”.
El tren apenas se balancea a pesar de la velocidad que lleva. El vagón tiene esa pulcritud que
aún después de años me deslumbra.
No me muevo de mi asiento, cualquier recorrido, de esos que antes gustoso hacía, hoy son
un peligro, me puedo topar con Mangacha y sería el fin del encanto de encontrarnos por
accidente al bajar al andén, peor aún, siento que como dos desconocidos nos ignoraríamos, y
envueltos cada uno en su destino descenderíamos en estaciones distintas.
Ahora se que extrañar puede ser dulce y calmo, presiento que ella está en algún otro vagón, y
presagia lo mismo, y tampoco camina, y aguarda.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
El tren disminuye la velocidad, desde la ventana se ve el cementerio, once y veinticinco detiene
su marcha en el andén, bajo sin mirar a los costados arrastrando el carrito que porta la valija y
me dirijo resuelto hacia la puerta de entrada de la sala de espera, dos hombres al aguardo de
algún pasajero la franquean, siento que algo choca con mi carrito, me doy vuelta y una mujer
ruborizada me pide disculpas, sonreímos. Me pregunta si soy de aquí y cuando le digo que no,
me responde que ella tampoco. Sonreímos y amagamos emprender juntos el camino, quizás
porque nos sentimos más fuertes si somos dos los forasteros.
Nos interrumpe el llamado de un hombre que bajó del tren detrás mío, recuerdo haberlo visto
en el vagón, y pienso que es también un forastero, me equivoco, es un policía que nos presenta
a otros dos, los que estaban parados junto a la puerta de entrada a la sala de espera.
Quieren saber quiénes somos y el verdadero significado de ese extraño mensaje que leyeron
en el diario, y que saben que lo puse yo porque lo averiguaron en el negocio donde toman los
avisos.
☼
29
Villa Gesell, 2021
El próximo miércoles
La hija de una amiga de mi madre, solícita, se ocupó en invitarme a la quermese que el próximo
sábado se haría en la escuela donde es maestra. Para el convite entonó como solista, pero
contó con la presencia del coro femenino que mudo aguardaba el momento de entrar en apoyo.
Acepté sin vueltas, lo cual fue para ellas una sorpresa, habida cuenta del carácter retraído como bautiza mi madre a los silencios que me envuelven -.
De cierto algo de razón tiene, siento atracción por las predicciones, esos formatos repujados
sin fausto, anticipatorios del destino. Soy un viajero contumaz por un ducto que bauticé
prediducto, donde en una otra física el sonido de mi voz no se transporta, y entonces sin
palabras, solo me queda cavilar en silencio. En un vuelo inquieto, como el del picaflor, curioseo
en mi interior buscando las razones de este fervor, y encuentro dos. Las predicciones me
alertan para que no ande por la vida a tientas, pero aceptarlas es entregarse al fatalismo y me
molesta, por eso la segunda razón es desafiarlas.
He sido invitado a muchas quermeses escolares pero con esta tengo una premonición, el trío
se confabula en darme una alegría, y trabajan, en el sentido que la palabra tiene en la brujería,
para casarme con la joven. Por eso y por el desafío acepté sin remilgos.
También sumó que el sábado mi biorritmo emocional pasará por un día crítico, el de mayor
debilidad. Llevo el karma de un jugador y viajar por la cornisa generando adrenalina es el premio
primero, después pueden venir los otros, o no.
El sábado partimos en el auto que gané en una rifa, y el ceremonial materno le asignó el asiento
de acompañante a Juliana.
El nombre no me gusta pero ella estaba espléndida en el descampado que dejaban su minifalda
y su blusa. Le pregunté si tenía otro nombre, hablamos de los segundos nombres, que si no se
usan, para qué están. Meras caligrafías para el olvido, y a veces para el odio. Me preguntó si
tenía otro nombre. Llegamos.
En la puerta un pizarrón anuncia la kermesse de primavera, y el día es acorde. El sol de la
media mañana arremolina tibieza en los quioscos que rodean la escuela.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Los productos que exhiben tienen el aire manso de las artesanías ingenuas; los juegos, un
toque naïf que captura la mirada y facilita volver a ser niño.
Juliana no puede ayudar a sus colegas porque hoy se ocupa de mí, aunque sutil debería decir
que quiere ocuparse en mí.
Caminamos displicentes, en ese paseo de reconocimiento del lugar que no crea compromiso
aunque lo esboza.
Luego, sentados en un rústico banco de madera, bajo árboles añosos, más viejos que el
edificio, hablamos de lo visto y de lo que alcanzamos a ver ahora, en un coloquio de
intrascendencias que ayuna de palabras mayores, pero por lo menos sirve para vivir sin tedio.
Los aros que hay que ensartar en las botellas de colores, el laberinto encantado, las muñecas
de trapo, la carpa de la adivina.
La madre de Juliana y la mía parecen haber hecho mutis.
El péndulo loco que voltea latas, las estatuitas de vidrio, la carpa de la adivina, los dardos con
ventosas de goma en las puntas.
A mi madre y a la de Juliana no las divisábamos.
La pared de alpinismo, la parrilla con lomos, hamburguesas y chorizos, la carpa de la adivina.
Cumplidor del sino, entré con la unción del creyente, dejando atrás el cartel que prometía: “Adela
lee tu futuro”; también quedó afuera Juliana, porque a la adivina se la consulta en soledad.
La tela de la carpa difumaba en un verde amarillento la luz del sol, sosteniendo ese aire de
misterio necesario. Adela aguardaba sentada detrás de una pequeña mesa redonda, que
cubría un paño blanco de impecable limpieza, primorosamente bordado en el ruedo con
símbolos que por desconocidos intrigaban.
De un pañuelo verde sujeto a la cabeza, descendían en estudiado desorden, bucles negros que
cubrían sus hombros y parte de su espalda. Un largo vestido blanco, alforzado, animaba al
consultante a proyectar en su figura la mística que cada uno imagina, aquella que hace a la
empatía necesaria.
Me senté y mientras duró el silencio la miré a los ojos grandes y verdes, reflejos de esmeraldas,
ofrendas oníricas que alucinan. Su voz querendona salvó mi mudez.
- Me llamo Adela, y tu nombre cual es.
Dialogamos pero solo recuerdo sus palabras.
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Villa Gesell, 2021
- Invoco a Os, que es la vida y la inspiración, para que me otorgue el poder de acceder a tu
futuro.
Tomó una caja de madera que exhalaba aromas frutales, miró hacia arriba solicitando
inspiración divina, la inclinó y con un suave movimiento de derecha a izquierda, dejó caer sobre
el paño blanco unas finas tiras de maderas con símbolos tallados.
Eligió tres sin verlas. Entonces bajó la mirada, apartó el resto, las tocó con ambas manos y
comenzó su relato.
- Esta es la runa blanca que anuncia que estás ante el destino verdadero, el que no podrás
evitar. Gyfu es el regalo espiritual que armonizará tu vida, lo recibes de los dioses y lo entregarás
a la persona elegida. Una persona que ya conoces. Ken es el sol, la pasión, el sexo, hay un
encuentro con una mujer que te ayudará a que vos mismo te transformes. Ken y Gyfu juntos,
hablan de una relación que equilibra el cuerpo y el espíritu. Esto es lo que leo.
Nos miramos, cada uno en los ojos del otro. Comprendí que las runas, ahora eran solo una
excusa para volvernos a ver. Y sus ojos, reflejos de esmeraldas, me decían que si.
Salí lleno de luz a la luz del sol. A Juliana la veía nocturnal. Encontramos a su madre, a la mía,
y una mesa donde comer el asado. Estuve alegre y locuaz, desconocido, las tres sonreían, y a
ratos se alborotaban con mis ocurrencias.
Apareció Adela, ahora sin el pañuelo verde en la cabeza, a saludar a Juliana, quien le recordó
que ya conocía a su madre y nos presentó como unos vecinos. Me enteré que también era
maestra en esa escuela. Los cinco cambiamos palabras de circunstancias, y cuando se marchó
besó a las tres y a mí. Fue el primer beso.
En el viaje de regreso Juliana contó que yo había entrado a la carpa de la adivina, ella no,
aunque creía en esas cosas. Curiosas quisieron saber el destino que me había augurado, y les
dije la verdad, un amor ha llegado a mi vida y no se irá. Suspiraron sonrisas.
- Engañadas, fuimos engañadas – gritaba mi madre en esa alharaca tana que hace tiempo no
personificaba.
Solo se equivocaron mamá, solo se equivocaron - susurré para calmarla, y le ofrecí una salida
- o acaso tenían un plan que era secreto porque yo no lo conocía.
Por dignidad no cantó la verdad. Bienvenido el silencio que hizo, siguió amasando, amasar
permite descargar y en este momento era providencial.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
Sentado en un extremo de la mesa iba mezclando puré de garbanzos, ricota y parmesano, el
relleno de los ravioles, mientras oteaba buscando los momentos para hablar de Adela.
Ella es como el significado de su nombre, me lo leyó un día, noble, con el don de la equidad y
lo que es justo. Nuestros tiempos se acompasan sin presiones,
compartimos hallazgos,
hablamos del destino y las formas que toma, desafiante.
Descubrimos que en los instantes de júbilo quedan al descubierto antiguos cansancios, y nos
proponemos abandonarlos sin odios, en ese olvido piadoso que quedan las cosas en desuso
que fueron un día, vitales.
Rumiamos sobre la existencia de un algo de fatalismo, necesario para no andar construyendo
en todo momento un futuro, sería casi un descanso.
Traigo a cuento que fui a la quermese con el propósito de quebrantar el hechizo del trío, y
regresé, a hurtadillas de las tres, con un amor adventicio.
Adela me refirió a un tío árabe, a quien recuerda por su paciencia de maestro y por esas
palabras suyas que persisten:
“Aún si la causa deja de existir el fatalismo se da igual, como si hubiera un absoluto intangible
que lo trae”.
Ella lo acepta, así de sencillo,
- Al leer el significado de las runas el destino es de un otro temporario, que conozco y se aleja
con esa indiferencia de la tangente, me contacta, fugaz, y se pierde en un espacio que le es
propio y no me implica. Con vos hubo un quiebre cuando tiré sobre el paño las runas y comencé
a leerlas, sentí que te desbordaban y venían a mí, y yo era permeable, nos quedamos sin
límites, fue entonces que miré tus ojos y en silencio nos dijimos si. Ahora las runas no tienen
cabida, no son más que la ausencia de lo innecesario. Creo que no me equivoco, si pienso que
queremos vivir juntos.
Es la tarde del domingo y las nubes blancas se desperezan sobre un cielo gris.
Yo también despierto a esa sensación de abandonar.
El biorritmo dice que el próximo miércoles tendré un día triple crítico, sucede pocas veces, es
una suerte que la calamidad no nos quiera frecuentar, pero me vine a enterar justo hoy y no le
voy a dar la oportunidad.
Junto todos los almanaques que hay en la casa, incluidos los que tiene Adela, y en una
ceremonia precisa les recorto el próximo miércoles.
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Villa Gesell, 2021
Mención del jurado en el Concurso de Arte “La cuarentena y el Covid-19”
Dirección de Promoción de las Artes. Municipalidad de Villa Gesell. Junio 2020.
Las ventanas desiertas
De vez en cuando la alegría
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que está ahí esperando…
Mario Benedetti
Esta historia transcurre en el tiempo de la cuarentena en Gesell. Del carillón del sol importa la
melodía de la luz, el calor es indiferente.
En el jardín, el pasto salvaje del campo, cortado prolijo, armoniza con los canteros de flores
que serpentean rodeando la casa, siguiendo el camino de lajas que lleva a los árboles, esa
barrera lineal, demasiado lineal, de pinos fundacionales, anchas columnas que marcan el límite
posterior del espacioso terreno.
El sol juega a las escondidas detrás de los pinos, parece quieto, como para que no lo descubran,
pero es imposible por la luz que se filtra entre las ramas.
No hay viento, nada se mueve, ni siquiera los pájaros entran en escena.
Si alguien mira por cualquiera de las dos ventanas del frente de la casa, que abren un generoso
vano para la luz, verán a una mujer y un hombre que se aprestan, esmerados, al ritual de
sentarse cada cual en un sillón.
Sin embargo, en el tiempo de la cuarentena, nadie observa por las ventanas.
Los dos sillones son similares, tapizados en una tela de color crudo, de amplios y redondeados
apoyabrazos. Cada uno está junto y paralelo a una ventana, enfrentados, para que sus
habitantes se puedan contemplar.
Al costado izquierdo del que morosa ocupa la mujer, en una mesita rectangular, de madera
oscura, cubierta por una blanca carpeta tejida en crochet, hay un libro, un pequeño atril donde
se sujetan hojas de dibujo, y una caja con carbonillas de distinto ancho, de las que se usan para
dibujar. Sobre la derecha la ventana y la luz que entra.
El sillón que está enfrente, el que reposado ocupa el hombre, es como una imagen espejada
del otro, a la derecha la mesita rectangular , la carpeta blanca, un libro, el atril y la caja de
carbonillas. A la izquierda la otra ventana y la luz que entra.
Comienza la tarde, han almorzado temprano, la vajilla reluce ya lavada. Bebieron un café,
infaltable cierre.
Ahora sujetan los libros y emprenden la lectura por la primera página, dando una señal de no
haberlos leído antes; casi seguro que es así porque en general la gente no lee dos veces una
novela policial.
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9 Cuentos cortos | Alberto Naso
El sol es el mismo pero en cada ventana, la luz, al pasar por las distintas densidades de las
ramas de los árboles, difumina disímil sobre las hojas de los libros que leen, y le da clima
propio a cada historia, como si de antemano intentara quebrar la monotonía, que se resiste, y
se cobija bajo la majestad del conjunto.
En la prolífica catequesis de mutis hay un quiebre, el ruido de las páginas que se van pasando
al ritmo sincopado de la lectura.
Cuando aparecen los muertos, infaltables en una novela policial, no alteran la paz exterior de
los lectores curtidos en el género. La otra, la paz interior, vibra, y el palpitar aumenta ante la
muerte de un sujeto, y una cierta angustia progresa alimentada con algunos de los latidos de
los difuntos, que se abroquelan entre todos los lectores, para que nada se pierda.
El sitio, el espacio de los sucesos, la mujer y el hombre lo van dibujando en la hoja puesta en
el atril, cada cual en el suyo; los dedos acuestan las carbonillas buscando marcar los planos
con manchas, evitando los contornos nítidos, porque nada está definido hasta ahora en las
novelas.
Si alguien mirara por la ventana la actitud de dibujar, por cierto advenediza, despertaría una
indubitable sospecha.
¿Son lectores que ilustran sus lecturas para comprender mejor el relato, o son dibujantes
trabajando en la ilustración de una nueva edición?
Más nadie mira por las ventanas.
Y el misterio se instala sin hesitación, natural, con esa naturalidad que le da ser el laxo
desprendimiento de dos novelas policiales. Una transmigración heterodoxa.
Con el transcurrir de la lectura, es más preciso decir de las lecturas, la ambigüedad va cesando
en el ámbito de los sucesos novelados, los bártulos cobran su formato, quizás el definitivo, y la
vaguedad se traslada a las personas, en un viaje de sospechas que va de los objetos a los
sujetos de las narraciones.
Las sospechas se confabulan y emprenden camino a finales distintos, que por discordantes no
son menos probables, y el investigador que hay en las novelas los escruta pero con un talante
que sugiere y esconde, en ese juego de la necesidad de sorprender, cercano el final, al lector.
Es entonces cuando el leedor consuetudinario, avezado, despierta sus propios senderos; con
la ocultación necesaria al investigador, como si éste se pudiera poner al tanto de nuevas
evidencias.
En ese instante los encontró la tarde que ya huye a la mujer y al hombre que leen.
Dejan los libros, se levantan, caminan enfundados en pantuflas de lana, con la pulcritud de los
movimientos aprehendidos de antaño, sin que sobresalgan ruidos por fuera de los roces
inevitables, ensordinados, y disponen en la mesa un té cena frugal. De raíz casera, dulce de
ciruelas, pan y ricotta.
Retornan a los libros cuando advierten que la luz escasea, el sol se deja caer por detrás de los
pinos, y si antes hubo mutismo ahora se impone. Por eso mismo los atardeceres en la
cuarentena inundan de ausencia a los hombres y los animales.
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Villa Gesell, 2021
Encienden las luces de dos lámparas, las dos iguales, altas, con el pie forjado en un hierro que
sube retorciéndose hasta perderse dentro de una gran pantalla de papel pergamino.
Esta mujer y este hombre, cautivos de la mudez, están por cierto ahítos de imágenes, que
prestos vuelcan en varias de las hojas sujetas al atril.
Ahora son de cuerpos inmóviles, rostros donde dominan ojos inermes, ausentes de vida,
sorprendidos algunos, más que por la violencia, por la presencia impensada de la rudeza. Otros
impasibles, serenos, como si hubieran salteado la muerte que no los salteó.
Todos queriendo recuperar la pasión de caminar, abrazar, besar, amar, y también por qué no,
de pisar la arena de la playa y respirar el mar.
Cuando las carbonillas descansan, tornan a la lectura, en el entendimiento de la proximidad del
final de cada historia, para lo cual, por encima de la pequeña cantidad de páginas que faltan
leer, priman las invasiones de lo etéreo, algunas de las cuales quedan de pie junto a las
ventanas, se sientan en el sillón, o solo van hasta la puerta del frente, la abren dejando salir la
luz, la cierran y vuelven movedizas. Y otras, las que osadas intrusan el cuerpo.
Los investigadores también saltan de los libros al ambiente en una mimesis que expresa la
necesidad de encontrar la realidad en lo no real, en la oposición del indicativo y del subjuntivo,
el somos y seamos que supone la reproducción in situ de los hechos.
Es en ese entonces que la mujer y el hombre que leen la misma novela, hablan por primera
vez.
- Cercaron al asesino
- Y lo confinaron
- Alegría, nos podemos ir a dormir
La luz de las lámparas se apaga.
El silencio de toda la tarde persevera en la noche, hasta que de madrugada ladran unos perros,
que por el sonido parecen aullar, y el silencio también se va.
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